miércoles, octubre 9, 2024
Por el mundo

Londres: La hora de las cuentas

Guadi Calvo*/El Furgón – Otro ataque low cost en Londres se produjo este último sábado dejando siete muertos y unos 48 heridos, de los cuales 21 se encuentran en estado crítico, lo que podría significar que, para cuando se lean estas líneas, el número de muertos pueda ser levemente mayor. Esta vez los hechos sucedieron en el Puente de Londres y en el complejo gastronómico Borough Market, en una zona de moda repleta de pubs y restaurantes. La metodología fue exactamente igual a la del ataque del 22 de marzo en el Puente de Westminster y el Parlamento, cuando Khalid Masood o, según su nombre de nacimiento, Adrián Russell Ajao, un británico de 52 años, lanzó un vehículo contra los paseantes y, tras atropellar a varios, apuñaló a todo aquel que tuvo a mano hasta que fue ejecutado por la policía. En el ataque del sábado fueron tres los hombres que intervinieron en el hecho, estrellando una combi contra la multitud que caminaba por el puente, para enseguida bajar y acuchillar indiscriminadamente a peatones y parroquianos hasta que la policía o el cuerpo Trueno Azul de las SAS -las fuerzas especiales de élite del Ejército británico-, ocho minutos, siete muertos y 48 heridos después, ejecutara a los tres agresores -que simulaban llevar chalecos explosivos- con 50 disparos.

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Se hace ineludible recordar el atentado al Manchester Arena del 22 de mayo último que dejó 22 muertos y un centenar de heridos, en este caso con una vinculación concreta con el Daesh. El responsable del atentado fue Salman Abedi, de 22 años, vinculado al Libyan Islamic Fighting Group (LIFG), una organización wahabbita con claras vinculaciones con al-Qaeda y utilizada por la inteligencia británica durante estos últimos 20 años para atentar contra intereses libios, incluso varios frustrados intentos de asesinar al Coronel Gadaffi durante la década de 1990. Muchos de sus miembros, incluso el padre de Salma, Ramadan Abedi, participaron como fuerza de ocupación cuando se inició la guerra contra Libia a principios de 2011.

Se supo que Salman Abedi había viajado varias veces a Libia y se movía libremente por Europa durante estos últimos años, con el conocimiento del MI5 y el MI6 (la inteligencia interna y exterior británica), sin que estas agencias ni ninguna otra de Europa demostraran interés en lo que tramaba el joven Abedi.

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Las cadenas internacionales de noticias ya están mostrando emocionadamente otra vez pirámides de flores, velas encendidas, cartas de recordación, corazones de plástico, ositos de peluche, rostros compungidos y condolencias de todo cuño, sin advertir al sensible público que la Primera Ministro británica Teresa May acaba de hacer una venta de más de 3000 mil millones de libras esterlinas a Arabia Saudita, la organización terrorista más grande del mundo, que ha dado y sigue dando sustento filosófico, protección diplomática, financiación material y cobertura de todo tipo a todas las agrupaciones terroristas que en este momento sacuden al mundo desde Filipinas hasta Nigeria, sin obviar desde ya al Daesh y al-Qaeda. Serán armas británicas y también norteamericanas, francesas y alemanas las que exterminarán a centenares de niños yemeníes, los que serán enterrados sin pirámides de flores, velas encendidas, cartas de recordación, corazones de plástico, ositos de peluche, rostros compungidos y condolencias de todo cuño. A partir de la guerra declarada por los sauditas, según la Unicef en Yemen muere un niño cada 10 minutos por razones prevenibles.

Desde el ataque a las Torres Gemelas en septiembre de 2001 los muertos en Occidente por actos terroristas no alcanzan los cinco mil, la misma cifra que, muy mal contados, representan los ahogados en el Mediterráneo en 2015, quienes hasta allí llegaron intentando huir de las guerras que el propio Occidente ha prodigado en Asia y África desde la “guerra contra el terror” que el presidente norteamericano George W. Bush inició tras los hechos de Nueva York.

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Sólo desde el inicio de la operación “Primavera Árabe”, a comienzos de 2011 -planeada  por Washington y sus socios menores-, por lo menos catorce países fueron desestabilizados o profundizaron sus conflictos: Irak, Libia, Siria, Egipto, Yemen, Bahréin, Mali, Nigeria, Somalia, Afganistán, Pakistán, Filipinas, Indonesia y Malasia.

