Voces del feminismo rebelde, el nuevo libro de Sudestada
El Furgón – “Voces del feminismo rebelde”, es el nuevo libro de editorial Sudestada, escrito por la periodista Agustina Lanza. En el libro se recogen las opiniones de Silvia Federici, Liliana Daunes, Claudia Korol, Raquel Vivanco, Diana Maffía, Carina Leguizamon, Charlie Di Palma, Say Sacayán, Eva Giberti , Elsa Schvartzman y Margarita Meira, entre otras.
“Voces del feminismo rebelde” se presentará el viernes 27 de octubre, a las 19 horas, en la Casona de Humahuaca (Humahuaca 3508, Ciudad Autónoma de Buenos Aires).
En El Furgón presentamos como adelanto del libre la siguiente entrevista a Eva Giberti.
“No retroceder nunca, ese es el único modo de marcar presencia”
Se toma su tiempo para hablar. Dice que a veces la memoria le falla, pero describe los recuerdos como si los volviera a vivir. Eva Giberti tiene 88 años y una larga trayectoria en defensa de los derechos de las mujeres. Empezó en los años setenta cuando no se hablaba de la violencia como hoy, cuando no se veían jóvenes quemadas por sus novios en los hospitales, ni marchas multitudinarias que coparan las calles de más de cincuenta países. Se recibió de asistente social y de psicóloga. Intolerante ante el autoritarismo, se hizo feminista sin saberlo y abordó el psicoanálisis con esa mirada, lo enriqueció. ¿Por qué las mujeres eran consideradas inferiores a los hombres? No le cerraba el Sigmund Freud que había estudiado.
Por su trabajo académico de más de sesenta años fue reconocida en 2016 con el premio Konex de Platino en la categoría “Estudios de Género”. Empezó su carrera en la Universidad de Buenos Aires (UBA), siendo ayudante de trabajos prácticos en la cátedra de Psicoanálisis y también como docente del posgrado de Violencia Familiar. En 1957, se hizo conocida por su proyecto Escuela Para Padres, una serie de cursos que se dictaban en el Hospital de Niños. Desde ese entonces, Eva nunca dejó de escribir y estudiar, y hoy le molesta que la gente se sorprenda por eso: porque considera que su edad no es impedimento para nada. Es autora de los libros Tiempos de Mujer, Abuso sexual contra niñas, niños y adolescentes, Incesto paterno/ filial y La familia a pesar de todo, entre otros cientos de artículos periodísticos y ensayísticos.
Durante esos primeros pasos en el movimiento de mujeres, Eva se enfrentó a la dictadura cuando su hijo Hernán Invernizzi cayó preso por su militancia. La persiguieron y censuraron su obra. Años atrás, en una entrevista que brindó en 1999, se definió como una sobreviviente; que de vez en cuando escribía acerca de ese día en que pudo ver a su hijo después de la tortura, de los ruidos y el olor de la cárcel y de la vigilancia a tiempo completo de los militares a sus movimientos. Pero también habló de Vita, su hija, idéntica a ella en la foto en blanco y negro que cuelga en el pasillito de su departamento frente a una pequeña biblioteca. Contó que ella siguió la tradición familiar: tuvo a su bebé de parto vertical y en casa, fuera de las garras del sistema médico hegemónico.
Eva asegura que no tiene la culpa de hablar de temas que molestan a los demás. Nunca le importó incomodar con sus reclamos. Dice que está en su ADN, que eso caracterizó su historia. Desde que es joven se para frente a las cámaras para develar los temas que se consideran tabúes, como las desigualdades entre los géneros, el abuso sexual infantil o la esclavización de las mujeres en la trata de personas con fines de explotación sexual. Hoy no sólo sigue atendiendo pacientes en su consultorio, también coordina Las Víctimas Contra Las Violencias, un programa del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos con gente entrenada que trabaja 24 horas los 365 días del año, que no atiende sino que acompaña y empodera; que no deja que la policía revictimice en primera instancia y que envía equipos de ayuda o simplemente escucha y aconseja.
“Alguien se equivoca si piensa que vamos a contar cuántas calles se ocuparán este 3 de junio de 2016, porque la política no se mide con la vara de las estadísticas, sino que se la reconoce cuando se hace presente allí donde hace falta. Y Ni Una Menos es la política. Una comunidad de mujeres en la que cada cual puede decir lo que quiere, lo que piensa, lo que le pasó. Una comunidad de comunicación, en comunicación para transformar lo que se creía individual en un manifiesto donde se denuncia a los homicidas, a los golpeadores, a los jueces, a los violentos, a los policías, a los gendarmes y a cualquier fuerza de seguridad. Unidas en una unidad que asombrosamente se define ‘afuera’ de las mujeres; en el espacio que les había sido históricamente limitado, la calle”, escribió Eva el año pasado en su página web.
–¿Cuál era tu postura acerca del feminismo en los primeros años de tu carrera?
