miércoles, septiembre 18, 2024
Cultura

Corresponsales de guerra: Cartografía del infierno

“La guerra es como una actriz que envejece.
Cada vez menos fotogénica y más peligrosa”
Robert Capa

Guadi Calvo/El Furgón – Revisar la historia de los corresponsales de guerra es como dibujar el mapa de la locura humana. La guerra acompaña a la humanidad desde el principio de los tiempos y quizás nunca se sepa cuál fue la primera, pero sin duda hubo alguien que la ha narrado. En todos los tiempos, en todo lugar del mundo, hubo una guerra. Si nos dispusiéramos a trazar ese mapa tendría el tamaño del que narra Jorge Luis Borges en Del rigor en la ciencia, y los cartógrafos de esta locura no serían otros que los corresponsales de guerra.

Entre los primeros antecedentes de este trazado, que de manera real o fantasiosa han descripto estas hecatombes humanas, podrían reconocerse al ateniense Fidípides, que gritó nenikámen (“hemos vencido”) antes de caer muerto tras su famosa y olímpica carrera, para anunciar el triunfo de los griegos sobre los persas en la batalla de Marathon. Con más visos de realidad, pero sin duda con mucho de leyenda, aparecen los primeros antecedentes del oficio que fueron historiadores. No es por nada que Ernest Hemingway, que mucho sabía del tema, llamó a los corresponsales de guerra “historiadores bajo presión”. Quizá el primero sea Tucídides, que no solo escribió His­to­ria de la Gue­rra del Pelo­po­neso, sino que participó en ella, y Jenofonte, con Anába­sis, donde narra la Expe­di­ción de los Diez Mil a Pér­sia, en ayuda al rey Ciro, obra consulta­da por Ale­jan­dro Magno al tiempo de alistarse para invadir Pérsia; claro está que tampoco se debe olvidar a Homero y sus cantos por perpetuar la guerra en Troya.

Como profesión debe ser una de las más peligrosas, las innumerables muertes de corresponsales a lo largo de la historia lo atestiguan y ni siquiera toda la experiencia del mundo sirve de mucho. Sino que lo diga el húngaro Ernö Andrei Friedmann, mejor conocido como Robert Capa, después de casi veinte años en diferentes escenarios bélicos, que comienza en 1936 en la Guerra Civil Española junto a su mujer Gerda Taro, aplastada por un tanque en la retirada de Brunete y quien es considerada como la primera reportera muerta en una contienda. Durante su vasta carrera, Capa cubrió para Life la Segunda Guerra Mundial en la Londres bombardeada, el norte de África, la invasión a Sicilia, el desembarco en Normandía y llegaría junto a los aliados hasta las puertas de Berlín. Fundaría en 1947 la legendaria agencia Magnum junto Henry Cartier-Bresson, George Rodger y David “Chim” Seymour, otro veterano de la guerra española, que moriría a manos de una patrulla egipcia cerca de Suez durante el conflicto del Sinaí en 1956. Ya casi retirado de las guerras, Capa hace una última campaña en Indochina. El 25 de mayo de 1954, acompañando una patrulla francesa en Thai Binh (Vietnam), cometió un error de principiantes: salirse de la senda para hacer una toma, por lo que una mina del Viet-minh terminaría con el más legendario de los fotógrafos de guerra.

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Otro veterano es el corresponsal del Washington Daily News, Ernie Pyle, Premio Pulitzer 1944 y que, según el semanario Times, era “el corresponsal de guerra más leído de los Estados Unidos”; participó en toda la Segunda Guerra Mundial y soportó los bombardeos en Londres, a los que describió como “la escena más odiosa y más hermosa que he contemplado nunca”. Pyle también desembarcó con los aliados en el norte de África, para después seguir en la campaña de Sicilia y el desembarco en Normandía. Pyle describió de manera extraordinaria los combates de la infantería norteamericana. El Premio Nobel John Steinbeck dijo que existían dos guerras: “Una era la de los mapas, la estrategia, las divisiones. Ésa era la guerra del general Marshall. La otra, la de los combatientes, era la que relataba Ernie Pyle”. Sus columnas, que se publicaban en 400 diarios y 300 revistas, alcanzaron a tener un peso político determinante. En 1944, desde Italia reclamó en uno de sus artículos que la infantería debía recibir igual paga que la de los pilotos; pocos meses después, el Congreso norteamericano aprobaría un cincuenta por ciento de paga extra para los infantes, lo que se conocería como la Ley Ernie Pyle.

