Venezuela: elección presidencial y nuevos desafíos
“Me preocupa más el lunes que el domingo”. Escuchado por las calles de Caracas.
Por Jorge Montero/El Furgón – Hay un plan internacional en marcha para deslegitimar la elección presidencial del 20 de mayo en Venezuela. Ahora que el presidente Nicolás Maduro ha sido reelecto por más de 6 millones de votos, derrotando otra vez de forma rotunda a la oposición escuálida, la Casa Blanca, el Grupo de Lima y varias capitales europeas, preparan el camino al queserá el último eslabón en su estrategia de aplastar el proceso regional iniciado con la victoria de Hugo Chávez en 1999. Y que seguramente no es otro que detonar la violencia a través de fuerzas mercenarias, para luego intervenir con sus ejércitos directamente en nombre de “evitar una catástrofe humanitaria en Venezuela”.
En dos décadas 24 elecciones y 22 victorias, difícilmente otro gobierno en el mundo haya podido demostrar semejante respaldo popular y legitimidad en las urnas para desarrollar un proceso político. Mucho menos con las transformaciones económicas y sociales logradas en casi 20 años de Revolución Bolivariana. En medio de obstáculos impares, desde el golpe cívico-militar contra Hugo Chávez en 2002, derrotado por la movilización popular; hasta el brutal bloqueo financiero actual impuesto por Estados Unidos, que impide la importación de alimentos y medicinas para una población que debe convivir con un severo proceso hiperinflacionario.
Hoy Venezuela atraviesa una situación dramática. En buena medida es el resultado de la tenaza imperialista y sus aliados en la región. La guerra económica ha tenido efectos devastadores sobre la vida de la población en general, pero también sobre la conciencia y conducta de buena parte de la dirigencia político-militar del proceso bolivariano.
Más difícil todavía de encontrar en el planeta es una conciencia tan infranqueable como la de los chavistas en Venezuela, capaces de defender a la Revolución Bolivariana en las situaciones más adversas: 8 millones de votos en plena violencia callejera para instalar la Asamblea Nacional Constituyente en julio de 2017; 5,8 millones de sufragios para el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y así ganar 19 de las 23 gobernaciones en octubre de 2017; en las elecciones Municipales de diciembre pasado el chavismo se alza con 306 de las 335 alcaldías mediante 6,5 millones de votos. Ahora Nicolás Maduro suma más de 6 millones de votantes contra 1,9 millones de Henry Falcón, el opositor mejor situado, con una participación del 46% del electorado en sufragios que no son obligatorios. Y que sólo como dato comparativo, empalidecen los números de varias “democracias” continentales. En Chile, por ejemplo, la participación electoral en 2017 fue del 46,7% para elegir a Sebastián Piñera, Colombia presentó un 40,65% de presencia en las urnas en primera vuelta y 47,97% en la segunda para la elección presidencial de Juan Manuel Santos en 2014. Ni hablar de Estados Unidos donde en las últimas presidenciales sacudió el 55% del electorado, cuya mayoría eligió a Hillary Clinton (48,18%), sin embargo, el ganador resultó Donald Trump (46,09%).
“Tu voto decide: votos o balas, patria o colonia, paz o violencia”, expresó el presidente Nicolás Maduro tras votar a las seis de la mañana en el oeste de Caracas. Sin dudas no fue una frase exagerada. Durante cinco meses del año pasado, el país sufrió un largo período de violencia, en un intento por poner fin a su gobierno por la vía de la insurrección violenta que culminara en un golpe de estado. Sin embargo, esta ofensiva, encabezada por sectores opositores y con la activa participación de paramilitares colombianos, tuvo el efecto contrario. Caló hondo en la conciencia de las mayorías venezolanas, que sin duda pretenden paz y respuestas a la agobiante situación económica. Culminada la elección presidencial, y por enésima vez, Maduro llamó al diálogo nacional y se mostró receptivo a las propuestas de la oposición para la recuperación productiva y la convivencia pacífica.
