martes, noviembre 12, 2024
Cultura

Semana Polosecki: El corazón del programa

El Furgón – En esta última entrega de El Furgón por la Semana Polosecki, publicamos fragmentos del libro Polo, el buscador, de Hugo Montero e Ignacio Portela, editado por Sudestada.

Pero… ¿qué buscaba El otro lado? ¿Dónde estaba la llave de aquel producto basado esencialmente en conversaciones con gente de la calle? De alguna forma, el corazón del programa no estaba solamente en aquello que se buscaba evitar, su presencia se sentía en otros elementos, en una búsqueda. Y búsqueda es la palabra clave que define (o que, al menos, se acerca a una definición). “Más allá de la narración de ciertas anécdotas e historias que siempre son interesantes, está la pasión que el tipo pone, esas cosas comunes que todos tenemos: el miedo, el sexo, la muerte, el amor, la soledad, la lucha por sobrevivir. Ciertas personas lo resuelven, lo viven o lo sufren de una manera particular y ponen allí una pasión especial de una manera desmedida para los demás. Por eso, esas personas hablan de sí mismas y tienen algo para decir sobre su vida. No son personas que quieren convencerte de algo, que hablan para que pienses como ellos. Es gente que habla de lo que siente y de lo que vive. Y eso es lo que me interesa para mí programa” , comentó Polo a mediados del segundo año del ciclo.

5-otra-miradas-opcion-aA partir de esa lectura diferente del entrevistado, en ese priorizar a la persona que te va a contar su vida por su dimensión personal antes que por su papel social o su influencia supuesta ante una cámara de televisión, el programa de Polo sentó las bases y comenzó a edificar una saga pareja, constante, que en todo momento sabía lo que necesitaba para respirar en el aire. Y la búsqueda siempre arrojaba resultados sorprendentes, sin caer de forma mecanicista en el recurso de recurrir al marginal (“La gente que habla en mi programa es gente común, raros son los tipos que parecen normales y que aparecen bastante seguido en la tele”, dijo Polo, con razón); deslumbrarse con ese universo que ocultan personas que todos los días se cruzan en nuestro camino: vecinos, comerciantes, personajes de la calle, máquinas de acumular recuerdos y anécdotas que sólo despiertan cuando un tipo como Polo se arrima y azuza el fuego. Y el fuego crece, y cada uno de nosotros puede resultar, en definitiva, un gris espécimen del que broten historias sin más esfuerzos que un tipo con ganas de escucharlas. “Lo cotidiano es extraordinario. En todo caso, lo que es extraordinario es la televisión, el hecho de poner la cámara y rescatar algo extraordinario en ese tipo que nunca produjo una noticia. El programa tiene un tratamiento extraordinario de lo cotidiano. Por ejemplo, un travesti es algo absolutamente cotidiano, algo permanente, aunque no aparezca todos los días en los diarios; pero a la vez tiene un componente extraño, algo extraordinario. Además nosotros lo tratamos como algo cotidiano. Es una forma de poner la cámara, es una forma de mostrar el lugar donde vive, una forma de conversar conmigo”, explica Polo.

Hay que encontrarle la belleza a lo real, no estoy hablando de encontrarle la belleza a la miseria o la locura. Es como diferenciar una artesanía de un producto industrial, y en percibir esa diferencia está lo que hacemos. Un diálogo o una imagen auténtica frente a lo que no, aunque todo finalmente sea mentira, porque lo único cierto son las personas”, reconocía Polo al respecto de la búsqueda de la belleza en la calle y en el invisible cotidiano.

