miércoles, septiembre 18, 2024
Nacionales

Malvinas, el fútbol y la vida

Por Coordinadora de Derechos Humanos del Fútbol Argentino/El Furgón –

Gritó ooooole y festejó el caño. ¿El caño? ¿Qué caño? No tenía ningún rival enfrente. O sí. Depende de cómo se defina qué es tener un rival enfrente. Los borceguíes le pesaban. El cuerpo le pesaba. La respiración le pesaba. Hacía mucho frío. Demasiado frío. Mayo de 1982. La guerra, la muerte y el miedo acechaban. Las islas quedaban cerca del corazón y el hambre, cerca del estómago. Y en eso, el fútbol. O, mejor dicho, una suerte de pelota armada de trapos, camisetas, pasto e hilos. O sea, un alivio entre tantas bombas. O sea, una fugacidad para escapar de la cotidianeidad que el cinismo dictatorial había construido para cientos y cientos de pibes argentinos transformados, de golpe y sin previo aviso, en soldados.

El recuerdo afirma que fue un buen partido. Ocho o nueve jugadores improvisados. Los fusiles, tirados contra la aridez del suelo. Libertad para imaginar dónde se ubicaban los arcos. Más o menos como en cualquier barrio de cualquier rincón del país. Uno intentó tirar una bicicleta. Los demás lo miraron azorados y lo aplaudieron enseguida. Otro probó hacer jueguitos pero comprobó que esa especie de pelota no se sostenía en el aire con facilidad. La consigna era girar alrededor de eso que rodaba imparablemente. “Nos le pegamos como si fuera un caramelo”, aseguran los protagonistas de ese rato de fiesta erigido en medio del último manotazo de ahogado del proyecto genocida.

Con el casco puesto en una posición entre incómoda y ridícula, apareció uno que se presentó como Mario Alberto Kempes. El resto, en vísperas del Mundial de España, se sumó a ese juego dentro del juego: ponerse nombres de futbolistas famosos. “Pasámela, Diego”, se escuchó. “Tocá y andá, Ramón”, soltaron más allá. Maradona y Díaz eran las caras nuevas de un equipo que venía de consagrarse en 1978 pero que se marcharía en la segunda ronda del torneo. Un estruendo se escuchó a lo lejos. No había que esconderse por el momento. Con el viento como testigo, la única regla era dejar atrás la tristeza como cada uno pudiera. Eligieron el mejor camino: lo hicieron todos juntos.

Y el fútbol, que a veces se vuelve una poción mágica para resistir una realidad que sigue doliendo, otra vez. Aunque se cumplan 37 años de una herida llamada Malvinas. ¿Si no fuera así, cómo se explica que el ooooole que anuncia un caño funcione como un atajo a la vida?