Argentina ante el espejo boliviano: Si ladra y tiene cola… es golpe de Estado
“Nuestro peor delito o pecado es que ideológicamente somos antiimperialistas.
No por este golpe vamos a cambiar por trabajar por los humildes.
Hemos bajado la pobreza extrema y hemos fortalecido la lucha de los pueblos.
Muchas gracias hermano presidente mexicano, a su gobierno”
Evo Morales al pisar tierra mexicana.
Estoy orgulloso de haber sido vicepresidente de un indio.
Y en estos tiempos difíciles que se vienen para mi amada Bolivia
seguiré luchando junto a Evo
por ese país plurinacional e igualitario que tanto soñamos”.
Álvaro García Linera, tras el golpe de Estado.
Por Carlos A Villalba*/El Furgón –
Cuando un animal ladra y mueve la cola, es un perro; si maúlla y para la cola, es un gato; cuando un general le dice a un presidente electo por su pueblo que debe renunciar… es un golpe de Estado. Como en este caso lo es la expulsión de sus cargos del presidente de la República Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, y de su vice, Alvaro García Linera.
La región y el mundo asisten a un golpe “cívico, policial y militar”, como lo definió el destituido mandatario de ascendencia originaria aymara que, en 13 años y a partir de la renacionalización de gran parte de los recursos hidrocarburíferos y mineros de su país, desarrolló el proceso de transformaciones más profundas -y beneficiosas para su pueblo- del siglo XXI en toda Latinoamérica.
Los cambios estructurales que condujo superaron incluso los logrados a partir de la redistribución de la renta petrolera en Venezuela o Ecuador y la granaria en la Argentina; estuvieron por encima de las leves mejoras del Chile de Michelle Bachelet y de las conquistas de los sectores populares del Uruguay del Frente Amplio y hasta fueron más allá de los logros del fabuloso “hambre cero” de Lula da Silva en Brasil.
La revolución plurinacional de la Bolivia de Evo se apoyó en esos cambios que le permitieron multiplicar la inversión en proyectos sociales, aumentar sueldos, reducir el desempleo, alcanzar tasas de crecimiento de su economía que, como sucederá en este 2019, ascienden al 3,5 por ciento, contra la caída de 3 puntos en la Argentina de Mauricio Macri. Y, sobre todo, entre 2005 y el año en curso reducir la pobreza en 23 puntos, desde aquel altísimo 38,2 por ciento inicial.
Más esencial que cualquier indicador económico, fue la revolución cultural que posibilitó en base a ampliación de derechos, el empoderamiento de las mayorías originarias del país, la organización del campesinado, la aprobación de la Constitución del Estado Plurinacional que instauró cuotas de parlamentarios originarios, un sistema judicial indígena aplicado a determinadas regiones, reconoció “territorios indígenas” junto a los niveles administrativos tradicionales y dio derechos a la Madre Tierra que, lejos de constituir una metáfora del romanticismo, sentó las bases del desarrollo de un modelo de “Buen Vivir”, con control del extractivismo.
Indias, cholas, negras, indios, cholos, negros, abandonaron su condición de invisibles y semiesclavas y esclavos pasaron a ser, sencillamente, personas, protagonistas de los cambios, conductores de sus vidas y de su gobierno. Algo semejante, aunque a otra escala, a la obra de Milagro Sala, la primera prisionera política del actual gobierno argentino, y de su gobernador jujeño, Gerardo Morales.
El racismo de las minorías indignadas en la pérdida de sus privilegios, el fascismo de los grupos de choque, las Fuerzas Armadas inficionadas por el Departamento de Estado de los Estados Unidos y su Comando Sur, además de la Administración para el Control de Drogas (“DEA” por sus siglas en inglés, responsable de la operación narco de infiltración y espionaje de Evo conocida como “Rey Desnudo”),lograron el objetivo destituyente. Lo hicieron junto a las policías perdidas en las corrupciones locales; a las grandes corporaciones del mineral y los hidrocarburos y a la conducción de la Organización de los Estados Americanos (OEA), manejada por la administración Trump y regenteada por el ex canciller uruguayo Luis Almagro.
