jueves, octubre 3, 2024
Cultura

La izquierda exquisita en tiempos de Brexit

Por Fernando Chiappussi/El Furgón –

El estreno de The Party marca el regreso de la cineasta británica Sally Potter (Orlando, La lección de tango) a las salas argentinas. Hipocresía sexual y política en una comedia a cuyos personajes todo les sale mal.

Sally Potter no es una cineasta común.  Con una vocación doble por el cine y la danza, esta londinense nacida en 1949 parece decidida a experimentar en todas las ramas del arte: fundó su propia compañía de danza moderna, dirige teatro y hasta cantó y tocó el saxo en una banda de free jazz (su hermano Nic fue bajista de Van der Graaf Generator). Además de escribir los guiones de sus películas suele componer la banda sonora, y en una incluso fue la actriz protagónica.  Lo suyo es la diversidad y la combinación de disciplinas: escribiendo teatro musical, haciendo una película en verso  (Yes, 2004), estrenando otra en celulares (Rage, 2009), dirigiendo una puesta de la ópera Carmen… Suele decir que “aprendí a dirigir como coreógrafa, y a trabajar como bailarina”.

Timothy Spall, Cillian Murphy, Emily Mortimer, Patricia Clarkson en “The Party”

En 1992 se hizo conocida internacionalmente con su segundo largometraje, Orlando, donde adaptaba la novela homónima de Virginia Woolf, cuyo protagonista (Tilda Swinton) vive cuatro siglos y cambia de sexo en el camino. En retrospectiva, Orlando resulta toda una anticipación de los temas de la cultura queer que hoy explotan en el cine y la televisión.

Cinco años más tarde, Potter ganó la primera edición del recuperado Festival de Mar del Plata con La lección de tango, un desafío de otro tipo: contar su propia obsesión con el dos por cuatro a partir de un romance con el bailarín argentino Pablo Verón (ambos hicieron de sí mismos en el film, aunque el “fato” sólo ocurrió en la ficción).

A pesar del favor del público la película fue algo ninguneada por la crítica nacional que veía en el proyecto un devaneo turístico del cine anglosajón, similar a los realizados por Alan Parker o Robert Duvall. Desde entonces supimos poco de esta artista del multitasking. Pero The Party (2017) la encuentra en muy buena forma a sus casi setenta años.

Escena de “The Party”

Desde el principio el film tiene un aura que recuerda a las habituales incursiones de Roman Polanski en el teatro filmado (La muerte y la doncella, Closer). Efectivamente, la historia tiene lugar en un único decorado -una modesta casa londinense-, y los personajes experimentan un crescendo dramático típico de este tipo de material. Pero el guión es original de Potter e incursiona en una veta cómica que no le conocíamos.

Respetando la unidad de tiempo y lugar del teatro más clásico, cuenta en acerado blanco y negro la recepción que una figura de la política (Kristin Scott Thomas) brinda a sus íntimos para celebrar el haber sido nombrada ministra. (El título del film es ambivalente: en inglés party significa “fiesta” pero también “partido”). El asunto es que -y acá empieza la ironía- en realidad ella pertenece a la oposición y fue designada para el “gabinete en las sombras”; es decir, la noticia no tendrá efecto real alguno en la vida británica. No se sabe la filiación partidaria de la “ministra”, pero los dardos del guión apuntan a las contradicciones de la socialdemocracia europea y en particular del laborismo post-Tony Blair.

La celebración empieza mal y continúa peor, a medida que la vida política y personal de la festejada resulta expuesta a la vista de todos en un cúmulo de coincidencias funestas: su marido (Timothy Spall, que encarnara al pintor Turner para Mike Leigh) tiene un secreto médico para revelar, el marido de su asistenta (Cillian Murphy, siempre a punto de descarrilar) llega con una pistola oculta en el abrigo y su amiga del alma (Patricia Clarkson) no sólo irrita a todos con su humor cáustico sino que encima tuvo la idea de traer a un novio con pretensiones new age (impagable Bruno Ganz), cuyas buenas intenciones convierten el camino al infierno en una autopista.

Escena de “The Party”

Hay también un misterioso amor clandestino de la homenajeada, a quien nunca vemos y que se comunica vía celular. El psicopateo mutuo y el humor involuntario de estos neuróticos ABC1 hacen el resto, y promediando la película, uno se encuentra riendo a carcajadas de momentos embarazosos que no le desearía a nadie.

El excelente nivel general de los actores (sólo Murphy se pasa algo de rosca) y la implacable saña del guión mantienen la tensión a lo largo de escasos 71 minutos: Potter sabe cuándo terminar el cuento y lo hace con una sorpresa que llega con el último segundo del film, en la última frase. The Party no pretende reinventar el género, pero como entretenimiento malévolo no tiene nada que envidiarle al director de El escritor fantasma.  Welcome back, Potter.