Canadá: Las aventuras de monsieur Trudeau
Por David M. K. Sheinin*, desde Canadá, especial para El Furgón –
Cuando en 2015 Justin Trudeau fue elegido Primer Ministro de Canadá, los medios de comunicación de todo el mundo echaron las campanas al vuelo. Joven y guapo, Trudeau les decía a los progresistas lo que querían oír. Cuando le preguntaron por qué había nombrado como ministras del Ejecutivo a un número récord de mujeres, Trudeau sonrió: “¡Porque estamos en 2015!”. El mensaje estaba claro. Los canadienses tenían en su primer ministro feminista a un líder copado y progre. Con la elección de Donald Trump un año después, esa imagen quedó reforzada cuando muchos estadounidenses manifestaron públicamente su deseo de que Justin fuera su presidente.
En la actualidad, con las elecciones generales de octubre a la vista, el Partido Liberal de Justin Trudeau está en apuros. Si los canadienses fueran hoy a las urnas, las encuestas indican que ganaría el Partido Conservador. ¿Qué pasó con el esplendor de Trudeau?
La política de los liberales en el cínico centro político
Durante los cincuenta años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial el Partido Liberal de Justin Trudeau ocupó una posición en la política nacional a la izquierda del Partido Conservador y a la derecha del Nuevo Partido Democrático (NPD). Igual que el Partido Laborista en el Reino Unido, el NPD era socialdemócrata. El veinte por ciento de los votos que solía obtener provenía de los obreros industriales del este del país y de los granjeros del oeste. Los liberales gobernaban haciendo política de centro y a la vez tenían el cinismo de girar a la izquierda o a la derecha, dependiendo de los temas políticos del momento y de la opinión pública. Aunque fue el NPD el que la propuso, los liberales introdujeron la asistencia sanitaria universal con cargo a fondos públicos en la década de los ‘60. En los ‘90, en cambio, cumplieron una política conservadora en lo fiscal que criticó con severidad la izquierda por el poco gasto en programas sociales.
Ya en el año 2000, junto con la desaparición de las pequeñas granjas, el declive de la antigua economía industrial y la caída en picada de los sindicatos, el NPD abandonó sus raíces socialdemócratas en favor de la política identitaria y la búsqueda de votos entre los progresistas urbanos de clase media. Cuando Trudeau logró la victoria en 2015, lo hizo ganándole la partida de las políticas progresistas al NPD. No obstante, su Ejecutivo no tenía claro cómo conciliar el progresismo de Trudeau con las políticas liberales de centro más tradicionales. No quedaba nada que diferenciara a los liberales del NPD. Sin saberlo aún, Trudeau estaba en un aprieto. Al tratar de deteriorar el apoyo al NPD en Quebec y en otros puntos del país, se arriesgó a perder a los seguidores liberales más centristas de otros distritos. Y fue eso precisamente lo que ocurrió.
Kokanee 2000
Hace 19 años el diario Creston Valley Advance publicó la noticia de que Justin Trudeau había manoseado a una periodista en el festival de música de Kokanee, en la provincia de la Columbia Británica. Por aquel entonces, Trudeau era un profesor de 28 años de edad. Un día después de la aparición de la noticia pidió disculpas a la periodista, que trabajaba para un importante canal de noticias. “Lo siento”, le dijo Trudeau. Y agregó: “Si hubiera sabido que trabajabas para un periódico nacional no habría sido tan directo”.
En junio de 2018 la prensa desempolvó la noticia. En la era del Me Too muchos canadienses quedaron desconcertados con sus actos del 2000 y su respuesta de 2018. En enero de ese año el primer ministro declaró la “tolerancia cero” hacia esas conductas. Hay que creer a las mujeres, declaró. Cuando se acusó a Kent Hehr de acoso sexual, Trudeau lo obligó a dimitir como ministro de Deporte y Personas con Discapacidad. Ahora, seis meses más tarde, Trudeau no desmentía las acusaciones del Creston Valley Advance. Sin embargo, no se responsabilizó de sus actos. La noticia se fue tan pronto como vino. No fue así con la impresión negativa que se llevaron los canadienses de su primer ministro.
La representación proporcional y la marihuana
Dos de las promesas electorales distintivas que en 2015 hizo Trudeau fueron la legalización de la marihuana y la implantación de un nuevo sistema electoral. En este caso, igual que en el de todas las otras grandes iniciativas políticas, el gobierno recibió duras críticas. Prometió eliminar el sistema de elecciones por mayoría uninominal al parlamento –distrito por distrito– mediante el cual un partido político que hubiese ganado el 15 por ciento del voto nacional no obtuviera ningún escaño. Para remplazarlo,Trudeau prometió implantar un nuevo sistema de representación proporcional que permitiría que las agrupaciones más pequeñas tuvieran un hueco en la legislatura. Ya en el gobierno, y probablemente oliendo la posibilidad de obtener una segunda mayoría, en 2019, con el sistema actual, Trudeau abandonó el cambio prometido para decepción de sus seguidores de izquierda.
