“La hermanita perdida”, el último libro de Roberto Retamoso
El pretexto resultó de la aparición de “La hermanita perdida”, reciente novela de Roberto Retamoso, editada por la Cooperativa La Masa y publicada por entregas a lo largo del año 2021, en el semanario El Eslabón. Pero la conversación con el destacado intelectual rosarino derivó hacia otro ámbito, distante-o no tanto- del quehacer literario.
Retamoso es un tipo afable. Conserva en su discurso una rara mezcla de maestro las veinticuatro horas con rétor latino, además de muchachón aviva giles, habitante de cualquier esquina de la ciudad. Una larga trayectoria en los diferentes niveles de la educación en el área de las letras, lo convierte en un imprescindible. Sus obras abarcan todos los géneros literarios. Ha publicado crítica y ensayo: La Dimensión de lo Poético, Figuras Cercanas, Oliverio Girondo: el devenir de su poesía, Apuntes de Literatura Argentina, El Discurso de la Crítica, y Realismo y Metafísica en Roberto Arlt, Macedonio Fernandez y Leopoldo Marechal, De un glosar redundante; poemarios, entre los que se cuentan Preguntas del Hijo, La Primavera Camporista y otros poemas, Teoría de la lectura, El Diecisiete Y Tangata Rosarina; y novelas: Las Aguas Cárdenas, Prosopopeyas, uno “raro” titulado Fastos de Mnemosine (memorias de un dueño de la tierra). Profesor, analista, militante; mojón ineludible no solo para hablar del mundo académico o del hecho artístico.
EF: —Pasó el trabajo docente, con sus buenas, pero también con sus sinsabores. Es el tiempo de la cosecha, y si se realiza escribiendo, mejor ¿no? Además resulta volver al primer amor, al de las colaboraciones en La Tribuna.
RR: —Es así, lo cual significa retrotraerme a medio siglo atrás. Debo recordar que mi vínculo con La Tribuna tuvo dos etapas, o momentos. Uno cuando entré en la Facultad de Filosofía en 1966, y allí conocí a Luis Etcheverry, que trabajaba en La Capital y donde llegó a ser secretario de redacción, si no me equivoco. Luis me propuso hacer reseñas para La Tribuna, medio con el que estaba vinculado, y la primera que escribí a pedido de él fue sobre “Cuentos de amor, de locura y de muerte”, de Quiroga. ¡Mi primera vez!… Inolvidable, como toda primera vez. Y después, ya en los años ochenta, Hugo Diz me invitó a hacer notas para el mismo medio, lo cual significó un aprendizaje invalorable. Porque lo primero que escribí para publicar fueron esas colaboraciones periodísticas.
EF: —Puede observarse en su obra un transitar de la lírica a la narrativa; del ensayo a la novela, y también, porque no, la incursión sobre géneros poco transitados ya, tributarios del acervo clásico (“Tangata Rosarina”, fábula melodramática a orillas del Paraná, o las Memorias de un viejo patricio dueño de la tierra) ¿Es de alguna manera seguir con la cátedra, pero ahora abierta a los lectores?
RR: —No se me había ocurrido, pero es muy probable que así sea. De todos modos, en este momento de mi ya extensa carrera (¡por no decir vida!…) la manera de seguir con la cátedra pasa por mi participación en la Escuela de Literatura de Rosario Aldo F. Oliva. Ése es el lugar donde sigo dando clases, acompañado por un equipo fantástico que integran Roberto García, Bruno Crisorio, Jorge Testero, Eduardo Valverde, Andrea Ocampo y vos mismo. Como bien sabés, allí inventamos una modalidad de transmisión (prefiero este sustantivo a “enseñanza”), basada en la autogestión, la participación democrática y la producción colectiva de conocimiento. Ojalá en la universidad se pudiese trabajar de esa manera, pero la institucionalidad burocrática de las universidades lo vuelve imposible, por lo que considero que lo que estamos haciendo en la Escuela Aldo Oliva es infinitamente superior a lo que podría hacerse en la universidad.
EF: —Reminiscencias varias: la novela por entregas-folletín-, correspondiente al linaje de un tal José Hernández, la paráfrasis al título de una zamba de Yupanqui, y la herida abierta de Malvinas: ¿Cómo resultó amalgamar esa confluencia de sensaciones, caras a nuestra significación de patria?
RR: —Entiendo que José Hernández no publicó su gran obra como folletín, al menos hasta donde sé, pero es cierto que su libro se vendía “como pan caliente” en las pulperías donde se reunían los gauchos. Entonces allí hay un linaje, que se podría completar mencionando al “Facundo”, a “Juan Moreira” y a “Operación Masacre”, todas obras populares que salieron por entregas en periódicos de su época. Allí hay un espacio más que interesante, el de un campo de difusión y el de un público no necesariamente “culto”, o si se prefiere “literario” (en el peor sentido de ambos términos), pero muy interesado en leer esos textos para él inmensamente significativos. Me interesó mucho situarme en ese campo y en esa tradición, sabiendo claramente que no me acerco “ni ahí” a ninguno de esos autores, pero que no dejan de ser, pese a ello, modelos potentísimos para quien intenta transitar los formatos y los géneros populares.
