Sergio Ramírez ex vicepresidente de Nicaragua en 1979: “La revolución nicaragüense ya no está ahí”
Llegó al poder con la revolución de 1979 junto a Daniel Ortega y fue confirmado como vicepresidente en las urnas en 1985. La derrota electoral del Frente Sandinista en 1990 lo alejó del poder y de sus camaradas por disidencias que supo explicar en su libro Adiós muchachos. Desde entonces se convirtió en un duro crítico de su ex compañero Daniel Ortega y hoy enarbola nuevas posturas sobre el rol de la izquierda en estos años de posmodernidad y embate de la derecha. En diálogo con El Furgón explica porque.
Por Fabian Kovacic/El Furgón –
El Furgón: – ¿Qué quedó de la revolución nicaragüense de 1979, que las izquierdas del continente están divididas frente al gobierno nicaragüense actual? Hay una suerte de confusión.
Sergio Ramírez: – El error es la costumbre de pensar en revoluciones como procesos permanentes de poder. Así nos enseñaron a pensar en los años sesenta y setenta. Que las revoluciones llegaban para quedarse y que eran procesos continuos de poder. Una vez que una revolución, ya sea la cubana o la nicaragüense, conquistaban el poder era porque estos proyectos no tenían plazos. Y siempre decimos: – bueno, ¡pero es la revolución nicaragüense! La revolución nicaragüense ya no está ahí. Terminó cuando el Frente Sandinista perdió las elecciones en 1990 en un hecho democrático que debió haber dado paso a otra situación. La revolución debió haber reivindicado como muy legítimo y una gran conquista popular el hecho de haber establecido la democracia y la alternancia política en el país. Porque eso fue fruto de una revolución que costó mucho en sangre, en esfuerzo y destrucción. Pero una parte de la izquierda piensa que esa no es una herencia legítima de la revolución. Y esto me parece no solo un pensamiento ortodoxo si no anticuado. En 1979 nosotros pensábamos que la democracia si no era prescindible del todo al menos no era prioritaria. Lo prioritario era la transformación económica y social. Generar riqueza y que esa riqueza beneficiara a los más pobres. Eso era muy legítimo. Lo que no era legítimo era apartar la democracia de esa idea.
E. F: – ¿Y cómo evalúa ahora esa mirada que tenían ustedes en esos años?
S.R: – Hoy nos encontramos con que las revoluciones nunca generaron riqueza para distribuir a los más pobres. Los abismos de pobreza en Venezuela, en Nicaragua, son mucho más profundos de lo que eran antes y más bien que un proceso de enriquecimiento en el país se producía un proceso de empobrecimiento. La izquierda no asume que esto es equivocado. No falló porque los gringos, los yanquis, el imperialismo siempre están encima. En Nicaragua el proceso terminó en 1990 pero luego es retomado por Daniel Ortega en nombre de aquella revolución que ya no existía en cuanto a sus valores y sus ideales. Y es retomado como un proceso de poder utilizando los símbolos viejos de la revolución, su retórica que ya no se parece en nada con aquella. Es un proyecto más personal y familiar por el poder mismo.
E. F: – La descripción que hace ¿que puede aplicarse a otras fuerzas de izquierda de otros países de Centroamerica?. Pienso en el Frente Farabundo Martí de El Salvador (FMLN), en la UNRG guatemalteca que va a elecciones con muy pocas chances de ganar ¿Es asi?
S.R: – En el caso del Farabundo Martí en El Salvador es un proceso distinto al de Nicaragua. Nadie puede culpar a los dos gobiernos de izquierda del Farabundo Martí, tanto el de Mauricio Funes (2009-2014) como el de Salvador Sánchez Ceren (2014-2019), de gobiernos autoritarios, que pasan por encima de las instituciones para quedarse. Ahora veremos con que suerte va a gobernar Yahir Bukele porque es un dado tirado el aire. De ninguna manera es comparable con el caso del FSLN nicaragüense. Daniel Ortega quemó a todos los posibles candidatos alternativos dentro del partido para quedarse solo él y su familia. Esto no siquiera tiene que ver con esquema político tradicional del viejo marxismo sino que es muy parecido a cualquier otro de la América Latina bananera. Es el poder por el poder mismo.
E.F: – ¿Qué expectativa le genera López Obrador en México?
S.R: – Tiene muchos problemas que resolver porque se propuso un programa de cambios muy numerosos y en ese programa no cabe la situación de Centroamérica ni del resto de América Latina. México tiene que darse cuenta en algún momento que tiene al sur de su frontera un problema grave que es Nicaragua, capaz de desestabilizar a roda la región.
