Argentina con presidente electo y una polarización que llegó para quedarse
“Cría ricos y te comerás sus crisis”.
Del grafiti en una pared.
Jorge Montero/El Furgón –
El 27 de octubre se confirmó la previsible derrota de Mauricio Macri en la elección presidencial -48,1 por ciento a 40,4 por ciento-, y Argentina inicia un nuevo ciclo político. Sin embargo, si la sorpresa en las elecciones primarias del 11 de agosto fue la magnitud del rechazo al gobierno de Cambiemos -47,8 por ciento a 31,8 por ciento-, la del domingo fue una notable recuperación del voto macrista en medio de la profundización de la crisis económica, con una inflación en el último mes de 5,9 por ciento, la más alta de todo el ciclo de Cambiemos, mientras se acelera el saqueo del país y la inmensa mayoría de la población se hunde cada día más en la miseria.
La situación económica anterior a las primarias era significativamente mejor que la actual, así como mucho mayor la expectativa de que Macri pudiera ser reelecto. Ahora la sensación generalizada de que la elección presidencial ya estaba resuelta podía provocar la dispersión y desmoralización del votante macrista. Sin embargo, el efecto del resultado en la primaria fue en sentido contrario al que podía esperarse: recrudeció la polarización y el binomio de Juntos por el Cambio sumó 2.349.000 votos más. Mauricio Macri logró movilizar excepcionalmente a su base bajo la consigna de “si se puede”, mientras ganaba la calle con la campaña de 30 días en 30 ciudades del país, y un discurso fuertemente conservador y de rechazo al retorno inevitable del “populismo”.
Mientras tanto el peronismo, sintiéndose ganador -“ya está resuelta la elección”-, apareció recluido en salones, abandonando su histórica apelación a las masas y la movilización popular, e incrementó en unos 250.000 votos su caudal de las PASO. Remozando la histórica fórmula: “de casa al trabajo y del trabajo a casa”, Alberto Fernández no perdió oportunidad de repetir: “evitemos estar en las calles, evitemos generar situaciones que puedan llamar a la confrontación y la violencia”. Vuelve a corporizarse el peronismo como el “partido del orden” capitalista, garante de la desmovilización popular.
Es indudable que, respecto de las PASO, Macri logró sumar votos de las otras candidaturas burguesas, tanto del “centrista” Lavagna -incluyendo peronistas anti-kirchneristas-, como de Gómez Centurión y Espert, las versiones argentinas de la extrema derecha que recorre el planeta, y una franja de votos en blanco y abstencionistas. La participación electoral creció al 80,86 por ciento del padrón, contra 76,41 por ciento en las primarias. Peligrosamente se afirma una fuerza neoconservadora que unifica liberales, desarrollistas y fascistas de la peor variedad y que ya disputan el control de la calle. Una polarización social y política que vino para quedarse.
Por su parte, el desafío del nuevo equipo gobernante será recomponer un bloque de alianzas entre heterogéneas fracciones burguesas, medias y pequeñas, con el volumen suficiente como para contrapesar al capital hegemónico; a la vez que tiene imperiosa necesidad de hacerle concesiones. Tanto por los condicionamientos que impondrá la “renegociación” de la deuda externa, como por la necesidad de generar divisas a través de la exportación, cuyos dos rubros principales -el agronegocio y los hidrocarburos, principalmente Vaca Muerta- están controlados por los grandes grupos económicos que sostuvieron a Mauricio Macri.
En medio de esta difícil coexistencia, el gobierno peronista para sobrevivir deberá satisfacer, aunque sea en los niveles mínimos, las demandas de las bases populares que lo votaron. Las posibilidades de un gobierno de conciliación de clases, alrededor de un “Pacto Social”, superado el período inicial de expectativas y de tregua, en la cual están comprometidas casi todas las dirigencias sociales y sindicales que integran el Frente de Todos, son de muy difícil cumplimiento.
La izquierda, mientras tanto, representada por el FIT-U, hizo su peor elección -2,2 por ciento- desde su conformación en 2011, incluso después de sumar al MST al frente electoral, y no pudo incorporar diputados nacionales. Se trata de un retroceso significativo y que merecería un debate que por lo menos vaya más allá del descargo del“cuadro de fuerte polarización” con el que machacan hasta el hartazgo, sus dirigentes.
¿Acaso no se ve un agotamiento de la expectativa que sectores sociales, sobre todo juveniles, pusieron en esa experiencia? ¿Por qué el electoralismo se transformó en el eje de su estrategia política? ¿No desarrollan una política profundamente sectaria hacia otras experiencias políticas y sociales contestarías? ¿No merece un análisis profundo, la hipótesis de confluencia con eventuales desprendimientos y radicalizaciones de sectores militantes hoy en el kirchnerismo, y sobre todo el impulso de políticas hacia los agrupamientos que se le sumaron recientemente con la única expectativa de desalojar al macrismo?
Peor aún, toda esta regresión se da en un marco latinoamericano de creciente convulsión. Chilenos y ecuatorianos se levantan contra las medidas económicas de sus gobiernos; la oposición derechista boliviana reacciona con violencia al resultado electoral y Evo Morales denuncia un intento golpista; Perú tiene un gobierno interino que disolvió el parlamento; impacta fuertemente en Colombia la derrota electoral del uribismo; acechada por mil dificultades, la Revolución Bolivariana continúa resistiendo los embates del imperialismo. Y este escenario regional ¿no debió entrar de lleno en la campaña electoral de una fuerza de izquierda?
La pérdida del control directo del gobierno de Cambiemos por parte del bloque del gran capital no significa su pérdida de hegemonía en la estructura capitalista argentina. Por lo pronto, mientras recrudece la crisis económica mundial, el Fondo Monetario Internacional y las cámaras empresarias continúan reclamando las “reformas estructurales” en el terreno laboral, previsional y tributario, que ya avanzaron significativamente en Brasil. La deuda pública, que llega al 100 por ciento del Producto Bruto Interno, el 40 por ciento de la cual está contraída con el FMI, actúa como ariete en manos del gran capital.
Cualquier giro de la fórmula Fernández-Fernández hacia la “ortodoxia económica”, como ya sucedió en Brasil con Dilma Rousseff luego de su reelección en 2014, o Lenín Moreno tras suceder en Ecuador a Rafael Correa en 2017; llevaría al país seguramente a una situación explosiva. El peronismo no tiene mucho margen. La derecha se fortalece. La izquierda…
Se entiendan o no sus causas, la crisis del capitalismo en Argentina se desencadenará más temprano que tarde. Como está sucediendo de la mano de los jóvenes chilenos, como en Ecuador, como en Honduras, o en Haití. Donde sus víctimas, con o sin perspectivas claras, se ponen en movimiento ante la profundización inevitable de un sistema que solo es capaz de repartir hambre y la miseria.
Tal vez ha llegado la hora, como dijera Fidel Castro en aquel tan próximo 4 de febrero de 1962:
“Ahora, esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo el Continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir. Porque ahora, por los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad o en el tráfico de las ciudades o en las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de razones, con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi quinientos años burlados por unos y por otros. Ahora sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia. Ya se les ve por los caminos…”
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Portada: Foto de @dilmabr en Twitter