jueves, octubre 3, 2024
Cultura

Las delegaciones olímpicas, la carne y la identidad nacional argentina

Después de casi dos décadas de intentos malogrados, las elites argentinas lograron enviar una delegación a los Juegos Olímpicos de 1924 en París. Rápidamente, las participaciones olímpicas argentinas se articularon, citando al antropólogo Eduardo Archetti, como “un espejo donde verse y ser visto al mismo tiempo”. De esta manera, las andanzas de los/as deportistas argentinas en el extranjero construían, diseminaban y afirmaban una identidad nacional. Hasta mediados de los años cincuenta la tipificación y la diferenciación nacional a través de las excursiones olímpicas incluyó una creciente relación con otro elemento preferencial del sentimiento colectivo de pertenencia argentino: la carne.

Dada las dificultades para establecer el Comité Olímpico Argentino (COA) el año anterior, la inexperiencia de la incipiente dirigencia olímpica nacional y la estructura de los Juegos Olímpicos, la conformación de la delegación que viajó a París en 1924 estuvo plagada de inconvenientes. Uno de estos resaltaría, oblicuamente, el papel de la carne en la vida nacional. Antes de la partida a Europa, hubo quejas porque el barco donde viajaron los esgrimistas y los remeros no contaba con las comodidades necesarias para que llegaran en condiciones competitivas adecuadas. Se trataba de un barco frigorífico contratado por empresas del ramo “que debían cargar sus bodegas con carnes congeladas”. El barco retrasó su partida por el proceso de carga, aunque el capitán consintió instalar dos pedanas de esgrima en la cubierta y embarcar un aparato de adiestramiento de remo. Criticando al COA por su falta de planificación, Román López, presidente de la Federación Argentina de Esgrima, manifestó: “Para viajar en un barco como el ‘Vasari’ se necesita ser un verdadero patriota”. Ese barco transportó, inesperadamente, dos marcas identitarias de lo nacional: deportistas y carne.

Publicidad del Vasari (The Review of the River Plate, 10 de octubre de 1919, p. 952).
Vista del Vasari (Bulletin of the International Union of American Republics, junio de 1909, p. 1018).

La Confederación Argentina de Deportes-Comité Olímpico Argentino (CADCOA), institución que reemplazó al COA en 1927, también tuvo serios inconvenientes, principalmente económicos, para enviar una delegación a los Juegos Olímpicos de 1928 en Ámsterdam. Una vez allí, la alimentación neerlandesa fue percibida como un escollo para la correcta aclimatación de los deportistas. El capitán del equipo de lucha declaró que los luchadores debieron “acostumbrar su organismo al cambio de alimentación, que entre paréntesis no era gran cosa, en cuanto a la variación y su gusto a pesar de ser sana”. Agregó: “Sólo el gran apetito que despertaba el entrenamiento, hacía que se ingiriese esta comida deficiente y monótona a la que no está acostumbrado la enorme mayoría de nuestros atletas”. Es decir, la delegación añoraba la comida “criolla”, y posiblemente la carne, aspecto que la CADCOA intentaría subsanar en el futuro.

Entrenamiento en cubierta de parte de la delegación a los Juegos Olímpicos de 1928 en Ámsterdam (Federico Dickens, Manual técnico de atletismo, 1946, sp).

Si bien la CADCOA lidió con numerosos problemas administrativos, económicos y de conducción relacionados con la delegación a los Juegos Olímpicos de 1932 en Los Ángeles, la alimentación no fue uno de ellos. De hecho, los deportistas parecen haber estado satisfechos al respecto. Por ejemplo, pocos días antes de que Juan Carlos Zabala ganara la medalla de oro en el maratón, Alejandro Stirling, su entrenador austriaco radicado en Argentina desde 1922, explicó que su pupilo “come con gran apetito dos bifes en el almuerzo y dos en la cena”, y que, además de entrenarse, leía y escuchaba discos “que le recuerdan la patria lejana”. El fulgurante triunfo del “ñandú criollo”, el sobrenombre con que Crítica había bautizado a Zabala, fue utilizado por la prensa dominante para generar imágenes identitarias nacionales. A la semana de haber ganado el maratón, la delegación japonesa ofreció una fiesta en su honor durante la cual le preguntaron por su régimen de entrenamiento y de alimentación. Es de suponer que resaltó los beneficios de los cuatro bifes diarios.