En algunos de ellos, como en el caso de Irak hubo atentados de más de 300 muertos. En Nigeria, a pocas horas del ataque a Charlie Hebdo en la aldea de Baga, Boko Haram asesinó en el norte del país a 2000 campesinos. O el más reciente de los últimos grandes atentados producido en Kabul, en último día de mayo, que dejó 100 muertos y 500 heridos en el barrio diplomático de la capital y por ende el lugar más seguro de Afganistán. No conforme con eso, durante los funerales diversos ataques dejaron otra treintena de muertos sin pirámides de flores, velas encendidas, cartas de recordación, corazones de plástico, ositos de peluche, rostros compungidos o condolencias de todo cuño.

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10 menos 2 es 20

Tal cual lo explica el corresponsal de guerra norteamericano Dexter Filkins, cuando se refiere al crecimiento de la insurgencia en Irak, la ecuación 10 menos 2 no da 8 sino 20; cada vez que los invasores norteamericanos matan un insurgente, decenas se iraquíes se suman a la lucha, muchos de ellos sin previas convicciones política, ni religiosas, pero sí con el afán de vengar a sus muertos. Y es esa misma ecuación la que hace que centenares o miles de jóvenes, y no tanto, musulmanes se sigan sumando a esta guerra de desgaste que se está librando en el interior de Europa; una guerra en que el enemigo puede estar trabajando en el escritorio de al lado, acudiendo a la misma universidad o caminando la misma calle. Son 50 millones de musulmanes y sus descendientes que viven en Europa, y como sería una locura tachar a cualquiera de ellos de terroristas, los propios servicios de seguridad saben que con la lógica de Dexter Filkins cualquiera de ellos puede serlo, al riesgo de no sólo perder su propia vida, sino que detrás de su accionar su propia familia se convierta en el chivo expiatorio de su acción, y sean castigadas, despojadas de todos sus bienes y hasta de su propia libertad, tengan que ver o no. Sólo alcanza con haber tenido un pariente, que agotado de tantas muertes de sus hermanos en Irak, Libia o Afganistán, decida inmolarse como un recordatorio del ya basta.

Son innumerables los casos de musulmanes no radicalizados, incluso con una vida cultural y social absolutamente occidentalizadas, que en algún momento se quiebran y deciden pasar a la acción.

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Occidente ha abusado hasta el hartazgo de las riquezas y hasta de la inocencia de pueblos remotos, a los que ha expoliado frenéticamente; sólo hay que pensar la acción de los belgas en el Congo, de Francia en Vietnam o de Gran Bretaña en India o Sudán, para entender por qué un oficinista de Los Ángeles o un universitario de Düsseldorf, de buenas a primeras, sin siquiera haber sido profundamente religioso, decide inmolarse en nombre de un Allah, que muchas veces puede ser el nombre de tantos que él ha visto morir bajo bombardeados en una aldea de Irak, ahogados en el Mediterráneo o muertos de sed y desesperación en el desierto del Sahara.

La OTAN lanzó en Libia casi 10 mil ataques aéreos con bombas de fragmentación y misiles con uranio empobrecido. Francia usa el norte de Mali como vertedero de desechos nucleares. Prácticamente todas las napas de agua en Irak han sido contaminadas por el uranio de los toneladas de bombas arrojadas desde 1990 hasta la fecha, sin contar con la destrucción de infraestructura y acervos culturales.

No hay ningún lugar donde poder chequear cuántos son los muertos civiles por las operaciones de la OTAN en Medio Oriente en los últimos 30 años; no hay ningún lugar que hable de heridos, de mutilados o de locos, de vidas destrozadas para siempre, pero sin duda son millones.

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En 2011 en Londres, una de las ferias de armas más grandes del mundo fue promocionada con el “efecto Libia”. La Cámara de Comercio e Industria londinense y el Banco Real de Escocia publicitó la feria con el lema “Oriente Medio: un vasto mercado para las empresas británicas de defensa y seguridad”. Como si los resultados de esas operaciones comerciales no significaran nada.

Europa está sufriendo una ola de terrorismo desconocida en la historia, sus ciudadanos están cargando la situación como el clima o la inflación, pero un dato estremecedor habla claramente de esto: en los once años anteriores a Charlie Hebdo se produjeron un atentado cada veintidós meses; desde entonces a la actualidad la cifra es de 1,5 por mes.

El duque de Wellington dijo que “las grandes naciones no libran guerras pequeñas”, algo que se está demostrando claramente en Europa.

*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.