Diario de una búsqueda
Por Marcelo Massarino/El Furgón – Sergio Recarte dejó su pueblo en la provincia de Buenos Aires y partió a la ciudad de La Plata para estudiar Veterinaria. Llegó en marzo de 1974 y al poco tiempo se integró a la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Dos años después, durante una movilización de obreros y estudiantes, fue secuestrado por policías de civil y nada se supo de él. Al día siguiente, el teléfono sonó en la estación de Drabble, un paraje rural de la línea ferroviaria del Sarmiento, a veinticinco kilómetros de General Villegas, la cabecera del distrito. “’De La Plata lo llaman señor. No se retire’ modula la operadora. ‘Hola Recarte, le habla (Ricardo) Carignano, es para decirle que Sergio ha sido detenido ayer por la mañana. Nada sabemos pero tiene que venir urgente para presentar un Habeas Corpus, porque sólo lo puede hacer un familiar directo’. Contesté apresurado que para el día siguiente estaría allí.” Así registró Roberto Recarte en un diario personal la llamada que interrumpió la siesta pueblerina y cambió su vida y la de su esposa Betty, para siempre.
Esas páginas amarillentas estuvieron guardadas treinta años sin que Sergio pudiera leerlas. “Durante un largo tiempo no quería o no podía rememorar aquellos días signados por el espanto y el horror”, dice a Sudestada desde Villegas, donde vive junto a su esposa e hija tras el regreso del exilio en el País Vasco. Con la inauguración, en 2010, de un sitio de la memoria en la plaza principal de la ciudad que recuerda a los ocho jóvenes villeguenses detenidos-desaparecidos, es que decidió ver esas hojas mecanografiadas. “Al comenzar a reconstruir las historias de las víctimas –la mayoría enclaustradas en el entorno familiar– fui reconstruyendo mi propia historia. A partir de ahí, derribadas algunas barreras emocionales, comenzó a gestarse la idea de escribir el libro, una decisión motivada por la existencia del diario de mi padre”, señala el autor.
El aliento de la memoria. Testimonios de un preso político durante la dictadura cívico-militar 1976-1983 (Ediciones Lauburu) es un texto notable. Mediante el testimonio de Roberto Recarte se revive la búsqueda día a día: peregrinó por destacamentos policiales, morgues, cárceles, juzgados, oficinas públicas e iglesias; también recurrió a políticos de su distrito y conocidos con influencias, además de la mano solidaria y el acompañamiento de los amigos de Sergio y un puñado de sus compañeros de militancia. La tragedia está en cada párrafo: la angustia y el pedido desesperado, el llanto y también las lágrimas de alegría tras saber que su hijo estaba con vida, cuando desde una oficina alguien gritó: “¡Recarte, positivo!”. Al mismo tiempo, Sergio describe el secuestro, las torturas y una primera convicción: no entregar un solo dato sobre la militancia. Tras casi un mes en condición de detenido-desaparecido, fue puesto “a disposición del Poder Ejecutivo Nacional” y encerrado en la Unidad 9 de La Plata. Permaneció detenido hasta el 6 de mayo de 1978 cuando al pie de la escalinata de un avión de la línea Iberia que partía rumbo a España, le quitaron las esposas. Desterrado, su destino final fue Donesztebe, una pequeña aldea navarra donde familiares de su padre, a quienes no conocía, le dieron abrigo. En la Argentina quedaron su familia, los amigos del pueblo y de la militancia estudiantil. Tenía sólo 22 años.
–¿Cómo era la relación con su padre cuando partió a La Plata para estudiar en la Universidad?
–Mi relación con el “viejo” siempre fue buena, pese a que por su trabajo como ferroviario debía ausentarse con frecuencia de su casa. Pero fuimos, dentro de su carácter reservado, amigos y compinches. Salíamos a cazar y a jugar al fútbol, pero lo más importante: de mi padre heredé el hábito de la lectura y el amor por los libros. Lo que aún lamento es que cuando accedí a aquellas hojas mecanografiadas por las manos de mi padre y donde registra su búsqueda para encontrarme, él ya había partido para siempre. Leerla fue sentir una profunda emoción. Sabía de lo que era capaz mi viejo, pero en el interior de aquella crónica hay pasajes y acontecimientos donde probablemente su desesperación lo haya empujado a realizar acciones temerarias. Está claro que en circunstancias desconocidas para él, supo sobre ponerse al dolor y sumergirse en el interior de un drama del cual jamás hubiera imaginado ser protagonista. Y lo hizo con dignidad, con enorme valor.
