Teté Aguirre: El rey del bombo
“Y el Coco se callaba la boca. Miraba el suelo. ¿Por qué, Coco? ¿Por qué te callás la boca y andás escondiéndote? ¿Vos, Coco? ¿El mejor tocador de bombo? ¡Que no se diga! Porque vos sos el mejor de todos. Sin vueltas. Cuando te dejamos solo hacés lo que querés con el bombo. La gente te aplaude. La gente te aplaude. Se vuelve loca. Por la espalda, por abajo la pata. ¡Dale, Coco! ¡Más fuerte, Coco! ¡Más ligero! ¡Dale, Coco! Pero soy el director. Yo siempre fui director. ¿No es cierto, Coco? Este año, y el año pasado, y el otro, y el otro. Siempre. La murga de Barraza, le dicen a Los Divertidos. Eso vos lo sabés” (de “Un Bombo que suena lejos”, Humberto Costantini)
Marcelo Massarino/El Furgón* – El idioma de Teté Aguirre se hace ritmo a puro bombo. Carnavales, corsos y murgas que guarda en su memoria, una historia de calle y melodías que le permiten rendir un culto eterno al único coronado: el Rey Momo.
La voz de Teté Aguirre, grave y cavernosa, retumba entre las paredes del taller donde fabrica bombos, al fondo de su departamento en un primer piso del barrio de Villa Crespo. El sol ilumina la tarde y ese lugar en el mundo –pequeño y repleto de herramientas, maderas, mazas y papeles que tapan la mesa de trabajo– es el único ámbito donde este hombre de setenta y cuatro años puede crear por afuera de su escenario natural: el empedrado. Porque Teté es la calle misma en tiempos de Carnaval, una suerte de guardián del Rey Momo que anuncia la llegada de los días felices con los sonidos del parche y el platillo. Personaje de culto para músicos y murgueros, nunca abandonó la esencia del murguista que lo mantiene vivo y le da energías para encarar nuevos desafíos arriba de un tablado con el grupo La Runfla. También como letrista y confeccionando bombos de manera artesanal. “A veces les hablo y les pido perdón: ‘Mirá, tengo que apretar las clavijas para afinarte’”, dice con la palabra y la mirada en el rabillo del ojo. Teté Aguirre, Héctor en su documento de identidad, es grandote y se peina para atrás con unos rulos rebeldes que caen, empecinados, sobre la nuca. Tiene un cuerpo macizo que, aun con los golpes que le dio la vida, conserva con una postura altiva pero serena. Sus manos y brazos han hecho miles de malabares con la maza de madera y los platillos. Y sus dedos no dejan de repiquetear cuando entona, con una sorprendente voz de jilguero, las canciones que compone desde hace tan solo quince años.
“Tengo proyectos y todo el tiempo se me cruzan ideas”, afirma mientras el meñique y el anular de la mano izquierda acompañan quién sabe qué melodía. ¿Será que Teté tiene la música en la sangre, en las entrañas? ¿Cómo hace para sacar esos sonidos de un instrumento rústico y más asociado al desorden que a la armonía musical? “No lo sé, me sale así”, responde. Será nomás que el ritmo del Carnaval se le escapa por donde puede. A veces por el bombo, otras por las letras y siempre por los ojos oscuros, por la voz de jilguero, por el vozarrón cotidiano y por el golpeteo de las yemas de los dedos sobre la mesa. Y aunque ya no puede pegar un salto, ensaya una patada al aire desde el inconsciente para liberar tanta pasión que fluye por las venas en glóbulos de colores brillantes y papel picado. Teté es también el esposo de “La Tana”, su adorable compañera, y el papá de Leandro, cantor y murguero. Y el camillero del Hospital Santojanni que le puso cinco estrellas a la camilla, el mismo que cantaba “Malena” a pedido de los médicos cuando la pasó brava después de un tratamiento de quimioterapia. “Dale, Teté, cantate un tango”, pedían. “Se volvían locos, y a mí me servía porque me sentía vivo”, recuerda. Ya está, la Parca venía con la guadaña afilada pero no pudo asestar la chuceada. Apenas si le dejó un rasguño.
“Yo era de Palermo, el que tenía un taller en Villa Crespo era mi hermano. Acá estaba el hincha de Atlanta y el de Chacarita; la gente era diferente, estábamos contentos y tomábamos mate en la vereda. Y cuando una murga salía a la calle, los pibes agarraban un baldecito para tocar. Tirábamos la manga en el boliche: ‘Diga… ¿me da las papas fritas?’. Y el tipo también te regalaba los maníes. Cosas de antes, cincuenta años atrás… ¡No! ¡Sesenta…! Tengo setenta y cuatro… ¡Dejate de jodeeer…!”.