Una incógnita sin resolución que habría permitido echar un poco de luz a todo esto era el tema de la conformación de los espectadores del programa. Lo concreto es que esa mirada estética particular, trabajada desde un punto de vista ficcional y que abordaba los temas desde un acercamiento respetuoso llamaba la atención del pequeño universo intelectual y de otros tantos fuera del ambiente. Pero también los temas elegidos, la personalidad de cada entrevistado y la intensidad de cada testimonio ensanchaba mucho más la esfera social que miraba el programa. “Por la organización del programa, por su sensibilidad, le gustaba a la gente más ligada a lo vanguardista, a lo cultural, a la gente de relativa formación. Pero por otro lado, yo veía que le gustaba a la gente común y silvestre, al colectivero. Había como dos niveles, esa otra gente no veía el off, ni el sabor al policial negro, pero veía los personajes iguales a ellos y veía a gente hablar de otras cosas. Tenía esos dos públicos: la facultad y la calle”, sintetiza Agustín Salem.

polo-1

A mí siempre me gustó ir a las grabaciones, porque no había mucho laburo de oficina, y cuando podía me escapaba con ellos. Me acuerdo que fui a la bailanta a hacer la nota con la Tota Santillán, y en la cola antes de entrar, en un galpón gigante en Laferrere, un montón de pibes de los que iban a bailar gritaban y saludaban a Polo. También era muy querido y aceptado por los intelectuales, pero la gente lo quería, el pueblo lo miraba. Y eso era una devolución mucho más poderosa que el rating, que no era mucho, aunque era bastante para ATC”, explica Alejandro Chernov, productor ejecutivo de la tercera temporada.

Desde lo narrativo, muchos de los temas elegidos ya habían sido abordados desde otras miradas en televisión, pero lo que se intentó fue marcar el relato con una estructura emotiva diferente. Para Pablo Reyero, en eso mucho tuvo que ver la experiencia previa de Polo en la prensa gráfica: “La gran novedad de Polo fue llevar la crónica urbana del periodismo gráfico a la TV. Ese fue el gran hallazgo, además de su ángel y su inteligencia. Creo que mostrar mundos marginales forma parte del espíritu periodístico de develar cosas ocultas, para lo cual lo mejor es hablar sobre las cosas que conoce y ha visto. Y hay algo más: no sólo se trata de conocer mundos distintos, sino también de intentar comprenderlos”

Mil anécdotas

4-historias-de-opcion-aEl estruendo que provoca el motor de un camión rompe en pedazos el silencio de la noche en la ruta 8. Del lado de afuera de las ventanillas, todo es oscuridad y una ruta interminable. Adentro, risas, comentarios y una propuesta extraña. El camionero invita a sus nuevos acompañantes a visitar cierto tugurio de larga fama entre los compañeros del gremio, ubicado unos 5 kilómetros más adelante. Sus extraños acompañantes aceptan enseguida, sin titubeos, y se preparan para adentrarse en una aventura inolvidable. El viaje con destino a Rosario se interrumpe por unas horas, Fabián Polosecki y su equipo acceden al ofrecimiento del camionero que los transporta y se desvían hacia un cabaret perdido en la oscuridad de la noche, a orillas de la ruta. “‘¿Vamos?’, nos preguntó el camionero. ‘¡Más bien que vamos!’, dijimos nosotros”, recuerda Claudio Beiza, quien formó parte de aquella anécdota fantástica y, sin embargo, confiesa también que dudó en algún momento por la seguridad del equipo: “Un poco más y Polo estaba manejando el camión, casi. Y en el camino nos agarra la duda: en medio de la noche, con cámaras… nos van a cagar a trompadas, no nos van a dejar entrar, ¿dónde vamos? Al rato llegamos, entramos con el camión por un sendero y entonces aparece una imagen increíble que no pude registrar, porque era imposible técnicamente con la cámara que teníamos en esa época: de la nada, de dos lucecitas amarillas perdidas en el horizonte, allá lejos, vienen corriendo a los gritos cinco minas vestidas de blanco, en el medio de la noche, y cuando llegan se cuelgan del camión. Entre todas juntabas cinco dientes, y nos van tirando besitos y haciéndonos todos los mimos posibles. Esa fue la entrada, y yo con todo el dolor encima por no poder registrar eso, sufriendo por haberme perdido esa secuencia”.

