miércoles, septiembre 11, 2024
Nacionales

El celular de Dios

Luis Brunetto/El Furgón – A pesar de los innumerables síntomas de descontento social que atravesaron de punta a punta los primeros doce meses del gobierno macrista, la clase dominante puede anotarse el poroto de haber conjurado, durante el moribundo 2016, el peligro de una huelga general. Aunque aún queda atravesar el siempre problemático mes de diciembre, el macrismo parece haber soportado cuatro movilizaciones masivas, a saber: el 24 de febrero, paro y movilización de ATE a Plaza de Mayo; la gigantesca movilización conjunta de la CGT y las CTAs del 29 de abril; la Marcha Federal del 2 de septiembre y, finalmente, la más menguada pero no menos importante marcha de la CGT y algunas organizaciones sociales del 18 de noviembre. Que señales de protesta de esa envergadura, producidas además en un contexto de rupturas y choques permanentes entre las distintas corrientes políticas de la burguesía, no hayan coronado en un paro general, demuestra que las burocracias sindicales se han vuelto el principal factor de estabilidad de la política económica macrista, y del régimen en su conjunto.

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La responsabilidad y la cordura exhibida por los burócratas sindicales a la hora de garantizar la paz social no basta, de todas maneras, para explicar el éxito de la maniobra. Parece un milagro haber abortado, en una situación en la que las peleas político-judiciales, los insultos, las acusaciones de todo tipo y rango entre los políticos burgueses y sus divisiones y subdivisiones son la regla; el paro que hubiese abierto el camino a un proceso de luchas muy difícil de controlar. Expresión de las contradicciones que desgarran a la burguesía nacional a la hora de encontrar una salida para el capitalismo argentino, el inventario de partidos, subpartidos, fracciones, bloques y corrientes burguesas es larguísimo: el PJ de Pichetto y el FPV, más el bloque de Bossio y todos los mil bloques en que estalló el kirchnerismo; el Frente Renovador más Stobizer más Libres del Sur; Cambiemos con su pata kirchnerista y su pata gorila tradicional macrista más su pata gorila y republicana representada por Carrió, etcétera.

Es que, efectivamente, algo de milagro hubo. No hay dudas de que, cuando las cosas parecían volverse incontrolables, el celular de Dios funcionó y Francisco, desde su Santa Sede Vaticana, intervino decisivamente para ordenar el tablero de la política burguesa en su patria chica. Fue el segundo viaje de Macri al Vaticano el que abrió el camino a la reconciliación y al orden imprescindible que los de arriba necesitan para ordenar a los de abajo. Fue el celular de Dios el que, cuando la discusión alrededor del bono de fin de año parecía conducir, por fin, al paro general, convenció a los burócratas del salto al vacío que representaba la huelga, a través de la que podrían colarse actores indeseados, antisistema, representados por los centenares de organizaciones políticas, sindicales y sociales que, lamentablemente divididas y desperdigadas, representan un poderoso pero a la vez impotente movimiento que se propone cambios profundos, aunque no encuentra el modo de alcanzarlos.

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De esta intervención fue hija la reciente negociación de planes sociales, marcha de la CGT mediante, con que la ministra Carolina Stanley pretende prolongar la paz social. Tal negociación, por otra parte, representa un nuevo jalón en el siempre descendente camino por el que la dirección cegetista renuncia a hacer cumplir a la central su papel. Más allá de las referencias a los programas históricos de Huerta Grande y La Falda con que el “combativo” Schmid pretendió en el acto hacer honor a su pasado izquierdista, la central acaba de abandonar el indispensable reclamo de pleno empleo, que debe ser la reivindicación mínima de cualquier central sindical, para colocarse en un triste lugar intermediador de la política asistencialista.

Pero la intervención ordenadora de Francisco tuvo también sus efectos en el plano político, con la consolidación del Massa como jefe de la oposición burguesa. Advirtiendo, por boca de Roberto Lavagna, sobre un futuro colapso del plan económico, primereando al macrismo con su proyecto de reforma de ganancias y advirtiendo a Cristina que, si viene a competir a Buenos Aires, él la va a enfrentar, Massa acaba de lanzar su campaña. Con el macrismo aislado y el descontento creciente convenientemente contenido por la CGT, el massismo parece encaminarse a un fin de año soñado. Sobre todo si la negociación con Cristina, de la que se encargan Alberto Fernández y el propio Máximo Kirchner, termina exitosamente. Cristina, afirman los diseñadores de esta operación de ingeniería política, pasaría a cuarteles de invierno a cambio de una reunificación pejotista que tendría al propio Máximo como protagonista fundamental. Massa sería el presente, Máximo el futuro… Nada mal ni para Cristina ni para Massa.