martes, enero 14, 2025
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Ficciones. Un día sin abrazos

Por Jorge Ezequiel Rodríguez/El Furgón

No hubo debate en el Congreso ni nada parecido. El decreto afirmó que a partir del miércoles 8 de agosto de 2018, en Argentina, se prohíben los abrazos.

Me desperté ese día y me desayuné con la noticia. Lo extraño es que no me sorprendió, de hecho cuando estaba poniendo la pava en la hornalla se acercó mi nena, me abrazó de atrás, rodeando sus bracitos por mi cintura, y me sentí raro, no sé cómo explicarlo. De todos modos me di vuelta, la levanté y la abracé. Buen día papá, me dijo, y me sentí culpable.

Desde principio de año se olfateaba esa decisión, y a pesar de que sonara fuerte la idea de que podría no haber más abrazos, el aparato mediático hizo lo suyo para que la cuestión se instalara y se debatiera durante varios meses en cualquier ámbito, mesas de familia, espacios de trabajo, transportes públicos, redes sociales, en fin… durante más de seis meses se habló de ello, y el desprestigio al abrazo iba aumentado día a día.

Lo primero que escuche sobre el tema me hizo reír. Un periodista contó que en Dinamarca la gente había dejado de abrazarse para evitar la falsedad. Casi nadie abraza sinceramente, casi nadie se da cuenta de que está dando un abrazo, decía el hombre asintiendo, y los demás presentes, los panelistas, movían la cabeza de arriba hacia abajo comentado cualquier estupidez para sumarse a la misma idea, poniendo ejemplos de anécdotas de gente que te abrazó mucho y no la viste nunca más.

Y así empezó todo. La gente repetía lo que escuchaba, y la coherencia del relato se iba extinguiendo como la costumbre de por lo menos una vez al día dar y recibir esa muestra de afecto.

Los noticieros paulatinamente colocaban a este debate en lo más alto de su agenda, y los fundamentos comenzaron: Las encuestas de Census Company afirman que en los países del primer mundo, como EEUU, Japón, y Alemania, sólo se abraza el 30% de la población, y en países como Noruega, Finlandia y Suecia, sólo el 15%, mientras que en los países del tercer mundo se abrazan el 93% de las personas. Las encuestas, de compañías como Wordsurveys  o Population Surveyed, dicen que el 88% de las personas se abrazan sin saber por qué lo hacen, sin sentirlo, y que el 69% de las personas que abrazan a los animales han sufrido trastornos en la infancia.

Así continuó durante más de seis meses, con alegatos como por ejemplo que el abrazo se da para evitar un beso, que cuando se abraza no se ve la cara de quien te abraza, que los marginados se abrazan más, que la gente que abraza es más propensa a sufrir impotencia sexual por falsa autoestima, mientras que las personas que no abrazan tienen más expectativa de vida. O con ejemplos de otro tipo como que sin abrazos con el tiempo se evitaría el alzhéimer, o que los niños que abrazan mucho a sus padres son propensos a ser maltratados en las escuelas por sus compañeros, y en el futuro les costaría insertarse en la sociedad. Y ante las respuestas contrarias a esas informaciones, los periodistas, y luego los ciudadanos comunes, ponían el ejemplo de los abrazos a desconocidos que se dan en los estadios de fútbol tras un gol, y otros menos relevantes.

De repente los llamados a los domicilios de parte de encuestadoras comenzaron, y a ello se sumaban los afiches en algunas calles con sello del Gobierno de la Nación que decían:

Menos abrazos, más amor

Ese día me sentí raro. Salí de mi casa hacia el trabajo, y al primer vecino que vi lo saludé con la cabeza. Llegué a la estación de trenes, y vi que una pareja se despedía con un abrazo de manos apretadas en la espalda. Muchos de los que estaban en el andén los miraron de modo extraño. Nadie llamó a la policía, pero las miradas hablaron por sí solas. Y si la hubiesen llamado me hubiera enterado cuál era el castigo por desobedecer la ley, nunca lo aclararon.

Saqué el celular del bolsillo, y vi que en las redes sociales convocaban a un abrazo masivo en la Plaza de Mayo. Se realizaba a las 18 hs. Podría ir, pensé. Al llegar a la oficina noté que el clima estaba caldeado. Una de mis compañeras lloraba porque el novio le dijo que no se iban a abrazar más, y ella pensaba separarse. Otra de las chicas argumentaba que abrazarse es perder el tiempo, mientras varios de mis compañeros se reían con miradas cómplices. Así pasó el día. Salí del trabajo a las apuradas para llegar a Plaza de Mayo. Le avisé a mi mujer quien enseguida me pidió que me cuidara. “Se espera muchísima policía, dicen en el noticiero”, me dijo con voz arenosa. Y me di cuenta que yo nunca había visto a dos policías abrazarse.

En el camino hasta la Plaza empecé a observar a las personas y recordé que ese día sólo había visto dos abrazos, el de mi nena junto con el mío, que en realidad formaban uno, y el de la pareja del tren. Pero enseguida caí en la cuenta de era la primera vez que contaba abrazos vistos en un día, y más aún abrazos dados o recibidos. Sentí la necesidad de abrazar, la sentí con potencia, incluso deseé profundamente que mi nena o mi mujer estuviesen cerca y poder abrazarlas, y el deseo me llevó a querer abrazar a cualquier persona que viera. ¿Cómo van a prohibir el abrazo?, es una locura, dije en voz alta, y un hombre me sonrió al pasar por al lado.

– Señor, le dije, y el hombre se dio vuelta. ¿No es una locura lo de este día?– le pregunté con los hombros pegados al cuello.

– No le extrañe que mañana nos prohíban hablar cara a cara, respondió.

– Sería imposible, pero… ¿cómo van a prohibir el abrazo? y abrí los brazos cual Cristo con los Apóstoles.

El hombre sonrió nuevamente y siguió caminando.

Llegué a la Plaza. Sentí como una especie de alboroto, se escuchaban gritos. Me acerqué y vi que la gente festejaba. “Vamos a abrazarnos, sacaron la prohibición”, gritaba uno.

– ¿Sacaron el decreto?, pregunté al aire.

– Mire, agregó una señora, mostrándome el celular con la mano, y con la otra tocándome la espalda.

En la pantalla se veía la cara del Jefe de Gabinete junto con la siguiente frase:

“Se derogó el decreto; la sociedad todavía no está preparada para tal avance”.

Imagen de portada: “El abrazo en un cuarto cerrado”, óleo de Pablo Picasso.