–En la década de 1970 las jóvenes todavía no teníamos una opinión formada. En esa época, mujeres como la poeta Hilda Rais o la sexóloga Sara Torres comenzaron a militar el feminismo en las calles y a organizar actos. Mi caso era diferente; yo escribía y estudiaba. Pero desconocía lo que significaba el término y lo abordaba muy por encima en mi proyecto Escuela para Padres. No tenía ni idea de que después se encarnaría de tal modo. Hoy la conciencia feminista se hizo cuerpo. Me alegro de haber podido presenciar esa transformación antes de morir.
–Si hablamos de luchadoras, ¿cuáles de las que pasaron por tu vida no podés olvidar?
–Alicia Moreau de Justo es una de ellas. No sólo peleó históricamente por el feminismo, sino que fue una mujer inspirada en la política, una gran demócrata. Cuando mi hijo Hernán (Invernizzi) fue preso por formar parte de una operación del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), mi teléfono dejó de sonar. Todos se enteraron de que me había convertido en la madre de un “subversivo”. Después de días de silencio absoluto recibí una llamada. Era de Alicia. A pesar de su postura política me dijo que hablaría con el entonces presidente Juan Perón. Le pidió por la vida de mi hijo porque habían decidido fusilarlo. Otra de las mujeres que tampoco olvidaré es María Elena Walsh. No éramos amigas de todos los días, pero nos encontramos varias veces. Incluso con Sara Facio, su compañera. Ambas se complementaban y se sostenían. Les caía bien, les gustaba Escuela para Padres.
–Hoy, María Elena Walsh no es una figura reconocida por las feministas…
–No y me parece injusto. La destaco porque fue una mujer independiente que se enfrentó a la dictadura. Y porque, además, le pidió al presidente Raúl Alfonsín que legislara el aborto con lo que significaba en esa época. Te imaginarás… cayó muerto de susto.
–¿Por qué molestan tanto las mujeres independientes?
–Para mí tiene que ver con la anatomía y la fisiología del varón. Cuando están en erección se sienten campeones. Tiene una mirada de admiración sobre su falo que, como ya dijeron los griegos, marca el rumbo. Es un símbolo de poder. A muchos les funciona en la cabeza, también. Se admiran a sí mismos, como si estuviesen siempre en erección. Además de la reproducción continua de la cultura machista que lo enfatiza. Por eso es muy difícil que un varón conviva con una mujer libre. No le gusta, la evita. “¿Cómo que no depende de mí?”, se pregunta. Por eso digo que las insubordinadas corremos el riesgo de la soledad.
–¿Alguna te vez sentiste violentada por el hecho de ser mujer?
–No tengo recuerdo de eso. Si pienso con detenimiento en distintos momentos de mi historia, logro darme cuenta de que estuve en segundo lugar permanentemente. Me acuerdo de una entrevista con Alejandro Romay, en ese momento director de Canal 9. Fuimos con mi compañero Florencio Escardó. Romay sólo le contestaba a él. A mí no me miraba, ni me hablaba. Era un varón dirigiéndose a otro varón. Era interesante porque Florencio trabajaba conmigo, éramos socios y cobrábamos lo mismo. Pero yo parecía menos al lado de él. A Romay se lo hice notar cuando terminó el programa. No me importó que le molestara mi opinión.
–¿Es verdad que la violencia machista y el nivel de naturalización de la sociedad aumentan a la par?
–Sí. En sus trabajos, Sigmund Freud explica que el ser humano tiene un caudal de agresión desbordada y que es extraño que pueda convivir en sociedad. La violencia está a la vista. La reconozco en los casos que trata nuestro programa “Las víctimas contra las violencias”. Recibo a diario correos con los números de femicidios en Argentina y no hay provincia ni ciudad en donde no se maten mujeres. Es realmente impresionante. El programa cumplió diez años y no hay comparación con 2006. Los varones son más crudos y más imaginativos a la hora de hacerle daño a una mujer.
–¿Los femicidas tienen un perfil específico?
–Partiendo de la base de la psicología, no. Se debe tener especial cuidado a la hora de hablar o comunicar eso. El único dato que sabemos es que pueden ser de cualquier edad, ya sea de dieciocho años o de setenta, y que están presentes en todas las clases sociales sin distinción alguna.
–En uno de tus escritos explicaste que el hombre mata un cuerpo visible, pero que en realidad ataca otra cosa. ¿A qué te referías?
–A un proceso sutil que pasa desapercibido. Los violentos atacan el poder que sienten que tienen esas mujeres sobre ellos. Matan el cuerpo para arrancar el sentimiento que les generan. Cualquier respuesta puede ser tomada como una provocación y desencadenar el ataque. Muchos intentan justificar sus actos diciendo “me volvía loco, me sacaba de las casillas con sus contestaciones”. Hay que entender que las reconocen como algo propio, como una posesión, pero saben que les quitan la vida y las historias con ellas no se acabarán nunca.