–¿Era un mundo feliz?
–Totalmente, había más amistad y seguridad. La gente era amiga. Los vecinos te decían “vení a ensayar con la murga”. ¡Hoy te echan y no quieren que toques el bombo en la cuadra! Pero, viste, todo cambió mucho…
–¿Qué representaba la murga en aquellos tiempos?
–La diversión, la alegría. Por eso muchos viejos no dejaban salir a los pibes. “¡Qué vas a salir con esos atorrantes!”, decían. Se jugaba muy bien con el agua, decentemente. En el corso había lanzaperfume, serpentinas y papel picado. ¡Qué antiguo! Toda gente de bien y disfrazados. Era otra cosa… En el 43 fui mascotita de Los Dandys de Palermo, éramos quince o dieciséis todos muy bien vestidos. Viajábamos en el tranvía hasta el Teatro Regio, que ahora es el Teatro de las Provincias; al Fénix, de Flores; al Medrano; al Marconi y al Rialto. Salíamos desde la esquina de Lavalleja y Córdoba con la primera función para el barrio. Caminábamos cinco cuadras y otra parada: Y sí/ somos los Dandys/ de nuevo estamos aquí… En el 47 o 48 vinieron Los locos del cuarto piso, también de Palermo: Muy buenas noches/ querido auditorio/ que a estos tenorios/ cantar van a oír…
Ahí miré cómo se tocaba el bombo y aprendí de la gente grande. Teníamos disfraces: el yacaré, una cafetera, un Fúlmine y un Bólido que, paradojas del destino, era un gordo que siempre llegaba tarde porque le costaba seguirnos el paso. Después en Los chiflados de Almagro estaba Pierino Gamba, un tano de Italia que dirigía y todo. ¡Esa sí que era buena! Ahora no sabés quién es el mejor porque tienen 180 integrantes y todos bailan… ¡no sabés quién es el que toca el bombo! Salían también Los Cometas de Boedo, La Runfla de Palermo. Atrás había todo un barrio. En el 57 estaba en Los Mocosos de Liniers y nos invitaron a Las Cañitas. El corso se hacía donde ahora están los boliches. Había unas ollas grandes, de esas donde hacían los guisos para los colimbas, llenas de moscato que tomábamos con cucha¬rones… ¡Salíamos en el aire! ¡Qué grande Las Cañitas de aquel entonces y no ésta que es para los bacanes!
–¿Cuándo se dio cuenta de que tenía algo más tocando el bombo?
–Una vez, por el año cincuenta y uno, toqué mal una canción con el bombo y todos me miraron, entonces me dije que lo mío tenía que salir mejor porque advertí que la gente escuchaba. Si sale bien, te aplaude, pero si sale mal… Tres años después, era uno de los cotizados porque le saqué muchos sonidos y los compases sin saber nada de música. Uno que se volvía loco era Norberto Minichilo, un gran baterista de jazz que cuando me vio tocar con unos platillos con soldaduras me preguntó: “¿Cómo hacés para que suenen así?”. “¡Qué sé yo! Me sale”, le dije. El asombro era porque así pierden todo el sonido pero, sin embargo, sonaban bien. Hasta toqué el “Ave María” en tiempo de murga… sale muy lindo, ¡El bombo me vuelve loco!
–¿Y las canciones?
–Las canciones de antes se referían a las mujeres, a la policía, al gobierno… ahora se escribe diferente aunque siempre incluyo a la amistad, el estar todos juntos. Ahora las murgas se separan enseguida porque algunos que dan dos patadas al aire se creen directores. De los jovatos quedé solo, pero me tratan con respeto.
–¿Cómo surgió la idea de escribir canciones?
–Uno no sabe cómo se da. Un día escribía en casa y vino Carmelo. “¿Qué estás haciendo?”, me preguntó. “Escribo una letra”, le dije. “¡Dejate de joder, ¡mirá si vas a escribir una letra!”. Y se fue.
Me vine abajo porque me lo dijo un amigo, pero no le di bola y seguí. Una tarde en el 94, era domingo y jugaba Independiente. Le hicimos cuatro a Huracán y salimos campeones. Tras cartón escribí un tango para El Polaco Goyeneche y otro para Beba Bidart, que murieron un día antes, el veintisiete de agosto. Siempre agarro el tango. Ahora con La Runfla hacemos “Naranjo en flor” y “La última curda”, que me la piden en todos lados. También hice un himno para las murgas con “Brindo por las mujeres”, de Andrés Calamaro.
