viernes, diciembre 13, 2024
Nacionales

La Tablada. Sin derecho al olvido

“Me callo, grito./ No hay un momento para gritar o para callar.

Tú eres mi único grito./ Tú eres mi único silencio”

Mahmud Darwish

El 10 de diciembre comienza el juicio al general Alfredo Manuel Arrillaga por el asesinato de José Díaz, uno de los cuatro militantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP) que continúan desaparecidos, luego de la brutal represión de las fuerzas de seguridad ocurrida tras el copamiento del Regimiento de Infantería Motorizada 3 (RIM-3) de La Tablada el 23 y 24 de enero de 1989.

 Por Jorge Montero/El Furgón –

“Les comunico que yo soy Dios. Acá yo decido quien vive y quien muere”. La voz amenazante de Arrillaga resuena entre los detenidos tumbados en el piso. Maniatados, con la ropa hecha girones y encapuchados, los sobrevivientes del MTP escuchan la arenga del máximo responsable de la represión en el RIM-3, que incluyó el uso de bombas de fósforo blanco, durante la recuperación del cuartel.

Pero el prontuario de Arrillaga ya estaba manchado de sangre con anterioridad a ese 24 de enero: incluía su paso por Mar del Plata durante los años de la dictadura, cuando revistaba como jefe de inteligencia del Gada 161 (Grupo de Artillería Antiaérea) y fue señalado como principal artífice del operativo conocido como la “Noche de las Corbatas”, que finalizó con la desaparición de once abogados defensores de presos políticos y el asesinato de cinco de ellos entre el 6 y el 13 de julio de 1977. Los informes de los organismos de derechos humanos, señalan que Arrillaga en persona fue el encargado de torturar y dar el tiro de gracia en la nuca a cada uno de los profesionales en las instalaciones de la Base aérea de Camet, para ordenar su entierro clandestino en un descampado de Santa Clara del Mar.

Condenado a la pena de prisión perpetua en diciembre de 2010 por el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata por la “Noche de las Corbatas” y también procesado por “homicidio agravado por alevosía” por las torturas y ejecuciones ordenadas en el operativo de La Tablada, hasta su sentencia, Arrillaga gozaba de los beneficios de la ley de Obediencia Debida y era asesor de la Biblioteca Oficial del Círculo Militar.

El general Arrillaga fue el primero en visualizar la potencial importancia de transformar la represión sobre La Tablada en una espectacular exhibición televisiva, transmitida en vivo para todo un país azorado. Se trataba de una oportunidad inigualable para exhibir ante las cámaras un ejército desplegado con miles de efectivos sobre un enemigo cercado y mal armado; y para concentrar la atención nacional con el derroche de toneladas de explosivos para destruir el RIM-3, confirmando la vigencia de la “lucha antisubversiva”, en un intento por limpiar la imagen mancillada del glorioso ejército argentino.

Visión 7: A 25 años del copamiento de La Tablada

El objetivo estaba claro: había que transformar La Tablada en un escenario intimidante y ejemplificador, en un punto de partida para una nueva etapa de reconocimiento hacia las Fuerzas Armadas. Pero el requisito mínimo para alcanzar ese impacto radicaba en postergar al máximo posible el epílogo de la recuperación. De allí su decisión de ignorar cualquier señal de rendición desde el interior del cuartel, de no preocuparse por la vida de los oficiales y soldados que permanecían dentro del RIM-3 sin salida posible por el bombardeo constante y así extender la represión hasta la mañana del 24 de enero. Resulta fantástica la explicación dada posteriormente por el jefe de la represión, afirmando que no impartió orden de rendición la tarde del 23 “por no contar con un megáfono”.

Lo que siguió después fue más de lo mismo: amenazas, tortura, simulacros de fusilamiento, asesinatos. Estaba claro: la tarde del 24, Arrillaga era Dios, él determinaba quien vivía y quien moría en aquel infierno.

Tapa de “De Nicaragua a La Tablada”, editado por Sudestada.

Horas después se hacía presente entre los restos humeantes del RIM-3, el presidente Raúl Alfonsín. El mismo que después del alzamiento carapintada de Villa Martelli había afirmado que prefería “45 horas de negociación y no diez minutos de combate”, un mes después, daba carta blanca a los militares para desatar la masacre en La Tablada. Descendido del helicóptero, el mandatario recorrió las instalaciones y se detuvo para observar los cadáveres mutilados y carbonizados. Luego irrumpió en el cuarto de logística. “Alfonsín entró donde estábamos una vez capturados. Nos vio encapuchados, atados con alambres, golpeados, ensangrentados. Fue el único momento en el que nos dejaron de pegar.” El silencio que rodea la escena apenas se interrumpió cuando los detenidos escuchan en el tono castrense habitual: “Señor Presidente, estos son los subversivos”. Nadie dice nada, ni el mandatario, ni el juez presente …tras unos segundos se van.