Para los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín, la CADCOA, que había desoído el intento argentino de boicotear el evento organizado por la Alemania nazi, implementó medidas para que toda la delegación tuviera “carne en la cantidad y de la calidad a que estaban habituados los atletas”. Por un lado, la CADCOA argumentó que la carne favorecía el rendimiento deportivo. Por el otro, afirmó que “constituye la base de la alimentación de nuestros deportistas”. Es que la carne, como diría más de cinco décadas después el escritor Juan José Saer, “es no únicamente el alimento base de los argentinos, sino el núcleo de su mitología, e incluso de su mística”. En Berlín, deporte y carne sincretizaron a la nación argentina y a su imaginario. Considerando “el serio inconveniente que suponía la inseguridad de encontrar durante el viaje y en la estadía en Alemania” el preciado y significante alimento, la CADCOA logró que la Junta Nacional de Carnes, un organismo creado en 1933 para regular el mercado en cuestión, donara quince toneladas de carne. El régimen alimentario de la delegación recomendaba entre 250 y 350 gramos de carne diarios. De todas maneras, el maratonista Luis Oliva consumía 500 gramos de carne diarios, “preferentemente asada”, aludiendo, como señaló el antropólogo Jeff Tobin, a “la comida más fuertemente asociada al nacionalismo argentino”.

La CADCOA incluso envió un cocinero a Berlín, Arnoldo Damm. Gracias a su “arte culinario criollo”, en la Villa Olímpica “uno olvida pronto y gustosamente la cocina alemana”.  Damm logró que allí “se respira[ra], además el ambiente del país alegre y confiado, siempre menos pesado y rígido que el ambiente germánico”. La dieta de la delegación servía para afirmar lo nacional y diferenciarse del otro significante. En una “significativa ceremonia” al terminar los Juegos Olímpicos, Alberto León, presidente de la delegación, entregó 300 quintales de carne a las autoridades municipales berlinesas para que se distribuyeran en hospitales y sociedades de beneficencia. Esa carne, destacó León, “testimonia la amistad alemana-argentina y la gratitud de la Argentina por la acogida que tuvo su delegación”. Según la CADCOA, “el gesto fue elogiosamente comentado por las autoridades y diarios berlinenses”.

Miembros de la delegación a los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín en el comedor nacional (La Nación, 21 de julio de 1936, p. 12).

Luego de la interrupción por la Segunda Guerra Mundial, los Juegos Olímpicos volvieron a organizarse en 1948 en Londres. La CADCOA envió una numerosa delegación, solventada por el gobierno de Juan Domingo Perón. Al despedir al grupo, Perón pronunció: “Es una inmensa satisfacción que el Gobierno ha tenido al apoyar esta clase de manifestaciones, y solamente es la iniciación de ese apoyo que hemos de llevar hasta límites que muchos no imaginan todavía”. También añadió: “Para el futuro, procuraremos organizar mejor estos viajes, para que los atletas argentinos cumplan su misión con el mínimo de sacrifico y el máximo de provecho”. La delegación enviada a Londres contó con una partida de carne propia, visibilizada más allá de las fronteras argentinas. Así, en Chile se preguntaron si el rendimiento nacional hubiese sido tan destacado “si el equipo no hubiera llevado toneladas de carne”. Más allá de su efecto en el rendimiento deportivo, la carne fue utilizada para festejar los logros en Londres. De acuerdo a Noticias Gráficas, Delfo Cabrera celebró su medalla de oro en el maratón con un “asado a la criolla, sobre el césped de un parque jamás hollado por el más insignificante picnic”, que sorprendió a “los flemáticos ingleses”.

Cuatro años más tarde, cuando Perón despidió a los/as deportistas a los Juegos Olímpicos de Helsinki, declaró que para ese tipo de eventos era conveniente trasladar “un pedazo de la República al lugar donde se efectúan”. De esa manera, la delegación tendría todo lo necesario para rendir plenamente. Por ello, Perón creyó “oportuno mandar un barco, como lo hacemos, para que ésa sea nuestra casa, donde haya carne argentina, comida argentina, y agua argentina; sabemos que eso no nos hace mal y, si no es la mejor, es buena”. Perón creía que un régimen alimentario basado en la carne no era “científico”. Sin embargo, su abundancia en la delegación manifestaba la Nueva Argentina, en la que el creciente poder adquisitivo fomentaba el consumo de carne y el deporte era promovido en todos sus niveles como nunca antes y nunca después.

Juan Domingo Perón ascendiendo al barco que trasladó a la delegación a los Juegos Olímpicos de 1952 en Helsinki (Mundo Deportivo, 19 de junio de 1952, p. 22).

En parte por los cambios estructurales en los Juegos Olímpicos, que requerían a los/las participantes residir en la Villa Olímpica durante el evento, a partir del golpe de estado que derrocó a Perón en 1955 las delegaciones dejaron de proyectar una marcada relación con la carne que sintetizara la identidad nacional. No obstante, esa relación permanece. Por ejemplo, días antes del comienzo de los Juegos Olímpicos de 2008 en Pekín, el COA, institución que reemplazó a la CADCOA en 1956, ofreció un asado a los/as deportistas “para demostrarse que están con las fuerzas necesarias como para hacer un buen papel en China”. Por una u otra vía, las delegaciones y la carne continúan condensando, con mayor o menor fuerza, aquello que se imagina como vehículo que tipifica y que diferencia a la identidad nacional.

César Torres es doctor en Filosofía e Historia del Deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).

Portada: Foto del Archivo General de la Nación (Visita de Perón a la Sociedad Rural).