E.F: – ¿La izquierda latinoamericana tiene que tirar los libros con los que se formó entre las décadas de 1950 y 1970? ¿Qué le queda por hacer?
S.R: – A repensarse. El esquema de pensamiento del Foro de San Pablo es obsoleto. ¿Por qué la izquierda latinoamericana no se repiensa en términos uruguayos? Esa es una buena pregunta. Uruguay ha tenido con el Frente Amplio gobierno verdaderamente de izquierda. Son gobiernos legítimamente de izquierda dentro de las circunstancias que vive Uruguay como país. Pero todos han sido muy democráticos. Y ejercen la democracia a fondo. ¿En que país de América Latina hoy sería posible que el presidente de la República destituya al jefe del Ejército como hizo Tabaré Vázquez? Eso no es juguete. Pero Uruguay es una democracia que funciona con un gobierno de izquierda y apoyada en un frente muy diverso como es el Frente Amplio. Me parece que es un ejemplo en el que la izquierda latinoamericana debiera mirarse para ser exitosa en términos económicos y sociales. Porque en América Latina están pendiente muchísimas transformaciones que sin una izquierda inteligente no se van a poder hacer. La derecha no está interesada en las transformaciones sociales.
E.F: – Si la derecha pretende sostener los mismos valores de hace siglos ¿Cuáles debieran ser los temas pendientes de la izquierda?
S.R: – La derecha pretende mantener sus privilegios y acumular riquezas. Quizá la centroderecha haya hecho modificaciones en algún que otro país con la forma de redistribuir la riqueza, no lo podemos negar. Pero la izquierda en el esquema político es imprescindible. Porque el papel de la izquierda sigue siendo mover hacia la sensibilidad por los más pobres que en América Latina son legión. Tiene que buscar el poder para beneficiarlos pero debe hacerlo en términos modernos y no como patrocinio populista. Eso no es transformación.
E.F: – ¿Pero entonces a la izquierda le queda vedado discutir el poder económico?
S.R: – Eso quedó completamente obsoleto. En ningún programa de ningún partido de izquierda hoy figura la premisa de nacionalizar para redistribuir. ¿Qué hizo la izquierda de manera unánime? Aceptó el mercado en términos de lo que más aborrecía la izquierda tradicional revolucionaria que pugnaba por tomar el poder por las armas: los términos socialdemócratas. Decir socialdemócrata era bastante insultante en aquellos años de la revolución. Era un tibio que quería reformas. Pero hoy ¿mencione usted un partido de izquierda que no sea socialdemócrata? Por lo menos en su concepción económica. Podemos tener una economía de mercado pero no sociedad de mercado. Esa es la diferencia.
E.F: – Ya no se discute la propiedad, digamos.
S.R: – No, claro que no. Porque ya estábamos de acuerdo que eso no funcionaba y Hugo Chávez vino a confirmarlo. El acaparamiento de propiedad pública, las nacionalizaciones y sobre todo meter la mano en la circulación de los bienes y servicios ha sido un fracaso.
E.F: – ¿La nueva izquierda debiera leer al francés Thomas Picketty, entonces?
S.R: – Debiera leerlo si. Lo leí con mucho interés hace un par de años. Pero en este tiempo las cosas pasan de moda demasiado rápido.
E.F: – ¿Cómo se sale de esta situación en Nicaragua con Ortega a la cabeza y con Donald Trump en Estados Unidos?
S.R: – Es que la izquierda no hace una reflexión crítica que se plantee golpear a Trump por su injerencia en Nicaragua y América Latina. Pero no por Trump defendamos a Ortega. Ortega es indefendible igual que Nicolás Maduro. Cuba merece otro tratamiento porque no es lo mismo de ninguna manera. No conectemos la aversión al intervencionismo norteamericano exacerbado del gobierno de Trump con el horror que significan estos gobiernos para sus pueblos. En Nicaragua, Trump no fue el responsable que Ortega mandara matar a quinientas personas hace un año durante las protestas callejeras. Podemos cargarle muchas responsabilidades a Trump por lo que pasa en América Latina pero esa masacre sería inmoral cargársela a él.
E.F: – ¿Cómo describiría la encerrona que atraviesa hoy Nicaragua a cuarenta años de la revolución?
S.R: – Estamos en una crisis como la que protagonizamos nosotros en 1979, cuando algo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. Ortega no representa el futuro.
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Portada: Composición con la tapa de “Adiós Muchachos” y foto de Jorge Mejía Peralta