Pyle desembarcó en IeShima, cerca de Okinawa, el 18 de abril de 1945 junto a los marines de la 77ª División de Infantería. Allí fue cuando un francotirador japonés con el certero disparo de su Arisaka, acabó quizá sin saberlo, con otra de las grandes leyendas del periodismo.

La Guerra Cero

Hasta 1854, la única manera de que la información sobre los avatares de las guerras llegaba a los periódicos era por medio de rústicos partes militar, redactados por un oficial a cargo y con la obvia censura impuesta por los mandos.
Este método comenzaría a cambiar durante la guerra de Crimea (1853-1856) cuando en 1854 el periódico The Times envía, por primera vez en la historia, a un civil a cubrir un conflicto. El afortunado sería el periodista irlandés William Howard Russell, convirtiéndose en el primer corresponsal de guerra. El conflicto enfrentaba al Imperio Británico, Francia, el Reino de Piamonte y Cerdeña y a un devaluado Imperio Otomano, contra las intensiones expansionistas del Zar Nicolás II. Las crónicas de Russell fueron seguidas con entusiasmo por el público británico, que había notado las diferencias de estilo de la prosa ligera y vivas del periodista respecto a los secos y muchas veces ininteligibles partes militares.

william-rusellEn octubre de 1854, Russell presenció la célebre y desastrosa carga de la Caballería Ligera en Balaklava: “A las 11.35 no quedaba un sólo soldado británico, excepto los muertos y los moribundos, ante los sangrientos cañones moscovitas”. Fue la primera vez que un periódico inglés contaba con claridad una derrota británica. En esta batalla, Russell crearía la imagen de “la delgada línea roja”, que refería a la línea que formaron los fusileros británicos, vestidos con casacas de ese color, frente a la caballería rusa.

Las denuncias de Russell sobre las carencias sanitarias, la falta de material, la incompetencia de muchos oficiales, provocaron que el parlamento votara una moción de condena contra el periodista y The Times. El Alto Mando prohibió a los soldados que dieran información a Russell, por lo cual el diario tuvo que repatriar a su corresponsal. La reina Victoria I se quejó oficialmente de los relatos a The Times, y su marido el príncipe Alberto, sugirió al Ejército que simplemente lincharan a Russell. El hecho devino en que en febrero de 1856, el Ejército británico dictó una orden prohibiendo a los corresponsales difundir detalles que pudieran ayudar al enemigo.

“El hombre del Times”, como se lo conocía, no sólo quedó en la historia por sus despachos desde la guerra de Crimea, sino porque estos terminaría provocando la caída del gobierno y la creación del primer cuerpo de enfermeras militares. Howard Russell más tarde fue enviado a cubrir la Guerra Civil en Estados Unidos. A pesar de que el gobierno británico y The Times apoyaban al sur, Russell se inclinó abiertamente hacia el bando de Abraham Lincoln. A pesar de esto, tras la derrota del norte en la Batalla Bull Run, no se ahorró comentarios en sus crónicas: “Una retirada cobarde, un miserable pánico sin motivo”. Lo que provocó que la gente lo agrediera en las calles de Nueva York y fuera detenido en Chicago. La prensa unionista le acusó de espionaje y los militares nordistas lo amenazaron con un tiro en la espalda, lo que lo llevó a refugiarse en su embajada y volver a Londres, como si huyera de los cañones de Balaklava.

Posteriormente, Russell cubrió otros conflictos como la guerra Austro-Prusiana (1866–1868) y la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871).

Crimea no sólo daría lugar a la aparición del primer corresponsal, sino también aparecerían los primeros fotógrafos. Fueron varios los enviados por el mando británico: así fue como llegaron Roger Fenton, Marcus Sparling, James Robertson y el italiano Felice Beato.

Fenton es considerado como el primero, aunque al tener estrictas directivas de sus mandos acerca de qué fotografiar, en su trabajo no aparecían los muertos, contrastando con los relatos de Russell. Le sobrevivieron trescientas cincuenta fotografías incluidas las del desastre de Balaklava.

Robertson y Felice Beato en 1857 marcharon a la India a cubrir la rebelión de los Cipayo (1857-58), aunque algunas fuentes sostienen que sólo Beato llegó hasta el escenario de los hechos.

Escritores en guerra

Los norteamericanos Stephen Crane, Ambrose Bierce, John Reed y Jack London eran conocidos ya por sus libros al iniciarse en la corresponsalía de guerra.