Después llegan las anécdotas, dolorosas a la hora de escribir estos apuntes de urgencia. Pero hasta lo más superficial se trama con la estructura profunda del actual mundo financierizado y apropiador de recursos. Cuando Luis Fernando Camacho, apodado “el Macho”, para rimar con todo lo más despreciado del siglo XXI, entró con su Biblia de cruzado en su Jerusalén del Palacio Quemado (gracias Gustavo Veiga por la más exacta imagen de los sucedidos), no era solo un “exaltado mesiánico” arrodillado sobre la bandera boliviana y a punto de prender fuego a la wiphala de siete colores de los pueblos originarios de la cordillera de los Andes. En realidad fue la rica Santa Cruz, productora del tercio del PBI nacional y el 70 por ciento de los alimentos del país, junto a su “Medialuna” compartida con Beni, Pando y Tarija, la que expulsaba a la administración de un Estado que asumió el control de los bienes comunes y procedió a su redistribución.
Tampoco era solo el miembro de un grupo económico que, con la renacionalización de Morales se quedó sin los 1000 a 1500 dólares por casa que costaba la conexión a la red de gas que pasó a ser gratuita, además de perder las ganancias millonarias por su extracción y comercialización, ni era un simple acusado de “coadyuvar a personas y empresas a esconder sus fortunas en entidades offshore, lavar dinero y establecer esquemas de evasión de impuestos” por los mismos Panama Papers que involucran al mandatario argentino que considera que lo suyo no es golpismo. La destitución de las autoridades legalmente constituidas prepara las condiciones para el reasentamiento de las corporaciones de los hidrocarburos y, muy especialmente de los minerales estratégicos como el coltán y el litio, claves para la industria aeroespacial, nuclear y de las comunicaciones digitales.
El plan de vuelo de una América en construcción
A la hora de escribir estos doloridos apuntes de emergencia hay muchos temas que van quedando en el tintero; no por faltos de importancia sino, precisamente, por las urgencias del momento, por ejemplo, la búsqueda de explicaciones a las pérdidas de votos de muchos gobiernos nacionales y populares entre un mandato y otro o, un fenómeno también compartido, el empecinamiento reeleccionista de sus líderes. Del mismo modo que van quedando fuera del relato el papel, una vez más, que juegan en los procesos desestabilizadores los grupos de medios concentrados, las estructuras judiciales y su “guerra” contra las figuras representativas de esos gobiernos que llegan a sus encarcelamientos, a persecuciones implacables y hasta destituciones. Sin embargo, cabe decirlo, en este caso, el continente no asiste a ese eufemismo del “golpe blando” sino, con todas las letras a un golpe de Estado a la vieja usanza, con las oligarquías y las corporaciones transnacionales decidiendo y los uniformados -formados por Estados Unidos y sus agencias- operando.
El presidente electo argentino, Alberto Fernández, tuvo que estrenar rápidamente, y desde el llano, el diseño de su política exterior independiente, solidaria y latinoamericanista. Acababa de reconocer la victoria electoral del presidente constitucional de Bolivia, no terminaba de abrazarse en México con Andrés Manuel López Obrador y coordinaba el encuentro del Grupo de Puebla en Buenos Aires cuando estalló el ataque contra Evo y su modelo.
Lo primero que hizo fue llamar a las cosas por su nombre, al pan pan y al golpe… golpe. Lo segundo, generar las condiciones para que el Presidente de Bolivia no fuese asesinado en medio de una cacería que se mantiene hasta el momento en su país y que agrega características de venganza étnica a la persecución política, junto a la obvia garantía del derecho de asilo a quienes lo reclamaran ante los consulados argentinos en el país vecino.
