El caótico atropello que prepara Milei
Milei está organizando un furibundo ataque contra las conquistas populares. Pretende instaurar un modelo neoliberal semejante al impuesto durante décadas en Chile, Perú o Colombia. Intenta modificar las relaciones de fuerzas que limitan el despotismo de los capitalistas, doblegando a los sindicatos, debilitando a los movimientos sociales y atemorizando a las organizaciones democráticas. Busca introducir una hegemonía perdurable de los poderosos.
El libertario encabeza el cuarto ensayo de la intentona reaccionaria que inició Videla, retomó Menem y recreó Macri. Tiene muchos parentescos y diferencias con esa trayectoria. Arranca con un significativo sostén electoral. Se impuso por 11 puntos en el balotaje, ganó en 21 provincias, casi empató en el bastión peronista de Buenos Aires y volvió a pintar de violeta el mapa nacional. Consiguió esos guarismos con un reducido voto en blanco. Esa contundencia quedó plasmada en el reconocimiento anticipado de su triunfo por parte de Massa. Nuevamente fallaron los pronósticos que auguraban una elección reñida.
La convergencia con Macri permitió esa arrolladora victoria. El libertario retuvo el sostén de sus seguidores y sumó al grueso de la derecha convencional. La neutralidad promovida por la UCR y la Coalición Cívica fue desoída y el peronismo añadió muy pocos sufragios al magro caudal de sus últimas presentaciones.
Los comicios repitieron lo sucedido recientemente en Ecuador, donde la victoria inicial de la centroizquierda en la primera vuelta, quedó revertida por la unificación de la derecha en el balotaje.
Dos expectativas
Milei intenta forjar una fuerza ultraderechista para sostener su agresión contra los trabajadores. El 30% de votantes propios es el sustento de esa construcción. Es un pilar diferenciado del 26% que aportó el PRO a su presidencia.
Las explicaciones más corrientes del primer caudal resaltan los ingredientes emocionales. Destacan el odio, la escasa politización y la irracionalidad de conductas que prevalecen en ese sector. Estos rasgos están muy presentes y sintonizan con el excéntrico liderazgo del próximo presidente. Con Milei ha triunfado la peor de las opciones que ofrece un sistema político-social asentado en la tiranía de los poderosos.
Pero la evaluación de la base electoral de Milei en términos de mero fastidio y voto bronca impide registrar las motivaciones de ese sustento. El libertario convirtió a “la casta política” en el chivo expiatorio de todas las desgracias del país. Con esa campaña logró una atracción transversal de votantes y una especial simpatía de los
jóvenes pauperizados.
Utilizó esa bandera para aplastar a Massa, luego de haber sufrido una paliza en el debate presidencial. Esa derrota paradójicamente lo potenció, porque su oponente confirmó la rechazada imagen de un pícaro político profesional, que concentra todas las bajezas de la “casta”.
Milei canalizó ese repudio porque proviene de otro palo. Es un outsider instalado por los medios de comunicación para popularizar la agenda derechista. Difunde un mensaje ultraliberal con el envase poco corriente del anarcocapitalismo estadounidense.
Los delirios de esa corriente incluyen apelaciones bíblicas y mensajes apocalípticos de purificación. En esa alocada mirada se inspiran las convocatorias a comprar y vender armas, forjar un mercado de órganos humanos y observar el matrimonio igualitario como un malestar equiparable a los piojos.
En vez de provocar el esperable rechazo de los votantes, esas extravagancias afianzaron la imagen de Milei como un personaje ajeno a la “casta”. Su discurso conectó con el renacimiento de la consigna ¨que se vayan todos¨. Esa demanda reapareció con la misma tónica anti institucional del 2001, pero con un contenido contrapuesto a esa rebelión. En lugar de motorizar una protesta contra los poderosos fue manipulada para preparar el ataque a las conquista sociales y democráticas.
Los seguidores del libertario esperan una drástica depuración del sistema político. Es la ilusión que Milei comenzó a socavar, con sus contubernios para repartir los cargos del nuevo gobierno.
