domingo, octubre 6, 2024
CulturaEntrevistas

Lisandro Aristimuño: “Me gusta la música como manifiesto sentimental”

Patricio Féminis*/El Furgón – Un gran desafío espera a Lisandro Aristimuño. Cada vez más convocante, el patagónico legitimado como un compositor y autor clave en las músicas de raíz y vanguardia, y también en el rock y el pop que no transige su fe independiente, tocará por primera vez en el Luna Park, el 16 de septiembre, para presentar su noveno disco Constelaciones y sus clásicos. Junto a Sudestada, repasa claves de su inspiración, su mirada sobre la autogestión y la industria, sus huellas y referentes, qué lo moviliza a nivel político y qué mundo desea para los niños del futuro.

Lisandro Aristimuño enciende un cigarrillo y mira su diminuto muñeco de Michael Jackson junto al mouse, que mueve por reflejo frente a la pantalla. “Muchos músicos argentinos piensan que la música es de ellos. Vos hacés canciones o interpretás, pero la música no es de nadie. Pensar eso me ayuda mucho en la autogestión y en la independencia. ¿Sabés por qué? Porque no me la creo. Yo no me creo quien soy, amo la música. Y ahí está la diferencia”.

En la barra de su estudio-oficina de Villa Urquiza, el compositor, guitarrista y arreglador de Viedma, Río Negro (con quince años en Buenos Aires), tira las colillas en el cenicero, abre una lata de cerveza artesanal y enfoca más allá: en las cinco guitarras acústicas colgadas en fila en la pared. “En todos mis discos hay secretos, y el día de mañana los voy a decir. Hay mensajes ocultos”, sonríe largando el humo. A los 38 años, nuevas revelaciones esperan al creador y voz clave de dos generaciones y escuelas sonoras en pleno siglo xxi. De la música de raíz y vanguardia en coordenadas abiertas, y del rock y el pop local en alto vuelo sin red. Con profundo y luminoso poder sonoro.

Ambas líneas confluyen desde su ojo independiente en una expansión masiva indudable: gira por el país sin freno, hizo shows en México, a fines de marzo en el Lollapalooza y, en mayo, abrió el último show de Sting en Buenos Aires. ¿El sueño independiente se expande para los otros? Tras haber agotado ocho Gran Rex desde que editó su disco Mundo anfibio (2012), multiplicar escenarios del interior y girar en 2016 con Raly Barrionuevo, tiene otra revelación popular al frente. El sábado 16 de septiembre hará su primer Luna Park para presentar su noveno disco Constelaciones, que editó su propio sello Viento Azul Discos. Luego seguirá en Montevideo y Santiago de Chile; volverá a los caminos…

–A tu bagaje independiente y todo lo que reúne Constelaciones, ¿cómo lo vas a llevar al Luna Park?

–Como lo hago siempre. Tengo la suerte de que mi carrera fue de menor a mayor. El laburo que hicimos con mucha gente y amigos fue caer acá con una mochila, y ahora terminar con una valija llena de cosas hermosas. No es que me agarró un productor y al otro día me llevó al Luna Park. Porque ahí sí tendría problemas. En este momento me parece natural que lleguemos al Luna Park. ¿Por qué? Porque hicimos ocho Gran Rex y cada vez es más gente la que viene. Entonces dijimos: “Vamos a hacer un lugar más grande donde estemos todos juntos”. No lo veo como algo alocado ni me sorprende. No por canchero, sino porque era lo que se venía. Yo empecé con treinta personas y ahora lo sentí diferente. Me siento capaz de estar en el Luna y llenarle a la gente el corazón con mi música. Si me hubieras agarrado en 2005 te habría dicho “nooo, ¿estás loco?”. Si me hubiera agarrado una multinacional, qué sé yo… Ahí está siempre el negocio detrás. La industria tiene la culpa. La música no.

Un salto de identidad. Eso significó Constelaciones, donde trascendió su búsqueda expansiva (acústica, eléctrica, digital, orquestal). De la tierra y las respiraciones folclóricas que surcaron sus discos iniciales se fue elevando a íntimas versiones de sí mismo; más pop y rockeras en una nueva conexión astral con el mapa musical argentino. Para Constelaciones armó una banda nueva (luego de años con sus Azules Turquesas), con el vigor de Javier Malosetti en bajo y Sergio Verdinelli en batería –dos músicos de Spinetta–. Mantuvo a Ariel Polenta en teclados y potenció la idea con Nicolás Ibarburu, Nico Bereciartúa, David Soler, y los vientos de Juan Canosa, Ramiro Flores y Sergio Wagner, entre otros.

