Antisemitismo, cinismo y mentiras: El rechazo argentino a los refugiados judíos de la Europa nazi
En mayo de 1940, poco después de la ocupación de los Países Bajos por los nazis, el embajador uruguayo en La Haya, Carlos María Gurméndez Muñoz se encontró con ocho familias judías pidiendo refugio en su embajada. En tal momento, la sede diplomática uruguaya fue la única de las Américas que permitió la entrada de refugiados judíos en sus instalaciones. El 3 de julio, los diplomáticos uruguayos tuvieron que abandonar el país, expulsados por los invasores. Los nazis no querían permitir que los judíos refugiados se marcharan con ellos. Pero Gurméndez les concedió documentos de salvoconducto y, tras largas negociaciones con los nazis, consiguió llevarselos. El 27 de julio, los diplomáticos y los refugiados llegaron a Lisboa. Y desde allí, algunos emigraron a Uruguay, mientras que otros se fugaron a Estados Unidos.
Pero a pesar de un final feliz, la historia se complica.
El 29 de mayo de 1940, diecinueve días después de que llegaron los nazis a los Países Bajos, Gurméndez planteó a sus homólogos diplomáticos en Holanda el dilema de los judíos refugiados. Les pidió a sus colegas que gestionen a sus gobiernos el asilo de los suplicantes. El ministro argentino en los Países Bajos, Carlos Brebbia, respondió de forma inequívoca. Aconsejó a sus superiores que rechacen la solicitud. La falta de voluntad del gobierno argentino de aceptar la petición uruguaya -la única apelación en tiempos de guerra al Ministerio de Relaciones Exteriores argentino, en nombre de los judíos en los Países Bajos- representa un ejemplo clave de repetidos rechazos argentinos de refugiados judíos durante la Segunda Guerra Mundial. En este caso, el ministro argentino en los Países Bajos, Carlos Brebbia, avanzó argumentos discriminatorios para rehusar la solicitud de asilo. El Ministerio de Relaciones Exteriores nunca cuestionó su razonamiento, rechazando de hecho a los refugiados en peligro. Además, el gobierno argentino evitó una decisión relacionada con los refugiados que pudiera invocar la animosidad de un beligerante clave, en este caso Alemania.
A principios de la invasión, Brebbia instó al ministro de Relaciones Exteriores, José María Cantilo, a denunciar la agresión violenta alemana ante la opinión mundial. La presencia nazi en Holanda repugno conciencias honestas, según Brebbia. De hecho, el presidente Roberto Ortiz denunció la invasión. Pero el 14 de mayo, Argentina adoptó una posición contradictoria. El diplomático Isidoro Ruíz Moreno determinó que La Haya, como sede del poder político holandés, emplazamiento de campamentos militares y centro industrial, era un objetivo de guerra legítimo para los alemanes. Desgraciadamente, concluyó Ruíz Moreno, los aviones de guerra no pudieron efectuar sus bombardeos con precisión. Por eso murieron tantos civiles. A raíz del asesoramiento de Ruíz Moreno, una evaluación indiferente del Ministerio sobre el ataque nazi eludió cuidadosamente la posición de Brebbia, así como las denuncias mundiales contra el uso excesivo de la fuerza por parte de los alemanes, especialmente en el bombardeo de Rotterdam.
La carta de Carlos María Gurméndez en apoyo de los refugiados judíos se produjo mientras su gobierno lideraba una iniciativa en el hemisferio condenando la incursión nazi en los Países Bajos. Por la contra, entre 1937 y 1942, Argentina rechazó más de treinta barcos de refugiados judíos, uno de los cuales había registrado 78 rechazos portuarios antes de llegar a Buenos Aires. En la primavera de 1940, el llamamiento del diplomático uruguayo llegó a las autoridades argentinas tras varios años de crecientes restricciones a la entrada de judíos europeos. Gurméndez, un experimentado diplomático de carrera, se basó en su conocimiento de los acuerdos de la Unión Panamericana para su razonado apoyo a los solicitantes de refugio judíos. En 1889, Argentina, Perú, Bolivia, Paraguay y Uruguay habían proclamado el derecho de asilo en las Américas en una conferencia jurídica internacional celebrada en Montevideo. Cincuenta años más tarde, los delegados del Segundo Congreso Americano de Derecho Internacional Privado ampliaron el alcance de la protección, proclamando que el santuario debía llegar más allá del continente. El principio del asilo, escribió Gurméndez, era esencialmente humanitario, destinado a salvar vidas “de los excesos de la pasión política”. El funcionario uruguayo subrayó que los estados latinoamericanos habían definido los derechos de los refugiados sin tener en cuenta la raza, nacionalidad o creencias religiosas de los posibles solicitantes.