Stephen Crane, que había publicado su monumental La roja insignia del valor (1895), sin haber estado nunca en combate, sentía como un reto personal vivir tal experiencia. Enviado por The New York Press, intentará varias veces, sin suerte, llegar a Cuba para cubrir la guerra contra España en 1898, del lado de los mambises (guerrilleros independentistas), pero no lo logró. Crane antes había cubierto la guerra greco-turca (1897) para el New York Journal.

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Ambrose Bierce, John Reed y Jack London coinciden en la Revolución Mexicana. El primero de ellos, ya un anciano, viaja con la absoluta conciencia de que no volvería y así fue. Son diferentes versiones las que hablan de su muerte en batalla, fusilado o desaparecido, pero lo cierto que de “Old Gringo”, como él mismo se llamó, nunca se supo más nada. Por otro lado, John Reed llegó enviado por el Metropolitan Magazine en 1911 y siguió al ejército de Pancho Villa, lo que sería la génesis de su libro México Insurgente (1913). Reed en 1916 viajaría a Europa para cubrir la Primera Guerra Mundial y finalizaría su vida en Moscú, acompañando a la Revolución Rusa tras lo que escribiría Diez días que estremecieron al mundo (1919). Jack London, como corresponsal de los diarios de Randolph Hearst, después de una frustrante experiencia en México ya que no logró presenciar combates, cubre la guerra ruso-japonesa de 1904.

Es importante señalar que durante la Revolución Mexicana unos de los grandes fotógrafos de Latinoamérica, Agustín Víctor Casasola, siguió con detalle a los guerreros de Emiliano Zapata y será autor de las fotos más emblemáticas de dicha revolución, con lo que conformó El Archivo Casasola, un documento ineludible a la hora de estudiar la revolución.

Otro singular personaje que ejerció el oficio fue el explorador Henrry Morton Stanley, que años después cruzaría África en búsqueda del científico escoces David Livingstone. Stanley participaría en dos conflictos como enviado del New York Herald: en 1866 en la revuelta del pueblo cretense contra la dominación turca y en 1868 acompañaría a las tropas del general británico Robert Naiper a través de Eritrea y Etiopía para exterminar la sublevación del emperador etíope Tehodore I. Stanle. Stanley sería testigo de matanzas que los llevarían a escribir: “Los últimos sonidos de que nuestros oídos aturdidos recogieron fueron el gruñido agudo de los chacales; el ladrido sonoro de la hiena mezclado con el fúnebre grito del búho”.

Fundar un oficio en tres guerras

La Primera Guerra Mundial imprimió al reportaje de guerra la necesidad de las naciones en convertir a los periodistas considerados independientes, en una herramienta de acción política para sostener la moral pública y enmascarar la realidad cuando era adversa.

payroEntre los periodistas y escritores que participaron de la Gran Guerra podemos ubicar al vitalista francés y padre del periodismo de investigación Albert Londres, que cubrió el bombardeo sobre la catedral de Reims y recorrió los campos de batalla documentando diferentes batallas. Aquí es importante mencionar que el escritor argentino Roberto Payró es sorprendido por la guerra en Europa, desde donde enviará varios reportajes para el diario La Nación de Buenos Aires. Payró ya había cubierto en 1903 otra etapa violenta, esa vez en Uruguay, en lo que se conoció como la Revolución Oriental, en oportunidad de la sublevación de Aparicio Saravia.

En el marco de la Primera Guerra Mundial, en el capítulo de la guerra contra el Imperio Otomano, se destaca el australiano Charles E. W. Bean que, enviado por el Sydney Morning Herald, viajó junto al primer envío de tropas rumbo a Egipto, por lo que le tocó presenciar la campaña de Gallipoli, quizás el fracaso más importante de Winston Churchill a lo largo de su vida. Se libró entre el 25 de abril de 1915 y enero de 1916, y a la campaña que en turco se conoce como “Çanakkale Savaşlar”, se la recuerda como una de las operaciones más sangrientas, habiendo dejado 265 mil muertos por parte de los aliados y 218 mil bajas turcas. Bean, herido en agosto, permaneció en Gallipoli durante la mayor parte de la campaña.