La segunda expectativa que explica el éxito de Milei fue su promesa de erradicar la inflación dolarizando la economía. La carestía es una intolerable desgracia que la población anhela extirpar por cualquier medio. El cansancio con un flagelo que desquicia la vida cotidiana, indujo a convalidar las soluciones mágico-expeditivas que postula el libertario.
Milei no presentó un sólo ejemplo de viabilidad de su propuesta, pero introdujo la ilusión de un funcionamiento provechoso de la economía dolarizada. Retomó el mito de la convertibilidad menemista, omitiendo el desempleo y la regresión productiva que sucedió a una estabilización monetaria asentada en el endeudamiento y las privatizaciones. Recreó también el espejismo de la potencia argentina a fin del siglo XIX, ocultando que esa prosperidad agroexportadora sólo enriqueció a la oligarquía, afianzando el perfil subdesarrollado del país.
El libertario siempre presentó sus imaginarios paraísos como corolarios de un duro ajuste. Pero sus votantes suponen que la “casta” (y no ellos), cargará con los costos de ese sacrificio. Ese ensueño quedará demolido con los padecimientos que motoriza el nuevo mandatario.
Presidencialismo autoritario
Milei anhela un régimen político asentado en el fulminante predominio del Ejecutivo. No pretende anular el Congreso, ni erradicar el Poder Judicial, pero aspira a neutralizar la gravitación de ambos organismos. En varias oportunidades deslizó su intención de recurrir al plebiscito para contrarrestar el bloqueo a sus iniciativas.
El libertario debutará con un pequeño pelotón de legisladores y sin conexiones firmes con los tribunales. Su meta de presidencialismo autoritario no está a la vista, pero tiene un plan para alcanzar un objetivo emparentado con la trayectoria de Fujimori.
Milei intentará forjar una base político-social propia con los recursos públicos. Procurará transformar el disperso conglomerado de personajes que agrupa La Libertad Avanza en algún aparato de peso territorial. Buscará, además, complementar esa construcción con una red de pactos más sólidos, que las quintas improvisadas con su variopinto espectro de socios.
La principal alianza que concertó inicialmente fue con la derecha militarista de la vicepresidenta Villarruel. Ese acuerdo le aportó el minoritario sostén de los nostálgicos de la dictadura y muchas simpatías de los poderosos, que aprueban el cimiento represivo del próximo ajuste. El atropello que motoriza el libertario exige gendarmes, palos, balas y detenidos.
Villarruel se embanderó con Videla poniendo fin a las ambigüedades del macrismo. Pretende convertir a los genocidas en víctimas, mediante un negacionismo recargado que recrea los peores fantasmas del pasado. Su atroz revisionismo provee justificaciones a la criminalización de la protesta social. Macri intentó sin éxito esa andanada, identificando la resistencia popular con los privilegios de los corruptos.
Milei repetirá esa fórmula diabolizando a los que ¨se oponen al cambio¨. Buscará acallar las voces disidentes con prohibiciones y purgas culturales. El anunciado cierre de Telam, Radio Nacional y la TV Pública anticipan esa arremetida. Villarruel apuesta al desarme de todas las conquistas democráticas de los últimos cuarenta años,
empezando por la anulación de los juicios a los genocidas.
Un segundo acuerdo político del libertario con Macri apuntó a sumar votos en el balotaje. Las lecturas de esa componenda resaltaron la habilidad del ingeniero para manejar a Milei, amoldando el estilo, el tono y la estética del candidato a las pautas fijadas por los equipos del PRO.
Pero los sucesos posteriores confirman que el nuevo mandatario no es personaje manipulable. Tiene un plan propio que ya desató agudas tensiones con Macri. Los pronósticos del próximo gobierno como un segundo turno de Cambiemos son prematuros. Las disputas por el gabinete y la conducción del bloque parlamentario contraponen el perfil derechista convencional que auspicia Mauricio, con la aventura plebiscitaria que alienta el nuevo mandatario.
Milei tramita una tercera alianza con la derecha peronista. Ya sondeó a Pichetto, Randazzo, Toma y Scioli para cargos de alta responsabilidad, reforzando las tratativas preelectorales con Barrionuevo. Con el mismo propósito designó en el ANSES y en Transporte a funcionarios de Schiaretti.
