La canchita de Ronald
En Villa Celina, Rodolfo Orellana era Ronald. Era, también, un muchacho boliviano, de 36 años, padre de cinco hijos, uno recién nacido. Era el encargado del área textil en la Organización Libres del Pueblo y la CTEP, las agrupaciones donde militaba. Era, además, uno de los que el jueves 22 de noviembre intentó con otros compañeros resistir la ocupación de unos terrenos baldíos donde se habían asentado. Y era también el tipo que soñaba con una canchita de césped sintético para que jugaran los pibes del barrio.
Rodolfo Orellana cayó asesinado en la madrugada del jueves como consecuencia de la acción represiva que la policía bonaerense desplegó contra los vecinos que defendían la toma de esas tierras fiscales en el barrio Tres Ombúes, en Puente 12. Por esa zona también existe una mafia que les vende terrenos de manera ilegal a familias de bajos recursos, por eso las primeras versiones apuntaron a un enfrentamiento entre los que sostenían la toma y los que decían haber pagado por esas tierras. Sin embargo, el asesinato se produjo después de que llegaran los efectivos policiales de la bonaerense, que primero reprimieron con balas de goma y, después, de plomo.
Por esos días Orellana trabajaba junto a otros compañeros en la confección de seis mil guardapolvos para el comienzo del próximo ciclo lectivo. Era su objetivo más inmediato. Pero tenía otro sin plazo: convertir el potrero del barrio en una cancha digna. El descampado donde los vecinos juegan al fútbol está en un estado lamentable, le falta césped y le sobran pozos. De todos modos lo usan: los muchachos más grandes los domingos y los pibes el resto de los días. Por eso Orellana soñaba con un campo de juego impecable. Veía a sus hijos adivinar el destino de la pelota que rodaba sobre la tierra seca y se preguntaba por qué no podrían jugar sobre una alfombra verde. Hasta fantaseaba con los torneos que organizarían con chicos de otros barrios. En ese proyecto involucró a su entorno. La causa “canchita de césped sintético” fue la causa de la familia.
Después de los disparos asesinos lo llevaron en un auto particular al hospital Alberto Balestrini, en Ciudad Evita, pero llegó sin vida. Las primeras radiografías que le hicieron no detectaron ningún proyectil, por eso el estudio determinó que había muerto por un arma punzante. La autopsia, sin embargo, desmintió esa primera versión: Orellana murió por una bala de plomo que ingresó por la espalda y salió por un pómulo.
Cuando los compañeros de la OLP se enteraron del asesinato, debatieron cómo se lo iban a decir a los hijos. Prefirieron ser cautelosos: primero les dijeron que estaba internado, después que su salud empeoraba, más tarde que los médicos eran pesimistas. Fue la manera que encontraron para tratar de aliviarles el impacto del anuncio final: papá falleció.
Kevin, el mayor de los varones, tiene 8 años. Recibió la noticia de uno de los compañeros de Orellana, que eligió cada palabra y el tono adecuado para decir eso que nadie quiere decir. Después del llanto, el niño se sacudió las lágrimas, miró a los ojos al compañero de su padre y con palabras entrecortadas le susurró:
-Tenemos que hacer la cancha.
El muchacho no entendió. ¿Qué cancha? ¿Qué decís, Kevin? Se le amontonaron preguntas, pero se quedó en silencio, a la espera de una explicación que no tardó.
-Ahora tenemos que hacer la cancha de césped sintético: es una promesa que habíamos hecho con papá.