La belleza final es celeste y primal rumbo al Sur. Aristimuño une sus vibraciones por Los Beatles (por momentos más George Harrison) y por sus cuatro maestros León Gieco, Charly García, Spinetta y Fito Páez, con otros secretos y revelaciones en cada una de las incontables guitarras eléctricas. Otras más folk y los capas de coros y voces alrededor de canciones imbatibles como “Hoy, hoy, hoy” o “De nuevo al frío”; hipnóticas como “Good morning life”, el blues doliente “Una flor”; el folk-rock de “Voy con vos”; el magnético conjuro de padre a hija en “Tres estaciones”, entre otras. Hallándose así, Aristimuño no mira al cosmos para aislarse en su cuna de inspiración. Como dice en “Constelación once”: “Nunca tuve miedo de aquel patrón, siempre defendí nuestro cielo. Así yo doy sin recibir amor, así voy a morir mejor”.

¿Cómo verlo aquí? Aristimuño da otro trago a la cerveza artesanal, con otro pucho en la mano y los ojos en Michael Jackson. “Cuando hice Mundo anfibio en 2012, Santa Fe se inundó por culpa de un gobierno que no tuvo precauciones. Hubo gente que se quedó sin casa y yo saqué Mundo anfibio adrede. Es un diario. Constelaciones también es un diario, ya vas a ver. Son cosas que realmente pienso y estudio: me compro libros. Mis discos son conceptuales, estudio mucho antes de hacerlos. Para Constelaciones me compré libros; para Mundo anfibio también. Leo sobre animales anfibios, sobre constelaciones. Lo más espiritual y lo menos espiritual, la NASA. Y hay partes de las letras que salen de ahí.

–¿Tienen que ver con algo más metafísico o sobre la ciencia y los astros?

–Yo voy a una librería y digo: “¿Tenés cosas de las constelaciones, las estrellas?”. A veces miro las figuras, los dibujos, a veces leo alguna parte. Tampoco estoy todo el día leyendo, porque sería mentira. Pero me gusta saber de lo que voy a hablar. Por ejemplo, de ver que el horóscopo de un diario te diga “hoy te va a ir bien, o mal” y responder a eso, me salió el tema “Hoy, hoy, hoy”, de Constelaciones: “Hoy, hoy, hoy, yo voy a ser feliz. Hoy, hoy, hoy, yo quiero estar así”.

El disco tiene once temas y en cada uno figura “Constelación I”, “Constelación II”, “Constelación III”, “Constelación IV”, etc. y al lado el nombre. “Cada tema tiene una búsqueda de personalidades que fueron investigadas”, afirma Lisandro.

–Algunos dijeron que Constelaciones está atravesado por la presencia de tu hija, Azul.

–Yo creo que el anterior más aún. Mundo anfibio es la panza de la mamá y ella en el agua. Pero Constelaciones tiene una cosa de Azul: la mirada de ella del mundo y su personalidad que se va armando. Casualmente es de Piscis y yo le hice Mundo anfibio. Yo no sabía cuándo iba a nacer, de qué signo iba a ser y es acuática. En cambio, a Constelaciones lo vi más en su mirada. El disco tiene que ver más con “dejémonos de boludeces, y pensemos realmente qué les vamos a dejar a ellos”. Cuando pensé eso, miré el cielo y era de noche. Había estrellas y dije: “¿Estará allá arriba el futuro? ¿Habrá algo allá?”. Ojalá que haya otro planeta donde mi hija pueda vivir bien. Ahí empecé a imaginarme esas constelaciones, esos mensajes. Mandar a otro planeta a niños menores de diez años para que crezcan bien. Ellos nacen tan puros que te hacen preguntas escalofriantes y vos decís: “Tendrías que irte a otro planeta”. Porque este no me gusta. No me gusta que maten a una chica y nadie sepa quién fue. O que desaparezca Santiago Maldonado y no se sepa a dónde está. Está todo comprado y no quiero que mi hija viva en un mundo así. Eso me aterra, me amarga y me pone triste. Por eso hago las canciones que hago. Hay algunos que dicen: “Tu música es re depre”. Y bueno, loco, pero te estoy diciendo que el mundo se va a acabar. No te hablo de boludeces.

–Ese tipo de definiciones sobre vos, ¿cómo te pegan?

–Las leo, las investigo y veo de quiénes vienen. Hay gente que me puede decir que soy un tarado y yo pensar quién es la persona que me está diciendo eso. Por ahí tenga razón, porque a veces yo me permito ser un tarado. Hay otros sobre quienes digo “mirá de dónde viene” y no doy bola. Pero a veces me llama la atención que me diga eso. ¿Qué le molestó de mí? Si yo hago música. Cuando te putean hay que investigar. No entrar al conflicto directamente, ni ir a las piñas. No puede ser que tengan un criterio sobre mí sin saber quién soy ni lo que hago. No creo que mi música sea violenta, como para que esa persona diga eso. En ninguno de mis discos hay violencia, salvo algún par de temas.