Ese tanteo apunta a usufructuar de una crisis del peronismo, que despunta en estricta proporción al triunfo de Milei. Si el libertario hubiera ganado en forma ajustada, Massa habría podido preservar el liderazgo que conquistó en el PJ, al tornar competitiva la candidatura de un oficialismo desmoronado. Pero la demoledora derrota del justicialismo ha reabierto todas las heridas de esa formación. Milei atrae al sector antikirchnerista, que ha madurado un discurso de enaltecimiento del capitalismo y hostilidad a los desamparados.
La presidencia del libertario aporta, además, un inesperado trofeo internacional al trumpismo. Buenos Aires se convertirá en un lugar de frecuente concurrencia de los exponentes de la oleada marrón y ya circulan invitaciones para recibir a Trump, Bolsonaro, Orban, Kast y Abascal. La ceremonia de asunción será una cumbre de la ultraderecha planetaria. Las tensiones que genera ese alineamiento dentro de la región han salido a flote y los elogios de Bukele contrastan con los duros calificativos de Maduro y Petro.
Milei apuesta a enlazar esa red internacional con la construcción de su propio espacio dentro del país. A diferencia de sus pares, no cuenta con un partido de peso o con fuerzas religiosas y militares que apuntalen su figura. Además, su propia cosmovisión ideológica asentada en la escuela económica austríaca, el anarcocapitalismo y el paleo-libertarismo de Rothbard carece de nexos con las tradiciones derechistas de Argentina. Su activa promoción de enlaces internacionales apunta a contrarrestar esa carencia.
El Tatcherismo y el Bolsonarismo
El agrupamiento forjado por Milei incluye una gran variedad de grupos fachos, pero su proyecto no es fascista. Contiene sectas violentas como Revolución Federal, involucradas en el intento de asesinato de Cristina y patotas que despliegan amenazas con el logo de los Falcon Verdes. También considera despachar provocadores contra los manifestantes opositores (¨orcos¨).
Pero el fascismo, como régimen tiránico asentado en el despliegue del terror contra las organizaciones populares para doblegar un peligro revolucionario, no está en el horizonte inmediato. Milei tiene un propósito thatcherista de modificar las relaciones de fuerza, quebrando las poderosas organizaciones populares del país.
Seguramente buscará zanjar a favor de las clases dominantes algún conflicto social emblemático, como fue la huelga de los mineros en Inglaterra (1984). En lo inmediato tratará de salir airoso del choque que suscitará su mega ajuste. El resultado de esa primera batalla será determinante de las confrontaciones posteriores.
Bolsonaro es el principal antecedente y referente de Milei. Esa afinidad quedó explicitada en la acelerada invitación que recibió el ex capitán, para concurrir a la asunción del 10 diciembre. Ese convite afecta a Lula y al consiguiente vínculo con el principal socio económico de Argentina.
Milei alaba a Occidente, ensalza a Estados Unidos y teatraliza su fanatismo por Israel con tributos a un rabino medieval. Despotrica además contra China, que es el gran mercado de los bienes primarios del país. Bolsonaro desplegó la misma retórica, pero finalmente optó por el pragmatismo con Beijing bajo la presión de los agroexportadores brasileños.
El libertario debuta repitiendo la tónica inicial del militar brasileño. Colocó exóticos individuos en puestos claves del manejo estatal, en conflicto con los funcionarios experimentados que sugiere el establishment. Un clonador de caballos al frente del Conicet y un abogado con pergaminos emitidos por los medios de comunicación ya emulan las escandalosas designaciones de Bolsonaro. También la incipiente tensión con figuras de la derecha tradicional y el resquemor de los grandes medios de comunicación emparentan a ambos procesos.
Pero Bolsonaro es también el ilustrativo espejo de un autoritarismo frustrado. Al igual que Trump, su ambición tiránica incluyó un fallido golpe de estado que afectó su carrera. El libertario criollo espera evitar derrotas de ese tipo.
