Macri en el infierno del fin de ciclo
“Quiero ser evaluado como presidente por si fui capaz, o no, de reducir la pobreza”
Mauricio Macri, 12 de marzo de 2017.
“El riesgo país sube porque en el mundo hay miedo de que los argentinos quieran volver atrás”
Mauricio Macri, 24 de abril de 2019.
Por Carlos A. Villalba*/El Furgón –
En la Argentina de Mauricio Macri todo es mucho peor que el día de su desembarco presidencial junto al equipo de representantes gerenciales de los principales grupos económicos concentrados y del aparato financiero internacional.
En términos sociales, políticos y humanos, el gobierno constitucional que causó más daño económico en menor cantidad de tiempo a la mayoría de los argentinos, generó más pobreza e indigencia, aumentó la desocupación, la subocupación y el trabajo precario, multiplicó el número de personas que viven en situación de calle, redujo el poder adquisitivo de salarios, jubilaciones y planes sociales, escaló los precios de los consumos básicos y de los servicios públicos esenciales para la vida hasta niveles imposibles de cubrir con ingresos bajos y medios, puso la salud básica fuera del alcance de grandes porciones de la población y convirtió a las escuelas y las casas solidarias de los barrios populares en comedores y merenderos, donde millones de personas asisten diariamente a consumir su único plato diario de alimento.
En términos productivos, desde el 10 de diciembre de 2015, el gobierno de la alianza Cambiemos provocó el colapso de la producción de pequeñas, medianas y, también, grandes empresas; profundizó la crisis de las economías regionales deterioradas desde décadas atrás y llevó a la bancarrota a la producción agropecuaria pequeña, mediana y familiar, hasta empujarla por debajo de los niveles de autosubsistencia (1).
El miércoles 24 de abril, subido al flan económico y financiero en que sus decisiones convirtieron al país, Macri reconoció que “el mundo duda que por ahí los argentinos quieren volver atrás y eso da mucho miedo al mundo, aumenta el riesgo país, toman posiciones defensivas”.
En la Argentina de Mauricio Macri todo es mucho peor que el día de su desembarco presidencial junto al equipo de representantes gerenciales de los principales grupos económicos concentrados y del aparato financiero internacional.
En términos sociales, políticos y humanos, el gobierno constitucional que causó más daño económico en menor cantidad de tiempo a la mayoría de los argentinos, generó más pobreza e indigencia, aumentó la desocupación, la subocupación y el trabajo precario, multiplicó el número de personas que viven en situación de calle, redujo el poder adquisitivo de salarios, jubilaciones y planes sociales, escaló los precios de los consumos básicos y de los servicios públicos esenciales para la vida hasta niveles imposibles de cubrir con ingresos bajos y medios, puso la salud básica fuera del alcance de grandes porciones de la población y convirtió a las escuelas y las casas solidarias de los barrios populares en comedores y merenderos, donde millones de personas asisten diariamente a consumir su único plato diario de alimento.
En términos productivos, desde el 10 de diciembre de 2015, el gobierno de la alianza Cambiemos provocó el colapso de la producción de pequeñas, medianas y, también, grandes empresas; profundizó la crisis de las economías regionales deterioradas desde décadas atrás y llevó a la bancarrota a la producción agropecuaria pequeña, mediana y familiar, hasta empujarla por debajo de los niveles de autosubsistencia (1).
El miércoles 24 de abril, subido al flan económico y financiero en que sus decisiones convirtieron al país, Macri reconoció que “el mundo duda que por ahí los argentinos quieren volver atrás y eso da mucho miedo al mundo, aumenta el riesgo país, toman posiciones defensivas”.
Heredero, según él, de una “pesada herencia” y “víctima” de un futuro que percibe como la amenaza del retorno del peronismo y sus propuestas redistributivas, soberanas y productivistas, el propio mandatario convirtió al suyo en un gobierno sin presente, en el que todos los indicadores económico sociales, medidos en los términos de sus propios intereses y concepciones, dan resultados negativos frente a los doce años de las administraciones que lo antecedieron.
