La frivolidad también milita
Por Julián Scher/El Furgón –
No le hizo falta ponerle sonido a su respuesta. El desagrado que le causó escuchar esa palabra quedó claro enseguida.
-¿Vos sos militante?
El rictus se le puso tenso, los pómulos se le contrajeron y los ojos giraron al borde del espanto. A metros del escenario en el que un par de horas después Mauricio Macri asumiría su primera derrota electoral desde 2007, el pibe con aparatos fijos, trago en una mano y celular en la otra, buscó desesperadamente despegarse de ese concepto que, según su mirada, nada tenía que ver con lo que ocurría en Costa Salguero durante la noche del domingo.
Mauricio Macri desde el búnker de Juntos por el Cambio
Jaime Durán Barba, estratega fundamental del primer partido político de derecha que logró ser competitivo en los comicios nacionales desde el retorno de la democracia, hizo público el axioma conceptual desde el que parte el proyecto que se autodenominó “La revolución de la alegría”: “Gran parte de la población actúa por sí misma sin pasar por la mediación de sindicatos, partidos u otras organizaciones. Los sindicatos y las organizaciones empresariales perdieron su fuerza tradicional”. El pibe de los aparatos aseguró que no había leído al consultor ecuatoriano pero se mostró convencido: “Eso de la militancia es la vieja política”.
La música de fondo liberaba los cuerpos y hay quienes se animaban a bailar aunque las bocas de urna no auguraran demasiadas ilusiones. Ella, vestida como para un casamiento, lamentaba que se hubieran olvidado de los pobres durante un período al que, también ella, definía como “este último tiempo”. Explicó que el gobierno de Macri la ayudó mucho en su trabajo porque la imagen del país en el exterior mejoró notablemente. “Antes, se me reían en la cara cuando contaba de dónde venía. Yo viajo a menudo y Buenos Aires está mucho mejor que Madrid y que París”, enfatizó para resaltar que el único ganador del mapa amarillo era Horacio Rodríguez Larreta. Eso sí: enseguida se ocupó de explicitar que su gran objetivo era alcanzarle a Martín Lousteau un regalo que le había traído especialmente.
Apenas 26 minutos demoró el salón en abandonar la sensación de desolación. Los globos aparecieron a las 20.41 de la mano de quienes caminaban con la prestancia de saberse dueños de la escena: la banda de #LaRemeraDeLarreta. El resto estaba luqueado para la ocasión: marcas de primera línea, sweaters colgados alrededor del cuello y una estética parida en la zona norte de la Capital. “Escuché recién un audio de Guillo Dietrich. Hicimos una elección histórica. Vamos a entrar al ballotage”, soltó, con el cotillón apuntando al techo, una señora de unos cuarenta años que acariciaba el hombro de su hija. Mientras tanto, saltaba y sonreía mostrando los dientes como si la pertenencia se jugara en esos movimientos más ligados a un boliche que a una manifestación callejera.
Fantasmas sigilosos y silenciosos, las empleadas de limpieza deambulaban con el trapo de piso como único insumo para que la suciedad no invadiera la velada. Nadie las registraba. Lógico: no les pagaban para formar parte.
– ¿Trabajan siempre acá?
– No, nos contrataron por hoy.
– ¿Los votaste?
– No, pero no puedo hablar porque me retan.
María Eugenia Vidal desde el búnker de Juntos por el Cambio
La emoción le explotaba por los poros a ese cordobés que afirmaba que el principal error durante la campaña había sido no haber hecho más hincapié en los valores que supuestamente distinguen al todavía presidente de la todavía oposición. Aún faltaba un buen rato para las 21 y la ausencia de datos oficiales le carcomía la calma: “Debemos estar con chances. Hice una encuesta en mi Instagram y el 69 por ciento contesta que llegamos a la segunda vuelta. Por algo debe ser”. Recién puso un poco en duda la veracidad de ese porcentaje cuando cayó en la cuenta de que sólo habían opinado 70 personas.
Francis Fukuyama, politólogo estadounidense que funcionó como referencia intelectual del experimento neoliberal que destruyó la Argentina desde principios de los noventa, se hizo mundialmente famoso por haber instalado la idea del fin de la historia y de las ideologías. El discurso que reniega de la ideología –aunque la ideología, por ejemplo, asome con potencia en la aplicación de políticas neoliberales, en la puesta en cuestión del número de desaparecidos y en la defensa de los abortos clandestinos– copó Costa Salguero con la misma naturalidad con la que la identidad de clase determina el lenguaje, los gestos y las visiones de mundo de quienes, por fuera de lo que indiquen las urnas –más de 10 millones de sufragios, según los cómputos oficiales, originados por una multiplicidad de argumentos y razones–, siguen creyendo ser el único camino para evitar que la patria descarrile en manos de lo que interpretan como la barbarie populista y corrupta. Por eso la palabra “gracias”, con un innegable tono onegeista, sonó una, dos, tres y mil veces en la boca de los candidatos e, inclusive, en la pantalla enorme que funcionaba como fondo del escenario.
El aire se vació de un momento para otro. Los restos de cotillón quedaron colgados de las pocas vallas que aún estaban de pie y la voz de Chano invocando a la mágica Buenos Aires se apagó de golpe. Se habían ido. Después de cuatro años. Sólo dejaron el perfume de su sello: la militancia de la frivolidad.
Portada: Foto de @juntoscambioar en Twitter