Jorge Julio López, un oscuro día de justicia
“…cada palabra suya repercute y cada silencio también”
Jean Paul Sartre
Por Jorge Montero/El Furgón –
El 18 de septiembre de 2006 el albañil Jorge Julio López salía de su casa, para estar presente en los alegatos de la querella contra el represor Miguel Etchecolatz, ex director de Investigaciones de la policía provincial durante la dictadura militar, pero nunca llegó a destino.
Aníbal Fernández, por entonces titular del ministerio del Interior de Néstor Kirchner, sentenció con su perspicacia habitual: “López debe estar asustado, escondido seguramente en la casa de alguna tía”.
“Dale, dale, subila un poco más” ordena Etchecolatz a un secuaz, haciendo referencia a los voltios de la picana eléctrica. El macabro escenario donde se torturaba era el Pozo de Arana y el torturado Jorge Julio López, albañil y militante peronista de una Unidad Básica de Los Hornos, en la ciudad de La Plata. Había sido secuestrado por un grupo de tareas el 27 de octubre de 1976, junto a otros compañeros del barrio.
López brindó ante los tribunales platenses un largo testimonio de su derrotero por los centros clandestinos de Arana, Comisaría 5ta, Comisaría 8va, Cuatrerismo y de ahí a la Unidad 9, en el marco de la causa que juzgaba los crímenes del que se llamaría “circuito Camps”. Dio nombres y características de compañeros de cautiverio y acusó directamente al comisario Etchecolatz de torturar y matar. Semanas más tarde, Julio López desaparecía por segunda vez.
El fotógrafo del portal Infojus, Leo Vaca, no podía creer lo que estaba viendo con la lente de su cámara. Apretaba el calor aquel día de octubre de 2014 en La Plata, y llegaba a su fin el juicio en el Tribunal Oral Criminal Federal 1, por el Centro Clandestino de Detención “La Cacha”, que funcionó en la ciudad durante los días del terrorismo de Estado. El juez Carlos Rozanski, se tomó un respiro sirviéndose un vaso de agua, después de una hora de lectura de la sentencia. De pronto, en el corralito donde escuchaban los represores, alguien miró desafiante a los familiares de las víctimas y a sus acompañantes.
Fiel a su estilo, el comisario general Echecolatz, se concentró especialmente en Estela de Carlotto. Con cara amenazante, le sostuvo la mirada durante unos minutos. Fue uno de los primeros en recibir la condena a perpetua, y ni se inmutó ante los aplausos del público, que festejó el fallo. Pero ahora había perdido la compostura. Con los dedos de su mano derecha empezó a tamborilear sobre la rodilla. Saco de su bolsillo un papelito doblado que desplegó nerviosamente. Al terminar de leerse el fallo, quiso entregárselo al Tribunal. No lo dejaron. Algunos pensaron que había escrito algo en contra del proceso que lo condenó. Sin embargo, cuando Leo Vaca hizo foco sobre sus manos, descubrió un detalle macabro. Decía de su puño y letra: ‘Jorge Julio López’. En otro ángulo fotográfico, de forma entrecortada, aparecían las palabras ‘secuestro’ y menos visible ‘secuestrar’. “Mostré la foto a otros colegas y a la gente que estaba allí y se mordían los labios de la bronca -agregó Leo-. Fue un escándalo”.
Mariana Dopazo se cambió el apellido hace ya dos años. Es la hija del represor Miguel Etchecolatz. El 10 de mayo de 2017 marchó a Plaza de Mayo. Como las 500 mil personas que se movilizaron en Buenos Aires contra el 2×1, como millones de argentinos, quiere que su padre cumpla la condena en la cárcel. “Es un ser infame, no un loco. Un narcisista malvado sin escrúpulos”, dice ella, quien padeció la violencia del comisario en su propia casa.
