César Vallejo, el poeta perpetuo.
Por Flavio Zalazar, desde Rosario/El Furgón –
“Quiero escribir, pero me sale espuma. Quiero decir…”. Tal fue la tarea de César Vallejo, un intento por devolver las palabras a los hombres.
Nació en Perú, un 16 de marzo de 1892 y murió lejos, en París en el año 1938. Amó a Rubén Darío, leyó los clásicos españoles -su tesis de grado en la Universidad de San Marcos refiere a las constantes románticas en la literatura española-, a Whitman, al simbolismo francés. Ese legado transcribió en su primer gran obra, Los heraldos negros, decía en “Idilio muerto” al recuerdo de las costumbre inmóviles de su pueblo: “Qué estará haciendo mi andina y dulce Rita/ de junco y capulí;/ dónde están sus manos que en actitud contrita/ planchaban en las tardes blancuras por venir.
En Europa trabajó en lo que pudo, los más como articulista de a pesos en diarios y en Amauta, la revista de su camarada Mariátegui. Escribió Trilce -el tres se une a dulce-, y entre amigos expresó: “El libro ha nacido en el mayor vacío… Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizá, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora gravitación sacralísima, de hombre y de artista: la de ser libre”. Así, desconociendo todo tipo de autoridad gramatical, construyó metáforas novedosas, oposiciones insólitas; distorsionó la lengua a un habla materna, íntima, humana: “Ciliado arrecife donde nací,/ según refieren cronicones y pliegos / de labios familiares historiados/ en segunda gracia/…”
Ya instalado en París produce un buen número de poesías agrupadas en Poemas humanos. Comienza uno de ellos, “Hasta el día en que vuelva, de esta piedra/ nacerá mi talón definitivo,/ con su juego de crímenes, su yedra,/ su obstinación dramática, su olivo/…”. Publica la novela El tungsteno, en ella brinda su adhesión al marxismo y el compromiso con la revolución obrera y campesina. Viaja a la Unión Soviética, asiste al Congreso Internacional de Escritores; vive de su prosa, trabaja free lance en periodismo. Subsiste definitivamente en Francia.
Su salud se deteriora, mientras tanto en el mundo estalla la guerra civil en España. El hecho lo conmueve hondamente, del dolor nace España, Aparta de mi este cáliz, “Herido y muerto, hermano/ criatura veraz, republicana, están andando en tu trono/ desde que tu espinazo cayó famosamente:/ están andando, pálido, en tu edad flaca y anual,/ laboriosamente absorta ante los vientos/…”
Muere, muchos dicen que enfermo por el hambre que pasó en Europa. Su poética fue la de darle a la palabra dimensión de ser, de dolor, de injusticia. Una letra fraternal decía, que afirmó un sentido a la poesía latinoamericana. Después del peruano, todos quisieron parecérsele un poco.
Hasta el día en que vuelva, de esta piedra
nacerá mi talón definitivo,
con su juego de crímenes, su yedra,
su obstinación dramática, su olivo.
Hasta el día en que vuelva, prosiguiendo,
con franca rectitud de cojo amargo,
de pozo en pozo, mi periplo, entiendo
que el hombre ha de ser bueno, sin embargo.
Hasta el día en que vuelva y hasta que ande
el animal que soy, entre sus jueces,
nuestro bravo meñique será grande,
digno, infinito dedo entre los dedos.
Hasta el día que vuelva de esta piedra…
Del libro Poemas humanos, de César Vallejo