Numeritos macristas
De diciembre de 2015 a abril de 2019, el Producto Bruto Interno per cápita cayó de 16.727 a 15.981 dólares; el déficit fiscal pasó del 5,1 al 6,5%, el déficit de cuenta corriente se duplicó, el peso de la deuda externa saltó de un manejable 53,3% hasta el 97,7%, FMI mediante. La inflación, esa “muestra de la incapacidad para gobernar” pregonada por Macri, ya acumula el 180%, con el último año superando los peores récords gracias a su escalofriante 48% de enero a diciembre y a un primer cuatrimestre 2019 que impactó con un 15%, con una expectativa anual que, en el mejor de los casos, empardará el guarismo anterior.
El riesgo país, ese numerito que para los economistas de mercado es clave, estaba en un 555 en aquel 2015 de plena lucha con los fondos buitres que pretendían un recupero usurario y desestabilizador de sus acreencias obtenidas a precio vil; en la segunda quincena de abril de este año llegó a perforar el techo de los 1000 puntos y el dólar -recibido a $9,80- superó los $45, en busca de los $51,445 de la banda de flotación acordada con el Fondo Monetario, abandonada al ritmo de las decisiones de “los mercados”, para empezar una nueva carrera, ahora en busca de los $60 en lo que resta del año.
El desempleo saltó del 6,5% a un 9,1% que, según amigos del gobierno, como el propio FMI o la OCDE, escalará en lo que resta del año hasta el 11 o el 13%. La pobreza, ese indicador por el que el Presidente de la Nación quería que midiesen su gestión, ya bajo su mandato creció hasta diciembre de 2018 más de 11 puntos porcentuales, atrapando a 14,5 millones de personas, de las cuales 1.865.000 penan en la indigencia, y 5,5 millones son niños, niñas o adolescentes.
Antes de entrar en las consideraciones de este año electoral, después de escuchar las dudas retóricas de Macri, cualquier lector desinteresado podría preguntarse “¿y… por qué los argentinos no van a querer volver atrás?”.
La hora de la urna
Las fábricas de humo comunicacional oficialistas lograron interpretar el “humor social” en 2015 y, ayudados por las decisiones -y omisiones- del propio “cristinismo”, consiguieron que sus candidatos se quedaran con los premios mayores de cualquier elección argentina: la Presidencia de la Nación y la Gobernación de la provincia de Buenos Aires. Mauricio Macri y María Eugenia Vidal, dominaron el escenario en base a un plan de negocios carente de un programa integral de gobierno y a un discurso apoyado en promesas abstractas, relatos que falsean los hechos y a denuncias sin fundamentos o respaldadas en acciones de una brigada de jueces y fiscales federales que violan las normas que rigen sus propias funciones, llegando incluso a desconocer principios básicos como el de presunción de inocencia y a arrancar “confesiones” bajo amenazas en sede judicial.
La experiencia de control directo de los resortes estratégicos del Estado por parte de las corporaciones económicas -algo que solo registra el antecedente de la última dictadura cívico militar, comandada por José Alfredo Martínez de Hoz y ejecutada por el genocida Jorge Rafael Videla- jamás logró estabilizarse en los planos político y social. A tres años del desembarco para saquear el Estado y posicionar, en condiciones más ventajosas aún que las que ya tenían los grupos a los que representa la Alianza, la economía tiene a la actual administración al borde de un abismo del que, de caer en él, solo podría salir en helicóptero. Justo a las puertas de las elecciones presidenciales.
Contra la intención gubernamental de instalar una agenda de temas que disimulase la gravedad de la economía, inflación, pobreza, dólar e incertidumbre se metieron con fuerza de ciclón entre las preocupaciones de quienes están en pleno proceso de constituirse en “votantes” y, es sabido, “el bolsillo” forma parte del dispositivo de construcción de la opción electoral.
