Deporte y dictadura: El esplendor de Guillermo Vilas
Por David M. K. Sheinin*, desde Canadá/El Furgón –
Hace cuarenta años en el Open de Australia el tenista Guillermo Vilas ganó el último de sus cuatro torneos Grand Slam. Según el estadounidense Joel Drucker, Vilas era “un argentino afable al que le gustaba la poesía y que tenía el pelo ondulado y los músculos como el tronco de un árbol, además de un zurdo aguerrido que jugaba de fondo y que se adelantó en más de un sentido al estilo de juego muy físico de Rafael Nadal” (“’Jimmy Connors at the U.S. Open, First Hate, Then Love,’ New York Times, August 22, 2018″).
Pero Vilas fue mucho más para los argentinos. No apoyó al régimen castrense, aunque, como les ocurrió a otros atletas famosos de la época, incluidos los campeones del mundo Carlos Monzón y Sergio Víctor Palma, la fama le permitió distanciarse de la violencia de la dictadura (tras el fin de ésta, Palma se describió en una ocasión como “inconsciente” del régimen militar y sus consecuencias). Sin embargo, con el notorio éxito internacional que cosechó, los medios de comunicación que simpatizaban con la dictadura presentaron al mismo tiempo a Vilas como si representase la promesa de autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” de convertir a la Argentina en un país moderno, próspero y rico.
Guillermo Vilas en conferencia de prensa, 1977
1977 fue el año decisivo de Guillermo Vilas. Ganó el Open de Francia en junio, y en septiembre derrotó a Jimmy Connors en el Open de Estados Unidos con una contundente victoria 6-0 en el último set. Unas horas más tarde, Vilas fue a un restaurante de Queens con un grupo de amigos y les preguntó, no sin cierta melancolía: “¿Se acuerdan de cuando todos decían que siempre llegaba a las finales pero nunca las ganaba? Decían que sólo valía para quedar segundo”. Aquella noche habló como si estuviese meditando sobre el pasado lejano. Pero no había pasado tanto tiempo de las críticas de Vilas en los medios argentinos como el tenista que no pudo ganar campeonatos importantes. Tras su victoria tres meses antes en el Open de Francia los argentinos empezaron a verlo con otros ojos, después de que los medios empezaran a consagrarlo, de subcampeón a campeón.
Ningún deportista trascendente había apoyado públicamente el golpe de estado de marzo de 1976. No obstante, la televisión y la prensa –que a menudo se mostraron a favor de los proyectos políticos y económicos del gobierno militar– transformaron a Vilas para que suscribiese los objetivos que habían declarado los militares. Sin haber dado jamás su opinión sobre la dictadura o la democracia, con sus éxitos propios de la jet set. Vilas pasó a representar la Argentina idealizada que los militares querían proyectar en aquel momento.
Jorge Rafael Videla y Guillermo Vilas, en Washington
Los militares tomaron el poder en 1976 con la promesas de volver rápidamente a la democracia, de llegar pronto a una fortaleza económica y de la pronta inclusión de Argentina en el club de naciones prósperas de Europa y América del Norte. Los medios deportivos y de otro tipo presentaron a Vilas como vehículo cultural mediante el cual podía imaginarse la fantasía de la normalidad social y la senda hacia las riquezas argentinas.
Después de la victoria en el Open de Estados Unidos los medios argentinos contrastaron en alguna ocasión al tenista marplatense con los atletas de los deportes que los funcionarios militares y sus seguidores consideraban menos deseables y más de clase obrera, como el boxeo y el fútbol. En 1979, durante un partido de la Copa Davis entre Argentina y Chile, un alborotado grupo de aficionados trató de arrancarle la camiseta por la espalda. Los medios argentinos se mostraron escandalizados ante lo que tildó de vandalismo hacia un solemne deporte de clase alta. El comportamiento de los aficionados se planteó como si se tratara de una patología bárbara de masas, vinculada al cuarenta y ocho por ciento de analfabetismo en Argentina y como si fuera la antítesis del imperio de la ley en una sociedad moderna y organizada.
Antes del Open de Estados Unidos el presidente de facto, Jorge Rafael Videla, convocó a la estrella emergente del tenis a un encuentro. Vilas declaró entusiasmado, “Sé que el tenis se ha vuelto importante en Argentina, pero no esperaba que [Videla] pasara media hora conmigo”. Más daño se hizo en las fotos que difundieron del encuentro los medios que combinaron al respetuoso Vilas con el imagen de Videla como responsable y aspecto de hombre de Estado. En esa ocasión y en tantas otras las imágenes del tenista sirvieron para legitimar a la dictadura.
Tras el Open de Estados Unidos en 1977 Vilas cultivó una mezcla de personalidades que muchos aficionados al deporte esperan de sus héroes. Era a la vez un miembro de la jet set internacional y un tipo normal y cercano. Tenía tiempo para sus admiradores. Cuando viajaba le gustaba comer un buen bife y tomarse un mate. Parecía distinto de los mejores jugadores del mundo. La revista Gente publicó en 1978 que, a diferencia del frío y calculador Bjorn Borg, el argentino había dejado claro que no querría jugar como una máquina para ganar a toda costa. A los aficionados les encantaba que su campeón tuviera cualidades humanas. Al mismo tiempo, los medios lo presentaron como miembro de la beautiful people.
En 1982 tuvo un romance con la princesa Carolina de Mónaco, quien probablemente hizo más por el imagen popular de Vilas en Argentina que cualquier victoria en la cancha. Tanto antes como después del golpe de estado de 1976 los medios presentaron al deportista como un playboy. Aunque eso podría haber supuesto un problema para el régimen militar, que promovía una rígida visión de la tradicional estructura familiar nuclear como ideal social, con la ascensión de Vilas al estrellato en 1977 los medios cambiaron el tipo de noticias que publicaban. Desaparecieron las fotos lascivas del campeón que hacían a distancia los paparazzi detrás de un arbusto cuando estaba en la playa con tal o cual mujer. Si bien seguían resaltando el machismo de Vilas, las noticias sobre sus escarceos sexuales se hicieron más respetables. Se hicieron sugerentes, más que explícitos.
Después de 1980, en el contexto de una promesa fallida de crecimiento económico, los argentinos empezaron a rebelarse contra la dictadura militar. Menos dispuestos a apoyar las fantasías de una Argentina “moderna” bajo el régimen militar, los medios empezaron a publicar noticias sobre un Vilas más deslustrado.Se habló de su entrenador, Ion Tiriac (que en la actualidad es un multimillonario de la lista Forbes), como salvaje “transilvano” que tenía un temperamento explosivo. Vilas ganó el Open de Australia en 1978 y 1979, pero no volvió a triunfar en los grandes torneos. Cuando los argentinos estaban luchando para volver a la democracia en 1982 y 1983, Guillermo Vilas desapareció como ícono deportivo de los medios, en parte por su relativa decadencia en el mundo del tenis, pero también por el fin de la dictadura y su idolatría de los deportes de “élite”, como el tenis y la Fórmula Uno de Carlos Reutemann. Las estrellas de fútbol, como Diego Maradona, y los campeones mundiales de boxeo, como Juan Martín Coggi, volvieron a las portadas de las revistas de deporte y a las páginas de farándula de otros medios.
*El doctor David M. K. Sheinin es profesor titular de Historia en Trent University (Canadá) y académico correspondiente de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Ha publicado 13 libros. El más reciente es Making Citizens in Argentina (con Benjamin Bryce). Actualmente, está escribiendo una historia del sector atómico argentino durante la Guerra Fría y la política internacional.