El desafío de la ESI en las instituciones educativas
El desafío actual en muchos países, una vez lograda la igualdad jurídica, es pensar la transformación de la educación, la que, al no tomar nota de los cambios sociales, continúa reproduciendo formas de desigualdad al violentar los derechos ya consagrados de los/as estudiantes. Este reto implica problematizar el carácter heteronormativo y binario que promueve cotidianamente la cultura institucional educativa, así como las formas de socialización legitimadas dentro del aula, las cuales -paradójicamente- son construidas discursivamente por las autoridades y los medios masivos como ajenas al campo político de la sexualidad y el cuerpo.
Es necesario promover la construcción e instrumentación de dispositivos de atención a las formas de violencia por orientación sexual e identidad de género, mientras que progresivamente se instale un debate firme en la comunidad educativa para lograr avanzar en la transformación de sus universales implícitos.
Sin embargo, es claro, como señalan los autores Morgade, Platero y Elizalde, que las instituciones educativas promueven pedagogías normalizadoras del género y la sexualidad, en la medida que se visualiza al adolescente o joven como transitando un período bisagra y crítico de la vida, que exige especial supervisión del mundo adulto. Esta perspectiva se liga a dos visiones hegemónicas subsidiarias: la construcción de la infancia como una etapa desexaulizada, y el ideal regulatorio que asimila adultez sexual con reproducción.

Desde esta mirada conceptual se construyen los síntomas y se establecen diferentes niveles de problemas. Por eso, mientras que en las escuelas los/as educadores/as suelen en general mirar para otro lado y visualizar algunas expresiones de género socialmente no esperadas como algo “pasajero”, durante la juventud cesa por completo esta tolerancia institucional, pasando las prácticas sexuales no heteroconformes, o las identidades no heteronormativas, a ser vistas como un problema a abordar por las instituciones, lo que desencadena discursos y formas de intervención que buscan antes que nada la normalización y la estabilización identitaria.
Para introducir estos cambios es necesario promover la construcción e instrumentación de dispositivos de atención a las formas de violencia por orientación sexual e identidad de género, mientras que progresivamente se instale un debate firme en la comunidad educativa para lograr avanzar en la transformación de sus universales implícitos. En este proceso se deben incluir necesariamente a los/las estudiantes, los/las docentes, el personal y los responsables adultos, de forma tal que se logre la definición de nuevos códigos de convivencia entre todos los implicados a partir de una construcción colectiva.
Los acuerdos alcanzados, que deben cada año ser revisados y modificados, pueden constituir una excelente herramienta para abordar los problemas emergentes y una forma de avanzar hacia la construcción de un nuevo universal más inclusivo y diverso.
Es esencial comprender que somos sujetos sexuados de derecho y que por tal motivo se debe y tiene que respetar nuestra identidad sexual como lo menciona la Ley de Identidad de Género 26.743, sancionada y promulgada en 2012. Por este motivo creo urgente entender que lo que hemos logrado en la justicia debe plasmarse en un derecho.
En tal sentido es fundamental compartir algunas precisiones para evitar dificultades en el uso de las palabras y los conceptos; la Identidad Sexual reúne 4 elementos: sexo anatómico, identidad de género, orientación sexual y expresiones de género. La Identidad de Género está relacionada con qué género se identificó la persona, con el orden simbólico. Este proceso es independiente de la anatomía o la genitalidad de la persona. Cuando los sujetos se identifican de una forma socialmente esperada se las llama personas cisgénero, cuando lo hace de una forma socialmente no esperada personas trans.

La orientación sexual tiene que ver con la elección de objeto, que de elección tiene poco y nada y por último las expresiones de género son como se vive en la cotidianidad el género: vestimenta, gestualidad, indumentaria, tonos de voz, etc.
Es esencial comprender que somos sujetos sexuados de derecho y que por tal motivo se debe y tiene que respetar nuestra identidad sexual como lo menciona la Ley de Identidad de Género 26.743, sancionada y promulgada en 2012. Por este motivo creo urgente entender que lo que hemos logrado en la justicia debe plasmarse en un derecho.
Me gustaría para terminar mencionar las reflexiones del profesor Daniel Marshall quién advierte en “Dossier: Nuevas juventudes, socialización y escolarización: perspectivas de la investigación socioeducativa. Acoso homofóbico, derechos humanos y educación: Una perspectiva no deficitaria de las políticas y prácticas de bienestar para la juventud queer“ que ante el abordaje en el sistema educativo, en forma puntual las situaciones de violencia homo-lesbo transfóbica, en la medida que si estas sexualidades sólo son tratadas en el aula cuando están asociadas a un problema de violencia, se termina promoviendo exclusivamente una visión subordinada y victimizada de las sexualidades no heteroconformes. Esta constatación no significa dejar de atender el emergente, sino antes que nada subrayar su lugar justo y limitado en un programa que busque efectivamente combatir las formas de discriminación y acoso por orientación sexual e identidad de género.
Carla Elena. Psicóloga Social, diplomada en Violencia Familiar y Género. Graduada en “Educación Sexual Integral: Desafíos de la implementación en el ámbito educativo y comunitario”. Miembro de Forum Infancias. Docente.