El humor anodino y la normalización del régimen militar (1976-1983)
En su libro La revista Humor y la dictadura, Andrés Cascioli aborda el humor rebelde que cuestionó el régimen militar en Argentina. En cambio, otros han señalado el uso del humor para reforzar los valores militares, a menudo de forma incidental más que deliberada, pintando un anverso “absurdo” a las narrativas militares. Así fueron las películas y episodios televisivos enormemente populares de Alberto Olmedo y Jorge Porcel, como Los doctores las prefieren desnudas (1973) y Fotógrafo de señoras (1978). Mientras los gobernantes militares reafirmaban los valores familiares católicos conservadores y atacaban la cultura juvenil de los sesenta y su énfasis en la libertad sexual, estas películas subrayaban como divertida una representación misógina de la mujer como juguete sexualmente disponible de una manera que muchos en la clase media urbana (incluidos los oficiales militares) consideraban muy divertida. Debido al absurdo de las películas y los programas televisivos, las autoridades militares nunca se sintieron amenazadas por tal humor. Al contrario, su absurdo -limitado a las salas de cine, las revistas de la calle Corrientes o la televisión- contrastaba con el mensaje oficial de los valores conservadores.
Sin embargo, hay poco escrito sobre un elemento más común del humor bajo el régimen militar. Ya desde el golpe de estado de 1976, e incluso mientras los militares insistían en la existencia de una amenaza subversiva terrorista, un objetivo clave del gobierno de facto era insistir en la normalidad de la vida cotidiana, a medida que Argentina avanzaba ostensiblemente hacia una nueva modernidad según un modelo europeo o norteamericano. La proyección de una modernidad normal fue uno de los objetivos centrales de la forma en que las Fuerzas Armadas gestionaron el Mundial de Fútbol de 1978, por ejemplo, que incluyó el traslado forzoso de los residentes de las villas miserias de Buenos Aires al barrio de Fuerte Apache para intentar crear una imagen internacional de una Argentina próspera, normal y moderna. A diferencia de Porcel, Olmedo o la revista Humor, la mayoría de los humoristas siguieron trabajando como siempre lo habían hecho y lo seguirían haciendo con la vuelta a la democracia. Si se comprometieron informalmente con las fuerzas militares, fue a través de una suave diversión, como en el pasado podrían haber retratado a figuras políticas democráticas. En su mayor parte, los temas que trataron no cambiaron a lo largo de la democracia y la dictadura, sugiriendo normalidad y continuidad. El humor era anodino.
El humor oscuro y subversivo
En julio de 1978, Jorge León Limura publicó una viñeta en la revista Humor en la que un grupo de corpulentos ejecutivos estadounidenses le dicen a un periodista: “Así es… La General Motors se va por que en la Argentina no se respetan los derechos humanos… No vio los sueldos de hambre que estabamos pagando”. Un año después, Grondona White publicó una escena que mostraba a un artista -quizás él mismo- en su apartamento por la noche. Un escuadrón de la muerte enmascarado derriba la puerta y los asaltantes golpean duramente al artista, abandonándolo bajo su mesa de dibujo. No hay diálogo hasta que uno de los matones dice al marcharse: “Ahora, a llamar a los diarios”. Cuando intenta llamar desde un teléfono público, no funciona, momento en el que rompe el teléfono y comenta: “¡Qué país de miercoles! ¡No hay un solo teléfono que funcione!”. Luego, en septiembre de 1980, Viuti publicó otra en Humor en la que aparecían cuatro policías preparándose para entrar en un edificio de departamentos, cada uno con un bastón en la mano. En todas las ventanas del edificio, excepto en una, hay dos personas anónimas que miran un noticiero. En la ventana inferior derecha, dos personas con el pelo largo y despeinado ven a una bailarina en su televisor. El título de la viñeta denota el objetivo de la incursión policial: “Ballet”.
En cada uno de estos casos, el humor es sombrío; la crítica al gobierno militar, palpable.
El humor y la normalidad
En 2018, la Biblioteca Nacional inauguró la muestra “Breve historia universal de Landrú [Juan Carlos Colombres]”. En su introducción a la muestra, el director de la biblioteca, Alberto Manguel, destacó cómo Landrú dibujó “figuras como [el presidente Arturo] Frondizi (con su larga nariz), [el líder radical Ricardo] Balbín (con sus rasgos chinos), y [el presidente de facto Juan Carlos Onganía] Onganía (con su bigote de matarife)”. Manguel tenía razón al agrupar a las tres figuras; Landrú se burlaba de los políticos democráticos Frondizi y Balbín del mismo modo que lo hacía de Onganía. Pero ¿acertó con el “bigote de matarife”? El bigote dibujado era muy parecido al que llevaban a veces los actores Carlos Rotundo, Jorge Guinzburg y Alfredo Alcón, entre muchos otros. De hecho, la exposición sólo incluía una imagen de Onganía dibujada por Landrú. Era de la portada de la revista Tío Landrú de febrero de 1969.
Sobre una imagen del rostro de Onganía se superponían las mismas ligeras críticas a sus rasgos faciales que Landrú había hecho a los políticos democráticos y que más tarde haría a otros. Entre ellas, “fosas nasales grandes (rápida concepción)” y “barbilla redonda (capacidad de estadista)”. Gracioso, irónico, pero difícilmente equivalente al “Ballet” de Viuti. La exposición incluía una imagen similar de Carlos Ménem, dibujada veinticinco años más tarde, que presentaba precisamente el mismo tipo de jabs ligeras (“‘fosa nasal marcada’ -privatizador recalcitrante-“). La exposición mencionaba brevemente la decisión del gobierno militar de cerrar en 1966 la revista Tía Vicenta, en la que colaboraba Landrú, por una falta de respeto a la investidura presidencial de Onganía al comparar su persona con una morsa. Aparte de esa única viñeta de Onganía, no había otras imágenes en la exposición que abordaran el régimen militar de los años sesenta o setenta. De hecho, en la exposición de la Biblioteca Nacional se pasó por alto que en 1978 y con la vuelta a la publicación de Tía Vicenta, Landrú escribió sobre sus buenas relaciones con las autoridades militares.