El inglés Edmund Candler, enviado por el Manchester Guardian, cubrió la toma de Bagdad en 1917 como parte de la Campaña de la Mesopotamia. En contra parte, el periodista turco Falih Rifki, enviado por el diario Tanin, seguirá a las tropas de Jamal Pacha en la campaña de Sinaí y Palestina en ese mismo año.

La edad de oro

Todos los autores coinciden en señalar que durante la Guerra Civil Española la corresponsalía de guerra alcanzará su mayor esplendor. A ella llegaron varios centenares de periodistas de los más importantes diarios y revistas del mundo. Se registraron cinco muerte y muchos heridos entre los periodistas. Más allá de los peligros inherentes del oficio, los corresponsales en el bando nacionalista que eludían la censura no sólo ponían en juego su acreditación sino vida. Corresponsales, como Edmond Taylor, jefe del departamento para Europa del Chicago Daily Tribune; Bertrand de Jouvenal del Paris-soir; Webb Miller de la United Press; Arthur Koestler y Dennis Weaver, ambos del News Chronicle, se contaron entre los que fueron encarcelados y amenazados con ser ejecutados.

De los periodistas del bando republicano fueron el soviético Mijail Koltsov del Pravda, quien escribiría Dia­rio de la Gue­rra Espa­ñola; William Forrest, Lawrence Fernsworth y el neozelandés Geoffrey Cox, cuyas crónicas desde Madrid sitiada se utilizan hasta hoy en muchas escuelas de periodismo. Quizás las estrellas de todos ellos haya sido Herbert Matthews de The New York Times y Jay Allen, del Chicago Tribune, quien contaba con mejor información de ambos bandos.

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También llegaron a España escritores no sólo como corresponsales sino que se convirtieron en propagandistas de la República, como Hemingway y su tercera mujer Martha Gellhorn. Ella tendría después una larga trayectoria como corresponsal cubriendo la Segunda Guerra Mundial en varios frente y la guerra chino-japonesa para la revista Collier’s. El británico George Orwell, del New English Weekly, terminaría luchando para el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) de Cataluña; también estuvieron John Dos Pas­sos, Antoine de Saint-Exupéry, André Malraux -quién comandaría la mítica Escuadrilla España-, el escritor negro Langston Hughes -cuya experiencia culminaría con su Escrito sobre España-, e Indro Mon­ta­ne­lli del Il Messagero, a quién sus críticas a la intervención italiana lo obligaron a exiliarse. El soviético Ilia Erenburg, uno de los intelectuales más importantes de su país, enviado por el Izvestia, publicaría No pasarán (1936), Aquello que ocurre al hombre (1937) y Guadalajara, una derrota del fascismo (1937); y Pablo Neruda, quien tuvo una amplia colaboración con la causa republicana.

Gracias a los artículos de George Lowther Steer -del The Times y The New York Times-, del australiano Noël Monks -del Daily Express-, Christopher Holme -de Reuters– y Mathieu Corman -de Ce Soir-, quedó en descubierto la masacre de Guernica.

En el campo de la fotografía además de destacar el trabajo de Robert Capa, es importante mencionar al catalán Agustín Centelles, que colaboró con periódicos como La Publicitat, Diario de Barcelona, Última Hora y La Vanguardia, y durante la guerra cubrió el frente de Aragón y estuvo en varias batallas como la toma de Teruel, la de Belchite y el bombardeo de Lérida. Ya exiliado en Francia colaboraría con la resistencia de ese país.

El desempeño de los corresponsales durante la guerra española, le daría a la profesión el aura épica que mantuvo hasta nuestros días.

La Segunda Guerra Mundial

Durante la Segunda Guerra Mundial los corresponsales sufrieron muchos más controles y dependencia de los ejércitos donde se encontraban adscriptos o empotrados, debiendo cumplir órdenes como si fueran personal militar.
En la Alemania nazi, antes de la guerra, los periodistas fueron incorporados a las Compañías de Propaganda (PK o kompani). Los Kriegsberichte fundamentalmente debían alentar a los soldados en el frente y mantener la moral de la población. Las PK llegaron a contar en 1943 con cerca de veinte mil miembros.

La principal publicación fue la revista Signal, más allá de periódicos y radios.

En el campo de los aliados, los periodistas y fotógrafos respondían a sus medios, pero finalmente todos los medios debieron someterse a ciertos niveles de censura basado en mantener la seguridad de las operaciones que se libraban.
Casi todos los países del mundo mandaron corresponsales al frente, por lo que resulta imposible confeccionar una lista por sintética y apretada que fuera.

