“Ausencia de mí”. Los años de Zitarrosa en el exilio
El inolvidable trovador uruguayo Alfredo Zitarrosa es evocado en el documental Ausencia de mí, que a través de un riguroso rescate de su archivo personal reconstruye sus años de exilio. Se estrena en el Gaumont.
Por Fernando Chiappussi/El Furgón –
“Las nuevas canciones son de política, que es de lo que se debe cantar hoy en día” dice, palabras más palabras menos, la voz de Alfredo Zitarrosa en un momento del documental Ausencia de mí, realizado por Melina Terribili a partir de su acervo personal. Lo dijo en los primeros años setenta, cuando Zitarrosa era una de las máximas figuras del canto popular uruguayo -todavía no se había convertido en leyenda- a partir de éxitos como “Doña Soledad”, “El violín de Becho” o el contemporáneo “Adagio en mi país”. Quiso el destino que justo en su momento de mayor difusión y compromiso, el presidente Bordaberry decidiera cerrar el Congreso (junio de 1973) y comenzaran años de represión calcados de lo que venía ocurriendo en países vecinos (y pronto se extendería a la Argentina).
Trailer de “Ausencia de mí”
En poco tiempo, la dictadura uruguaya diezmaba a los tupamaros pero también encerraba a figuras como el escritor Juan Carlos Onetti, por premiar un cuento sobre un represor, e imponía la censura a todo lo que tuviera tufillo a ‘disociador’, como se decía en la época. El autor de “Pa’l que se va” no tuvo más remedio que partir él mismo, primero yendo a actuar a Buenos Aires, donde grabó sus “Diez décimas de saludo al pueblo argentino”; luego a vivir a España, donde la dictadura franquista había terminado apenas meses antes que comenzara la nuestra; y por último a México, antes de poder volver a Uruguay. En buena parte de ese periplo, que llevó diez años -de 1974 a 1984- lo acompañaron su mujer y dos hijas pequeñas. Son ellas quienes, treinta años después de su muerte, ahora entregan su archivo personal para su ordenamiento, catalogación y preservación, proceso que Terribili -cineasta argentina que ya hiciera un documental sobre la familia Carabajal- registra y aprovecha para reconstruir esos años de exilio.
Buena parte de Ausencia de mí se dedica a armar un collage del pasado recurriendo exclusivamente al archivo, enriqueciendo los tesoros personales del cantor -películas familiares en Súper-8, cintas de audio, fotografías, manuscritos con letra de pájaro- con materiales de archivo histórico que ayudan a reconstruir lo que ocurría en el paisito en esos años difíciles, así como en los sucesivos destinos del exilio. Sin necesidad de testimonios, evitando el lugar común del documental de“cabezas parlantes”, Terribili consigue que Zitarrosa repase la historia en primera persona, a través de declaraciones en reportajes, conversaciones informales o intimidades contadas en esas cartas en cassette que se volvían habituales para los expatriados en los años setenta y ochenta. Cada tanto, vemos a sus hijas ya crecidas volver sobre algún detalle o ponderar el valor de algún fragmento inédito encontrado en ese cajón de sastre que es el archivo de todo artista, siempre repleto de anotaciones, ideas luego desechadas u olvidadas, que hoy cobran un nuevo sentido, permitiendo atisbar en esos años problemáticos.
Este no es un documental introductorio de la figura de Zitarrosa: para eso es mejor recurrir a YouTube, ese reservorio anárquico del cine y la televisión más reciente, o a alguna de las biografías del cantor (recomendamos la muy exhaustiva de Guillermo Pellegrino, Cantares del alma). Para el iniciado en su obra, no obstante, resultará un film de gran valor dados los tesoros que exhibe por primera vez, así sea de forma fragmentaria: la voz de Zitarrosa, en especial, nos transmite la preocupación por su sequía compositiva, permite atisbar los comienzos de “Guitarra negra”, o descubrir el gusto por la música barroca que escucha en una radio española, así como otras influencias de los lugares por donde pasa. Hasta el cándido placer por el asado a la argentina que le hacen en una tarde perdida en México, patente en la sonrisa con que ataca un costillar para la cámara.
En la evocación de esos años la ausencia siempre se hace ver, el recuerdo es incompleto: escuchamos la voz de Alfredo sin verlo, o lo pescamos sonriendo a cámara en una película sin sonido. Imagen y sonido parecen disociados hasta el regreso, cuando vemos la caravana que va a buscarlo al aeropuerto de Carrasco y escucha en el Estadio Centenario una sentida versión del “Adagio en mi país”, la única canción que se escucha completa en el film (lo dicho: el que quiera descubrir la música de Zitarrosa, que empiece por otro lado). Al cantor le quedaban apenas cinco años de vida, que transcurrieron en encierro y depresión, una melancolía que se había instalado en el exilio y de la que muchos dicen nunca volvió a salir. De ello también hay testimonios personales del cantor, incluyendo el hallazgo de un libro inédito de poesía, aparentemente terminado, del que se reproduce un fragmento conmovedor (Zitarrosa, además de compositor, había sido periodista y era un escritor de nota).
Ausencia de mí captura el ánimo del cantor y lo hace propio, casi como si el hombre hubiera estado dictando qué poner y qué no. Claro que la timidez e introspección de Zitarrosa hubieran hecho difícil, sino imposible, mostrarlo de esta manera en vida. Queda entonces, este modesto pero efectivo conjuro de una voz esencial en la canción latinoamericana.