jueves, octubre 3, 2024
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“En la calle están las historias que nadie ha escrito”

Marcelo Massarino/El Furgón – Orlando Van Bredam es un escritor que se nutre de escuchar las voces de la gente en los colectivos, en la cola del banco, en los boliches y almacenes. El oído atento rescata palabras e historias que, con el tiempo, se transforman en el esqueleto de sus textos. Nadie detiene las ambulancias, su última novela, no es la excepción. Desde el título que escuchó de boca de una señora cuando protestaba ante un policía que le labraba un acta por llevar mercadería sin justificar, el autor toma nota y con la paciencia de un orfebre construye con las palabras una idea de la que resulta un texto notable. A diez años de recibir el Premio Emecé por Teoría del desamparo y de ser finalista del Premio Clarín con La música en que flotamos, Van Bredam vuelve a la carga -desde la editorial entrerriana La hendija- con una narrativa que dinamita los lugares comunes. Desde el corazón de un pueblo del norte argentino describe cómo las teorías conspirativas reproducen el rencor y la desconfianza, dos elementos que contribuyen para que el gordo Estévez, el protagonista de la historia, resulte el culpable ideal de una sociedad que privilegia el éxito y condena a quien ve como un perdedor al exilio interno del desamparo.

Este profesor de “Teoría Literaria” y de “Literatura Iberoamericana” de la Universidad Nacional de Formosa, hace una pintura de su aldea, la localidad de El Colorado, sin caer en estereotipos. Por el contrario, los personajes son identificables y se los podría encontrar en las páginas del diario o en las calles de un pueblo. Los podemos imaginar secándose el sudor ante el sol que cae a plomo, mientras planean negocios a costa de otros; detrás del volante, manejando un remís por calles polvorientas, o apurados por una cita de amor clandestino. Así, los protagonistas son palpables, de carne y hueso, identificables, odiados o queribles, burócratas o changarines, intelectuales o laburantes, todos reales. A partir de esa condición, Van Bredam crea un universo lleno de humor y sarcasmo, no exento de una violencia que parece subterránea pero que, de tan naturalizada, golpea donde más duele.

En diálogo con El Furgón, el narrador y docente universitario se refiere a Nadie detiene las ambulancias, un trabajo que se suma a una extensa obra que incluye a un personaje como el Gauchito Gil y a la tragedia de Rincón Bomba, la matanza de quinientos aborígenes, mayoritariamente pilagás, a manos de fuerzas de represión estatales en 1947.

Catalogar a Nadie detiene las ambulancias como una novela policial o de género negro sería acotarla, ponerle márgenes. ¿De qué manera fusionó los géneros para poner en jaque a la lealtad y al amor, corroídos por el rumor en una sociedad pueblerina?

–En principio, nunca me propuse escribir una novela policial y menos acotarla a los estereotipos esperados. Para mí, la búsqueda es siempre la de un relato libre capaz de absorber todo lo que encuentra en su camino. La tarea básica consiste en definir, antes o durante la escritura, un personaje singular, porque toda novela (según Borges en conversaciones con Bioy Casares) que aspira a ser recordada debe construir un personaje singular, alguien que se imponga más por sus conductas inusuales que por los hechos que lleva a cabo. Por eso, recordamos más la personalidad del Quijote que las innumerables aventuras que protagoniza. Salvando las distancias, el gordo Estévez me permitió en su singularidad encontrar lo que no busqué nunca.

Los personajes son verosímiles y se los puede encontrar hojeando el diario o en las calles de la ciudad. ¿Va con el oído atento para recoger historias y armar la personalidad de quienes serán los protagonistas de sus textos?

Sigo a Rodolfo Walsh, que decía “escribir es escuchar”. Mis fuentes provienen de la calle, cada vez más. Ahí están las historias que nadie ha escrito todavía, me encanta viajar en colectivos urbanos, frecuentar almacenes de barrio, hablar con gente de distintas condiciones sociales. Felizmente, mi pueblito de El Colorado (donde transcurre la novela aunque no lo mencione) es un surtidor espléndido de historias. Aquí reina el chisme, fundador de la literatura según Lawrence. Muchos de mis personajes, incluso el gordo Estévez, son personas reales, apenas deformadas por las necesidades de un cuento o una novela.

¿Cómo sostiene una mirada crítica del lugar donde vive sin ceder a las presiones del pueblo que segrega y castiga al que se corre del lugar deseado por la mayoría? ¿O resulta la válvula de escape que se permite una sociedad conservadora?

No sé por qué, pero la gente de aquí me perdona todo, nunca he tenido inconvenientes en decir lo que pensaba o pintar desde un lugar corrosivo las malas costumbres pueblerinas. Creo que los seduce la idea de estar en algún lado. Hay todavía un gran respeto, casi reverencial, hacia la obra literaria como un espacio de rescate y perduración. Me siento muy cómodo y feliz por esa libertad que me conceden. La mejor prueba fue mi libro Mientras el mundo se achica, sobre el gigante González, donde me permití señalar todo lo que me molestaba de este lugar y cuestionar, incluso, su historia misma, idealizada y cobarde. La gente leyó el libro, aquí se leyó más que en ningún otro lugar, y tuvo una buena recepción.

