Mejor (no) hablar de ciertas cosas
Flavio Zalazar/El Furgón – A Luca, es decir a Sumo, lo escuché en mi adolescencia, en vivo; en tiempo real me refiero. La contemporaneidad asiste de privilegios y los voy a utilizar. En esta toma de la palabra, intervendrá el pibe que fui, o en voz del mismo Prodan un “mono”, especie en bruto sin desarrollo frontal, venido del oscuro suroeste rosarino pintado siempre de rojo y negro. Valido lo expuesto con esta cita de Marx de corrido no más: “Los hechos colectivos quedan en la memoria del hombre, vívidos; los propios siempre contaminados”. Lo asiento fervorosamente.
Decir a Luca es pronunciar a un hijo de su época como lo somos todos, pero en él agudizado, quizás por su trascendencia (post mortem sobre todo). A los efectos son prueba estas líneas. Hoy pasaría inadvertido en tanto personaje para el “el show business”, el “puticlub” de Tinelli o el circuito cool/rocker/fusión de la melomanía académica. Progre/reaccionario, misógino/homofóbico, conservador/contracultural; su sonido no era más que la cólera del reviente, forrada en ironía. Este recurso fue suficiente, lo corporizó en mito para nosotros.
Hilos de una ironía
Por partida doble, Luca lo era: hijo díscolo de familia pudiente, de padres cultos que lo instaron universitario, devenido, a fines de los ochenta, en cirrótico herrumbrado por la ginebra en el barrio del Abasto, el culo del mundo para un europeo, y un halo zumbón de performer, especie de histrión pasado a cirujano punzante de costumbres y conductas pequeño burguesas argentinas. Esta segunda acción, la de la “ironía instrumental” es la que nos traza a muchos en sentido de parábola vital -metáfora extendida en el tiempo-. Recobremos sus alcances.
La rubia tarada
(Andrea Prodan, Diego Arnedo, German Daffunchino, Luca Prodan)
Caras conchetas, miradas berretas
y hombres encajados en Fiorucci
Oigo “dame” y “quiero” y “no te metas”
“te gustó el nuevo Bertolucci”
La rubia tarada, bronceada, aburrida,
me dice: ¿Por qué te pelaste?
y yo: Por el asco que da tu sociedad
¿Por el pelo de hoy cuánto gastaste?
Un pseudo punkito, con el acento finito
quiere hacerse el chico malo
tuerce la boca, se arregla el pelito,
se toma un trago y vuelve a Belgrano.
¡Basta!. Me voy, rumbo a la puerta
y después al boliche a la esquina
a tomar una ginebra con gente despierta
Esta sí que es Argentina.
Ironía viva, descarnada. La letra y el ensamble musical caen al hueso sobre un gesto, al parecer común, de un sector social en una geografía específica y período determinado. No pretendo conceptualizar, simplemente mostrar un modo conocido, músculo de una generación: mi generación. Todavía puedo mentarla y una gota recorre mi espalda.
Mueca irónica
Tres pibes, en la primavera de 1986, avanzan contando monedas hacia el centro de Rosario. Una punta de bandas tocan a metros del edificio de Aduana. Al alcanzar el lugar, los intercepta un pelado en patas al grito “van llegando los monos”. El tipo los triplica en edad (tendría unos 45). En rapto, se adelanta el más despierto, lo increpa y el viejo termina sentado de culo en la calle. Pasan los minutos y comienza el recital. Al promediar el espectáculo sube a escena Sumo, agarra el fierro Luca y en el silencio que precede al aplauso balbuce una recriminación: “Boludo, calentón al pedo, le pegaste al cantante”.