Instagram y el Pato Donald
Por Julián Scher/El Furgón –
María está de vacaciones en la playa con el que dice que es el amor de su vida.
Marcelo pone sobre las brasas un costillar enorme que compartirá con los amigos de la primaria.
Ezequiel no oculta la tremenda emoción que le genera que su hijo haya cumplido tres meses y sonría con ganas.
Y Juana expone la alegría que le desata el premio que le entregó la empresa para la que trabaja por su desempeño a lo largo del año.
La gente es feliz. En Instagram.
¿Cómo es posible? Turismo de sí mismo. La frase pertenece al chileno-estadounidense Ariel Dorfman y al belga Armand Mattelart, autores de un libro clásico a la hora de analizar los mecanismos a través de los cuales las clases dominantes apuestan a construir un universo de sentido común acorde a sus intereses. Para leer al pato Donald. Comunicación de masas y colonialismo fue publicado en 1972 pero continúa interpelando a un mundo sostenido básicamente por los mismos cimientos que lo tenían de pie en la década del setenta. Ni Dorfman ni Mattelart podían intuir, en ese momento, que la irrupción de las redes sociales digitales redefiniría no sólo parte de las plataformas desde las que la industria de la comunicación se volvió central en el proceso de reproducción ampliada del capital, sino también las lógicas desde las cuales se producen subjetividades e intersubjetividades en serie. Instagram, la que más se expande en cantidad de usuarios según varios estudios estadísticos, ofrece un perímetro de acción que, bajo el supuesto formal de que cada cual es libre de colgar el contenido que quiera, estimula intervenciones en las que los conflictos brillan por su ausencia.
¿Dónde está el misterio que sepulta los inconvenientes? “La magia de Walt Disney consistió, precisamente, en mostrar en sus creaciones el lado alegre de la vida”, escribieron Dorfman y Mattelart en un trabajo que devela mucho más que el argumento de un relato de Disneylandia. “Por eso no importa la verdad, sino la apariencia. El buen nombre del protagonista depende exclusivamente de la historia como chisme”, agregaron como para evidenciar que la propuesta hegemónica apunta a resolver las frustraciones que se acumulan en una cotidianeidad plagada de injusticias, a través de fachadas en las que sólo caben destellos de felicidad. Y una reflexión más que, de alguna manera, sintetiza una constante que permanece como presunto axioma para quienes intentan modelar cosmovisiones, recurriendo a la tecnología que corresponda a cada etapa de la historia: “Se piensa que el hombre, sumido en las angustias y contradicciones sociales, se ha de salvar y alcanzar su liberación como humanidad en la entretención”.
¿Quién es quién? Mostrar ráfagas de éxito –evitando la discusión sobre qué es el éxito– es entonces el camino para consolidar el lugar propio en una escena de la que resulta cada vez más difícil eximirse. No parece ser Instagram un sitio para admitir fracasos o explicitar tristezas. Eventualmente está permitido echar alguna bronca política o deportiva. No más. La consigna elemental es que todo está bien, que todo marcha bien, que respirar es sinónimo de sonreír y que el afecto va y viene en una autopista de doble carril. El escritor holandés Herman Koch caracterizó a la felicidad a contramano de la época: “Se basta a sí misma, no necesita testigos”. El mensaje de Instagram da la sensación de ser exactamente el contrario: la felicidad, real o ficticia, existe sólo si se vuelve viral. Y el atajo para “compartir” la felicidad es la imagen. Dorfman y Mattelart lo entendieron aun antes de que la banda ancha se adueñara de las agujas del planeta: “Con esta obsesión por llegar favorablemente a difundir la propia imagen, no es extraño que uno de los modos más habituales de iniciar un episodio sea por medio de un álbum fotográfico. Cada aventura está vista por su protagonista como encuadrada ya en el álbum”.
¿Tiene Instagram la capacidad de escapar a la ideología? El semiólogo argentino Héctor Schmucler contestó en el prólogo que hizo a la obra que denunció con lucidez y originalidad la apuesta imperial por la colonización cultural de América Latina: “Para leer al pato Donald muestra lo contrario: nada escapa a la ideología”. Si Instagram no está entonces más allá de la ideología, habrá que desconfiar de la tan aclamada neutralidad de la tecnología para poder preguntarse cómo es utilizada en la batalla de ideas que se libra segundo a segundo en las redes sociales. ¿Puede hablarse de Instagram antes de la aparición de Instagram? Dorfman y Mattelart lo hicieron: “Es una superestructura de valores, ideas y juicios que corresponde a las formas en que una sociedad posindustrial debe representarse su propia existencia para poder consumir con inocencia su traumático tiempo histórico”.
¿Cuál es la relación del poder con todo esto? Quizás María, Marcelo, Ezequiel y Juana no estén preocupados. Pero en Para leer al pato Donald el problema asoma claro: “En toda sociedad, donde una clase social es dueña de los medios de producir la vida, también esa misma clase es la propietaria del modo de producir las ideas, los sentimientos, las intuiciones, en una palabra el sentido del mundo”. Turismo de cada cual sobre cada cual, libertad condicionada por un horizonte de significados definido de modo nada democrático, escenario de confección multitudinaria y homogénea de subjetividades e intersubjetividades, Instagram emerge como la última novedad de un proyecto histórico que no tiene ninguna novedad.
Eso sí. Entre tantas preguntas, algo se sabe: en la realidad 2.0, lo que abunda es la gente feliz.