Explicaciones y comparaciones
¿Cómo se explica el éxito electoral de un personaje tan nefasto como Milei?
Muchos balances enumeran factores sin jerarquizar las causas de ese resultado. El desastre económico potenciado por el gobierno de Fernández determinó la victoria del libertario. Los votantes rechazaron un oficialismo que toleró el 120% de inflación y expandió la pobreza por encima del 40%. El discurso progresista disfrazó un ajuste que generalizó el status de trabajador formal pobre. Las promesas de Massa fueron poco creíbles y su oponente capitalizó esa desconfianza.
El grueso del electorado atribuyó la responsabilidad del desbarranque económico al gobierno. Podría haber culpado a los grupos capitalistas o a las presiones destituyentes. El gobierno venezolano y los dirigentes cubanos doblegaron a la oposición demostrando ese tipo de acoso, en condiciones económicas comparables a la Argentina.
Lo que pulverizó al peronismo en las urnas fue la inacción política ante un gran deterioro económico. Esa parálisis comenzó con la agachada inicial en el caso Vicentín y se consolidó con el sometimiento al FMI. La culpabilidad directa de Alberto salta a la vista, pero la responsabilidad de Cristina no es menos relevante.
CFK renunció a librar la batalla contra la degradación económica y se limitó a señalar adversidades con mensajes elípticos. Desde la vicepresidencia podría haber introducido un cambio de rumbo, luego de la contundente advertencia que irrumpió en los comicios de medio término. En ese momento Milei tan sólo despuntaba como una pequeña fuerza en formación.
Cristina tampoco impulsó una reacción acorde a la gravedad del atentado contra su vida y el broche final fue la renuncia a su candidatura. Esa actitud de resignación contagió a la militancia y desmoralizó a sus seguidores. Fue una postura inversa a la que adoptó Lula para confrontar con Bolsonaro.
La exitosa batalla contra la ultraderecha que se libró en Brasil, Colombia y Chile demostró que la derrota de personajes semejantes a Milei es posible, cuando se motorizan reacciones democráticas masivas.
En los últimos meses esas respuestas despuntaron en el país, con iniciativas de estudiantes, artistas y vecinos. Pero esa micro militancia del progresismo no alcanzó para contener la oleada violeta, que coronó cuatro años de frustraciones con el presidente elegido por Cristina. El veredicto final fue anticipado por el contraste de los
actos de cierre. Massa se reunió con un reducido grupo de estudiantes secundarios, mientras Milei llenaba las calles de Córdoba.
El desenlace electoral argentino presenta ciertos parecidos con el triunfo de Bolsonaro en el 2018. La misma sorpresa (y desazón) que generó ese resultado se verifica actualmente en el país. El miedo suscitado en Brasil por un desvariado capitán fue inferior al hartazgo corporizado en la figura de Hadad. Y las frustraciones acumuladas con Dilma se asemejaron al desengaño con Fernández.
Pero también es cierto que la desastrosa gestión Bolsonaro incentivó el resurgimiento posterior de Lula. Ese antecedente aporta cierta advertencia contra los pronósticos de inexorable declive del kirchnerismo y ocaso definitivo del progresismo.
El principal trasfondo común de ambos contextos ha sido la ausencia de resistencias sociales significativas. En Brasil la oleada de protestas del 2016 desembocó en un sostén al bolsonarismo y en Argentina la tradicional pujanza del movimiento sindical quedó achatada en los últimos cuatro años.
Interpretaciones y justificaciones
La canalización ultraderechista del descontento con los gobiernos progresistasno es una singularidad argentina. Milei reproduce las mismas tendencias que se verifican en otras latitudes. Se ufana de ser el ¨primer presidente liberal-libertario del mundo¨, pero variantes de mismo tipo gobiernan desde hace tiempo en varios países.
Es cierto que la pandemia facilitó la avalancha de corrientes reaccionarias, pero los oficialismos de ese signo fueron igualmente castigados por el impacto de la infección. Alberto Fernández receptó el mismo malestar que afectó a Trump y a Bolsonaro. Ese repudio electoral no se extendió, además, a todos los progresismos. López Obrador por ejemplo salió airoso de la prueba.
