El Ariel Prat que yo conozco
Adolfo Morales/El Furgón* – A Ariel Prat (Roberto Ariel Martorelli según rezan sus documentos) lo conocí hace 21 años aproximadamente, cuando recién acababa de concluir su relación con “Los Testigos de Báez” y tenía un puñado de canciones testimoniales que luego formarían parte de su Marcado sobre la raya, el segundo disco de su trayectoria.
Un amigo en común y ex compañero de la sección Espectáculos en Télam (Martín Odoriz) me dice un día: “Tengo un conocido, Ariel Prat, al que le podrías hacer una nota porque va a presentar un disco en un teatro, en La Boca. Es buena onda”, afirmó el “Capitán” Odoriz, siempre atento a lo que los “personajes de la cultura” andan generando por esta Buenos Aires de ensueño.
Uno imaginaba que la entrevista se iba a desarrollar en “esos quince minutos rigurosos” en los que se pregunta lo puntual y se sacan conclusiones. Error. La charla con Prat, en ese primer “encuentro de bar”, duró casi dos horas.
De esa manera empezó a forjarse una amistad, en la que ciertos “códigos” (no los de “chamuyo” del Coco Basile, sino los de verdad) estaban compartidos. Ariel sorprende por su dialéctica, por su capacidad para retratar situaciones de la cotidianeidad y, básicamente, por su inquebrantable sinceridad.
A medida que uno lo fue conociendo llegó la colaboración (junto al otrora socio de Isdisir Emprendimientos y también amigo en común, José Pomares) para concluir la edición de Marcado sobre la raya, con la presentación en el Teatro Alvear, en diciembre de 1997. Eran períodos en los que a Prat lo conocían poco y, es más, muchos de ellos presumían que se trataba de un “uruguayo que cantaba murga”. Otro error, por cierto.
Y eran tiempos, también, de mucho laburo “hormiga”. Ir adentrando al “Negro” en redacciones, ir cambiando el concepto de “zurdito reventado” que había en muchas de ellas por el de un “cantautor en crecimiento”.
Por suerte, para ir apurando el cambio, Prat siempre tuvo buenas canciones a disposición. Y eso quedó en evidencia en Sobre la hora (2000), el tercer disco en el que Isdisir se hizo cargo de la producción ejecutiva.
Esa fue una etapa distinta de trabajo. Más reuniones, lógicas discusiones y reclutamiento de músicos para conformar “La Houseman Rene Band”. Por suerte, de esa selección surgió la posibilidad de conocer a otro gran amigo músico como Hernán “Perikles” Campodónico, hoy guitarrista de la banda mexicana de reggae “Rastrillos”, que pronto llegarían en la Argentina. A manera de “jurisprudencia”, el disco Sobre… fue el primero en incluir publicidades en su portada. Y coleccionó, futbolero como pocos, a la mayoría de los escribas más reconocidos, como Diego Bonadeo, Ezequiel Fernández Moore, Alejandro Fabbri, entre otros, para que hagan su “comentario” de cada uno de los temas, a manera de resumen de la fecha de una vieja edición de El Gráfico.
Porque Prat, es justo reconocerlo, siempre supo el “toma y daca” de la prensa con los artistas. Tal vez su columna en Página/12, en la que encarnaba al “Monje” le dio una visión que, a futuro, pudo cristalizar bien.
Ariel es un auténtico “laburante” en esto de calzarse el “mameluco” y salir a tocar adonde fuere. Lo hemos visto con seis personas en un sótano o con ochocientas en un teatro, pero siempre con la misma inquebrantable voluntad de “brindarse” a un público muchas veces cautivo.
Una vez concluida la etapa de Sobre la hora, la relación con Ariel pasó a ser otra. De colaboración sí, pero desde otro lado. Tal vez para que la amistad siga siendo genuina.
Entonces llegó un período de mayor reconocimiento. Comenzó a tejer una fluida relación con Juan Subirá y Pepé Céspedes (Bersuit), profundizó aquellos lazos que había mantenido con Dani Buira (La Chilinga, Vicentico), pavada de músico, mientras éste le daba su impronta tan particular a Los Piojos y así se fue gestando el “tango milonga de corte murguero” que abraza por estos días, en el que Los Trasplantados de Madrid y Negro y murguero están en la calle y generan adhesiones.
Más allá de esa innegable cuota de egoísmo que todo artista asume en la Argentina y de la que él tampoco está al margen, a Prat hay que reconocerle una virtud grande: su gratitud. Muchos de los “semidioses de la guitarrita” (frase patentada por Pomares para graficar lo que ocurre a menudo en este mundillo) pretenden “fama gratis” y cuando nuestro laburo, el de los que hacemos prensa, no tiene tanto sentido, suelen prescindir del mismo. Nos ha pasado con bandas y formaciones mucho más grandes. Pero con Ariel, nunca.
Creo que estos últimos años, el laburo del “Negro” ha ido creciendo día a día, disco a disco. Por eso demuestra una firmeza sobre y abajo del escenario que lo lleva a un punto importante de la madurez del músico. Obvio, que su paso por Europa tiene que ver con ello.
Anécdotas vividas con Ariel hay muchas, pero una del fútbol resume lo que esa actividad significa en su vida (y en la nuestra también). Junto a los ponderados integrantes de la “Banda de los Jueves” solíamos jugar desafíos contra otros equipos/bandas y en una de esas nos tocó enfrentarnos con La Chilinga, en Martín Coronado. Partido peleado, de esos que mudan de marcador gol a gol y hay penal para nosotros. “Yo lo pateo”, dice Prat, quien se jactaba de su infalibilidad desde la línea de sentencia. Remate débil, rechazo del arquero y rebote a las nubes. Tuvo otra chance para reivindicarse, con otro penal, y el resultado fue el mismo. El desafío terminó en empate pero esa tarde acabó la leyenda de la efectividad de Prat en los penales.
*Artículo publicado en Revista Sudestada Nº 65, Diciembre de 2007