El fútbol argentino actual y la Tarjeta Verde
Por César R. Torres* y Francisco Javier López Frías**, especial para El Furgón –
Luctuoso. Ese es el estado en el que se encuentra el fútbol nacional. Los desatinos que se suceden continuamente desde que se supo que Boca Juniors y River Plate jugarían la “final del mundo” ponen al descubierto, como señala el periodista Ariel Scher, “las estructuras de poder y de violencias que signan esta época del fútbol y del espectáculo del fútbol.” En este sentido, su colega Ezequiel Fernández Moores indica que “el ruido poderoso y mediático del fútbol deforma todo.” Y, sin embargo, en el medio de esa disonancia violenta e imperiosa que estructura al fútbol nacional, surgen iniciativas que valen la pena considerar, ya que pueden ayudar a refrenar el efecto deformador del fútbol. Es el caso de la “tarjeta verde”.
Implementada a mediados del mes pasado en los torneos de las categorías infantiles y juveniles que organiza la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), la tarjeta verde premia la buena conducta y el juego limpio. Los/as árbitras la exhiben cuando, por ejemplo, un/a jugadora ayuda a un/a rival lesionada, reconoce una falla arbitral (que lo/a beneficiaba), evita protestas y emplea lenguaje respetuoso con compañeros/as y adversarios/as. Asimismo, los/as árbitras exhiben la tarjeta verde por el comportamiento adecuado de padres y madres en las gradas y de los/as entrenadoras que evitan protestas.
En contraposición con el carácter punitivo de las tradicionales tarjetas amarilla y roja, la verde no sólo recompensa los valores que son indispensables y loables en el juego, sino que también tiene una racionalidad educativa. Como manifestara uno de los miembros de la Comisión de Fútbol Juvenil e Infantil de la AFA: “Es una iniciativa para el crecimiento del juego limpio y respeto recíproco”. A pesar de ser presentada como novedosa en Argentina, tiene precedentes en otros países y en otros deportes. Incluso existen tarjetas que difieren substancialmente de la verde.
Por ejemplo, desde hace unos años, la Fundación Real Madrid pone en práctica una iniciativa denominada “tarjeta blanca”. En este caso, no son los/as árbitras quienes deciden a qué jugador/a premiar por su juego limpio, sino los/as propias jugadoras. Para ello, al concluir cada partido, los dos equipos deliberan con sus entrenadores/as y deciden de modo conjunto qué jugadores/as merecen un reconocimiento especial por encarnar el espíritu del juego limpio de modo más excelso.
Esta iniciativa, al igual que la tarjeta verde, trata de centrar la atención de los/as jugadoras en aquellos valores positivos que conlleva la práctica del deporte. Ambas intentan demostrar que estos valores no sólo deben destacarse, sino también premiarse y celebrarse. No obstante, hay diferencias relevantes entre ambas laudatorias tarjetas. Mientras que la verde pone el peso de decidir quién debe ser premiado/a en los/as árbitras, en el caso de la blanca dicha responsabilidad recae sobre los/as jugadoras.
La tarjeta blanca parece más adecuada para las categorías infantiles y juveniles. Primero, la función primordial del arbitraje es asegurar que las reglas se cumplan y el juego se despliegue fluidamente. Premiar a los/as jugadoras (tanto como a padres y madres así como a entrenadores/as) implica una obligación adicional que no se condice con la función arbitral primordial. Segundo, dado que la tarjeta no afecta directamente al juego, los/as árbitras no parecen ser las personas más indicadas para exhibirla. Tercero, al recaer su exhibición sobre los/as jugadoras, la tarjeta blanca representa un reconocimiento que parte del seno de la comunidad de practicantes, logrando así una mayor legitimidad. Los/as que juegan limpio se ven premiados/as por sus compañeros/as y rivales más directos. Así, se sienten miembros especiales de la comunidad de practicantes a las que pertenecen. Aquí es importante resaltar que la tarjeta blanca emplea una herramienta mucho más adecuada para impulsar el desarrollo personal: la deliberación.
Al deliberar sobre los valores que son indispensables y loables en el juego, los/as jugadoras ponen en tela de juicio y analizan de modo conjunto qué fútbol es digno de cultivarse. Es de esperar, tal y como parecen refrendar estudios de las ciencias sociales relativos al efecto de la deliberación, que en esta reflexión conjunta los/as jugadoras critiquen y renueven su visión acerca del propósito y significado del fútbol, alcanzando no sólo decisiones más legítimas, sino más sopesadas y razonables. En el caso de la tarjeta verde, la ausencia de reflexión crítica conlleva simplemente una aceptación pasiva de la decisión de los/as árbitras. Por ello, el efecto educativo de la misma, si bien provechoso, parece ser menor al de su homónima de color blanco.
Más allá de las diferencias, ambas iniciativas se enfrentan al mismo desafío: trasladar su carácter laudatorio y objetivos esencialmente educativos al mundo del fútbol de alto rendimiento, en el que parece haber poco interés en valores, más allá de aquellos relativos al valor de cambio del dinero en base al que se mide el rendimiento y los resultados deportivos. O, aún peor, en el ámbito de quienes no atienden ni a la deliberación ni a los argumentos razonables porque permanecen cegados por mezquinas lealtades sectarias.
La implementación de iniciativas como las tarjetas verde y blanca no cambiará por sí misma el luctuoso estado del fútbol nacional, de complejo origen y de múltiples aristas. Sin embargo, puede mitigarlo. Los valores, parafraseando a la filósofa Adela Cortina, dinamizan las acciones en un doble sentido: los positivos nos motivan a alcanzarlos; los negativos, a erradicarlos. Es decir, las laudatorias tarjetas ayudarían a reconocer los valores positivos del fútbol y orientarían la acción, promoviendo un fútbol más habitable a través de la expansión de hábitos positivos. Acompañadas de estrategias más abarcadoras, estas iniciativas incluso pueden tener, a largo plazo, un efecto beneficioso más profundo. De uno u otro modo, en medio de la disonancia violenta e imperiosa que estructura al fútbol nacional, la implementación de la tarjeta verde ofrece una ocasión para, en la tradición dialógica que remite a Sócrates, renovar el debate sobre qué fútbol queremos y nos merecemos, y sobre cómo materializarlo.
* Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).
** Doctor en filosofía. Docente en la Universidad del Estado de Pensilvania (University Park).
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Fotos: www.afa.com.ar