Se han expuesto muchas evaluaciones de los efectos psicosociales de la pandemia y de la desestabilización emocional que generó en las jóvenes camadas. Algunas interpretaciones estiman que esa conmoción potenció las pulsiones autodestructivas que bordean a la sociedad. Pero es un abuso extrapolar esas evaluaciones al campo político para explicar la victoria de Milei. Las principales causas del éxito ultraderechista se ubican en los visibles ámbitos de la degradación económica y la defraudación política.
Es evidente que Milei navegó con el viento de cola que aporta la reacción ideológica neoliberal contra progresismo. La precarización del empleo y la erosión de las prestaciones sociales del Estado deterioraron la imagen positiva de la actividad pública.
Los libertarios se montaron en ese desgaste para propagar los mitos del individuo emprendedor y autosuficiente, sin aportar un sólo ejemplo de viabilidad de esas creencias. Su enaltecimiento del consumo también convergió con esas presunciones, porque en el último bienio se convirtió en un inesperado refugio para lidiar con la inflación y la imposibilidad del ahorro.
Milei usufructuó de una oleada de reacción conservadora. Con ese vendaval atacó la “ideología de género” y el “marxismo cultural” anticipando actitudes inquisidoras. Seguramente archivará sus odas a la tolerancia liberal, para implementar las persecuciones que promueven los cavernícolas de su equipo. Benegas Lynch ya lanzó una campaña para derogar el aborto y atacar al movimiento feminista.
Salta a la vista la enorme incidencia que tuvieron los nuevos medios de comunicación en el éxito de Milei. Manejó con gran habilidad las plataformas y contó con la estrecha colaboración de especialistas en redes sociales. Utilizó ese cimiento -como su padrino Trump- para divulgar noticias falsas. Tenía incluso preparada una fantasiosa denuncia de fraude para lidiar con resultados electorales adversos.
El libertario aprovechó también el clima posmoderno de disolución de la verdad y pérdida de confianza en la razón, para exponer propuestas disparatadas, contradecir sus afirmaciones y sostener inconsistencias sin sonrojarse
Frente al impacto generado por su inesperado triunfo se han multiplicado las explicaciones, que enuncian causas sin privilegiar los determinantes económicos y políticos de la marea violeta. Particularmente el peronismo se encuentra en estado de shock y sus pensadores sustituyen la evaluación concreta de lo ocurrido por descripciones (inflación, deuda), generalidades (ascenso de la derecha) o meras justificaciones (pandemia, guerra, sequía).
Otros convocan a posponer el balance (¨es necesario pensar la derrota¨) o a soslayarlo (¨para evitar mayores daños¨). Algunos optan por la crítica a los votantes (¨los pueblos se equivocan¨), con una mirada paradójicamente emparentada con la denigración derechista de Argentina (¨país de mierda¨). La evaluación política del kirchnerismo que intentan eludir, es el único camino para esclarecer el complejo escenario creado por Milei.
El tormentoso debut con ajuste
Ningún ultraderechista ha debido lidiar con una crisis económica comprable a la Argentina. Aquí radica la gran diferencia con Bolsonaro y esa singularidad suscita los principales interrogantes sobre el libertario.
Bajo una mar de improvisaciones, Milei tiene un definido plan de ajuste en varias etapas. Acordará ante todo con el FMI el atropello a las conquistas populares. Pocas veces se verificó tanta coincidencia inicial con el Fondo.
Los recortes del déficit fiscal y la emisión que exige organismo -para acumular reservas y garantizar los pagos al acreedor- convergen con Milei. Las tijeras que demanda Washington coinciden con la motosierra del libertario. Su hostilidad hacia China diluye además los temores del FMI, a las imprevisibles maniobras de Argentina con los yuanes que sostienen las menguadas reservas del Banco Central.
El arranque de Milei será la gran devaluación que Massa pospuso y Macri no logró forzar a través de fallidos golpes de mercado. El dólar oficial saltaría un 100% para comenzar su aproximación al precio del paralelo. El libertario intentó sin éxito que Fernández se despidiera con ese sacudón y Alberto accedió tan sólo a encarecer parcialmente el tipo de cambio para los exportadores y el turismo.
