Latinoamérica, tiempos de ignominia
“No vamos a hacer ningún cambio, no vamos a hacer cosas que nos traigan problemas”.
Canciller Felipe Solá.
Por Jorge Montero/El Furgón –
Cuando se cumplieron cuarenta y tres días del golpe de Estado en Bolivia, la dictadura encabezada por Jeanine Añez, tiene sobre sus hombros dos masacres populares, treinta y cuatro personas asesinadas por la espalda, más de seiscientos heridos por balas de plomo y alrededor de mil presas y presos políticos en sus cárceles.
Continúan los secuestros contra dirigentes sociales y del Mas-Ipsp, ahora fue el turno de Marcial Escalante, referente de Santa Cruz, a pocas horas de regresar desde Buenos Aires donde se había reunido con Evo Morales.
Siguen las detenciones arbitrarias, como la del ex asistente personal de Evo, Luis Hernán Solís, y los allanamientos de viviendas, como la que sufrió en La Paz la familia del ex ministro Juan Ramón Quintana quien se encuentra refugiado en la Embajada de México.
La fiscalía golpista giró en estos días una orden internacional de captura contra Evo Morales quien se encuentra asilado en Argentina.
En este momento los grupos de tareas del ministerio del Interior que dirige el fascista Arturo Murillo, amenazan con irrumpir en la vivienda del embajador mexicano en La Paz, en un hecho reñido con cualquier forma de legalidad internacional. El objetivo: detener a las personas que permanecen asiladas en dicha residencia.
Ante esta situación, ¿qué piensa hacer el gobierno de Alberto Fernández?
Tan trascendental como la “Deuda Externa” o el “combate contra el Hambre”, es definir en el actual contexto latinoamericano, la relación con el imperio dominante en la región y sus adláteres latinoamericanos. O subordinarse a la avanzada recolonizadora de Estados Unidos; o ser capaz de constituir, junto a los gobiernos de Venezuela, Cuba y México, una frontera geopolítica al imperialismo. No hay camino del medio para esquivar esta encrucijada.
La elección del ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Solá, y las primeras medidas tomadas por la Cancillería no son venturosas. Si bien se asiló a Evo Morales, el Canciller trató de acotar rápidamente tan altruista decisión: “Además queremos de Evo el compromiso de no hacer declaraciones políticas en Argentina. Es una condición que le pedimos nosotros. El grado de libertad es una cosa, y el grado de compromiso político es otra”. La realidad muy pronto se encargó de echar por tierra el cepo oficial.
Ahora el gobierno de facto de Bolivia acaba de comunicar su ingreso al Grupo de Lima –o “cartel de Lima” como gusta llamarlo a los venezolanos–, creado bajo la égida de Washington con el único objetivo de acorralar y eventualmente invadir Venezuela.
¿Qué acción tomará el gobierno de Alberto Fernández? Por ahora, su ministro de Relaciones Exteriores, afirma que “La Argentina va a continuar en el Grupo de Lima, es allí donde debemos dar el debate de lo que pensamos”.
En momentos en que la Casa Blanca ha puesto en marcha el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca), un paso trascendente hacia la escalada militar contra la Revolución Bolivariana, y el continente afronta una coyuntura dramática; cualquier pretendido pragmatismo lleva a chocar contra la realidad y transformar las mejores intenciones –de haberlas– en siniestros resultados.
Es un secreto a voces la activa participación de los gobiernos de Jair Bolsonaro de Brasil y Mauricio Macri de Argentina en la concreción del golpe de Estado que derrocó a Evo Morales. Periodistas internacionales y analistas políticos fueron observadores privilegiados de la fuerte jugada de Estados Unidos cuando a comienzos de septiembre envió a Ivanka Trump, con más de 2.500 agentes federales, el subsecretario John Sullivan y otros funcionarios a la norteña provincia de Jujuy. Allí fue recibida por el ex canciller Jorge Faurie, el gobernador jujeño Gerardo Morales, y el embajador estadounidense Edward Prado. Entregó “ayuda” a Morales por 400 millones de dólares. Un avión militar argentino partió al otro día a Santa Cruz de la Sierra con una supuesta donación de equipos para “controlar desastres naturales” a esa ciudad boliviana. De allí partieron los armamentos y pertrechos que, sumados a dólares en cantidad, permitieron movilizar a la fuerza paramilitar que bajo las órdenes de Luis “Macho” Camacho asoló las principales ciudades bolivianas y creó el caos social necesario para justificar la intervención policial y militar, y el derrocamiento de Evo Morales.
Ante la presencia de tan connotadas figuras políticas argentinas en la operación ¿el gobierno de Alberto Fernández investigará hasta las últimas consecuencias el accionar golpista de los funcionarios?
Si bien el presidente argentino planteó desde el principio que no reconocerá al gobierno de facto de Bolivia y su posición fue, con la de México, Venezuela y Cuba, de las pocas que no cayó en un silencio cómplice o directamente en el reconocimiento a la autoproclamada Añez, fue taxativo al afirmar que recién lo hará con quien gane las elecciones en el Estado Plurinacional. “Para nosotros, Bolivia no tiene gobierno hasta que los bolivianos voten democráticamente”
Sin embargo este posicionamiento es por demás complejo. Los recientes procesos golpistas en América Latina tienen un elemento común, y es que luego del derrocamiento de los gobiernos constitucionales -sea por la vía que sea- se llama elecciones amañadas al poco tiempo y con esa contienda el golpe de Estado recobra la legitimidad y el reconocimiento internacional. Allí están los casos de Honduras, Paraguay, Brasil y ahora Bolivia. Esta estrategia tiene como consecuencia un rédito inmenso para los golpistas, siempre respaldados y conducidos desde la Casa Blanca.
La pregunta es entonces: ¿se puede reconocer al gobierno boliviano que surja ganador de las próximas y fraudulentas elecciones?
La importancia de Argentina en el concierto latinoamericano crece en la medida que aumenta la voracidad imperial y se evidencia como riesgo cierto el intervencionismo estadounidense. No hay “tercera posición” posible cuando el golpe de Estado regresa a la geografía boliviana; cuando los militares retoman las calles de Ecuador, Chile y Colombia para hacer frente a las protestas sociales.
Tal vez sea momento de tener presente aquello que escribía José Agustín Goytisolo:
“Por eso digo una vez más: que nadie piense y grite:
no puedo más y aquí me quedo. Mejor mirarles
a la cara y decir alto: tiren hijos de puta.
Somos millones y el planeta no es vuestro.”