A pesar de la prohibición de Tía Vicenta, el trabajo de Landrú durante el Onganiato en Tío Landrú (1968-1969) confería regularmente legitimidad al gobierno de facto del mismo modo que lo hacía en la portada de febrero de 1969, con ligeras pinceladas a Onganía equivalentes a cómo Landrú dibujó a Frondizi o, más tarde, a Ménem, todo ello con las debilidades de los líderes políticos argentinos “normales”. Una portada de julio de 1968 retrataba a Onganía como un niño pequeño con su madre, representando a la nación con su gorro frígio, lamentándose ante un médico: “Estoy preocupadísima. Ya cumplió dos años y todavía no camina”. En septiembre de 1968, la tapa mostraba ocho imágenes idénticas de un huraño Onganía, pero cada una con un “estudio de expresión” distinto, incluyendo “indiferencia”, “sonrisa” y “carcajada”. Landrú también publicó viñetas en Clarín, todas ellas suaves críticas a la injusticia social y a la ineptitud del gobierno, muy parecidas a las que hizo en periodos de gobierno democrático. Poco después del golpe de Estado de marzo de 1976, Landrú publicó una viñeta en Clarín que mostraba a una mujer en una librería preguntando por “El mago [José] Martínez de Hoz” (ministro de Economía). El dueño de la librería le responde que no tienen ese libro, pero sí “El mago de Oz”.
Igualmente suave en su crítica al gobierno es otro trabajo de Landrú de abril de 1976 –en Clarín- que muestra a dos hombres caminando por las calles, vestidos con harapos y sin zapatos en lo que podría haber sido la democracia o la dictadura. Uno le dice al otro: “Porque nosotros, los de la clase media…”. Al cumplirse un año del golpe de estado de 1976, en el mismo periódico, Landrú reproduce su caricatura de Onganía de bebé. Sólo que esta vez, el bebé ya no es Onganía. El médico le dice a la ansiosa madre en su gorro frigio: “Bien señora. Después del año comienzan a caminar”, como si aún quedara mucho tiempo para que los militares alcanzaran sus objetivos en el poder y habría que esperar un poco.
Varios cómicos famosos también defendieron oblicuamente el régimen militar, insistiendo en que no había diferencia entre el material que representaban en dictadura y en democracia. En una entrevista de noviembre de 1980 para Así es Crónica, Tato Bores restó importancia a la censura en el cine y en el teatro. En su programa de televisión existía, lo que él llamaba, un juego tácito con respecto a la censura que no requería una discusión explícita. Rechazaba la idea de un control autoritario sobre su comedia argumentando que había temas tabúes, pero no los identificaba. Todo el mundo sabía cuáles eran, según Bores. De hecho, dijo al periodista que eligió hacer su programa en la televisión estatal porque había líneas de censura más claras y no declaradas que en una cadena comercial. “Puedo llegar hasta aquí”, explicó gesticulando, “pero no hasta acá. Está todo muy claro, pero no se explica por escrito”. Cuando se le preguntó por su relación con los miembros del gobierno, recurrió a la comedia ligera. Se rio cuando mencionó haber conocido al Almirante Armando Lambruschini, quien recientemente había comentado con una sonrisa que el presidente de facto Roberto Viola le recordaba a Bores.
La Anodina
Cuatro meses después de la reaparición de Tía Vicenta, en 1978, Landrú explicó su concepto del humor al periodista Luis Mazas para Clarín. De Tía Vicenta, señaló que “no hemos tenido ningún problema con el gobierno y mucho menos con la Secretaría de Información Pública”. De hecho, continuó orgulloso, la mayoría de los funcionarios del actual gobierno nacional le piden sus caricaturas. “Es el caso de (Julio) Bardí (ministro de Bienestar Social), Martínez de Hoz, (Horacio Tomás) Liendo (ministro de Trabajo), el Almirante (Eduardo Emilio) Massera (miembro del Junta Militar del Gobierno)”. “Tenemos una excelente relación con el gobierno”, explicó, “al punto que para fin de año intercambiamos saludos con todos sus miembros”. De la revista del dibujante Alberto Cognigni, Hortensia, Landrú dijo a Clarín: “Tiene un humor muy sano y no incursiona por el político, vale decir, el que hacemos desde Tía Vicenta y al que personalmente (hago), desde las páginas de Clarín”. Cognigni, en otra entrevista con Mazas en 1978, explicó su humor apolítico en hablar del ser argentino. Para un bolichero, cuenta, “el país es un gran mostrador”, para un futbolista, “una cancha de fútbol”, y con un niño, “el futuro y con promesa, certificar la identidad de este hermoso, rico y querido país que tenemos”.
Borges escribió: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. A fines de 1987, Landrú escribió un homenaje a su colega y amigo José Antonio Guillermo “Willy” Divito, creador de la revista Rico Tipo y de los personajes “El otro yo del Dr. Merengue”, “Fúlmine” y “Purapinta”, entre otros. Se trataba de un viaje que hizo Divito a Río de Janeiro en coche. Apurado por “llegar cuanto antes al sol, al calor y a las mulatas de Río de Janeiro”, al intentar pasar otro auto en Santa Catarina, no calculó bien, chocó contra un camión y perdió la vida. Cuatro años después del retorno de la democracia, Landrú no se detuvo en la censura de Tía Vicenta en 1968, sino en la muerte de su amigo.