miércoles, octubre 9, 2024
Cultura

La desaparición de los discursos

Jorge Gómez*, especial para El Furgón – El término Biblioclastía, que indica la acción de destruir libros, aún no es reconocido por el diccionario de la RAE. Sin embargo, la biblioclastía acompaña a la humanidad desde la antigüedad como bien explica Fernando Baéz en su libro Historia Universal de las destrucción de libros.

Ahora bien, ¿con qué intención se destruye un libro? Cuando se destruye un libro, en realidad, lo que se intenta destruir es lo que comunica. Contrariamente a lo que el común denominador supone respecto al vínculo entre la censura y la última dictadura cívico-militar argentina 1976-1983, existió un plan sistemático para con la cultura que incluyó la biblioclastía. Ante las extendidas anécdotas de la prohibición de libros como La Cuba electrolítica ó Rojo y Negro que presupone ignorancia ó desconocimiento por parte de los censores, hubo un plan sistemático que abarcó el control de pensamiento, la censura, y la destrucción de libros donde la pata civil tuvo su especial participación con personal capacitado para la clasificación de la supuesta “bibliografía subversiva”.

Aunque como bien explican los autores de Un golpe a los libros, Hernán Invernizzi y Judith Gociol, “es infrecuente saber quiénes escribían los estudios de los cuales resultaba prohibir un libro, modificar un plan de estudios o perseguir una tendencia musical”. El objetivo fundamental del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional era la transformación socioeconómica y que, para que eso fuera factible, la censura, la persecución y, consecuentemente, la destrucción del libro, cumplía un papel fundamental. A la desaparición de miles de argentinos, se le correspondía la desaparición de discursos, tradiciones, imágenes y símbolos. La idea consistía en destruir los principales elementos de la identidad cultural, que suelen ser los que más valor proporcionan al momento de la resistencia.

A la desaparición de miles de argentinos, se le correspondía la desaparición de discursos, tradiciones, imágenes y símbolos. La idea consistía en destruir los principales elementos de la identidad cultural, que suelen ser los que más valor proporcionan al momento de la resistencia

Los biblioclastas argentinos destruyeron miles libros. A poco más de un mes de comenzada la dictadura el Tercer Cuerpo de Ejército llevó adelante una quema pública en Córdoba con ciertas reminiscencias a las quemas hitlerianas. A principios de 1977, más de 90.000 libros fueron cargados en camiones militares de los depósitos de la editorial Eudeba y nunca más se supo de ellos; y ese mismo año la policía de Santa Fe desapareció más de 80.000 ejemplares de la populosa Biblioteca Constancio Vigil de Rosario. En junio de 1980, se da un caso paradigmático, es la propia justicia quien solicita quemar libros: el juez federal Héctor de la Serna, pide a la policía bonaerense que incineré más de 24 toneladas de libros publicados por el Centro Editor de América Latina (CEAL), y para tener registro del hecho ordena que se fotografíe el horror.

Osvaldo Bayer  recuerda en el prólogo de la obra teatral Biblioclastas: “el teniente coronel Gorleri quemó libros por “Dios, Patria y Hogar” durante la dictadura y la democracia; después, lo ascendió a general. “Los argentinos tenemos un general especializado en la quema de libros. Cobra sueldo de general, que corresponde a los sueldos de cinco bibliotecarios”, asegura. “Quemar libros es como torturar a una embarazada antes de dar a luz. Es lo mismo que esperar que aparezca el hijo de su vientre y quitárselo sin siquiera mostrárselo.” Bayer padeció la prohibición y destrucción de sus libros. Severino Di Giovanni, idealista de la violencia, fue prohibido por Lastiri; Los anarquistas expropiadores y el film La Patagonia rebelde, por Isabel Perón, y los tres tomos de La Patagonia rebelde fueron quemados por la última dictadura.

Pero la biblioclastía no está solo anclada en el pasado, hoy tomó nuevas formas. El vínculo entre los lectores y la literatura nacional es una de las pérdidas aún no recuperadas, o la imposibilidad de publicar en un mercado editorial de alta concentración de empresas extranjeras, que es de algún modo la concreción en el ámbito de la cultura, del modo de economía gestado por la dictadura. ¿Por qué los biblioclastas querrán destruir lo que se comunica? La pregunta flota en una memoria viva en el presente que mira al futuro.

*Actor y director teatral. Escribió y protagonizó la obra “Biblioclastas”