–Pero a veces la violencia puede ser un buen factor artístico.

–No pienso que use la violencia en las letras. Incluso creo que es un juego. ¿Por qué en un dibujo de Disney puede haber un tipo malo que hable mal? Son juegos y la música tiene ese juego de poder meterte en personaje o bardear y que cada uno lo tome como quiera. Por ejemplo, políticamente, “Traje de Dios” de Mundo anfibio es una canción que habla de eso. ¿Y quién es? Depende de cada uno. Vos podés tomar tu superhéroe malo para el que vos quieras. Hay gente que lo va a tomar a Kirchner y hay gente que lo va a tomar a Macri. Eso es poesía: abrir y dejarlo a criterio, pese a que yo tenga una posición o esté parado en un lugar. ¿Pero quién sabe si no digo Mauricio o digo Néstor? Yo digo: “Envuelto en tu traje de Dios”. Si yo te llegara a decir a quién se lo hice, nada que ver. Por ahí a un amigo, o un tío, qué sé yo. Eso es lo lindo de ser músico, también. Es fascinante, porque vos estás buscando tu sanación. Hacer música tiene un poder curativo para mí. ¿Viste cuando te dicen “puteá, no te lo guardes porque vas a explotar”? Es un poco eso. Mi forma de componer también es poder sacar al viento, al espacio, a la gente. Ya no es más mío. Eso es lo interesante, lo que vuelve. Por eso intento que las letras estén abiertas. Nunca cerradas. Eso es algo que me gusta del folclore: son influencias. Las letras del folclore hablan de las montañas, pero también de una leyenda o una maldición. Por ahí es una planta extraña que apareció. No es una letra sobre Benetton en la Patagonia. O tranquilamente podría serlo. Pero esa es la libre lectura que yo quiero dar.

–¿De qué manera vinculás tu música con las raíces, hoy?

–La música para mí es como la tierra. Uno siempre tiene que devolver, que ofrendar. Si a mí me va bien, tengo que devolver. Esa es mi filosofía. Siempre estoy intentando poder dar una mano a gente que está esperando que alguien le de una mano para que pueda tocar. Una de esas formas fue el programa de radio que tuve durante varios años en FM La Tribu para difundir muchas propuestas. La otra, el proyecto Música Sin Fines de Lucro (MSFL), para dar a conocer mes a mes, por Internet, nuevas canciones a través de mi página web. Pero también pienso las raíces que me marcan por vivir en Buenos Aires. Para mí, el folklore porteño es el rock; siempre escuché rock nacional. Es más, aprendí a tocar la guitarra sacando temas de rock, pero antes no lo tomaba como una influencia directa para componer. Siempre conectaba con la manera de cantar de Spinetta o de Fito Páez, no me basaba en herramientas del rock porteño. Cuando hice mis discos previos a Mundo anfibio, retomaba el folklore del Norte o del Sur y recién con Mundo anfibio me dije: “Hace diez años que vivo acá. ¿Qué es el folclore?”. Y ahí saqué de la batea los discos de Sumo, de Soda Stereo, de Pescado Rabioso. Ese es el folclore de la Capital para mí.

–Cuando tenés necesidad de expresar algo político pero no de un modo explícito, ¿cómo hacés?

–Lo expreso como Lisandro, en la calle, con amigos, en grupo. En la música no lo meto. Incluso eso me ayudó a poder expresarme desde el lado musical para que se pueda leer de las maneras que quieras. Me ayudó mucho eso. No me gusta poner la música como manifiesto político, me gusta poner la música como manifiesto sentimental, amoroso, inteligente, maduro, sensible. Me gusta más ese lado. Creo que la música sensibiliza; yo la uso también para sacar mi parte más frágil, para decir cosas que en persona no me animo a decir. En persona soy más cabrón, conflictivo y político. A la música no la quiero contaminar con mis cosas personales del día a día.

–Al hacerte más masivo con disco como Mundo anfibio y Constelaciones, ¿crecieron esos cuidados o los tuviste desde siempre?