¿La narrativa es una manera de conservar su memoria y la de los suyos ante un entorno hostil que tiene como premisa el olvido del pasado y el rumor como método para dispersar el rencor?

Tal vez inconscientemente sea así, pero escribo por razones casi fisiológicas, por un deseo más fuerte que cualquier otro. Mi narrativa nace casi siempre de un personaje menospreciado, de un perdedor evidente, de alguien que me expresa en algún lugar de mis ideas o de mis dolores (el Gauchito Gil, Catulo Rodríguez de Teoría del desamparo, el Gigante González, el gordo Estévez). No me gustan los superhéroes (me empacharon en la infancia), me enternecen las mujeres y los hombres que patean el tablero y se quedan solos, muy solos.

Usted dijo en una entrevista con Silvina Friera, en 2009, que “la clase media está hoy más preocupada por impugnar los planes sociales para desocupados y ancianos que en indagar cómo cierta gente se ha hecho tan rica de golpe en los últimos cuatro o cinco años”. ¿Su novela es una manera de denunciar que esto sigue vigente?

Esa frase que le dije a Silvina Friera es el resultado de la observación cotidiana del pueblo donde vivo, de las colas de los bancos que irritaban a la clase media no subsidiada por planes, que es, desde luego, la misma que se deja llevar en la novela por el locutor del programa radial Todo para oír, programa radial que existió en El Colorado y que tuvo una gran influencia sobre los oyentes.

El Gordo Estévez es un hombre que a poco de contar qué le pasó tras un accidente en la calle, está condenado por propios y extraños. Estévez no tiene nada que perder, porque se le había escurrido el amor de su mujer y el afecto de sus amigos se desmorona a cada paso. ¿El dicho que dice “nunca te metas con alguien que no tiene nada para perder” se transforma en una lección para algunos de los protagonistas?

El Gordo Estévez es el humillado que necesita humillar a otros para recuperar su autoestima, como diría Lacan. Debe llevar a cabo una tarea desproporcionada respecto de sus fuerzas, la mirada que tiene el pueblo sobre él es una construcción orientada por un policía golpeador y una radio manipuladora. La justicia no existe ni existirá nunca en esta historia. Ese vacío es el que los argentinos, desde cualquier lugar de la “grieta”, sentimos todo el tiempo.

La novela en imágenes

La tapa de Nadie detiene las ambulancias está ilustrada por el artista Lisandro Estherren quien, a instancias del periodista y escritor paranaense Julián Stoppello, llegó a la editorial La Hendija. Estherren le contó a El Furgón cómo fue la decisión estética para llegar al dibujo final: “La novela transita varios tópicos conectados con la literatura amarilla, el policial y las ficciones de pulpa norteamericanas del 40 y 50, revistas de crimen y publicaciones que se consideraban de baja calidad y con altos grados de violencia. Literatura baja en comparación con el canon del momento. La decisión del editor, entonces, fue buscar una imagen que se relacione con el estilo gráfico del cómic norteamericano”. Como su trabajo “está atravesado por la literatura policial, la historieta de aventura y el cine negro en sus distintas vertientes”, tras la lectura de la novela “traté de ilustrar uno de los momentos más importantes que definen y dan inicio al periplo del protagonista. Como toda ilustración, es un trabajo de condensación de varios temas y personajes en una sola imagen; una síntesis que busca ser coherente y a la vez atraer la atención del lector”. Orlando Van Bredam considera que fue “una elección acertada de mis editores Laura Martincich y Armando Salzman, de La Hendija. Yo no conocía al diseñador y me alegré cuando supe que era un joven que vivía en Paraná y que sus dibujos eran muy cotizados en muchos lugares del mundo. Eligió la escena inicial para armar el cuadro que es en realidad, la entrada a la historia”.

–¿Cómo surgió el título del libro?

En los años noventa, viajaba yo en una combi desde la ciudad de Formosa hasta El Colorado, donde vivo, cuando Gendarmería nos hace descender del vehículo y procede a revisarlo. Encuentran bolsos con mercadería de contrabando y preguntan de quiénes son. Una señora muy conocida de nuestro pueblo se presenta y el gendarme la interroga, como no logra justificar tanta ropa y termos para uso familiar, el oficial le labra un acta. Entonces, la mujer muy enojada le grita: “A mí me hacen un acta y nadie detiene las ambulancias del hospital de El Colorado que vienen cargadas de cigarrillos”. Tenía razón, un mes después los apresaron. Mi novela no aborda este hecho, pero la expresión “nadie detiene las ambulancias” me pareció digna de un título de libro.