La mega devaluación de Milei potenciará la altísima inflación. La brutal remarcación en curso y la generalizada retención de mercancías anticipan ese impacto. Como el libertario ya anunció que anulará los acuerdos de precios, comienza a percibirse un clima de hiperinflación.
La inminente cirugía sin anestesia incluye una drástica reducción del gasto público que empobrecerá al grueso de la población. El anuncio de una eventual eliminación del aguinaldo es un indicador de la escala de esos recortes. Un hachazo del mismo tipo introduciría la suspensión de la obra pública y la amputación de los fondos girados a las provincias.
La aplicación de semejante ajuste será garantizada por el abrupto achicamiento de la emisión. Los efectos recesivos de esa restricción introducirían el principal giro de la coyuntura económica. El descalabro de los últimos años se gestionó manteniendo un nivel actividad que ahora tenderá a desmoronarse.
En las próximas semanas se verificará el impacto de una guerra económica contra el pueblo. Milei, Bullrich y Macri intentaron que el escenario caótico recayera sobre el actual gobierno, pero todo indica que ese contexto irrumpirá en diciembre. El nuevo gobierno deberá afrontar las consecuencias de su brutal ajuste.
Atropello con endeudamiento
La segunda etapa del Plan Milei transita por la aprobación legislativa de un reordenamiento neoliberal, muy superior al intentado en el pasado. Ese paquete incluye el desmantelamiento de Aerolíneas, la eliminación de 11 ministerios, la privatización de medios de comunicación, la desregulación de los alquileres, el recorte de las transferencias a las provincias, nuevas rebajas de las jubilaciones, algún reinicio del sistema privado de pensión y una reforma laboral que elimina las indemnizaciones.
Esa monstruosidad legislativa ya está encarpetada, pero sus promotores vacilan en su introducción en bloque (ley ómnibus) o en forma secuencial. Para evitar trabas en los tribunales, el nuevo ministro Cúneo Libarona negocia cierta impunidad, a cambio de privilegios a la casta judicial (cierre del juicio político a los supremos y ocupación de las vacantes por ahijados de la Corte).
Pero la aprobación legislativa de las contrarreformas neoliberales depende de las alianzas concertadas por un presidente, que no cuenta con significativa bancada propia. En los chisporroteos por la designación de funcionarios, Macri chantajea con retacear ese sostén legislativo.
La tercera etapa del plan en curso es la dolarización, que Milei presenta como una meta estratégica de improbable implementación inmediata. Tiene un significado semejante a la convertibilidad, como sustento de la reorganización neoliberal de Menem. El libertario no renuncia a imponer ese cambio del patrón monetario, pero no puede dolarizar sin divisas.
También resulta imposible esa mutación monetaria con la montaña de pesos circulantes y la burbuja de la deuda pública concentrada en las Leliqs. La dolarización exigiría acumular divisas y achicar esa masa de títulos, al cabo de un tsunami económico que estabilice la moneda. Por esa razón, la dolarización paulatina (en el modelo de Ecuador o de El Salvador) es concebida como el tercer momento del programa libertario. Su implementación inmediata generaría no sólo un estallido cambiario y un desplome hiperinflacionario, sino también el colapso de los bancos.
Las entidades concentran la montaña de las Leliqs y funcionan renovando el crédito al Estado, con muy pocos préstamos al sector privado. Una dolarización sostenida en el abrupto achicamiento de esos títulos (mediante su conversión en otro bono), afectaría tanto a los depositantes como a los propios bancos.
Milei no necesita divisas para el futuro plan de dolarización, sino para el inicio inmediato de su gestión. Este auxilio es perentorio. Con el dinero prestado a cambio de las Leliqs, el Estado paga los sueldos, las jubilaciones y los compromisos con contristas y acreedores. Si no consigue algún oxígeno externo deberá debutar con anuncios de paralización del funcionamiento corriente de la administración pública.