–Siempre. Imaginate que yo llegué de Viedma en enero de 2002, en plena crisis del país, y ahí empecé a componer de verdad. Tenía ganas de tirar cosas sobre el papel y sobre la música. Pueden pasar los gobiernos y habrá unos que me gusten más y otros menos, pero musicalmente es atemporal. Tiene que ver con el sol, la luna, el día, la naturaleza, el viento, el río, mi amor, mis amigos. Ahí es donde yo enfoco. La música es sana, como el amor. Si a mí me llega a ir mal en el amor no quiere decir que el amor sea una mierda. Si a mí me va mal en la música no quiere decir sea una mierda. Es un problema personal, pero muchos se la apoderan. Para mí, ahí está el problema en Argentina. Muchos músicos argentinos piensan que la música es de ellos. Vos hacés canciones o interpretás. No es de nadie.

–Muchos creen que son quienes mejor expresan toda una tradición, del rock o del folclore.

–Eso es muy relativo y lo podés cuestionar. Pero cuando lo cuestionás, te dicen: “¡ah, salí!”. Pero, ¿por qué, loco? Te estoy diciendo que la música no es tuya. Yo no amo mi música. Yo me amo a mí porque mi mujer me ama y mi hijita también y mis amigos. Frente a quienes dicen “esta es mi música” yo pienso: “Hay varios acordes que se los copiaste a tal. Hay cosas que no son tuyas”.

–Vos también tomás cosas de otros autores.

–Inconscientemente. Y a favor, porque, por ejemplo, Charly García copió a Prince, y Soda Stereo copió a The Cure y gracias a Dios nos llegó toda esa data, porque antes no había Internet. Fito Páez copió a Stevie Wonder. Bah, copió… no es la palabra: se influenció. Si uno dice las influencias que tiene ayuda a los que vienen. No si hay un camuflaje de eso o una especie de “no te veo”. Lo lindo es que vos digas “esta base está sacada de acá”. ¿Cuál es el problema? Maradona era fan de Bochini y lo miraba. Y eso no te quita que seas el mejor, o muy bueno.

–En tu caso, ¿haber expuesto tus influencias te ayudó o la gente se desilusiona?

–Las he dicho a todas. Más de uno me ha puesto “dejá de robar”. Y ahí sí te puedo decir: hay que saber robar. Yo le mostré un disco a Fito Páez y él quiso cantar una canción. Al que yo le robé o me influenció –que sería la palabra– aceptó. ¡Mi maestro me aceptó! No es poca cosa. Pero el chicaneo está siempre. En la Argentina se busca el lado conflictivo. Está bien que lo busquen, sólo que lo hacen en lugares inadecuados. A mí me hablan de Macri, o que soy K… ¿Qué te importa? Yo tengo mi postura personal muy marcada, me comprometo y voto al que yo quiero. ¿Se me nota? Y bueno, tampoco puedo camuflar tanto, porque yo soy muy sincero. No me interesa vincular la música con eso, sí tener un lugar musicalmente ideológico. Por eso adoro a Silvio Rodríguez. Es mi ídolo.

–¿La música latinoamericana te llegó por tus padres?

–Sí, a Silvio, a Violeta Parra, a Inti Illimani o Chabuca Granda los escuché por mis viejos. Luego escuchaba Los Beatles, todo el rock de acá, y después Massive Atack, Radiohead, Björk. Por eso, cuando comencé a componer se me mezclaba todo eso; se me identificó con una especie de folk latinoamericano con herramientas electrónicas. Salió así y me di cuenta de que hay mucha juventud que pone ritmos folclóricos en sus canciones. Es una influencia muy marcada y está re bueno, porque genera una identidad que hay que festejar. Es nuestra música: ¿Qué mejor que lo contemporáneo tenga algo nuestro?

La pileta llena

Visibilizar el reclamo de los trabajadores despedidos. En ese deseo se enfocó el festival solidario que organizaron los trabajadores de PepsiCo, el 6 de agosto en su carpa frente al Congreso de la Nación. Allí cantaron Javier Malosetti, Karamelo Santo, Malena D’Alessio, Rodolfo García (mito cotidiano y ex baterista de Almendra y Aquelarre) y también Lisandro Aristimuño. “La solidaridad de los músicos y artistas para detectar toda la injusticia (…) permite no sólo dar mayor difusión a la pelea sino que también genera lazos de unidad que fortalecen nuestra lucha por la reincorporación”, firmaron los trabajadores.

–Cuando decidís participar en movidas como la de Pepsico, ¿por dónde pasa tu sensibilidad política?

