Chalecos amarillos en Francia: Le jour de gloire est arrivé
Por Luis Brunetto/El Furgón –
Apenas pisó suelo francés, luego de codearse con la flor y la nata de la burguesía mundial, Emmanuel Macrón quiso retomar el contacto con “su gente”. Sabía que la indignación había crecido durante su ausencia para asistir a la reunión del G 20, y que había crecido también “por su ausencia”. Durante aquella semana, el apoyo al movimiento de los gilets jaunes había crecido, y a las reivindicaciones originales se le había agregado la original y peligrosa reivindicación de su renuncia: “Macrón démission!”, se había vuelto el hit del invierno parisino. El lunes por la mañana pudo ser testigo de los centenares de autos incendiados que habían sido usados por los manifestantes como barricadas, las veredas y el empedrado destruidos para nutrirse de piedras, y de varias de las más caras boutiques, perfumerías y sucursales bancarias en ruinas. En la avenida Klever pretendió caminar entre la gente, para comprobar que el “Macrón demissión!” no era un reclamo minoritario de los ultras. Un huevazo en el medio de la cara durante la visita a una feria de alimentos, terminó de convencerlo de que la cosa iba en serio.

En esas condiciones era evidente que había que retroceder para no perderlo todo. Fue entonces que anunció la suspensión del impuesto al gasoil por seis meses y convocó a los “líderes” de los gilets jaunes. El rechazo obligó a renunciar directamente al impuesto, y fue así que Edouard Phillipe, Primer Ministro de Francia, pudo por fin reunirse el viernes por la noche con “portavoces” de los llamados “gilets jaunes libres”. Los gilets jaunes libres son el ala moderada de este movimiento que sacude a Francia y al mundo. Mientras la inmensa mayoría de los chalecos amarillos rechazó el diálogo y mantuvo la exige de renuncia Macrón, sus “foundaters et porte- paroles” (fundadores y portavoces, según los bautizaron los medios franceses) Benjamin Cauchy y Jacqueline Mouraud, llamaron a no movilizar a Paris para el “Acto IV” (el sábado 8, cuarto sábado después del 17 y 24-11, y 1-12, las movilizaciones se realizan los sábados porque el movimiento no tiene una estructura sindical, por lo que sólo puede actuar en días no laborables), para “evitar desbordes”, tal como declararon a la salida de su encuentro con Phillipe. Se trata del sector que difunde un supuesto programa “oficial”, escrito sobre un dibujo de un chaleco amarillo, que propone en su punto 24 el control de la inmigración africana, a la que responsabiliza de la “profunda crisis civilizatoria que vivimos”…

Se inició entonces un operativo de demonización de los chalecos amarillos “violentos”. Los canales de televisión y los medios en general acusaron al movimiento gratuitamente de destructivo, sin guardar ni la más mínima dosis de objetividad. Los daños al Arco de Triunfo, como ocurre aquí con las veredas de la Plaza del Congreso, fueron usados como excusa para justificar la prohibición de la movilización del 8 de diciembre y el montaje de un operativo represivo sin precedentes en los últimos años, tal vez desde los días de Mayo del ’68. Pero el apoyo al movimiento no descendió: mientras Macrón se prepara para perforar el piso del 20 % según las encuestas, el apoyo a los gilets jaunes no bajó nunca del 70 %. El evidente laissez faire con que el gobierno habilitó los palazos, gases y balazos de goma de la policía no hizo más que estimular la cólera del pueblo francés, y la justificación de la violencia contra la policía en un país que, por otra parte, es y se considera hijo de la Revolución. La imagen de los 150 estudiantes secundarios de Mantes la Jolie, arrodillados y con las manos precintadas en la nuca, rodeados de policías, no hizo más que confirmar el odio antigubernamental. Desde el 4 de diciembre, los secundarios se unieron al movimiento masivamente, reclamando contra los recortes al presupuesto educativo y los intentos de restringir el acceso a la educación a los estudiantes extranjeros.

