sábado, febrero 15, 2025
Cultura

Un ciego guiando a los ciegos

Carlos Polimeni/El Furgón* – La editorial Sudestada reeditó en 2014 el libro “Luca. Un ciego guiando a los ciegos”, del periodista Carlos Polimeni, una obra fundamental para entender el mundo Sumo y una época marcada por la explosión creativa, los excesos y un rock furioso. En El Furgón publicamos un fragmento del libro.

Todos los que fueron su entorno, y lo quisieron y lo odiaron a veces, simultáneamente, se hicieron por entonces, y se hacen hoy, esa pregunta que en 1985 empezó a dar vuelta en el mercado del rock: pero ¿quién es ese pelado de Sumo? La pregunta era simple, pero presentaba varias lecturas posibles.

Había una primera intención: ¿es o se hace…? Y después, canales abiertos: ¿por qué canta en inglés…?, ¿por qué habla ese cocoliche de italiano-argentino-inglés?, ¿es malo o es tierno?, ¿no le importa nada, o hace como que…?, ¿es un capo o es un extravagante?, ¿llama la atención porque en el rock esto siempre fue colonia, o tiene resto de verdad?, ¿hace un personaje, o es así? y etc.

Mónica, que resultó víctima y victimaria, y fue construida por su relación con Luca, reconoce que extraña hasta sus hijoputeces, que eran miles, y garantiza que estando bien su característica era la ternura. Luca odiaba, detalla, la impuntualidad, el típico machismo argentino, la violencia física que sufrió durante distintas etapas de su vida y la gente que se la creía.

“Me acuerdo de que una vez en 1986, cuando vivíamos en la casa de George en El Palomar, donde pasamos nuestros mejores días, viniendo para el centro entramos a una heladería, que a él le gustaba. Íbamos… a tomar el tren a la estación, creo. Y tenían ahí la tele prendida a la tarde y daban un programa de videos. Pasaron uno de Los Fabulosos Cadillacs. Y de repente, Luca se volvió loco, porque el cantante [Vicentico] hacía todo igual a él. Es decir: estaba rapado, se movía igual que Luca, se pasaba la mano por la pelada… era muy fuerte. Cuando Luca se peló no había ningún pelado, y cuando fue exitoso brotaron rapados de todas partes. Después, un día yo volvía de Bellas Artes a El Palomar, y al llegar a casa, donde él estaba cocinando, me dijo, porque yo tenía no sé qué conflicto, que la copia en realidad es la forma más burda de la inspiración…”.

Arnedo tiene claro que la bola de Sumo se construyó en principio en torno del magnetismo de Luca, al que los medios empezaron a reflejar cada vez más a partir de la compaña de promoción que CBS montó en los primeros meses de 1985 por la salida de Divididos por la felicidad. “Por ahí tocábamos cosas raras, que no tenían que ver con el mercado, pero la gente venía igual, porque Luca llamaba mucho lo atención. Usualmente, en el rock de acá, cuando cambian las cosas es porque ya tenés un disquito bajo el brazo y te vas a casa, los grupos un poco como que se pinchan, pero Sumo zafó de eso. Nunca consideramos que estábamos hechos, porque siempre estaba adelante un tipo como Luca, que mientras más cosas pasaban alrededor más te invitaba a no creértela. Lo nuestro era tener una misma actitud sonora y una misma forma de ser en todas partes, en un teatro, en una discoteca, en un bar, en los reportajes, pero el que lo reflejó más que nadie era Luca, ¿no? Él tenía un micrófono, hablaba con la gente, era el que hacía más prensa, era la imagen de Sumo. Siempre estaba, además, como queriéndonos explicar que no era tan importante hacer algunas cosas que otros hacían, y que te puede ir bien con lo tuyo, esto a nivel profesional. Y para la gente común, la que no era música, me parece que Luca no estaba complicándole la vida, les hacía un chiste, les decía a los pibes de 18 años que él era igual a ellos, que todo eso del estrellato es mentira. Tenía una polenta que le hacía falta a la gente, porque por ahí todos tenían problemas y de pronto ver a un tipo así les hacía bien. En lo personal, Luca tuvo una vida muy especial: creo que nadie lo pudo agarrar jamás, siempre zafaba. El mundo tampoco lo pudo agarrar, se me ocurre. Él parecía una cosa, que en el fondo era una mano de libertad muy grosa, de no transar nada más que con él, y era eso. Por eso lo conocía gente que no tenía na­da que ver con nada…”.

“Eso era alucinante”, testifica Mollo. “Hay gente que no tenía noción de qué es el rock y vos le decías en un lugar ‘busco al pelado de Sumo’ y te respondían ‘ah, sí, el pelado siempre toma ginebra acá’. No sé, hablo de colectiveros de esos que están siempre acá en la estación de El Palomar con un vaso de vino blanco en el bar, del mozo del bar, que subió varias veces a cantar con Sumo. Un día Luca apareció en el sótano donde siempre ensayamos con un tipo de esos, un viejo canoso, y dijo ‘este es mi amigo’, y era nomás… Creo que él tenía una cosa contracultural muy fuera de lo común acá. Porque acá un tipo que sale en las revistas o en televisión no se sienta con unos borrachos cualquiera a tomar. No sé… estos tipos ven la tele a través de un vidrio, y Luca era de la calle. Él decía que no quería hacerse famoso para terminar como esos músicos que se encierran en su departamento y no pueden hablar más que de esas paredes y de su teléfono y de su video y de su estéreo, sino que quería hacerse famoso… para no tener problemas de plata”.