Las empresas que se dedican a recabar esa información -mucho más cercanas a Cambiemos que a, por ejemplo, la ex presidenta Cristina Kirchner- coinciden en que los “valores” en los que piensa apoyarse la campaña macrista (corrupción, impunidad) pesan mucho menos que los indicadores económicos. El 84,6% de los encuestados por FocusMarket en abril considera que la situación futura será peor o igual a la que se vive en la actualidad. Al desagregar los temas referidos al “principal problema del país”, la inflación lideró con el 24,4%, con un pico del 35,8% para los porteños; apenas más abajo se instaló la pobreza con el 22,5% y un tema mucho más complejo de relacionar con la vida diaria, como es el endeudamiento externo, sumó un 10,9%. Agregados, esos tres aspectos de la economía preocupan prioritariamente al 57,8% de argentinas y argentinos, contra el 21,3% que se inquietan por la corrupción.
El informe publicado por D’AlessioIrol/Berensztein, otra de las consultoras que siguen los gurúes de Balcarce 50, destaca que aún antes del reinicio del proceso de inestabilidad del peso y mediciones inflacionarias superiores al 4% mensual como la de marzo y la esperada para abril, el 70% de los consultados desaprueba la gestión del Gobierno y más de la mitad cree que la situación va a empeorar.
El trabajo de la empresa por la que se guían los principales actores industriales, de finanzas, seguros, construcción, internet, medios, servicios públicos y tecnología, ponen al tope de las inquietudes nacionales a la inflación y la incertidumbre económica. Para la investigación, en base a respuestas múltiples, la “corrupción” baja al quinto lugar, con la aclaración de que la que le corresponde al “gobierno actual” le pisa los talones a la “del gobierno anterior”, con 37% contra 38%.
Si solo se tratase de analizar los “números macristas” y atender las conclusiones de los expertos del mercado, podría replicarse aquel “es la economía, estúpido” que explicó con parquedad porqué el “imbatible” George Bush padre, victorioso en el Golfo de Pérsico y beneficiario del “fin de la Guerra Fría”, con un pico de popularidad del 90%, no logró su reelección y fue derrotado por Bill Clinton. Sin embargo, la construcción del comportamiento electoral es más compleja y el desastre económico, como el que vive, día a día y en sus macronúmeros, la Argentina, no necesariamente tiene que reflejarse de manera automática en las papeletas que entran en cada urna.
De amores y de odios
Desilusiones, errores y, muy especialmente, una campaña explícita, a través de los medios privados de comunicación, infinitamente más influyentes que cualquier cadena nacional de Radio y Televisión Argentina S.E., no solo hicieron “populares” a los candidatos de la gran economía, las energéticas y las finanzas internacionales, sino que engendraron una reacción contraria a los representantes de los doce años de mayor redistribución de la renta en el país, con Cristina Kirchner -“la yegua”-, como mascarón de proa del barco de lo horrible.
La renuencia de los escasos 339.388 votos que hubiese necesitado Daniel Scioli para ganarle por un sufragio a Macri, seguramente se empolló en ese nido, el mismo que le permitió al ingeniero boquense sumar entre el 25 de octubre y el 22 de noviembre de 2015, las simpatías de 4.387.218 votantes a sus originales 8.601.131 seguidores. Se trata de misma matriz de un proceso extendido hasta el presente en el que la acumulación electoral se realiza “en contra de” más que en acompañamiento de determinadas políticas, propuestas o, ni qué decir, programas.
Desde hace tres años la estrategia electoral macrista se apoya en el supuesto rechazo electoral a CFK como garantía de triunfo, el famoso “techo bajo” de una dirigente con un “piso” muy alto de simpatías que no le alcanzarían para imponerse en un “mata-mata” presidencial. De ahí surgió Cambiemos como “el partido del ballotage”… hasta que llegó 2019, sus urgencias electorales y, sobre todo, las consecuencias concretas, diarias y vitales de los “numeritosmacristas” ya reseñados; aquella certeza empezó a resquebrajarse.
No hay uno solo de los sondeos de opinión, estudios de imagen electoral, comportamiento de consumidores o índices de confianza, que no alerten sobre el peso que, en este momento, ejerce la inflación sobre las percepciones sociales, políticas y electorales de la población con relación al actual gobierno y, en consecuencia, ponen de relieve el efecto que las mismas podrían tener sobre el comportamiento electoral, negativo para las candidaturas oficialistas, cualquiera fuese su rostro o la inicial de su apellido.