La vergonzosa posición de un gobierno que tiene como fecha de defunción el cercano 10 de diciembre, dio más relieve aún a la actuación del futuro mandatario y de sus colaboradores en el tema. Mientras Macri dudaba y terminaba por aceptar la orientación negacionista y pro golpista del Washington, su embajador Normando Álvarez García comparaba la destitución bajo amenaza de un Presidente con la partida en helicóptero de Fernando De la Rúa, reprimiendo al pueblo con decenas de muertos en medio de la peor crisis económica y social del país generada por sus propias políticas,y el canciller Faurie se mantenía fiel al blasón de ser “un hecho desgraciado de la historia de la diplomacia argentina” con que fue “condecorado” por Fernández.
Cuando se acaba el tiempo de Cambiemos, la situación ahondó la “crisis” con el radicalismo que, ahora, rechaza la posición macrista, y hasta logró que la Asociación Profesional del Cuerpo Permanente del Servicio Exterior de la Nación (APSEN), siempre discreta y silenciosa ante la falta de respeto a la que fueron sometidos los funcionarios que representa por parte de la Casa Rosada y su gestor en el Palacio San Martín, le enmendaron la plana a su superior y, sin las sutilezas de su profesión, repudiaron “el golpe de Estado”.
Sin los recursos del aparato estatal, con dos celulares y, eso sí, una buena agenda de contactos internacionales nutrida en especial desde su triunfo en las primarias decisivas del 11 de agosto pasado, Alberto Fernández se puso al frente del operativo. Dialogó con AMLO, quien ya estaba en tema y, juntos, organizaron el asilo del colega depuesto y la ruta del rescate de alguien cuya cabeza ya tenía precio (50.000 dólares). Tuvo que hablar con Macri, explicarle la situación e, incluso, informarle que los consulados estaban cerrados lo que impedía el ejercicio del derecho de asilo para perseguidas y perseguidos políticos.
Argentina hubiese sido el lugar para que Evo comenzase su destierro; sin embargo, la sujeción a los intereses de Estados Unidos y hasta la falta del sentido de oportunidad por parte de su actual jefe de Estado, fueron reemplazados por el mecanismo de “relaciones fraternas” que acababa de inaugurarse entre México y Buenos Aires. La decisión soberana de López Obrador y el compromiso de su amigo del Sur reemplazaron el papel que deben cumplir organismos subregionales como la Unión de Naciones Suramericanas, en tanto la OEA es conducida desde el Norte.
Entre las diferentes pérdidas continentales producidas a partir del reflujo de los procesos populares, se encuentra precisamente esa visión estratégica de Patria Grande y la desarticulación en la práctica de espacios como la propia Unasur o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que, sin Lula ni Dilma, sin Cristina Kirchner y sin Rafael Correa quedaron desmanteladas.
El periplo del avión militar mexicano que rescató a Evo, con el aeropuerto de partida rodeado de personas que lo protegían, inscribe la huella de la América del presente, con el espacio aéreo argentino, brasileño y ecuatoriano negado para un vuelo que, a esa altura, cumplía una misión humanitaria; con Perú que autorizó la recarga de combustible pero que no pudo resistir las presiones cuando la nave ya tenía en su interior la carga preciosa de un indio que mostró al mundo que “se puede”, pero de verdad y en beneficio de los últimos de la fila.
También expresó la decisión soberana de un gobierno que todavía no arrancó, el del Frente de Todxs en la Argentina, cuyo conductor podrá repasar los hechos, revisar los peligros que implica incluir a la DEA y sus propuestas en las problemáticas de seguridad y tráfico, que algunos miembros de su entorno le proponen, y analizar los comportamientos de estructuras que gustan recostarse sobre las directrices, y los recursos, de un Comando Sur que, aunque no desembarca marines, se vale de problemáticas como las humanitarias para mantener su incidencia territorial y la cercanía a los bienes estratégicos que, como Bolivia, Argentina también los tiene y no todos con nombre de mamífero lechero.
* Periodista y Psicólogo argentino. Investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico. Miembro de La Usina del Pensamiento Nacional y Popular