Supo, ya grande, que su madre intentó varias veces escaparse con ella y sus dos hermanos. Lo planeó con insistencia. Etchecolatz se dio cuenta siempre y no dejaba de amenazarla: “si te vas te pego un tiro a vos y a los chicos”. Cuando dejaba su casa, los hermanos se ponían a rezar para que nunca más volviera. “Que por favor se muera”, pensaba Mariana, entonces. “Todos nos liberamos de Etchecolatz después de que cayó preso por primera vez, allá por 1984. Vivíamos en Brasil porque era jefe de seguridad de Bunge y Born, y regresó pensando que su imputación era un trámite, como si la justicia no le llegara a los talones. Al principio lo visitábamos, pero después mi madre, María Cristina, pudo decirle en la cara que íbamos a dejar de verlo”.
La última vez que escuchó la voz de su padre fue en la cárcel de Magdalena, en 1985. Allí le dijo: “Que vergüenza estos zurdos, lo que me hicieron”. Y nada más.
Recién ocho años después de la desaparición de Julio López, testigo clave en la condena de los genocidas del “circuito Camps”, fiscales platenses avanzaron en la acusación contra siete agentes del Servicio Penitenciario Federal. Sospechados del encubrimiento de los represores en el “pabellón de lesa humanidad” de la cárcel de Marcos Paz. No sólo culpables de adulterar los libros de visitas en el penal en los meses inmediatamente posteriores a la segunda desaparición de López, sino de suministrar a Etchecolatz y sus secuaces líneas telefónicas de uso exclusivo, mientras estos se congratulaban ruidosamente de cómo les había salido redondo lo hecho con el albañil platense.
La policía de la Provincia de Buenos Aires, al momento de la segunda desaparición de Jorge Julio López, tenía en sus filas más de 9.000 efectivos que habían actuado durante la dictadura.
Varias pistas a seguir, entre ellas las del entorno familiar de los genocidas, los agentes de inteligencia bonaerense identificados por los testigos en el “circuito Camps”, sicarios que rondaban el juzgado despotricando contra los organismos de Derechos Humanos, como Carlos ‘el Indio’ Castillo, antiguo jefe de la patota de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), grupo fascista del peronismo con actuación en La Plata. Todos caminos que se entrecruzaban y relacionaban entre sí con el mismo objetivo: secuestrar a López, forzando la detención de los juicios o por lo menos entorpecerlos, minar su legitimidad y amedrentar a los testigos, poniendo de manifiesto la impunidad de los represores. Líneas de investigación que el juez Arnaldo Corazza desechó en la causa al dictar la falta de mérito.
Las declaraciones de Hebe de Bonafini tampoco fueron de ayuda: “Es preocupante la situación de López, pero no creemos que sea un típico desaparecido como los que hubo antes. No fue militante, hay que investigar su trayectoria…esta es una operación muy grande que quieren hacerle al presidente por su política de derechos humanos…”, descerrajó la presidenta de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, pocos días después del secuestro, al salir de una reunión con Néstor Kirchner en la Casa Rosada.
Recién, diez años después de su secuestro y desaparición, los familiares de Jorge Julio López, descubrieron en el doble fondo de una caja de herramientas,manuscritos con frágiles recuerdos de sus años de detención clandestina. Debajo de rollos de alambre, pinzas, destornilladores y ménsulas, el albañil atesoraba una treintena de escritos de puño y letra en los que relatabasu paso por el Pozo de Arana, diagramas del lugar, retratos de los represores, narraciones de las torturas que sufrió y de las que fue testigo en la comisaría 5ta de La Plata. Volcando en las notas sus impresiones como testigo en el juicio contra Miguel Etchecolatz, y hasta reflexiones sobre la militancia por los derechos humanos.
Para realizar esta tarea sistemática utilizó todo tipo de papeles: desde volantes de supermercados, al reverso de etiquetas de gaseosas, o facturas de servicios públicos.
La firma en este verdadero diario de memoria viva no puede ser más elocuente: “Estos crímenes no vencen nunca. Firmado Jorge López, detenido desaparecido”.