Hoy Venezuela atraviesa una situación dramática. En buena medida es el resultado de la tenaza imperialista y sus aliados en la región. La guerra económica ha tenido efectos devastadores sobre la vida de la población en general, pero también sobre la conciencia y conducta de buena parte de la dirigencia político-militar del proceso bolivariano. Una mayoría de la población mantiene el apoyo a la transición socialista y a la dirigencia que se esfuerza por llevarla adelante. Pero el cerrojo económico y la muerte del comandante Chávez aceleraron la aparición y desarrollo de fuerzas centrífugas, lo cual repercute a su vez en mayor desconcierto para las franjas de la sociedad alineada con la Revolución. El gobierno bolivariano aparece hoy, tal vez como nunca antes, como un territorio en disputa.
Dos proyectos de sociedad antagónicos. De un lado el pueblo trabajador de los establecimientos nacionalizados, recuperados y ocupados, así como de las empresas en sectores estratégicos de la economía; el pueblo campesino, especialmente el que se encuentra produciendo, o intentando hacerlo, en tierras recuperadas por el gobierno; y sobre todo el pueblo de las Comunas, protagonista de la experiencia política más avanzada de la revolución bolivariana.
Aunque la firmeza del gobierno venezolano y el amplio respaldo popular y militar con que cuenta hacen vacilar a los promotores de la violencia injerencista, no es improbable que en las próximas semanas o meses la contrarrevolución, a la cabeza de la alianza multiforme de los enemigos de Maduro, se lance a la aventura guerrerista. Entre ellos destaca el gobierno argentino de Mauricio Macri, hoy con medio cuerpo hundido en la ciénaga económica.
En la vereda de enfrente la arremetida de las líneas más conservadoras y corrompidas del chavismo, las cuales apuestan deliberadamente al fracaso de estas iniciativas populares, recurriendo a la fuerza si lo consideran necesario, mientras establecen alianzas con sectores de la burguesía, sin importarles como esto incide en la vulnerabilidad de una economía ya asediada. Vinculadas de una forma u otra a las mafias -denunciadas por el mismo presidente Maduro el pasado 1° de Mayo-, que manejan desde el dólar paralelo y el “bachaqueo”, hasta el contrabando de hidrocarburos, la importación de alimentos y la asignación de divisas.
Como sostiene Reinaldo Iturriza López, quien fuera ministro del Poder Popular para las Comunas y los Movimientos Sociales y posteriormente ministro del Poder Popular para la Cultura: “Más allá de lo electoral, el chavismo tiene serios desafíos: contener a las fuerzas reformistas que anidan en su seno, revertir el proceso de repliegue de la política de parte importante de la población, renovar su clase política, reafirmar su apuesta por el socialismo, por la democracia participativa y protagónica, por la Comuna. Todo lo anterior nos permite orientarnos a la hora de tomar decisiones en lo económico, sin duda el problema central de la sociedad venezolana. Es decir, las decisiones que tomemos en lo económico deben conducirnos a derrotar el reformismo, fortalecer la Comuna, etc.”
Luego de su victoria, el presidente venezolano comunicó al mundo que su gobierno es “garantía de estabilidad política para toda la región”. Desde la otra vereda la oposición, arrinconada y dividida, ya agotó sus caminos. ¿Cómo seguir no es sólo un interrogante que se abre para el gobierno chavista?
El cerco internacional se ha cerrado y una franja hegemónica de las burguesías regionales se encolumna tras el Departamento de Estado en el propósito de derrocar a Maduro y acabar con el ejemplo chavista. Aunque la firmeza del gobierno venezolano y el amplio respaldo popular y militar con que cuenta hacen vacilar a los promotores de la violencia injerencista, no es improbable que en las próximas semanas o meses la contrarrevolución, a la cabeza de la alianza multiforme de los enemigos de Maduro, se lance a la aventura guerrerista. Entre ellos destaca el gobierno argentino de Mauricio Macri, hoy con medio cuerpo hundido en la ciénaga económica.
Urge a la Casa Blanca que la ofensiva contra la Revolución Bolivariana tenga éxito. Washington necesita, acosado por su propia crisis, esgrimir la supuesta inviabilidad de cualquier gobierno que se aparte de su tutela. Va en ello el curso estratégico de la región por todo un período.
Es inseparable el destino de Venezuela de la suerte de las masas del continente, su resistencia y la perspectiva socialista para América Latina.
Foto de portada: Agencia AVN