EF: —En la novela, con su protagonista, un muchacho hijo de desaparecidos, testigo y víctima a su vez de las torturas trasladadas al frente de combate, trae a consideración un debate de agenda para las asociaciones de Derechos Humanos hoy. Es decir, un tema histórico, escrito con las preocupaciones de hoy
RR: —Claramente, porque una historia de guerra situada en Malvinas en 1982 no podía soslayar el componente de la dictadura genocida que caracteriza a ese momento histórico. Allí hay una de las tantas paradojas y contradicciones propias de nuestra Historia, cómo es que un actor sumamente nocivo, como el poder militar de entonces, se haya apropiado de una causa histórica del pueblo argentino: la recuperación de las islas.
EF: —Cómo militante en el más amplio sentido, ¿qué es lo que le preocupa del presente, el suyo, el de la ciudad de Rosario, el del país?
RR: —Bueno, necesitaría demasiado espacio para responder satisfactoriamente a esta pregunta. Sin embargo, no rehusaré el convite. Yendo de lo particular a lo general, diría que me preocupa la cesión del territorio a las mafias narcos por parte del Estado, ya sea municipal, provincial o nacional, aunque la connivencia de los estados municipales y provinciales con el narco es quizás lo más preocupante.
Porque creo que esa connivencia contiene otra cuestión, como es la del reconocimiento sin ambages del poder narco, y la búsqueda de alianzas con él, en vez de promover su combate.
Eso supone una lógica “realista”, “pragmática” y “posibilista”, basada en admitir la presencia de actores nefastos para los intereses de la población, a los que se acepta como se acepta a los fenómenos naturales, sean tornados, terremotos, maremotos o granizadas.
Se supone que, ante esos fenómenos, lo único que cabe es la resignación, y a lo sumo la reparación posterior de sus efectos devastadores, en la medida de lo posible.
Lo peor de todo es que esa lógica se extrapola más allá de los fenómenos narcos, y se aplica a la administración general de la Nación. Por eso padecemos la plaga de la inflación, del aumento insaciable e ilimitado de los alimentos, la voracidad de las empresas de servicios y de los bancos, o la renuencia de los productores agropecuarios a desenganchar los precios internos de sus productos de los precios internacionales.
Hay que recordar que, lamentablemente, todos esos otros actores -bancos, productores agropecuarios, empresas de servicios, cadenas de comercialización monopólicas- no difieren esencialmente, en sus comportamientos, del comportamiento de los sectores narcos.
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A manera de distinción realizada por el autor para El Furgón, presentamos uno de los capítulos fundamentales de la novela por entregas:
“Por fin se hizo de noche. Voy a ver si ahora me puedo dormir.
Me pasé todo el día pensando. En el inglés que llevamos, en mis viejos, en la Luli, en mis abuelos.
En estas islas cuando no hay balazos no pasa nada. Parece que lo único que pasa es cagarse a tiros con los ingleses. Porque si no, está todo quieto, el frío te aprieta, el hambre te hace doler el estómago y lo único que te queda es mirar el cielo. Como ahora, que está bien estrellado.
Pero me parece que se escucha algo por ahí. A ver… Escucho, se sienten unos ruidos, aunque no de enemigos arrastrándose. Son ruidos chiquitos, como si fuera algo moviéndose. Me voy a levantar para ver si veo algo.
Saco los ojos por afuera del pozo y miro el terreno. Las estrellas iluminan, y se puede ver bastante bien. Me doy cuenta que del lado de los kelpers viene alguien, despacio. Ya llega, lo tengo aquí enfrente.
¡Uy, Dio!… ¡Es el ayudante Garmendia!… ¡Y viene trayendo una oveja!… ¡Qué guacho, se la fue a afanar a los kelpers, pero si lo hacemos nosotros nos dejan estaqueados culo al norte!…
¿Y ahora qué hace?…Parece que se detuvo. ¿Qué está haciendo?… No se ve tan claro, pero se nota bastante. ¡El hijo de puta se baja los lienzos!… ¡Y ahora se monta a la oveja!…
¡Qué guanaco, cómo la serrucha!…. ¡Podés creer!… ¡Qué ganas de tirar unos cohetazos para cagarle la vida!… Pero si tiro y vienen los zumbos, o los oficiales, el que paga el plato soy yo. Así que mejor me quedo piola.
¡Qué degenerado!… ¡Quién se hubiera imaginado!…El abuelo siempre dice: la necesidad tiene cara de hereje. Y evidentemente tiene toda la razón del mundo. Pero llegar a esto…
¡Hay que ser podrido, tener mierda en la cabeza!… Se ve que todos los milicos son la misma bosta. Con razón se dice que Garmendia anda con Iñíguez. A mí me costaba creerlo, pero se ve que entre ellos no le hacen asco a nada.
Así son estos hijos de puta. Y después te hablan de la religión y la patria.