Pero no sólo los “dirigentes” moderados de los chalecos amarillos participaron de la operación. La burocracia sindical de todas las centrales sindicales, CGT, CFDT y FO, además de otras menores, llamaron a una movilización para el 14 de diciembre, sin paro. En su declaración, condenaron “todas las formas de violencia para expresar las reivindicaciones”, sin siquiera una palabra de condena a la represión policial cada vez más salvaje. Sólo la más pequeña y combativa Union Syndicale Solidaires, hija de las huelgas que tumbaron al Macrón de los ’90, Alain Juppé, llamó a apoyar a los chalecos amarillos.
A pesar de todos los esfuerzos del gobierno y de los medios, el operativo fracasó. El Acto IV se produjo igual, a pesar del ejército de 89 mil policías que se desplegaron por todo el país. Paris fue nuevamente una batalla campal, en la que la represión policial dio un nuevo salto, pero hubo también grandes movilizaciones y choques en Toulouse, Marsella y Burdeos, donde un militante izquierdista de 26 años perdió una mano al explotarle una bomba de gas lacrimógeno que pretendía devolver a la Policía. La propia Lyon, tercera ciudad de Francia después de París y Marsella, en la que Macrón sacó una abrumadora mayoría de votos, fue escenario de graves choques.

A pesar del llamado desmovilizador de los gilets jaunes oficialistas, de la condena de la burocracia encabezada por el cegetista Philippe Martínez, miles de manifestantes volvieron a desafiar la prohibición de marchar por Champs Elyseé desde el Arco de Triunfo en dirección al Palacio del Elíseo, residencia del Presidente. Varios sindicatos regionales afiliados a la CGT marcharon, contrariando a las burocracias nacionales. Hubo alrededor de 1200 detenidos en Paris, y casi 1800 en toda Francia, y unos 1200 bloqueos de rutas. Según Liberation, en las primeras horas de la mañana había ya 700 detenidos, cuando la movilización aún no había comenzado. El ministerio del Interior admitió que la cantidad de manifestantes fue la misma que la del sábado anterior: unos 135 mil.

Paris, como es tradicional en las luchas populares francesas, se ha vuelto el factor corrosivo del movimiento. Efectivamente, nacido en las ciudades del interior, más conservadoras pero golpeadas directamente por el aumento del gasoil, no podía cobrar dimensión nacional más que llegando a Paris. Y en ese proceso, fue teniendo que dejar atrás algunas de sus características más conservadoras. La Francia pueblerina y pequeño burguesa, influida incluso en las últimas décadas por el Frente Nacional (hoy rebautizado Rassemblet National o Concentración Nacional) de Marine Le Pen, debió progresivamente ir despojándose de esos rasgos para poder concertar la única alianza con perspectiva de triunfo: la clase obrera de Paris y de las grandes ciudades. Ya lo dijo Enrique de Navarra: “Paris bien vale una misa”.

Esta dinámica, hay que anotarlo, contradice la dinámica histórica de los procesos revolucionarios franceses. La Gran Revolución de 1789 nació en Paris, pero encontró su impulso más radical al conquistar el apoyo campesino al confiscar las propiedades terratenientes de los aristócratas. La nueva clase de pequeños campesinos que surgió entonces, fue la base de los ejércitos revolucionarios que resistieron el embate reaccionario de las monarquías europeas, y de la expansión napoleonica después: necesitaba consolidar la victoria sobre la aristocracia, que le garantizara la propiedad de su parcela. Después, la Francia rural fue siempre un factor reaccionario: en 1848 abrió el camino a Luis Bonaparte, en 1871 repudió a la Comuna, en 1968 fue indiferente al Mayo Francés. Hoy las condiciones económicas han cambiado, y percibe que sus problemas de fondo tienen su origen en el capitalismo y su crisis interminable. Estamos, pues, en presencia de una base objetiva para una alianza inédita y potencialmente invencible: la de la Francia campesina con la Francia proletaria.
Contra los que previenen una deriva derechista del movimiento, en los gilets jaunes parisinos no hay rastros de xenofobia ni racismo. Grupos “anti- fa” han expulsado de las movilizaciones, a piñas y palazos, a los milicianos monárquicos ultraderechistas de la Acción Francesa, al grito de “Paris/ anti- fa!”. Uno de los colectivos más convocantes es el Comité Adama: Adama Traoré era un joven negro de 24 años, asesinado por la policía en 2016, y cuyo caso se ha vuelto un símbolo de la lucha contra el gatillo fácil y el racismo. La clase obrera de la capital y de las grandes ciudades se nutre de miles de franceses de origen africano, que además de la explotación económica sufren el racismo y la violencia policial.