El relato de Beiza es una invitación a la imaginación, un fascinante revival de aquella visita inesperada a un local perdido en la ruta que no vale la pena interrumpir: “Había que pensar, más allá de cómo vamos a entrar y cómo salimos de ahí, cómo podemos registrar algo de ese lugar, viendo que los niveles de luz eran totalmente bajos y que la cámara que usábamos era un adoquín. Entonces le digo a Dieguito (Del Pino, su asistente) que prepare una gelatina amarilla en la olla, todo esto a las corridas, mientras yo preparo la cámara, la pongo en ganancia y veo de qué forma puedo registrar algo, lo que sea. Nos mandamos, entramos al local: hay una barra a la izquierda con una luz inexistente, un tipo desmayado en la mesa de la derecha que era irregistrable porque estaba más allá de cualquier nivel de luz, y una victrola alucinante toda media azul al final de la barra, ideal como para posicionarme. Nos acomodamos ahí, ese era nuestro lugar. Desde ahí tenemos la barra, tenemos la puerta de entrada, tenemos la victrola, y tiramos una lucecita para levantar apenas un poco el nivel de luz. A todo esto, hay una mina que andaba por ahí con unos carbones, y agarra una lata de dulce de batata vacía que está en el piso. Cuando vamos preparando todo, veo que desde la barra empezaban a cogotear para ver qué carajo pasaba, mientras Polo y los demás iban a encarar al filo del lugar para ver si estaba todo bien y nos dejaba filmar. Todo al mismo tiempo, Polo organizando todo por allá y nosotros a punto de apretar REC en cualquier momento. Entonces la mina de los carbones sale de la barra y vuelve con una botella transparente, y recién en ese momento me doy cuenta de lo que estaba por hacer. Tardé tres segundos en darme cuenta: la mina se pegó un buche de vodka y, como un lanzallamas, escupió el vodka arriba de las brasas para avivar el fuego, que estalló de golpe. Yo llegué a tomar el último resplandor de esa escena, y al final ni me acuerdo si quedó en la edición porque llegamos un segundo tarde. Tendría que haber entendido lo que iba a hacer la mina y registraba una descripción perfecta del lugar, con el tipo desparramado atrás, en las mesas, que no sé cuántos días llevaba así”.

polo-3

El relato de Beiza, desde un enfoque basado en lo técnico y en las dificultades para registrar con su cámara, se parece bastante al comentario de otros que participaron de aquella excursión salvaje en la ruta. “Entrevistamos a unas chicas y a un camionero, pasamos mucho tiempo adentro, pero los dueños del boliche no aparecían. Cuando salimos y ya nos íbamos, salen dos tipos de las sombras con aspecto amenazante. Y lo llaman a Polo. Entonces me acerqué preocupado por si los tipos se habían enojado por grabar sin su permiso. Y el tipo nos dice: ‘Soy un seguidor del programa, tengo grabado ese de cuando bajaron a las cloacas’, y después insistía en invitarnos a comer un lechón asado. La verdad, mejor premio que el Martín Fierro”, comenta Ignacio Garassino, otro que no se olvida de esa noche. “El tipo no podía creer que estábamos en su boliche, nos convidó todo lo legal y lo ilegal que tenía y nos dijo que hiciéramos de su lugar lo que quisiéramos, y fue lo que hicimos. Siempre con la limitación de luz, porque no podía tirar un farolazo ahí, fueron llegando las trolas, un camionero cordobés y se generó una situación muy copada. La cuestión técnica no estuvo tan bien pero bueno, el tema era encontrar esa resolución con pocos recursos”, agrega Beiza.

Cientos de anécdotas de este tipo llenaban las mochilas de cada uno de los integrantes del equipo. Aventuras increíbles, más cercanas a la ficción que a la realidad, y ligadas siempre a un clima de amistad y compañerismo incorporado en cada grabación. “Había momentos en que se respiraba el espíritu de una banda de rocanrol, de una cofradía”, explicaba páginas atrás Pablo Reyero. Y esa mística que rodeaba al programa permitía que momentos extraños, graciosos, hijos del azar, se fueran repitiendo en cada grabación. Cada uno del equipo tiene su momento preferido, pero quizás sólo Marcelo Birmajer haya utilizado alguna de esas anécdotas para reconstruirla después desde su literatura: “En el programa del circo, Polo agarró a un personaje que yo apenas le había presentado, se trataba de un tipo que le lanzaba cuchillos a su mujer en uno de los números artísticos. Y Polo se centró en ese personaje, que en un momento le dice ‘Yo hace treinta años que le tiro cuchillos a mi esposa…’. Polo se lo queda mirando, y al rato al tipo se le llenan los ojos de lágrimas. En ese silencio, en la manera en que Polo había preguntado, uno podía reconstruir la historia de este hombre, de ese oficio y de ese matrimonio, de una relación que había avanzado en el tiempo mientras uno le tiraba cuchillazos a otro. Estoy seguro de que ese hombre nunca en su vida contó con tanta claridad su historia ni se había emocionado tanto. Mucho tiempo después yo usé esa historia para una novela, pero agregué que un día la esposa sale corriendo de la función, se libra antes que le peguen un cuchillazo. Y cuando le preguntan si se volvió loca, ella dice: ‘No, loca estaba antes, cuando dejaba que me tiren los cuchillos’”.

