martes, noviembre 12, 2024
Nacionales

Cuando vaciar es la consigna

Jorge Ezequiel Rodríguez/El Furgón – Todo tiene un por qué, y las decisiones sobre el destino de los fondos y presupuestos que el Estado se compromete con el pueblo a designar son una base clara de su plan, un objetivo concreto, en este caso, en la sobre manipulación de dedo a señalar y voces a callar.

Desde que Cambiemos asumió la presidencia el pueblo argentino sufre el ajuste. Y los grupos empresariales, los monopolios, la clase social que siempre quiere diferenciarse del resto, y para quienes a viva acción ellos gobiernan, se frotan las manos en el plan de enriquecerse aún más a costa de quienes menos tienen. El ajuste y las políticas laborales que implementa este gobierno para el sector empresarial son una inversión.

Resulta increíble que la realidad que sufrimos, para una porción de la ciudadanía, esté reflejada pero no sentida. Es decir, los votantes que continúan apoyando a este modelo neoliberal articulan todo tipo de maniobras para defender lo indefendible. Maniobras que no surgen de sus pensamientos, sino de la doctrina mediática que se escribe minuto a minuto por los medios de comunicación y por los operadores destinados a transformar lo que se ve para no sentirlo. Un trabajo de hormiga nefasto, viejo y conocido, que no sólo trastoca los intereses personales de cada individuo sino también los valores humanos, propagando la discriminación, la división de clase, el fascismo y la poca o nula conciencia. Todo lo señalado es malo, todo lo contrario es el demonio. Por lo tanto, ante lo ilógico del maneje casi a correa de quien dirige al ciudadano sumiso, ante el plan de este gobierno que, de innegablemente continuar, nos llevará a una pobreza aguda en todos los ámbitos, y ante la posible razón de quienes puedan despertar las dudas y el entendimiento y que de ahí puedan empezar a cuestionar y comprender al fin que la realidad no navega entre globitos de colores; a este gobierno le resulta necesario producir un vaciamiento cultural. Una lógica que viene desde que el PRO ganó la primera elección en la Ciudad de Buenos Aires y que es coherente para su forma de gobierno. La cultura es el opio del neoliberalismo.

Hace unos días nos enteramos del cierre del Ballet Nacional de Danza, el único en la historia argentina. El actual ministro de Cultura, Pablo Avelluto, fue quien dio la noticia con excusas propias de aquel que no puede o debe decir la verdadera decisión u orden, valiéndose de la idea de que ya existen financiados por el Estado otros dos ballets estables. Sin embargo, esta propuesta federal del Ballet Nacional que puede culminar el proyecto, y que deja a 80 personas sin trabajo, brindaba funciones gratuitas en todo el territorio del país llegando a todo el público, incluyendo y propagando cultura sin réditos personales. La iniciativa nació en el año 2013, donde se articulaba con Desarrollo Social con el objetivo de alcanzar la danza a lugares públicos no tradicionales y poder formar bailarines en distintos puntos de nuestra región.

Por otro lado, o en el mismo mejor dicho, se ve un vaciamiento profundo en los canales estatales, y en sus contenidos. El presupuesto se redujo notablemente, y se ve en riesgo la continuidad de Paka Paka y las producciones de Canal Encuentro, como así también desde hace un tiempo los espacios INCAA. Pilares en la base del avance cultural que se pudo reflejar desde los más niños hacia los adultos, con contenido apuntado a conocer y revisar la historia, a ofrecer espacios a nuevas mentes, y a estimular la producción cultural independiente y de culto. En 2015, la productora delegada de Canal Encuentro tenía a su cargo cerca de una docena de producciones externas. En la actualidad se redujo apenas a tres. Prácticamente no se licitan nuevas producciones, y por ejemplo algo que tal vez no se refleja pero es contundente, es el hecho de que Paka Paka haya abandonado eventos fuera de la pantalla. Si se aprieta el cuello de los artistas, el arte no desaparece pero para el pueblo puede transformarse en invisible.

En mayo de 2014, la Secretaría de Cultura pasó a ser Ministerio. Esta decisión promulgaba un avance en nuestra cultura, otorgando mayores fondos y presupuestos a programas integrales de producción cultural, articulando con Desarrollo Social y otras áreas. Pero esa intención duró poco más de un año. Desde 2015, el Ministerio congela presupuestos, no deriva sus fondos a estimular las producciones nacionales independientes y, de ese mismo modo, genera un vaciamiento no a orden de pistola pero sí de fondos. El Ministerio, desde 2015 retrocedió pasos, y se desarticula día a día a través de decisiones de presidencia y del ministro que ya no sabe de qué manera sostener en palabras lo que firma con su lapicera. Pero esta decisión que, si bien abarca a muchos sectores se nombra en singular, no sorprende, sino que agudiza la idea clara de un gobierno insensible que entiende las cartas de su juego y dispara desde la oscuridad. Y se replica como cuando en la Ciudad de Buenos Aires se desalojó con represión a los artistas del Teatro San Martín, a los trabajadores del Hospital Borda, y cuando se patotea en centros culturales con falsas órdenes de allanamientos.

En este presente, los músicos, escritores, pintores, cineastas, artistas callejeros, artesanos, nos vemos como enemigos claros de un plan sistemático de vaciarnos, de corrernos al costado o sacarnos del mapa si les resulta necesario. Hoy, para este gobierno el arte en las calles es subversión y terrorismo ideológico. Los corsos y murgas que en unos días no van a poder circular la festividad de carnavales son la negrada que debe desaparecer. Hoy la cultura que, como dijo Gramsci, es la base de todo, se pone en riesgo de derechos, libertades y contenido. Y el plan que tira la piedra pero oculta la mano no tiene límites.

Como el hecho de exterminar la cultura, literalmente, no tiene opción de taparse ni de manipularse mediante los medios y sus operadores, vacían la cultura desde adentro, frivolizan los espacios, confunden, ensucian a los artistas, derriban cada valor cultural con títeres funcionales al sistema, sin contenido. Al valor cultural pretenden transformarlo en basura, y la basura se replica. Música, literatura, cine, teatro, pasan de ser arte a un producto comercial que sólo se ve influenciado por la moda del momento, bajando línea sin que se note, sin ideología por supuesto, o en la idea de desideologizar mejor dicho, y en la base de trasmitir lo que les dicen que hay que decir. Y eso que llaman arte se produce de la misma manera que el envase de una gaseosa. La “empresa” reemplaza a la inspiración, y se pasa de hacer pensar a solo mirar, tal vez reírse, emocionarse un poco y, al fin de cuentas, terminar tan o más vacío que antes. Si no hay ideas no hay pensamiento propio. La intención es la de generar cada vez más seres olvidados de su interpretación, de su pensante, ciudadanos sumisos, sin historia, sin reflejo, sin realidad, para llevarlo a transformar lo que ve para no sentirlo.

Es posible que esto pueda sonar exagerado, pero tristemente es lo que sucede hoy; no es un parte de un futuro de ficción novelesca, es una realidad de la que debemos estar atentos y que se visibiliza con un presidente, sin expresión propia, que cuando agarra un libro bosteza.

Pero como vale repetir, la cultura puede, ante estas decisiones, transformarse en invisible, pero está. Y cuando la historia se torna siniestra y golpea fuerte, el arte aprende, estudia, busca su lugar y se agranda, crece, se multiplica y saca su mejor labor, el esplendor, y la conciencia para entender la realidad, contarla a su modo, y con la valentía para sumar pensantes en una causa que jamás termina y nunca se pierde.