Trump: retórica proteccionista y desilusión a futuro
Luis Brunetto/El Furgón – Propensos al análisis fácil y de bajo vuelo, los medios de comunicación de nuestro país parecen haberse lanzado a una carrera contra el reloj de analogías y comparaciones entre los candidatos que acaban de protagonizar la elección estadounidense, por un lado, y Daniel Scioli y Mauricio Macri por el otro. Lo absurdo del caso es que, según el analista del que se trate, Macri o Scioli pueden ser indistintamente Trump o Hillary, o al revés, o viceversa. Un modo superficial de ver las cosas que no es ni más ni menos que otra prueba de la crisis de todo el aparataje intelectual de la burguesía, en Argentina y en cualquier parte del mundo, cada vez más incapaz de explicar nada y, menos, de preverlo.
Analistas, encuestadores pagos y periodistas serviles, todos han quedado desorientados con el triunfo de Trump, como antes con el Brexit y el plebiscito por los acuerdos de paz colombianos.
Lo cierto es que la única analogía más o menos válida que puede hacerse es la que une a Trump tanto con Scioli como con Macri, en su condición de outsiders de la política burguesa y empresarios antes de iniciar su carrera política. Fuera de esto, que es un rasgo más formal que de fondo, las semejanzas se disipan: Trump es tan esencialmente igual a Hillary como Macri lo es a Scioli. Aquellos, representantes de distintas fracciones de la burguesía norteamericana; estos, de distintas fracciones de la más modesta burguesía argentina. Aquella, la burguesía imperialista todavía más poderosa del mundo; ésta, una burguesía semicolonial y de rango intermedio, y dependiente de la primera. Esta diferencia es tan invisible para el analista burgués como verdadera y decisiva. Aquella dispone del capital y la técnica, esta necesita el capital y la técnica.
La victoria de Trump se explica fundamentalmente por su “retórica” -como dicen los norteamericanos- proteccionista, en un país en el que la crisis desatada en el 2008 profundizó el grado de internacionalización de su economía, arrastrando a la miseria a nuevos millones. Importantes sectores de la cada vez más empobrecida clase obrera encontraron en las promesas aislacionistas de Trump un refugio para su terror a un futuro decadente. Ligado a la industria de la construcción, al juego, y vaya a saberse a qué más, Trump representa a la fracción mercadointernista y obsoleta de la burguesía estadounidense, que arrastró el voto del norteamericano medio descontento con el establishment globalizador que forma la elite de demócratas y republicanos, y que va de Bush a Clinton, pasando por el finalmente desteñido Barack Obama. Fue ésta la clave de su triunfo, mucho más que su discurso xenófobo, racista y machista. Los primeros datos muestran, por ejemplo, que captó gran parte de los votantes del socialista Bernnie Sanders, que tuvo en vilo a Hillary en la interna demócrata.
Está claro que, sin dudas, Trump deberá disciplinarse más tarde o más temprano. Su oposición al libre mercado y a los Tratados de Libre Comercio chocan con la poderosa y sofisticada “oligarquía financiera” que rige los destinos mundiales desde Wall Street y, por supuesto, contra la propia tendencia del régimen capitalista a la concentración de la producción y de la riqueza, que generaliza a escala mundial la miseria y la barbarie.
El magnate ha prometido el retorno a la “edad de oro” del capitalismo norteamericano, pero es una promesa imposible de cumplir porque, como dice el tango, a aquel país “ya no se vuelve”. Sus votantes, al menos una fracción de ellos, sufrirán una nueva desilusión que, después de la de Obama, seguirá agregando ingredientes a la mezcla de una posible explosión política. Es que la situación del pueblo norteamericano dista mucho de la imagen pasiva y agradable que nos transmiten los medios de comunicación. La comunidad negra se halla movilizada en un grado no visto desde mediados de 1970. En los sindicatos, nuevas camadas de activistas ponen en cuestión, entre otras cosas, el vínculo con los demócratas, cada vez más sometidos a Wall Street y las grandes corporaciones. La emergencia de la candidatura socialista de Sanders, como en su momento la del propio Obama es, justamente, expresión de la crisis política.
Pero supongamos por un momento que Trump finalmente impone su aislacionismo y mantiene el apoyo de un sector de las masas. Podría ser el fin de los Tratados de Libre Comercio, pero a la vez marcaría la agudización de las rivalidades interimperialistas. Por más que acabe la retórica antirusa (Trump posee una buena relación con Vladimir Putin) y Estados Unidos se retraiga también en el plano militar, la guerra comercial con China, su principal vendedor y acreedor, reemplazaría a los contingentes de marines a la hora de disputarse el dominio del mercado mundial. Es que, sobre bases capitalistas, no hay margen para planificar el intercambio a escala mundial en forma pacífica.
Parafraseando al esposo de Hillary, “el problema es la economía capitalista, estúpido” y, ya se sabe, desde que Lenin lo demostró hace poco más de un siglo, la guerra es la continuación de la economía capitalista por otros medios.