En octubre de 2018 el Ejecutivo de Trudeau legalizó la marihuana. Algunos lo aplaudieron, pero otros quedaron descontentos. La Asociación Médica Canadiense se opuso. Señaló que la cannabis puede provocar daños cerebrales en los menores de 25 años. Las ventas y los sistemas de distribución quedaron en manos de cada provincia. El resultado fue caótico. En la provincia más grande de Canadá, Ontario, la única manera de comprar marihuana –tras cuatro meses de legalización– es por correo y al gobierno. Para quienes esperan sus pedidos los retrasos son largos. Entretanto, las ventas de drogas ilegales aumentaron. En síntesis, los consumidores de marihuana, los que se oponen a la legalización y los pequeños comercios -que siguen sin poder sacar provecho de la medida- están descontentos.
La política indígena y el petróleo
El fracaso político más estrepitoso de Trudeau se ha producido en los ámbitos vinculados de la producción de petróleo y la política indígena. Los liberales llegaron al gobierno con la promesa de solucionar, de una vez por todas, el problema de la pobreza generalizada entre el millón de originarios de Canadá. La tuberculosis se extiende en algunas partes del norte del país. El mercurio que vertió la empresa papelera Reed durante las décadas del sesenta y setenta lleva cincuenta años intoxicando a los miembros de la comunidad Grassy Narrows que habitan cerca de Dryden, en Ontario. Trudeau prometió hacer limpieza y abordar los problemas de salud de los enfermos, pero no hay avances.
Mucho más importante para las expectativas de Trudeau -de cara a las elecciones de octubre- es su fracaso político más estrepitoso. Cuando los liberales llegaron al gobierno prometieron impulsar la construcción del oleoducto Trans-Mountain –por parte de la empresa Kinder Morgan– para transportar petróleo desde la provincia de Alberta hasta el puerto de Burnaby, en la Columbia Británica, desde donde se enviaría a Asia. Con ese proyecto, Trudeau trató de contentar a todos: dijo que defendería la industria petrolera de Alberta e impulsaría la construcción de la tubería al Pacífico; que protegería el medio ambiente de los derrames de combustible y que respetaría a los cien pueblos indígenas que se oponen a la construcción del conducto.
El resultado ha sido un desastre. Para los ecologistas Trudeau es endeble. La industria petrolera, los empleados del sector y los que apoyan la economía basada en el “oro negro” están furiosos por su incapacidad para construir la infraestructura necesaria. Y los grupos originarios consideran que omitió sus intereses. Entretanto, no hay oleoducto, ni probabilidades de que se concrete en el futuro inmediato.
El cierre de la planta de General Motors
Casi tanto como por lo que ha dicho, Trudeau está en una posición vulnerable por lo que no dijo. En noviembre de 2018, la General Motors (GM) cerró su planta de ensamblaje de automóviles de Oshawa, en Ontario, que en cierta época fue la más grande del mundo. Tras pasar mucho tiempo alejado de la política nacional, el antiguo líder del NPD (1975-89) Ed Broadbent se pronunció sobre el tema. Reaccionó con indignación cuando otros políticos dijeron que no había nada que pudiera hacerse. Broadbent recordó a los canadienses que aun hay una frontera entre Canadá y los Estados Unidos. Canadá aún podía insistir en que si GM quisiera seguir vendiendo coches en Canadá, tendría que mantener la planta de Oshawa en funcionamiento. El primer ministro lleva sin pronunciarse al respecto desde noviembre.
¿El golpe de gracia?
El 27 de febrero la ex ministra de Justicia Jody Wilson-Raybould, acusó a Justin Trudeau de amenazarla. Está en juego el caso de SNC-Lavalin, una empresa de construcción acusada de fraude y corrupción. Si se la declara culpable se le prohibiría licitar contratos gubernamentales durante una década. Ello podría causar la pérdida de miles de trabajos en Quebec, donde Trudeau teme que los votantes lo castigen en las próximas elecciones.
El ministro de Justicia tiene autoridad para frenar el juicio a cambio de una multa, evitando una condena penal. Wilson-Raybould sostiene que el primer ministro Trudeau y el titular de la cartera de Finanzas la presionaron para que suspendiera la imputación de SNC-Lavalin, incluso después de que se negase a esa maniobra y aun después de iniciado el juicio. De momento, no está claro en absoluto cuánto puede haber perjudicado este caso a Trudeau. Es posible que las autoridades dictaminen que sus acciones constituyen un delito. Y, además, cada vez hay más gente que se suma al aluvión de críticas al primer ministro “feminista” que trató de silenciar a Wilson-Raybould, la primera ministra de Justicia indígena de la historia de Canadá.
*El doctor David M. K. Sheinin es profesor titular de Historia en Trent University (Canadá) y académico correspondiente de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Ha publicado 13 libros. El más reciente es Making Citizens in Argentina (con Benjamin Bryce). Actualmente, está escribiendo una historia del sector atómico argentino durante la Guerra Fría y la política internacional.