“Un día me olvidé del Carnaval. Era el año sesenta y pico”, dice Teté Aguirre. Estuvo veinte años sin disfraces ni levita, aunque en ocasiones sintió la necesidad de acercarse al bombo. Una tarde iba por Ciudadela y vio una murga. Caminó una cuadra y se acercó al bombista: “¿me dejás tocar el bombo?”, le preguntó. Y el tipo le dijo no. “Cuando ganamos el Mundial 78 –agrega– salí con mi hijo a festejar y había uno tocando en Corrientes y Medrano. El pibe me dijo ‘pedíselo, papá’. Cuando le hablé me sacó corriendo: ‘¡Estás loco, esto vale mucha plata!’.’¡Pero qué decís..!, ¡yo soy Teté!’, le respondí y nos fuimos…
”Volví a tocar en el 86. Estaba cenando en casa con un matrimonio y sonó el teléfono. Era Carmelo. ‘¿Querés sacar a la murga?’, le pregunté.
–Sí, nos juntamos el lunes en el club Juventud, de Montiel al 1100.
”Y fui. Estaban Tarantela, Conde, Lauchín, Carmelo, Alfredito y un par más. ‘¿Con estos vamos a sacar la murga?’, fue lo primero que se me ocurrió. Claro, estaba acostumbrado a que veinte años atrás éramos cuarenta o cincuenta. La cuestión es que había un bombo angosto. Tarantela propuso: ‘hagamos algo’. Me lo calcé y salió Pobre mi madre querida/ cuántos disgustos le he dado / Lararalalalaaaaa. Levanté la cabeza y Tarantela miraba asombrado: ‘¿Qué hacés?’, me preguntó. ‘Qué se yo… no sé cómo me sale’… Con Los Mocosos de Liniers hicimos una presentación con siete canciones, ninguna con el mismo ritmo”.
Con el tiempo, músicos y artistas descubrieron a Teté Aguirre. Tocó junto a Gustavo Mozzi, Ariel Prat y Juan Carlos Baglietto. Lo admira Flavio Cianciarulo, el Señor Flavio de Los Fabulosos Cadillacs: “Un día me dijo que soy el Pappo de la murga”, señala. Grabó la marcha “Los Muchachos Peronistas” para Sinfonía de un sentimiento, de Leonardo Favio y participó de las obras de teatro Un guacho al truco y Juan Moreira, de Enrique Molina. También en Sueños de una murga de verano, de Carlos Palacios. Reconoce como grandes amigos al dramaturgo Claudio Gallardou y al actor Luis Mazzeo. “Sueño con acompañar a Rubén Juárez en ‘Café la humedad’”, agrega a la cuenta de proyectos, que completa con dirigir una murga con veinte bombos que toquen todos iguales.
El presente lo tiene como integrante de La Runfla Murguera, un grupo que completan los cantores Sergio Ballestrachi y Oscar Marchetti, Malevo; el recitador Juan Carlos, Muralla; y los hermanos Porto: Álvaro, en guitarra; Gaspar, en bajo y Horacio, en trombón.
Aunque dejó su lugar en los desfiles de Carnaval, no pierde oportunidad para mirar a los nuevos murguistas y, especialmente, a los que tocan el bombo. “Hay cuatro pibes del barrio Santa Rita que son muy buenos”, asegura. En la lista de los mejores bombistas incluye a Alejandro, de Pasión Que¬mera; al mellizo de Los Chiflados de Boedo; a Ramoncito de Los Cometas de Boedo; a Rulo de Los Descarrilados de Barracas y a su hijo, Leandro Aguirre.
La entrevista culmina pero la charla continúa porque Teté canta y nos pasa un par de canciones. Vuelve sobre sus pasos y trae más hojas: “Pará, también llevá estas que te van a gustar, y acá tenés un demo con cinco temas que grabamos con La Runfla”. Ahí Teté acompaña con platillos y bombo su propia letra que late al ritmo de un corazón murguero: Yo camino por Boedo/ por Almagro y por Saavedra/ por Liniers, por Mataderos/ Villa Urquiza y Paternal./ Cuando escucho el son del bombo/ me da vuelta la cabeza/ se me pianta la tristeza/ de mi negra soledad.
“¡El bombo me vuelve loco, cada día lo llevo más adentro!”, y la exclamación se cierra con el ¡plaf! del choque de sus palmas que guardan los días felices bajo diez dedos entrelazados. Ahí, en la cavidad que forman sus manos tiene las líneas del pasado y el secreto de su sabiduría callejera.
* Publicada en Revista Sudestada nro. 78, mayo de 2009