Para Daffunchio, Luca siempre dio lecciones, en todos partes, “era un maestro”. “Por ejemplo a nivel de música, o de cocina, él sabía todo. Era una cosa de familia culta italiana, de padre especialista en arte chino, hermanos en el mundo del cine, gente de mundo. Yo creo que, en buena medida, él logró que nosotros destapáramos cosas de nosotros mismos que estaban muy ocultas por los años de represión. Y mezclaba eso con cosas tipo de cowboy, de entrar en el bar de acá a la vuelta, pedir una medida grande de ginebra, delante de tipos que lo miraban a ver qué hacía, tomársela toda de un trago, pow, a secas, pedir un vaso de soda para apagar el incendio, e irse como si tal cosa, curtiendo el papel de duro”.

“Yo creo que te flasheaba nada más que verlo. Lo primero que pasaba es que lo mirabas y le tenías un miedo bárbaro”, analiza Crespo. “Ahora, a la segunda vez, por ahí le sonreías y al tercer día te enganchaba. A todos nos pasó lo mismo. Pero acá en El Palomar, a todos. Digo, el quinielero, a la mina de la esquina, al colectivero, a los tipos de los bares. A cada uno de esos, si le preguntás, le brota una anécdota distinta… Te baten cada una de Luca. Una vez, por ejemplo, había salido una nota muy grande de Luca, de dos o tres páginas, en Clarín. Y él la guardaba en el portadocumentos, para mostrársela a la policía cuando lo paraban… El día que salió la nota, él decía que los muchachos del bar lo iban a gastar. Y fuimos al bar antes del ensayo, estaban todos sus amigos de ahí, todos los borrachines ¿no? Incluso uno que decía que era periodista pero creo que trabajaba en los talleres de Humor. Entonces llegamos y Luca le pide a Quico una ginebra, yo pido lo mío, y Luca le dice como al pasar: ‘¿Leíste Clarín, hoy?’, y el otro le contesta ‘No, yo compro Crónica’. Y era evidente que todos ya sabían lo de las dos o tres páginas y se hacían los boludos. Entonces yo saco el diario y se los muestro, y se acerca el que decía que era periodista y dice ‘es que en este país pueden publicar cualquier cosa’. Y Luca dice ‘George, vamos de aquí’ y todos se morían de risa, y él también, era como una complicidad absoluta, en que nadie le iba a venir a decir ‘mirá qué bien, che’, pero todos se habían devorado la nota y estaban orgullosos de parar en el mismo bar que él”.

Crespo dice que esa es una entre mil anécdotas similares. “Un día me dice ‘che, este Lechuguita me tiene harto con que vaya a la casa a comer, con la madre, la tía’. Lechuguita es el quinielero de acá, que le había dicho a la familia que era amigo de un tipo que salía en la televisión y lo quería llevar para que le creyeran. Y Luca decía ‘para mí, este me quiere hacer gancho con la hija’. Pero fue, hizo su p­pel, comió las milanesas. Entonces acá lo adoran. Es Gardel, en serio, en el oeste Luca es Gardel. Vos vas por ahí, y tienen calcomanías, fotos del pelado, cualquier cosa”. Podría contar por lo menos novecientas de esas, mil, está claro. “Luca dormía de a ratos, porque no podía darle derecho… no sé, tres horas, se levantaba, y otras tres horas, así, tenía unos horarios terribles. En una época había encontrado un bar que estaba abierto las 24 horas, y pasaban videos. Entonces, se preparaba, y a las 9 de la noche se iba a acostar y decía ‘buenísimo, esta noche, a las 3, Rambo Porno’. Se levantaba a las 2, y se iba para allá. Imaginate… un miércoles a las 3 ¿quién carajo estaba en el bar…? Cualquier gente… colectiveros, tipos de la noche, o muy marginales. Y él capaz que a las cinco de la mañana se traía uno para acá. Llegaba, venía y me decía ‘¿estás durmiendo, Georgie?’, y yo le respondía ‘andá a la concha de tu hermana’. Eran las cinco, él venía con un amigo, tenía Crónica y el Buenos Aires Herald recién salidos, estaba bien, y era natural que quisiera hablar. Y empezaba, ‘Loco, ¡no sabés! Dieron Rambo Porno, era para cagarse de risa: Rambo tenía una pistola así de grande, que no acababa nunca, y el ruso una poronguita así chiquita’. Y vos no lo podías creer: o te despertabas o lo matabas. Y si no, lo mismo, pero cuando volvía había comprado mariscos, que le encantaban, y se ponía a cocinarlos. No sé, todo así, loco. Yo me cagaba de risa con él, ésa era la verdad, pero te podía volver loco. Pensando ahora en todo eso es que veo que él veía más allá de lo que noso­tros veíamos, observaba uno cosa y te sacaba una radiografía de aquí a la esquina”.

Los que estaban cerca y podían acomodarse a su carrusel de vida, entendiéndolo, podían ofrecer mil respuestas a las preguntas que flotaban en 1985 en el inconsciente colectivo del público del rock. Pero no lo hacían, y eso era parte del código: los Sumo jamás cayeron en la tentación de lo obvio.

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