viernes, diciembre 13, 2024
Por el mundo

¿Por qué los trabajadores estadounidenses apoyan a Trump?

Por David M. K. Sheinin*, desde Canadá/El Furgón –

Desde 2016 el apoyo popular a Donald Trump se ha mantenido a un nivel inusualmente consistente para un presidente en ejercicio: alrededor del 42 por ciento (con un margen de diferencia +/- 4 por ciento). El apoyo continuado se da en todos los sectores que lo votaron, incluido el 30 por ciento de votantes latinxs. En noviembre de 2018 los demócratas obtuvieron la mayoría en la Cámara de los Representantes. Es algo que suele ocurrir en el primer mandato de un presidente. El partido de la oposición sale ganando en las primeras elecciones nacionales que siguen a las presidenciales. Pero, ¿a quién votarán los estadounidenses en 2020? Depende de todo tipo de cosas, desde cómo se perciba la economía dentro de un año y hasta si los Estados Unidos van a la guerra con Irán. Lo que sabemos es que, como ya ocurrió en 2016, es probable que sean los trabajadores de Pennsylvania, Ohio, Michigan y Wisconsin quienes decidirán la presidencia en 2020.

Desfavoreciendo a los trabajadores: Obamacare y la guerra comercial con China 

Trump no ha dejado de desfavorecer a los trabajadores estadounidenses de esos cuatro estados y de todo el país. No ha cumplido las promesas que hizo durante la campaña presidencial de 2016 y, es más, adoptó políticas que van en contra de los intereses obreros.

Cuando en 2016 Trump hizo campaña para reemplazar el “Obamacare” (también conocido como Ley de Asistencia Asequible, de 2010) una iniciativa público-privada para implantar un seguro médico universal. El Obamacare sirvió para disminuir del 16 por ciento (en 2011) al 9 por ciento (en 2017) el número de norteamericanos que carecen de seguro médico.

La cadena Univisión se refiere al “Obamacare”

“Vamos a reemplazar el Obamacare con algo mucho mejor”, anunció Trump hace tres años. “Vamos a cuidar de los que están muriéndose en la calle”, prometió. Pero, como presidente, Trump presionó en vano para que se revocase el Obamacare aun sin un plan para reemplazarlo. Entre tanto, se abrió una brecha en la atención sanitaria para los trabajadores pobres entre los estados con mayoría republicana y aquellos en los que gobiernan los demócratas. Por motivos ideológicos, los estados gobernados por los republicanos rechazaron fondos federales para extender el plan impulsado por Obama. Como consecuencia, allí la atención sanitaria suele estar peor y gran cantidad de trabajadores quedaron sin seguro o con un seguro que resulta insuficiente. Las cifras no mienten: millones de ciudadanos están mejor con la cobertura del Obamacare  mientras que en los distritos oficialistas que renunciaron a las partidas del Obamacare están peor. No obstante, el peligro que corre esta política sanitaria no disminuyó el apoyo al presidente Trump ni a los políticos que lo acompañan.

Portal norteamericano sobre el ultimatum de Trump a GM

Una segunda amenaza que se cierne sobre los trabajadores en los Estados Unidos es la guerra comercial que lanzó Trump contra China, cuyo objetivo -simplista e insostenible- es revertir el declive industrial, dejando fuera los productos orientales. Pero los aranceles de Trump a China no estimularon la producción industrial local sino que, por el contrario, se cierran fábricas como antes. En noviembre de 2018 la empresa General Motors anunció el cierre de las plantas de ensamblaje de Hamtramck, Michigan y Lordstown, en Ohio. Cuando en 2016 Trump fue a Lordstown a hacer campaña, les dijo a los trabajadores que no vendiesen sus casas porque sus puestos en la General Motors estaban seguros. Ahora, tras el anuncio del cierre el presidente publicó en Twitter: “No nos gusta”. Le dijo a la directora ejecutiva de la General Motors, Mary Barra, que “este país ha hecho mucho por la General Motors. Más te vale volver pronto a Ohio”.

Tuits de Trump sobre el cierre de la planta de GM

Pero la decisión de la firma automotriz siguió en pie. En el corazón del territorio trumpeano hay miles de obreros que no tienen trabajo ni esperanzas de encontrarlo. Y, sin embargo, las encuestas indican que siguen creyendo en Trump.

La política del agua 

No hay un solo factor que explique por qué los trabajadores siguen apoyando a Trump. Distintos electorados encuentran distintas respuestas en el presidente: desde los cristianos evangélicos entusiasmados con el nombramiento de jueces antiabortistas, hasta los que se inquietan con la narrativa del caos en la frontera con México. Lo que los vincula es el desdén sensato hacia los partidos mayoritarios tradicionales y la fascinación con la disposición de Trump para sacudir la retórica política vacía de republicanos y demócratas. Puede que la expectativa de que siga sacudiéndola y la idea de un presidente que entiende a los trabajadores, alcance para que Trump sea reelegido, dado que la alternativa es la apática y caduca política de los partidos Demócrata y Republicano. 