Quizás entre las miles de historias que se desprenden de esta guerra, una de las más destacables es la del periodista norteamericano Ed Kennedy, de Associated Press, quién fue el primero en anunciar la rendición alemana. La primicia provocó el despido del veterano periodista por saltear la censura. Kennedy, quién había llegado a ser la cabeza de Associated Press en Europa, fue elegido por el general Eisenhower para ser uno de los 17 periodistas testigos de la rendición. Otro de los grandes periodistas que dieron testimonio de la guerra fue el escritor y corresponsal soviético Vasili Grossman, que acompañó al Ejército Rojo enviado por el Krásnaya Zvezdá (Estrella Roja) desde junio de 1941 hasta la conquista de Berlín. Grossman narró las masacres de Ucrania y Polonia además de la liberación de los campos de Treblinka y Majdanek, y algunas de sus notas fueron usadas por los tribunales de Nuremberg.

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Vietnam… y después

Vietnam fue la primera guerra televisada y son muchas las voces que señalan a esto como una de las razones de la derrota norteamericana. En cada noticiero durante años los norteamericanos presenciaba como sus muchachos estaban siendo masacrados por una fuerza invisible que se movía con seguridad entre la selva y la oscuridad; las body-bags llegaban puntales cargando los restos de aquellos muchachos.

Las oprobiosas imágenes del 30 de abril de 1975, donde se veía a los funcionarios norteamericanos desesperados luchando por un lugar en los helicópteros estacionados en los jardines de la embajada norteamericana de la antigua Saigón, huyendo del avance irrefrenable de los hombres de Ho Chi Minh, marcó el punto más bajo en la autoestima norteamericana, y dejó bien claro que no eran invencibles.

Nunca antes ni después los corresponsales de guerra tuvieron más posibilidades de actuar libremente que en Vietnam, por esta razón nadie se atrevería a repetir el “error”. A partir de la Guerra de Malvinas (1982), los bandos cerraron cualquier posibilidad de información honesta y la actitud de los países beligerantes fue la de controlar ferreamente la información, lo que provocó en muchos periodistas extremar su agudeza para lograr llegar a su público con la mejor información.

vietnamPara los Estados Unidos el trauma de la derrota en Vietnam persiste y no se han recuperado, ni siquiera con la victoria en la Primera Guerra del Golfo (1991). En las nuevas guerras que Washington ha iniciado como Afganistán e Irak, más allá de las extremas censuras que sufren los corresponsales, se acrecienta el síndrome de Vietnam.
En las guerras actuales, los corresponsales marchan encriptados con los ejércitos y los rigores de la censura impiden desarrollar el trabajo, más allá de que son muchos los que siguen muriendo.

Leyendas contemporáneas

William Howard Russell decía ser “el padre de una tribu desdichada”. Como parte de esa loca tribu podemos nombrar a los cuatro fotógrafos sudafricanos, que en los años noventa conformaron el “Club del Bang Bang”: Kevin Carter, Ken Oosterbroek, Greg Marinovich y Joao Silva cubrieron las revueltas contra el apartheid en Sudáfrica, entre otras guerras. Kevin Carter, Premio Pulitzer por su fotografía de un niño sudanés que aparentaba estar al borde de la muerte mientras un buitre espera atento para devorarlo, se suicidó atormentado por sus experiencias. Oosterbroek fue asesinado por la policía sudafricana mientras cubría una revuelta en Tokoza. Marinovich y Silva siguen en actividad como adictos al peligro.

Pero sin duda el miembro más destacado de esta desdichada tribu sea el polaco Ryszard Kapuscinski, que cubrió para diferentes medios de su país, en especial la Agencia de Presa Polaca, y extranjeros como Time, The New York Times, La Jornada y Frankfurter Allgemeine Zeitung entre 1964 a 1981. En total participó en 17 guerras alrededor del globo y con particular intensidad en África, dejando una vastísima obra literaria que lo haría en varias oportunidades candidato al premio Nobel de Literatura.

En 1917, el congresista estadounidense Hiram Johnson sentenció que la “primera víctima de la guerra es la verdad”. Los innumerables periodistas muertos en servicio son una muestra de que, a pesar de todo, a la verdad no la han podido matar.

Desde aquellas primeras guerras cantadas por los poetas griegos hasta hoy muchas cosas han cambiado muchas, fundamentalmente la calidad y eficiencia de las armas; lo demás sigue siendo siempre lo mismo.