Aquella victoria que entronizó al gerente general de uno de los grupos económicos más fuertes del país, consolidado durante la dictadura cívico militar y engordado a lo largo de todos los gobiernos que la sucedieron, en base a contrabando y manejos cartelizados de la obra pública bajo el mando de su fundador, Franco Macri y de su hijo mayor, fue posible gracias a la conquista del voto de esos millones de ciudadanos que mudaron el ropaje de sus intereses y, a la luz de los números al menos, terminaron pegándose un tiro en los pies.
Miseria cotidiana, pérdida de trabajos formales, desaparición de las changas, cierre de negocios y empresas chicas, medianas y grandes, el valor de los productos de consumo básico y de los servicios vitales, influyen sobre la opinión de ese mismo electorado; las estadísticas que muestran un estrechamiento de las posibilidades reelectorales empiezan a reflejar un “indulto social” hacia la ex presidenta, aquella del “techo bajo” a quien, según las propias encuestas oficialistas, un 10% de quienes “nunca la votarían”, transitaron en las últimas semanas hacia un “podría votarla”.
La nueva dinámica opositora, iniciada por la propia Cristina Kirchner, quien rompió su actitud de cerrarse en una “minoría intensa” para contribuir al armado de listas provinciales que priorizaron procesos de unidad por encima de los privilegios hacia sus laderos orgánicos en los siete distritos en los que ya hubo competencias y en la inminente elección cordobesa, también constituye una herramienta de acumulación electoral y de construcción de un espacio mucho más amplio que el suyo propio.
Una profundización de ese desarrollo podría formalizarse con su participación en elecciones internas sin exclusiones, una herramienta de la que fue refractaria en 2015 y 2017, años en que el perón-kirchnerismo fue derrotado. El ex gobernador bonaerense, Felipe Solá -crítico fuerte de CFK y figura importante del Frente Renovador de Massa durante los tres primeros años de gestión PRO-, al anunciar su vocación presidencial, adelantó su decisión de participar de ese proceso interno, con lo que puso en evidencia la importancia de confluir en un proceso de unidad, ante la gravedad de la coyuntura económica y social que vive el país. Junto a lo gestual, su alternativa ensancha el espacio de convocatoria, muy especialmente, en la provincia de Buenos Aires que, una vez más, tendrá peso decisivo sobre la suerte electoral de argentinas y argentinos.
La parafernalia tecnológica de control y medición del humor social coordinada por el jefe de Gabinete, Marcos Peña Braun, detectó rápidamente los efectos de esos movimientos. También lo hicieron los equipos que trabajan para los grupos internacionales que usufructúan los movimientos financieros del gobierno y se llevan intereses de hasta 15% en dólares, que ya habían dado por terminada su temporada de caza especulativa en el país.
El Gobierno entró en pánico, sobre todo cuando los tenedores de bonos ajustaron sus recaudos y -además de tomar hasta el último de los u$s 3.500 millones que el Tesoro pagó por vencimientos externos el lunes 22 de abril- intensificaron los contactos con los economistas más cercanos a Cristina Kirchner. Recibieron respuestas racionales y terminaron siendo perjudiciales para el equipo del Presidente, que había salido a pregonar terrores que ya no impactan en una población que está contra las cuerdas de la pobreza, como es la amenaza de una futura nueva cesación de pagos de una deuda externa que Macri llevó hasta el desequilibrio de las finanzas.
Del abecedario al golpe consentido
La primera reacción oficial fue transformar el derrumbe de sus posibilidades electorales (la imagen negativa de Macri está en el 85%) en susto. Ante todo, la Casa Rosada dejó trascender los resultados del estudio realizado por una consultora de su máxima confiabilidad que colocó a Cristina Kirchner superando a Macri por 9 puntos ante una eventual segunda vuelta: acciones de empresas y bancos argentinos que cotizan en el exterior cayeron 8%, bajaron los valores de los bonos y la tasa del “riesgo país” arrancó su trepada con 851 puntos y llegó a niveles récord.