Antes de trabajar con Polo, yo había descartado alimentarme de lo que me rodeaba como material para escribir mis historias. Pero el programa me reconcilió con la realidad, me hizo ver que podía encontrar muchas historias para después inventar las mías. Siempre las invento, finalmente, nunca reproduje nada textual. Pero eran un punto de partida para desarrollar mi trabajo”, agrega.

polo-tapaUna vez en La Boca, en un programa sobre bodas, yo había conseguido que nos dejaran filmar una despedida de soltero en una cantina, pero cuando se enteró el dueño no quiso saber nada –rememora Birmajer–. Entonces Polo se apartó un poco del grupo, habló con el tipo, que era medio mafioso, y de inmediato empezamos a filmar. Pero el dueño, tal era su predisposición, que quería aparecer en cámara todo el tiempo, y arruinaba el programa. El tipo aparecía en todos lados. Cuando termina la fiesta y los novios van saliendo de la cantina, el dueño se puso delante otra vez. A todo esto todo el mundo tirando harina a los recién casados, y Polo, que siempre fue una persona muy temeraria, me dice al oído: ‘Tirale harina a Don Corleone’. En una de las peores estupideces que hice en mi vida, le hice caso. Le tiré harina en la cara y el tipo se enojó, paró todo. De atrás, llegaron dos amigos del dueño con cara de pocos amigos y el tipo lo encara a Polo: ‘¿Cómo se te ocurre tirarme harina a mí?’, le dice y le pega un cachetazo, no fuerte, pero le pega. Antes de que Polo intentara reaccionar, uno de los parientes del novio que habíamos conocido durante el rodaje sale de atrás y le pega una trompada terrible al dueño. Hay que imaginarse a Marlon Brando en El padrino tirado en el piso de una trompada, con la nariz sangrando. Le había pegado un pariente, nadie del equipo, de la simpatía que había despertado Polo entre los amigos del novio. Ahí, apenas aparecieron tipos armados, agarramos los equipos y salimos corriendo; y en la corrida, el camarógrafo se cae para atrás. Apenas cruzamos con el auto el puente que divide La Boca con el centro, me acuerdo de escuchar a Polo con un ataque de risa, contando la anécdota, y yo temblaba. No paré de temblar hasta que llegué a mi casa”.

Cada uno de aquellos fantásticos momentos conformaba la esencia invisible del programa. Un grupo de amigos con mucho talento, una cámara y unas ganas bárbaras de hacer un programa de televisión en la calle, con la gente. Allí estaba el hallazgo, en ese universo propio que habían construido durante cada agotadora jornada de grabación, en cada viaje interminable, en tanta madrugada perdida en la isla de edición. Tanto sacrificio tenía su recompensa en aquellos momentos extraordinarios, en la relación con sus personajes y las anécdotas más increíbles.

Y también en la respuesta, siempre imprevisible, de los espectadores. Polo termina de almorzar con un amigo en un restorán porteño. La señora que retira los platos interrumpe la conversación para decirle que le gustó mucho el último programa, que Polo salió muy buen mozo y que uno de los personajes que hablaba la hizo reír mucho. Entonces la señora duda, parece que se queda con algo para decir pero no se anima. Finalmente se inclina sobre la mesa y, con cara de confidencia, le susurra a Polo en el oído: “No era de verdad, ¿no?”.