miércoles, marzo 19, 2025
Cultura

Semana Bocha Sokol: El Alejandro Sokol que yo conocí

Ignacio Portela/El Furgón – Como le pasó a Luca, Alejandro Sokol murió solo y porque le falló el corazón. Claro que antes, ambos, tomaron el camino de los excesos. El de Sokol, fomentado por los amigotes de turno que vivían a costa de él y alimentaban con cocaína y pastillas su caída previsible y pronosticaban los últimos años de un verdadero guerrero, uno distinto en la marketinera actualidad del rock nacional.

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Conocí a Alejandro Sokol en el verano de 1997. Con un grupo de amigos, fuimos tras la huella del misterio que rodeaba a una de las bandas de rock más atrayentes por esos años. Se corría la voz de que parte de sus integrantes vivían en Traslasierra, el mismo lugar donde había llegado Luca años antes para escaparse de la heroína. Luego de varias consultas en Nono, ciudad emblemática de esa zona montañosa donde habíamos elegido veranear, alguien nos dio una pista y nos indicó el lugar donde teníamos que consultar para encontrar su paradero, que no estaba allí; sino en Las Calles, un pueblito al que se llega a pie y que queda a unos 7 kilómetros. En Las Calles no deben vivir más que un puñado de familias y los pocos paisanos que nos cruzamos desconocían que allí viviera un cantante de rock, simplemente sabían que había un tal Alejandro que vivía con su familia en una de las casas de aquella localidad. Tímidamente golpeamos las palmas en algunas casas hasta que dimos en el blanco. Primero apareció Lila, su mujer por entonces y madre de sus tres hijos, quien le avisó a Alejandro que tenía visitas. Sokol nos abrió la puerta de alambre de la casa que alquilaba con cara de dormido, pero con la cordialidad de pocos nos invitó a tomar unos mates. Por aquel entonces, yo tenía menos de veinte años y, aparentemente, pocas cosas para compartir con un cantante de rock que estaba por cumplir los 38. Sin embargo, aquella primera juntada sirvió para compartir un posterior asado en su casa. En esos días, Ismael y Camila estaban de vacaciones en la casa de los abuelos en Hurlingham, por lo que el más chiquito de sus hijos, Fermín, era el centro de atención de la familia. Alejandro, en pocos días, se convirtió en un improvisado guía turístico y nos llevó a recorrer los lugares más lindos de la zona: el balneario Paso de las Tropas, el lago donde habían filmado algunos videos con Las Pelotas, el estudio de grabación donde había vivido Luca, entre otras cosas. No era alguien que hablara demasiado, pero le gustaba compartir esos momentos con sus nuevos conocidos; era una persona que no tenía nada que ver con el mundo del reviente que uno se imaginaba, estaba en las sierras por eso, para esquivar esa vida.  Supimos compartir partidos de fútbol improvisados en la casa de un vecino, ñoquis caseros en las vísperas de su cumpleaños el 30 de enero, encuentros muy enriquecedores. Claro que el crecimiento musical con Las Pelotas le exigía ir cada vez más seguido a Buenos Aires y, con eso, acelerar las pulsaciones. Cuanto más estuvo en Buenos Aires, menos compuso y más problemas había con la banda; hasta que, años después, la convivencia se hizo insoportable y provocó su alejamiento.

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Volví a Las Calles al año siguiente y la casa era otra, estaba poblada de otros fans y el ritmo de vida poco tenía que ver con la tranquilidad de las sierras. Merca y ácidos le llevaban los “nuevos amigos” y la cara de Alejandro cambiaba, parecía que estaba en otro lugar. Desde aquel entonces, el Alejandro que conocí era otro. Nos volvimos a encontrar de manera casual en las charlas previas a los recitales, pero indudablemente ya no quedaba mucho en común, simplemente un abrazo, que las cosas sigan bien, nos vemos. La última vez que lo vi en persona fue en marzo de 2006, pero esta vez yo me desempeñaba como periodista y él, como entrevistado. Nos despedimos prometiendo un asado que ambos sabíamos que no se iba a realizar. Se lo notaba entusiasmado con armar algo paralelo a la banda, para tocar los temas que a él le gustaban, lo que hizo posteriormente con El Vuelto. Decía que con su alejamiento de Las Pelotas iba a volver a tocar con ganas, que la maquinaria de una banda en pleno crecimiento lo hacía sufrir mucho más que gozar. Para desgracia de los que lo queríamos, no llegó a tiempo para escapar de sus adicciones. Será una pérdida significativa en la música de nuestro país, porque pocos como él sabían escuchar el latir de la gente, caminar por las calles y compartir las emociones del pueblo, tarea difícil si las hay.  Se fue de manera tan previsible como dolorosa, nos queda su honestidad en la vida y su creatividad que aún hace vibrar los corazones de sus seguidores.

*Artículo publicado en la revista Sudestada, marzo de 2009