Cobertura de la BBC de la emergencia por contaminación de plomo en Fint

La crisis del agua en Flint, Michigan, es uno de los cientos de ejemplos de cómo la política tradicional no supo afrontar el colapso séptico de los Estados Unidos. Aunque el de Flint es el ejemplo más atroz de contaminación del agua con plomo, hay docenas de ciudades que afrontaron la misma crisis ambiental como Detroit, Saint Louis y Newark. Cuando los funcionarios estatales y federales tomaron medidas en Flint para eliminar el plomo, cientos de niños (puede que más) ya habían mostrado síntomas serios de intoxicación crónica. Durante 18 meses nueve mil niños estuvieron bebiendo y bañándose con agua contaminada.

Flint empezó a tener problemas de saturnismo en abril de 2014, cuando la ciudad derivó recursos del cercano río Flint a las casas de los habitantes. El agua contaminada destruyó progresivamente las decrépitas cañerías de la ciudad. Pero la crisis se pudo evitar si trataban el agua con productos químicos, a un precio módico, para evitar que el plomo se filtrase por las tuberías corroídas. La crisis de Flint fue política, no química ni medioambiental y manifestó la incapacidad de gestión de los dos partidos principales.

“El País” cubrió la crisis del agua en Michigan

La crisis que se desató en Flint consistió en una espantosa serie de meteduras de pata por parte de los funcionarios municipales, estatales y federales. En un mar de incompetencia, rechazaron el remedio más evidente: detener el suministro de agua contaminada. Por octubre de 2014 dejó de usarse agua de la canilla en la planta de Flint de ensamblaje de camiones de la General Motors, porque estaba corroyendo los motores de los camiones de la fábrica. Ya en enero de 2015 la gente empezó a manifestar problemas de salud y llevaban a los funcionarios municipales agua marrón de la canilla. Un mes después la Agencia de Protección Medioambiental (un organismo federal) detectó niveles de plomo en los domicilios privados que superaban en un 700 por ciento los niveles de seguridad. En marzo, un gestor municipal de emergencia nombrado por las autoridades estatales bloqueó un intento de detener el abastecimiento de agua contaminada. Ante el escándalo público, el alcalde bebió un vaso de agua ante las cámaras para disipar los temores de la gente y el Departamento de Calidad Medioambiental del estado de Michigan les dijo a los que estaban preocupados que se “relajasen”. No fue hasta octubre de 2015 que el gobernador detuvo el abastecimiento de agua contaminada y declaró el estado de emergencia. Durante la crisis, que duró 18 meses, no hubo ningún político demócrata o republicano que exigiese que dejasen de intoxicar a los niños de Flint.

“Si lo supiera él…”

En 2008 el gobierno del presidente de Venezuela Hugo Chávez había construido miles de viviendas para trabajadores; abrió una cadena gubernamental de supermercados a precios bajos controlados y mejoró la atención sanitaria de forma espectacular. Sin embargo, en aquella época también hubo muchos seguidores de Chávez de clase trabajadora que empezaron a hablar abiertamente de problemas cada vez mayores, que incluían el alto número de delitos violentos que se cometían en los barrios pobres y la corrupción a pequeña escala a todos los niveles de gobierno. “Si lo supiera Chávez…”, repetían muchos de los seguidores. Unas décadas antes y en contextos políticos distintos los seguidores de Juan Perón y del dictador español Francisco Franco habían expresado la misma queja. A lo largo y ancho del espectro político de la izquierda a la derecha, el éxito de los líderes personalistas ha dependido en ocasiones de lograr convencer a los que los apoyan de que los caudillos están apartados en cierto modo de las crisis sociales y económicas del momento. No son responsables de éstas. Están por encima de las contiendas políticas.

Los que apoyan a Trump se imaginan cada vez más al presidente como si viviera aislado de los problemas sociales y económicos que afectan a sus vidas cotidianas. Trump ha explotado con mucha destreza esa tendencia que corre entre los estadounidenses que afrontan la ruptura entre las zonas urbanas y las rurales; también las opciones políticas inútiles para acabar con el declive económico de los trabajadores. En su guerra diaria en Twitter contra una lista de enemigos en continuo cambio, Trump machaca sobre la incapacidad de los políticos republicanos y demócratas para afrontar las crisis, como el caso del desastre del agua de Flint. Juega con el afán desesperado que se instaló entre los trabajadores que él puede cumplir su ambigua promesa de prosperidad.

*El doctor David M. K. Sheinin es profesor titular de Historia en Trent University (Canadá) y académico correspondiente de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Ha publicado 13 libros. El más reciente es Making Citizens in Argentina (con Benjamin Bryce). Actualmente, está escribiendo una historia del sector atómico argentino durante la Guerra Fría y la política internacional.

Imagen de portada: Foto de la ciudad de Detroit en http://www.magneticafm.com/ junto a dibujo de Donald Trump en Pixabay