Sólo el sector más extremista de su equipo -que perdió influencia con la renuncia de Carlos Rodríguez- propicia iniciar el ajuste con un colapso de monumental envergadura. Milei busca créditos en el exterior para eludir esa aventura. Hasta ahora exhibía los préstamos negociados por Emilio Ocampo con algunas entidades (Bank of America) y fondos de inversión (Black Rock). Pero al parecer optó por el dinero que conseguiría Caputo, el artífice de todas las bicicletas en la era Macri.
El “Messi de las finanzas” transformó primero al país en el mayor deudor privado del planeta y luego en el principal prestatario del FMI. Es un experto de la timba al servicio del Deustche Bank y el JP Morgan, que reaparece emulando el retorno del segundo Cavallo frente a una economía al borde del precipicio.
Nadie sabe cuánto dinero conseguiría y cuáles serían las garantías otorgadas a los acreedores, pero el protagonismo de YPF indica que los banqueros han sido tentados con los activos de Vaca Muerta. La productividad de ese yacimiento es tan elevada, que permitiría transformar el actual déficit energético (4500 millones de dólares) en un enorme superávit (17.000 millones) en el 2030. Milei anunció que privatizará la empresa petrolera (cuyas acciones explotaron en Wall Street) y colocó a un hombre del Grupo Techint para gestionar la liberación de precios y una mejora adicional del floreciente balance de la compañía.
El fondo buitre que reclama en Nueva York el pago de una inverosímil deuda con YPF, ya aceptó tomar acciones como prenda de pagos futuro. Hay otras privatizaciones en agenda (AYSA, ferrocarriles) y se ha desatado una guerra por los negocios más rentables (Arsat), pero Vaca Muerta (segunda reserva gasífera del mundo) es la joya que Milei pone en remate para endeudar por enésima vez al país.
Si el libertario logra introducir una estabilización monetaria semejante a la conseguida con la convertibilidad, retomará el plan de dolarización al cabo de una transición bimonetaria (crecientes contratos sectoriales nominados en divisas). La mixtura de ambas variantes sintetizaría la convergencia de su plan con los modelos propiciados por los economistas de Macri.
Pero lo más probable es un estallido previo de la burbuja especulativa en gestación, al compás de la alocada danza de nombres que disputan los cargos del ámbito económico. Mieli está rodeado de financistas aventureros que ya demostraron su incalculable capacidad de daño. Sturzenegger fue el creador de las Lebacs (que antecedieron a las Leliqs) y Caputo colocó un increíble bono que hipoteca al país por 100 años.
La disputa entre financistas por el re endeudamiento en marcha generó una crisis de potenciales ministros antes de su asunción. Con la caída de Ocampo quedaron afuera varios candidatos del riñón de Milei (Piparo al Anses, Villarruel a Seguridad). A su vez con el ascenso de Caputo ganaron espacio los macristas (Bullrich a defensa). El círculo rojo prefiere a los funcionarios más confiables del PRO en el debut de la gestión. Pero las virulentas disputas en la cúspide anticipan un perfil caótico del nuevo gobierno.
Resistencias y erosiones
El principal límite que afronta la topadora de Milei es la resistencia popular. Esa reacción frenó en el pasado varios intentos de remodelación regresiva del país. El libertario tratará de salir airoso de la misma confrontación que socavó a sus antecesores. Se propone modificar la relación de fuerzas que no lograron alterar sus maestros.
Cuenta a su favor con la desmovilización social imperante desde hace varios años. Sólo los movimientos piqueteros se han mantenido en la calle, frente a organizaciones sindicales paralizadas. Milei está favorecido, además, por la magnitud de su éxito electoral y por la memoria reciente de los fracasos de Alberto.
Pero las rebeliones populares han irrumpido periódicamente en Argentina con inesperada intensidad y es muy aleccionadora también la reciente experiencia de Ecuador. El neoliberal Lasso llegó confiando en su capacidad de atropello y afrontó dos impresionantes derrotas, ante la fulminante respuesta desde abajo que encabezaron las organizaciones indígenas.