Al exhibicionismo masoquista, Macri, Peña Braun y la ministra del Interior, Patricia Bullrich, sumaron fantasmas como el del camino hacia “Venezuela”, el “riesgo país es Cristina” y, una vez más, el “default”. Sin embargo, la jugada parece haber dado una vuelta de campana para terminar convenciendo a propios y extraños de que el triunfo de Macri en las elecciones de octubre es una quimera cada vez más lejana y, con todas las luces rojas encendidas, comenzó el deletreo del abecedario de las candidaturas alternativas: la V de Vidal, María Eugenia, la H de Horacio, Rodríguez Larreta, y hasta la L, de Lavagna, Roberto.
Reemplazar a Macri en la fórmula presidencial implicaría colgar la bandera blanca de la rendición y el fracaso sobre la casona de Balcarce 50, algo que, en una situación de extrema volatilidad económica, con las divisas escapando del barco y el dólar listo para emprender nuevos vuelos, puede provocar el desajuste de las pocas ataduras del velamen, generar la hiperinflación con la que la irresponsabilidad de la toma de deuda ya amenaza y el descontrol de precios alienta. De una situación como esa, con las calles ocupadas por protestas sociales, gremiales y políticas, las posibilidades del mandatario de llegar al fin de su mandato constitucional se tornarían complicadas.
Sin embargo, el único que parece entender el riesgo que corre es el propio Macrique -a pesar de la intención de voto menor al 25% que la dan sus encuestas secretas, que no son las que filtra Marcos Peña- hasta el momento le ha doblado el brazo a quienes pulsean por su declinación. Al promediar abril, y ante el reclamo frontal de un grupo de ex radicales convertidos en sus fieles, confesó que su“primera prioridad es terminar el mandato”, dejando para un segundo plano el “tratar de ganar la próxima elección”. Días después, su jefe de Gabinete, siempre desde las bambalinas, dejó correr que María Eugenia Vidal cuida las apariciones públicas fuera de su provincia para evitar la sensación de estar “en campaña presidencial” porque, “de suceder eso, se produciría una corrida política que haría trizas las posibilidades de retener la Presidencia” por parte de Cambiemos.
Contemplada como herramienta de campaña, la presión judicial sobre Cristina Kirchner y sus funcionarios subió a límites de caldera en los últimos doce meses; sin embargo las denuncias no lograron quitarle simpatías electorales a la ex mandataria, con el agregado de que las denuncias que salpican al juez Claudio Bonadío, el fiscal Carlos Stornelli, los jefes del espionaje federal y a los operadores judiciales del gobierno, ponen en tela de juicio el grueso de las acusaciones y -se comenta por lo bajo en Comodoro Pro- si los porcentajes electorales siguen su curso, más temprano que tarde el castillo de naipes antikirchnerista va a derrumbarse por un cúmulo de “falta de las garantías en el debido proceso”.
La impotencia no es buena consejera y, no pocas veces, engendra dislates, como el dibujo de un “golpe blando” que, en ese caso, debiera contar con la “complicidad del afectado”. Es decir, la generación de una situación de vacío de poder institucional causado por la renuncia voluntaria del propio mandatario y de su vicepresidenta, Gabriela Micchetti, que permitiese la asunción de un “presidente de transición”, escogido de un repertorio de senadores y gobernadores justicialistas, que se encargue de preparar los futuros comicios, en base a un cronograma nuevo y con posibilidades de constituirse él mismo en candidato que, en la salida de Macri, logre la carambola que se lleve puesta a Cristina Kirchner y sus votos tan temidos.
La ciencia ficción es un género que siempre fue exitoso en la Argentina; a veces los grupos de poder estiran sus guiones a límites de desquicio. Lo que ninguna de sus plumas ha logrado, al menos hasta el momento, es disimular aquellos números que matan de hambre, frío y tristeza a la mayoría de quienes en pocas semanas vestirán sus ropas de electores.
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(*) Carlos A. Villalba. Psicólogo y periodista. Investigador argentino asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE) (http://estrategia.la).
Ilustrada con fotos del autor, tomadas de la exposición “CARLOS ALONSO. Pintura y Memoria”, exhibida en el Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, Argentina, del 12 de abril al 14 de julio de 2019,
(1) CARLOS A VILLALBA: Numeritos Argentinos: camino al infierno abrazados al FMI (http://laotracampana.com.ar/numeritos-argentinos-camino-al-infierno-abrazados-al-fmi.html