–El texto de Roberto es preciso sobre el camino que hizo para dar con su paradero y rico en la descripción sobre las actitudes de quienes lo acompañaron. ¿Hubo algo que lo sorprendió?
–Es sorprendente encontrarse con detalles reveladores de una situación que recién se iniciaba. Fui detenido cinco días antes del golpe y la búsqueda de mi padre para hallarme abarcó varias semanas. Es decir, aún no estaba muy consolidado el entramado represivo y el pacto de silencio sobre el destino de los secuestrados tenía fisuras. Por esas hendiduras y con enorme suerte y perseverancia pudo introducirse para recabar un dato. Mis compañeros de militancia hicieron, dadas las circunstancias de enormes peligros, lo que estaba al alcance de su mano. Lo sorprendente fueron las acciones solidarias de amigos que estaban alejados de cualquier tipo de compromiso político. Después supe, con el paso del tiempo, que algunos de ellos se transformaron en víctimas de la represión. Y lo fueron por motivos alejados a mi caso. Pese a no militar, fueron secuestrados y cruelmente torturados.
–Usted señala una preocupación por no dar un solo dato sobre la militancia…
–Nosotros veníamos muy golpeados antes del golpe de estado. La ciudad de La Plata se había transformado en un coto de caza para la CNU (Concentración Nacional Universitaria), la versión local de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) el peronismo combativo había perdido algunos cuadros políticos importantes. Además, ya estaba interviniendo las Fuerzas Armadas, sobre todo, colaborando con la Policía dentro de la estructura de Inteligencia y en los interrogatorios. Pese a ser un militante de poca experiencia dentro de la JUP, era consciente que la mano venía muy brava. Por esa razón había que evitar, en lo posible, dar cualquier tipo de información por el efecto cadena. Algunas veces se lograba, en otras no. Y en esas situaciones límite, tan al borde de la aniquilación física y psíquica, las respuestas y los comportamientos personales son diversos. No soy quien para juzgarlos.
–El diario es un gran aporte para saber cómo los familiares lucharon durante la represión ¿Esa parte de la historia debería tener mayor visibilidad en la reconstrucción de la memoria colectiva?
–Estoy convencido que es necesario ahondar en ese aspecto. No cabe dudas que los familiares, en la mayoría de los casos se involucraron, se comprometieron en una búsqueda desesperada, introduciéndose de manera sorpresiva dentro de la trama y de una circunstancias para ellos desconocidas. Aquello fue una carrera contra el tiempo por salvar una vida, iniciada de un día para el otro, de manera abrupta, traumática y donde incluso sus propias vidas corrían serio peligro.
No hay paredes, suelos ni techos, tampoco una rendija por más pequeña que sea para atravesarla. Todo es nada, la nada mas absoluta. Intento desprenderme, quebrarme y precipitarme al vacío. Voy y vengo dentro de la nada, inmovilizado, engrillado, los calambres hacen de las suyas. Intento desaparecer, evadirme de este maldito espacio, que nada ni nadie tenga ojos, manos o pies para romper este deseo que es sumergirse en un cielo colmado de estrellas. Lo puedo lograr, estoy seguro que sí, cortar amarras, eludir la vigilancia e irme por mares azules jamás conocidos y entrar en crepúsculos y amaneceres de fulgores naranjas, lejos, lejos sobre las espumas de las olas y entre vuelos y gaviotas. Los calambres son hilos retorcidos de dolor. La espalda, los brazos, las piernas, músculos y nervios amortajados por esos hilos que se tensan en cada leve movimiento. Dolor, dolor y la voz que susurran el inmenso silencio blanco.
-Vos parecés un buen pibe. Vas a ver que todo saldrá bien. Tranquilo, tranquilo.
Y en ocasiones, cuando nos traen la miserable ración de comida, la voz, nuevamente, esa voz que desea ser amigable.
-Cuando yo esté, nada te va a pasar. No estás solo, vos sos bueno. Me deslizo por una pendiente hacia el abismo, la misma voz me sujeta con firmeza de un brazo y me conduce al interrogatorio. En el camino dice:
-No tengas miedo, sólo son unas preguntas.