El mega ajuste de Milei está amenazado, en segundo lugar, por la inmanejable dinámica de sus medidas. Ensayará un ajuste sobre el ajuste que tiene pocos precedentes. Tradicionalmente las devaluaciones y los grandes recortes del gasto público introducían un abrupto deterioro de ingresos populares ascendentes (o por lo menos estancados). Ahora se pulverizarán salarios de pobreza y subvenciones de indigencia.
Las tarifas (y otros precios que el establishment considera ¨retrasados¨) serán disparados en un marco de altísima inflación, añadiendo combustible al incendio. La motosierra amputará el gasto público, que ha permitido sostener el nivel de actividad mediante un parche sobre el otro.
El inminente combo de mayor inflación con devaluaciones y recesión, augura las mismas turbulencias que desplomaron otras arremetidas iniciales del neoliberalismo. Por esa experiencia los economistas del PRO tenían diseñado varios programas (y ministros) sustitutos de la primera embestida. No está claro si Milei cuenta con algún Plan B, frente a una descontrolada secuencia de corridas cambiarias y bancarias.
Un tercer límite al atropello se localiza en la eventual ruptura de la alianza con Macri. Los indicios de esa fractura salieron a flote en el reparto de los ministerios y en la tradicional disputa del conglomerado de Mauricio con sus rivales de Techint. Todavía se desconoce el resultado de esa pugna, pero el ímpetu inicial del libertario quedó
frenado por las exigencias del ex presidente.
La colonización macrista del nuevo gobierno es una posibilidad. Pero Milei no es personaje pasivo, ni un títere de Cambiemos. Exhibe personalidad, defiende los intereses económicos de sus aportantes y encarna un proyecto ultraderechista diferenciado de la derecha convencional. Promovió hasta ahora la apertura de la economía y el recorte de los subsidios a las empresas enlazadas con el Estado, que propician los talibanes del capital financiero. Por el contrario, la Macri se mantiene como un gran lobista de la ¨patria contratista¨. Una escalada del conflicto entre ambos sectores puede erosionar a las dos vertientes del andamiaje neoliberal.
Las clases capitalistas apuntalarán el ajuste a la espera de sus resultados. Ese sostén inicial puede diluir las fuertes diferencias que despuntaron en la campaña electoral. Milei actuó como exponente de los fondos de inversión, Bullrich del capital financiero tradicional y del agro-negocio y Massa fue la carta del capital industrial. Pero como suele ocurrir luego de los comicios, todos se amoldan al ganador siguiendo la adaptación que auspicia el FMI.
En la pulseada final, Milei añadió a su riñón financiero el sostén de los unicornios (Galperin), los gigantes de la industria (Techint) y el grueso del agronegocio. Massa mantuvo el apoyo de la burguesía industrial (UIA) y de los empresarios con grandes contratos del Estado (Eurnekian, Vila).
Esos alineamientos quedarán seriamente modificados por la cirugía que introducirá el libertario. La guerra por los negocios dejará heridos y el balance del ajuste recesivo sobre el tejido empresarial es imprevisible. Si los caídos son numerosos, comenzará una impugnación desde arriba a la propia continuidad del reordenamiento neoliberal.
Diagnóstico en gestación
Los pronósticos sobre la presidencia de Milei son tan aventurados, como las encuestas que fallaron en anticipar su arrolladora victoria. Esa dificultad de previsión obedece al carácter novedoso de un protagonista en gestación. La ultraderecha ha ingresado como un actor cuya consistencia es un interrogante.
La disputa política ya no contrapone sólo a peronistas, radicales y macristas. Esta significativa mutación induce a evaluar la coyuntura actual, como un fin de un ciclo e inicio de una nueva época. Pero es prematuro postular que ese viraje histórico comenzó, antes de conocer los efectos inmediatos del nuevo gobierno. En pocos meses sabremos cuál es la dimensión de los cambios que afectan a un país sometido a vertiginosas modificaciones.
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Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página
web es: www.lahaine.org/katz. Buenos Aires, 27 de noviembre de 2023.
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El artículo fue publicado originalmente en https://www.lahaine.org/katz/