–A mí lo que me molesta es que el Estado, el poder estatal, no esté haciendo lo que tendría que hacer. Porque se supone que esos tipos están para eso. Es como que vos digas: “yo tengo canciones y voy a un productor artístico –ponele, haciendo una salvedad–”. El tipo no hace nada y termina siendo un álbum de mierda. Salvando las distancias agresivas, porque hay gente que está muerta de hambre. Yo canto cuando hay gente a la que de un día para el otro le cierran la puerta de una fábrica. Pienso que el hecho de que yo esté tocando ahí, quizás, hace que vaya más gente y llame más la atención al Estado. Porque no creo que Macri esté viendo eso. Macri está viendo a Chicago Bulls contra los Lakers, en Los Ángeles. ¿Me entendés?

–¿Cómo se revalida la idea de independencia en este momento?

–Es difícil. Se re complicó. Hay un par de lugares donde tuvimos que cancelar los conciertos por falta de venta de entradas. La gente no compra, porque dice “con esta plata, ¿qué hago? ¿Lleno la heladera o voy a ver a Aristimuño?” ¿Y qué va a decir? En 2016 hice una gira por todo el interior, como ahora, y estaba todo agotado. Siempre va a estar el boludo que diga “eh, lo que pasa es que Constelaciones no es un buen disco y por eso va menos gente”. Si no le gustó el disco, bueno. Pero no creo que sea por algo artístico, sino por algo económico. La gente está asustada y está guardando la plata por las dudas.

–Pero hacer un Luna Park es un buen indicio para vos.

–La gente que va a ir al Luna Park es porque le encanta mi música y es parte de su vida. Lo lindo es que a ninguno de ellos les fue impuesta. La escucharon. Se la pasó una prima, un amigo, el novio, el papá. El boca en boca es poderoso y la música entra por el celular, la computadora, un CD, un pendrive. Es como el agua: llega. Nosotros arrancamos la gira en Neuquén porque es donde está El Chocón, que le da energía a toda la Patagonia. Viste que en una canción, “Puente”, yo digo: “¿Dónde está tu canción? La dejé flotando en el Chocón”. Arranqué ahí para que tuviera esa energía y después hice muchas ciudades. Ahora en el Luna será la primera vez que vamos a tocar Constelaciones en Buenos Aires. ¿Sabés la cantidad de gente que me dijo “¿por qué no arrancaste en Capital?”. Igual no me parece mal. Yo soy de Viedma y tendré mis lugares oscuros, hasta resentidos, por venir de afuera. El Luna Park va a ser lo mismo que en otros espacios con ese costado masivo. Ahí se peleaba boxeo y de algún modo ir al Luna Park es enfrentar a la multinacional. Voy a pelear contra quien se me oponga. Pero voy a pelear con música. ¿Sabés para qué? Para que pueda venir más gente del interior a tocar al Luna Park.

–¿Al Luna lo sentís como el cierre de una etapa?

–No lo sé. A mí los lugares no me hacen llegar. Mi música va a ser igual en cualquier lado. ¿En qué cambia lo que yo hago? Yo pienso como que arranqué en una pileta Pelopincho y vinieron siete amigos. Después vinieron veinte y tuve que agrandarla. Después hice otra pileta. Después me fui a un club. Así llegué a la pileta más grande. El Luna Park es el lugar más grande, aunque no va a cambiar mi música. Si se lo piensa como negocio es otra cosa. Negocio es ir a tocar para una marca y que te pague como el Luna Park y vos salís arriba de un auto con una guitarra. Yo llego al Luna porque tengo que llegar ahí; la gente sabe que está bien. Es algo artístico. La música me hace bien a mi espíritu. Es mi oficio y soy muy consciente de eso, lo cuido. Por eso soy independiente y de autogestión; por eso no me dejo llevar por ofertas.

–Te deben llegar varias. Estatales y privadas, ¿no?

–Muchas. Pero los entiendo, porque deben ver quién vende más y lo van a buscar. No hay mucha inteligencia en eso. Vos trabajás para una multinacional y te dicen: “Encargate de buscar gente, andá a ver shows”. Yo lo entiendo a ese pibe que va y luego dice: “Che, Aristimuño está llenando y todo el mundo me habla de él. Llamémoslo”. Que yo acepte o no, es un tema ideológico. Yo siempre tengo la esperanza –y la sostengo– de que cada uno tenga lo que yo tengo: su propia productora, su propio sello. Yo saqué mis discos por Viento Azul. Pagué la fabricación, el mastering del audio y les pago a todos mis músicos. Tengo la ilusión de que todos los músicos lo hagan; de que cada uno se banque. Porque eso es algo muy íntimo. Es algo tan propio como el sexo, como las cosas que no se dicen. Algo interno. La independencia es tuya, sos vos, y la tenés que mantener.

*Entrevista publicada en Revista Sudestada N° 149, Septiembre-Octubre de 2017 – Foto de portada: Valentín Lopez Lopez