jueves, octubre 3, 2024
Nacionales

Aquel árbol, mi mamá y yo

Pensando, leyendo y escuchando a hermosas personas hablar sobra sus infancias me puse a pensar en la mía, en la de mis amigos de la plaza, la de aquellos niños que jugábamos en las hamacas, en los trapecios, en la canchita de fútbol y en los árboles. En aquel árbol, en mi mama y yo.

La infancia, ese espacio de tiempo donde no hay tiempo, donde no hay urgencias, como dice -divinamente- Carlos Skliar. Ese transitar por una etapa donde lo que urge e importa es el juego, comenzar a acercarse a los diferentes objetos de conocimiento mediante pequeños relatos que se irán construyendo como nos cuenta Daniel Calmels.

Relatos que serán parte de nuestra subjetividad y protagonistas de nuestra trayectoria, de nuestras tramas vinculares. Historias y narraciones que un día volverán, como recuerdos, no como una copia fiel de lo sucedido sino mediados por nuevas historias que vayamos armando y moldeando durante nuestro transitar.

Cuando era chica entre los 8 y 10 años, amaba ir por las tardes a esa hermosa plaza de Santa Fe y República Árabe Siria a jugar con los pibes /as que ahí se reunían después de un día de clases. Se armaba un fulbito, nos trepábamos a los árboles a buscar moras, soñábamos con ser Nadia Comaneci entre argollas y paralelas, pero, sobre todo, había un gran y frondoso árbol, inmenso, una selva para mí, un laberinto de raíces y ramas al cual yo me trepaba con mi fiel compañero Federico, tarde tras tarde.

Cada día íbamos conociendo más a ese árbol y él a nosotros, fue un proceso de intentos, caídas, golpes y nuevos intentos. Armábamos estrategias para lograr alcanzar la cima. Así fue que finalmente un día llegamos a la copa del árbol y la emoción fue enorme, mirar toda la plaza desde ese hermoso lugar y saludar gozosos a nuestras madres por la felicidad de la travesía lograda.

Hoy voy a esa plaza, miro el árbol y no es tan grande, sus raíces no son laberínticas y tiene muchas menos ramas de las que yo recuerdo, pero mi relato e historia no es la oficial, es la reelaboración que puedo hacer de ese momento donde me sentía Indiana Jones con mi compinche de aventuras, de juegos, de recreos, de relatos que fui y me fueron construyendo.

La pequeña Carla y su madre en la plaza

En aquel entonces sacarnos sobre saliente no era lo importante ni lo urgente, pero si jugar juntos en ase árbol que fuimos conociendo de a poco, aproximándonos de a pasitos y con el cual finalmente construimos un vínculo. Ese vínculo que habilitó a futuros vínculos, futuros encuentros, futuros haceres conjuntos e individuales.

Hoy ya no quiero ser Indiana Jones, pero haberlo sido por unas horas fue maravilloso. Nunca sabré si llegué a la cima del árbol realmente, pero para mí en ese entonces lo era y mi mamá nunca me contó la historia oficial de esta historia. ¡Te amo mamá!

Me gustaría culminar mencionando estas palabras de Winnicott sobre el juego para el niño: “El jugar como actividad creadora no como creación terminada, apoyada en la confianza y seguridad que otorga un ambiente facilitador suficientemente bueno. La capacidad de jugar es una forma de conocimiento creativo, un proceso abierto, nunca definitivo. El juego no es simplemente placer, es algo esencial para su bienestar”.

Carla Elena. Psicóloga Social, Diplomada en Violencia Familiar y Género. Graduada en “Educación Sexual Integral: Desafíos de la implementación en el ámbito educativo y comunitario”. Miembro de Forum Infancias. Docente.