Son, 13 años después, los mismos que incendiaron Paris en 2005, en la sublevación que respondió a la muerte por electrocución de los adolescentes negros Zihed Benna y Bouna Trouré, durante una persecución policial. Una de las columnas que marcharon por las calles de Paris llevaba adelante una bandera de Francia: en el azul, 1789; en el blanco, 1968; en el rojo, 2018. Ferroviarios, docentes, estudiantes y jubilados nutren las columnas que se movilizan, sábado a sábado, cada vez más dispuestas a luchar y a vencer. Actúan por supuesto, sin identificación partidaria, grupos anarquistas, trotskistas y de la izquierda más tradicional, ligada al movimiento de Jean Luc Melenchon, Francia Insumisa. Del otro lado, los policías que gasean y disparan balas de goma son mayoritariamente seguidores de Marine, que en los últimos días ha marcado distancia respecto de un movimiento cuya dinámica tiende a desplazarse hacia el extremo opuesto al que ella propugna.

Por tanto, después del Acto IV del 8 de diciembre, la renuncia de Macrón se ha vuelto una posibilidad cierta. Su respuesta a la nueva situación fue una nueva huida hacia adelante: con su mejor cara, Macrón admitió errores, y aseguró que comprendía la ira de amplias capas de la sociedad, pero consideró inadmisible la violencia en una sociedad, repetimos, que se considera hija de la revolución, y que ha hecho uso de la violencia de masas contra la burguesía en numerosas oportunidades. Repetimos: el 70 % de los franceses, a pesar del machaque comunicacional permanente que pretende mostrarlos como bárbaros destructores de monumentos, sigue apoyando al movimiento, y rechazando con ira, cólera y odio (palabras que abundan en la prensa y en las redes sociales y que incluso Macrón ha usado en su discurso al país) al régimen. Régimen al que ya las masas llaman peyorativamente macronía.

A las reivindicaciones económicas y sociales de las masas respondió con anuncios que no hicieron más que redoblar la indignación popular: un aumento en el salario mínimo en € 100, a expensas de la seguridad social y no de las empresas, cuando el reclamo era que fuese llevado a € 1800. Declaró la emergencia económica y social, pero confirmó que no reimplantará el impuesto a los ricos, la ISF, una de las exigencias más sentidas de los gilets jaunes. Se trata, evidentemente, de la línea que no está dispuesto a pasar. Aquello de que la historia se repite a veces parece un lugar común, pero uno no puede evitar que se le venga a la cabeza Luis XVI y su empeño en mantener a la nobleza al margen de los impuestos…
El debilitamiento de Macrón es un hecho: el Partido Socialista ratificó su apoyo a la moción de censura contra Macrón que promueve junto a Francia Insumisa y al Partido Comunista, y que había puesto en suspenso a la espera del discurso presidencial. La moción incluye la disolución de la Asamblea Nacional y el llamado a nuevas elecciones. La CGT emitió una declaración llamada “Estafa al más alto nivel: las peores respuestas a la cólera social”, y reafirmó las movilizaciones del 14, viernes, vísperas del sábado 15, el Acto V.

Habrá que ver cómo empalman las movilizaciones del viernes 14 con el V Acto. Algunos promueven cambiar Paris por Bruselas, para unir a los gilets jaunes de Francia con sus compañeros belgas, holandeses y alemanes, que ya han protagonizado algunas acciones de importancia. Y golpear con un solo puño a toda la burguesía europea. En momentos en que Teheresa May sufre el rechazo de su plan de salida del Brexit y Angela Merkel asiste debilitada a sus últimos meses de mandato, es un momento ideal para golpear de conjunto. Pero parece todavía temprano: primero hay que ajustar cuentas con la propia burguesía. Habrá que ver.
Lo que sí parece indudable, a 100 años del ciclo revolucionario europeo, es que los días de gloria han llegado.