Eran los últimos estertores del gobierno radical. Sólo dos semanas después de que el presidente Alfonsín destacara el accionar de las fuerzas armadas en La Tablada: “Felicito a todos los hombres del Ejército que han actuado con decisión y coraje para contener la acción de los delincuentes”; la devaluación se llevó puesto el Plan Primavera, dando origen a la hiperinflación, la derrota en las urnas y la entrega anticipada del mandato presidencial.

El juez Gerardo Larrambebere llegó al regimiento poco después que el presidente Alfonsín, cerca de las 10 de la mañana del martes 24 de enero. En la oficina de logística, sobre los fondos del cuartel, hizo un rápido reconocimiento de los detenidos. Al día siguiente constituyó el juzgado en el cuartel y comenzó a tomar declaraciones.

Natalio Alberto Nisman veraneaba en Florianópolis. Había viajado con un amigo de la adolescencia a quien, años más tarde, le dio un contrato generoso en la UFI-AMIA (Unidad Fiscal-Asociación Mutual Israelita Argentina). Cuando se enteró del copamiento de La Tablada adelantó la vuelta de sus vacaciones. Larrambebere necesitaba un secretario más que lo ayudara en la instrucción del copamiento, el puesto sería de Nisman.

Copamiento al Regimiento 3 de La Tablada

El magistrado investigó el asalto y la denuncia por apremios ilegales presentada por los integrantes del MTP detenidos fuera del cuartel, además de la desaparición de Iván Ruiz y José Díaz. Sobre las torturas y maltratos, el juez dijo no haber encontrado elementos para imputar a nadie. En el caso de las desapariciones, le encargó a Nisman seguir su pista junto a los hombres del ejército que los habían tenido bajo custodia. Según su versión, Ruiz y Díaz lograron salir de la guardia de prevención, saltando por una ventana cuando el techo se desplomaba por el fuego que consumía la estructura.

Por supuesto, Nisman convalidó el fantástico relato oficial. Los dos guerrilleros lograban escapar desarmados y heridos, después de combatir 30 horas, en un cuartel rodeado de militares, policías y agentes de la SIDE (Secretaría de Inteligencia del Estado). Elaboró el escrito, lo firmó y se lo llevó a Larrambebere para que sumara su firma. En esa misma resolución dictaron el pedido de captura internacional de los dos guerrilleros, que estuvo vigente hasta 1997, incluso cuando la farsa era desmentida por el contundente registro de Eduardo Longoni. “De rodillas, con las manos en la nuca y el torso desnudo ese anónimo guerrillero, que resultó ser José Alejandro Díaz, se rinde desarmado ante un comando militar que lo apunta con su fusil. Esa es su última imagen, jamás se lo volvió a ver. Más atrás del militar, a su derecha, tirado en el piso aparece Iván Ruiz, otro de los guerrilleros sobre los que no se volvió a tener noticia”, narra el fotógrafo.

Ataque al cuartel de La Tablada

En La Tablada perdieron la vida 31 militantes -una minoría muertos en combate, la mayoría asesinados por el ejército una vez rendidos-, con cuatro de ellos desaparecidos –Francisco Provenzano, Carlos Samojedny, Iván Ruiz y José Díaz– y con la organización que los nucleaba, extinguida.

En el MTP confluían guerrilleros de organizaciones armadas de los setenta, trabajadores con antecedentes de lucha sindical, jóvenes activistas barriales, intelectuales, religiosos y luchadores por los derechos humanos. Es imprescindible, para poder interpretar las razones de su decisión combatiente, reconocer el paso por una Argentina autoritaria que primero empujó a jóvenes generaciones en busca de una alternativa revolucionaria, para después exterminar con la prepotencia del terrorismo de Estado de raíz ese cambio que se intentaba gestar; y más tarde reacomodar las piezas y exhibir como “mal menor” una democracia claudicante y sometida a las presiones militares.

Las opciones están sobre la mesa, el combate librado entre un grupo de militantes que se jugó por un cambio revolucionario a través de una acción guerrillera y un ejército genocida que desapareció y fusiló a detenidos, carbonizó y mutiló cadáveres, y torturó presos, no deja lugar a la neutralidad. Tal vez el juicio contra Arrillaga permita conocer a partir del 10 de diciembre, la verdad oculta durante todos estos años por el aparato del Estado.