Masacre de Trelew: Un dolor que late 50 años después
Trelew es un dolor de ese tiempo que late en este tiempo, es decir, Trelew es una llaga enraizada en el corazón de esa Argentina que llegó a cuestionar al poder como ninguna otra Argentina para intentar hacer de la Argentina algo más que la tierra del dolor que es en estos días.
-Si algo tenemos que hacer, si para algo sobrevivimos nosotros, es para transmitir todo eso que los otros, por haber muerto, no pueden hacer.
Lo dijo Ricardo Haidar el 24 de mayo de 1973 en la cárcel de Devoto. Asintieron María Antonia Berger y Alberto Camps. Lo registró Paco Urondo en esa maravilla titulada La patria fusilada.
Trelew, o sea, la Masacre de Trelew, es una suerte de continuidad con “Hay un fusilado que vive”, la frase que impulsó a Rodolfo Walsh a sumergirse en los fusilamientos de 1956 en un basural de José León Suárez. Trelew, o sea, el asesinato de 16 militantes populares el 22 de agosto de 1972 en la Base Aeronaval Almirante Zar, es la conmoción ante lo que vendrá no mucho después: la certeza de que fusilamientos puede rimar con desapariciones y con planes sistemáticos de exterminio. Algo así como una precuela del proyecto genocida que, según el sociólogo Daniel Feierstein, apeló a la muerte para “clausurar aquellas relaciones que generan fricción o mediaciones al ejercicio del poder -contestatarias, críticas, solidarias- y reemplazarlas por una relación unidireccional con el poder, a través del procedimiento de la delación y de la desconfianza”. El militante Jorge Watts lo redefinió a su modo: “No se puede formar revolucionarios ocultando o teniendo una posición idealista frente a hechos que seguramente volverán a ocurrir cada vez que en serio esté en disputa el poder”.
Trelew es la indignación yendo y viniendo por las venas de Alejandro Almeida, militante y poeta, hijo de Taty e hincha de Racing, uno en 30.000. Tenía apenas 17 años hace medio siglo. Fue secuestrado el 17 de junio de 1975 con apenas 20. Escribió con fervor o con amor o con ideología o con todo eso junto porque, al cabo, de esa arcilla estaba hecho:
“Trelew,
no has sido aplastado,
sino mira al pueblo
como se está armando,
estos gritos que sientes
no son de llantos,
son gritos de guerra,
son ruidos de fusiles
que te están vengando.
Estas bocas que gritan
seguirán gritando,
estos fusiles que suenan
seguirán sonando
hasta que salpique
en el mundo
de los ‘sordos’
la sangre guerrera
de los revolucionarios.
Trelew, revolucionario
no has sido aplastado
Trelew, compañero
no has sido olvidado,
Trelew,
¡Hasta la victoria siempre!
El pueblo está gritando”
Trelew son los nombres que resisten al vendaval de desmemoria que proponen quienes recetan el hambre de millones desde ese tiempo: Carlos Astudillo, Rubén Bonet, Eduardo Capello, Mario Delfino, Alberto del Rey, Alfredo Kohon, Clarisa Lea Place, Susana Lesgart, José Mena, Miguel Ángel Polti, Mariano Pujadas, María Angélica Sabelli, Ana María Villarreal, Humberto Suárez, Humberto Toschi y Jorge Ulla. Presentes. Siempre presentes. Agustín Tosco, testigo de la fuga del Penal de Rawson que desencadenó una semana después la matanza, demoró sólo 53 palabras en describir qué significa humanidad: “Esa noche nadie durmió. El recuerdo de los mártires caídos, la imagen de cada uno, el heroico ejemplo de cada uno, llenaba la imaginación, hacía estremecer los sentimientos y daba una pauta más del duro y glorioso camino revolucionario que recorren la clase obrera y el pueblo hasta su total y definitiva liberación”.
-Siguen las ráfagas, y, a partir de un momento, paran. Cuando paran se escuchan entonces quejidos, estertores de compañeros, incluso puteadas. Y empiezan a sonar disparos aislados. Me doy cuenta que están rematando, incluso alguien dice: “Este todavía vive”, e inmediatamente se escucha un tiro. Bueno, pocos momentos después, en tiempo no sé cuánto, uno o dos minutos después que terminaron las ráfagas, llega Bravo a la celda y nos hace parar, a Delfino y a mí, con las manos en la nunca, en la mitad de la celda. El estaba parado en la puerta, más o menos a un metro y medio de distancia. Nos pregunta si vamos a contestar el interrogatorio, le decimos que no, y ahí me tira, a mí primero, y cuando estoy cayendo escucho otro tiro y veo que cae Mario Delfino. Yo lo toco y no se mueve, tampoco lo escucho quejarse. Calculo que el tiro lo mató de entrada, o lo shockeó de entrada, y perdió el conocimiento. Yo, el conocimiento no lo pierdo.
Lo relató Camps para los oídos atentos de Urondo aquel 24 de mayo de 1973. Camps fue asesinado el 16 de agosto de 1977; Berger, secuestrada el 16 de octubre de 1979; y Haidar, capturado el 19 de diciembre de 1982. Tres que son también 30.000. El marino retirado Roberto Bravo, quien se instaló en Estados Unidos después de la masacre, fue condenado recientemente por una corte del estado de Florida por este crimen de lesa humanidad. Aspira a no ser extraditado a la Argentina, donde lo esperan la memoria, la verdad y la justicia.
“¿hay algún sitio del país donde esa sangre
no está corriendo ahora?”
La pluma de Juan Gelman. Ayer, hoy y mañana. ¿Qué es la sangre de Trelew? ¿Qué es la llaga llena de sangre de Trelew? Acaso no sea más que un tiempo, 50 años, que devele la imprescindible dignidad de seguir organizándose para pelear por un mundo justo.