–Hablando de procesos sutiles, también desarrollaste el despedazamiento simbólico de la mujer como preanuncio de un femicidio, ¿qué significa esta idea?
–Se ve en las publicidades, en los anuncios de corpiños o medias. Venden el cuerpo femenino en pedacitos, lo fraccionan. Es un anuncio de un delito que actualmente está siendo investigado y se relaciona con el placer y la omnipotencia absoluta que le genera a un varón descuartizar una mujer. En los programas de televisión pasa lo mismo, se exaspera el lenguaje. Marcelo Tinelli siempre fue un campeón en exhibir a las mujeres, en hacerles una referencia a las tetas o al culo.
–Esas mujeres se muestran como objetos de consumo y, a su vez, son controladas por los sistemas de opresión cuando deciden ser madres o no…
–Eso es porque es vox populi que la maternidad es un instinto. Si fuese de ese modo sería obligatorio parir y no existirían los abortos que nosotras decidimos tener. Es un gran mito. Incluso a las mujeres que tienen algún problema con los hijos se las tilda de malas madres. Mucho más si dejan que les suceda algo. Violentar el instinto es violentar la naturaleza, esa sería la nomenclatura. Sin embargo a los varones no se les cuestiona el ejercicio de la paternidad, sea bueno o malo.
–Vos tuviste a tu hija Vita por parto vertical, ¿cómo fue esa experiencia?
–Inolvidable. Fue el séptimo que se hizo en la Argentina. El doctor Rosenbasen era amigo del padre de mi hija y me explicó cómo era el procedimiento. Yo me entusiasmé de inmediato. El parto de mi primer bebé había sido muy largo y doloroso, lo recordaba con miedo. Mi hija tiene cincuenta años y recordar su nacimiento me emociona hasta las lágrimas. A Vita la saqué yo misma, con mis manos. La levanté y vi cómo el cordón umbilical que nos unía seguía latiendo. Era uno solo, era de ella y mío. El médico lo único que hizo fue acomodarla, pero quedó anulado su poder. Es importante entender por qué todavía las mujeres siguen temerosas a elegir la opción del parto respetado. Las asisten parteros varones y prefieren el parto tradicional e intervenido para estar “seguras”. Eso es porque aún el patriarcado sigue muy arraigado.
–¿Con qué otros mecanismos podemos salirnos de esas lógicas hegemónicas y patriarcales?
–Con el que venimos usando hace tiempo: la militancia. Salir a la calle y hacer marchas es una de las tantas respuestas. Y en segundo lugar, no dejar pasar ni una. Para las mujeres jóvenes feministas o con conciencia de lo que sucede, eso es un problema. Se hacen insoportables en la convivencia. Salen con algún chico y ponen las cosas en su lugar; mucho más si ellos funcionan patriarcalmente o hacen chistes relacionados a las desigualdades de género. No retroceder nunca es el único modo de marcar presencia. La mujer queda muy sola en esto.
–A esas mujeres las tildan de drásticas y las cuestionan por el modo que eligen de reclamar sus derechos…
–Nos va a llevar muchos años más que eso cambie. Nosotras vivimos en Buenos Aires que es una megalópolis, pero pensá la situación en el norte del país… Esas mujeres no quieren cambiar. Les dicen que es una exageración, que el varón es nutricio, fuerte y el poderoso y que ellas tienen que acogerse a esa fortaleza. Aportan a esa verdad sostenida y están encantadas con su posición; forman parte del contraproyecto del feminismo. Por ejemplo, Salta es una provincia que se enorgullece de no tener educación sexual en las escuelas; se niega a aplicarla siendo ley. Los políticos salteños dicen que es una ciudad religiosa y no tienen por qué aceptar una legislación que va en contra de sus principios. Las mujeres salteñas que quieren ser feministas están perdidas. Es muy difícil organizar movimientos en esos lugares.
–¿Por qué es importante que la mujer haga política?
–Me acuerdo de una reunión que tuve con el presidente Alfonsín. Estábamos todas las feministas de la época, unas veinte mujeres. En determinado momento levanté la mano y le pedí que nosotras estemos representadas durante las reuniones de gabinete junto a todos los ministros. Él se adelantó y me dijo: “Eva, lo que usted me pide es el poder”, y yo le contesté que sí. Por su expresión me di cuenta de que le pareció absurdo, y después cambió de tema. A mí me parecía muy natural que los temas de género se discutieran en esos encuentros. Pero eso tampoco lo conseguimos ahora. Las mujeres y militantes políticas tienen que estar instaladas en esos lugares, tienen que apropiarse de ese poder. Luchar no es sencillo, sólo hay que darle sentido a esa lucha.
*Foto de portada Emergentes – Ilustraciones: Ro Ferrer – Para mayor información sobre el libro