Las naciones latinoamericanas habían invocado un precedente clave y relacionado durante la Guerra Civil española, recordó Gurméndez a sus colegas. Durante una serie de reuniones celebradas en mayo de 1937 en el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino, delegados latinoamericanos habían apoyado los principios que Gurméndez defendió en mayo de 1940. Habían establecido que el derecho de refugio debía aplicarse “sin limitaciones”. En respuesta a la petición de Gurméndez, Brebbia eludió la urgencia del problema. Ofreció su apoyo “personal” a la propuesta de los refugiados. Pero entró en la maraña del derecho internacional. En
América Latina, nunca habían abordado la cuestión de los refugiados en una situación resultante de un estado de guerra, ante autoridades que ejercen el poder de facto como consecuencia inmediata de una guerra internacional y no de una guerra civil o una revolución interna. En otras palabras, los precedentes de Gurméndez eran discutibles porque no incluían ningún escenario equivalente a la invasión nazi de los Países Bajos.
Brebbia comprendía la crisis más profundamente de lo que estaba dispuesto a revelar a Gurméndez. La respuesta de Brebbia al uruguayo calificó la solicitud de asilo de anticipatoria y alarmista. Pero en una carta a José María Cantilo, Brebbia aludió a los peligros que corrían los judíos atrapados en el avance militar nazi. La estruendosa entrada de las tropas alemanas en Holanda causó un enorme pánico en la comunidad judía residente en este país, escribió Brebbia a Cantilo. Brebbia recomendó no ayudar a los judíos. Los judíos holandeses, según Brebbia eran “distintos” a los judíos pobres de Varsovia o a los comerciantes de Buenos Aires. Eran plutócratas financieros que dominaban la economía holandesa. Brebbia incluyó erróneamente a la gran mayoría de la comunidad judía de los Países Bajos en la categoría de los magnates financieros. Además, a pesar de que entendió claramente el peligro nazi, sostuvo que aceptar el pedido de asilo prejuzgaría “a priori” y “a posteriori” a la política nazi.
Y poco después, Brebbia empezó a cambiar su posición el nazismo. Explicó al Ministerio de Relaciones Exteriores que los nazis eran más persuasivos que autoritarios. Habló a fines de mayo 1940 de la libertad de que gozaba el pueblo holandés bajo el dominio alemán.El argentino se maravilló de la ilusión de una presencia nazi muy correcta y ordenada en los Países Bajos, y de una población holandesa que había aceptado mansamente su destino. Brebbia culpó los judíos por el antisemitismo nazi durante las primeras semanas de la ocupación, y en la supuesta sed de acumular oro.
La posición deshonesta de Brebbia de no prejuzgar a los nazis, su fascinación con ellos después de sus críticas iniciales de la invasión de los Países Bajos, y su tono antisemita explican solamente una parte del rechazo argentino de los refugiados judíos. El Ministerio de Relaciones Exteriores argentino recibió crecientes pruebas de la violencia nazi, contradiciendo los últimos informes de Brebbia. Pero Argentina siguió rechazando refugiados judíos y no denunció las atrocidades nazis.Al final, el análisis de Brebbia sirvió para las prioridades de la neutralidad argentina en tiempos de guerra. El mantenimiento de los lazos comerciales con cada una de las potencias beligerantes primaba sobre el tema refugiados y las demás cuestiones morales. La neutralidad argentina se impuso a una posición favorable hacia los refugiados como la que pretendía Gurméndez.
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