El regreso a la tragedia futbolística
Hace unos días, mi amigo José me contó que finalmente había decidido regresar a la cancha a presenciar un partido del equipo de fútbol que le apasiona. La pandemia de COVID-19 lo ha afectado profundamente de diferentes maneras y, por ello, había pospuesto el regreso preocupado por la posibilidad de contagio. Sin embargo, vacunado y tomando las precauciones del caso, a fines de octubre se apersonó en la cancha con el carné al día en mano. Su equipo, que ganaba por dos goles, terminó perdiendo. José me comentó que, a pesar de cierta aflicción por estar en medio de una muchedumbre, por momentos exaltada, y del infortunio futbolístico, durante el partido había experimentado un orden que hacía tiempo le era ajeno.
Los antiguos griegos tomaban fuerza en sus tragedias, las masas contemporáneas la toman, en buena medida, del fútbol –la ilusión, o la tragedia, más popular del planeta–.
El comentario me remitió a la postura que Friedrich Nietzsche mantuvo durante su vida, no sin vaivenes, sobre el arte. En su primer libro, El nacimiento de la tragedia, el filósofo alemán argumenta que los antiguos griegos habían encontrado en el arte trágico una manera de lidiar con el espanto y el horror del mundo, así como con lo absurdo de la existencia. Según Nietzsche, la antigua cultura helénica floreció porque el arte trágico permitía percatarse de las fuerzas irracionales del mundo, pero, al ser cubiertas con un velo de ilusión, sin sentir su total brutalidad. Es decir, la dinámica dionisíaca del mundo, caótica y destructiva, es atemperada por la ilusión apolínea, protectora y energizante. Por tanto, Nietzsche propone que el “propósito artístico de Apolo” incluye a “todas aquellas innumerables ilusiones de la bella apariencia que en cada instante hacen digna de ser vivida la existencia e instan a vivir el instante siguiente”.
Quizá el orden que José experimentó en la cancha haya sido el de la falsificación de la verdad del mundo facilitada por la tragedia moderna que es el fútbol.
Es posible sostener que el fútbol es una de las ilusiones apolíneas que nos posibilita vislumbrar lo dionisíaco y al mismo tiempo tolerarlo sin que nos corroa de forma ineluctable. Es más, como bella apariencia apolínea, el fútbol se constituye en un impulso vital. Los antiguos griegos tomaban fuerza en sus tragedias, las masas contemporáneas la toman, en buena medida, del fútbol –la ilusión, o la tragedia, más popular del planeta–. Parafraseando a Nietzsche, las generaciones que lo sucedieron han sabido contemplar y reconocer los abundantes efectos de la belleza futbolística. Así, el fútbol provee una ilusión que nos orienta en tanto que individuos y hace que la vida sea (más) vivible. El orden apolíneo de la belleza futbolística es un tipo de falsedad que nos protege de la aterradora verdad dionisíaca del mundo.
Quizá el orden que José experimentó en la cancha haya sido el de la falsificación de la verdad del mundo facilitada por la tragedia moderna que es el fútbol. Después de largos y oscuros meses pandémicos, y aún compelido por su letargo, José, por medio del goce estético de la ilusión futbolística, percibió una sorpresiva certidumbre sosegante. Del abismo dionisíaco surgió la luminosidad de la apariencia que da, al menos temporalmente, sentido a la vida. Esta jovial luminosidad, encarnada en el ingente esfuerzo de las jugadoras y el palpitar del público, nos encierra en un círculo “de tareas solubles, dentro del cual [decimos] jovialmente a la vida: ‘te quiero: eres digna de ser conocida’”. José confió en ese engaño y se entregó sin dubitaciones a su armonía y su esclarecimiento.
Habrá quien considere que las reflexiones de Nietzsche, que parten de y retornan al arte, no se aplican al fútbol. No obstante, es preciso recordar que en El nacimiento de la tragedia se menciona a los Juegos Olímpicos antiguos como un festival dramático en el que se reunificaban las artes griegas. Si bien no queda claro si Nietzsche incluye al deporte en esas artes, el libro celebra “el entrenamiento de las fuerzas” físicas y su papel en lo trágico. El fútbol podrá no ser considerado un arte, pero indudablemente invoca la actitud y el juicio estético al ser una práctica social con bienes internos y estándares de excelencia constitutivos y definitorios. Tanto unos como otros conforman sus atributos estéticos porque son intrínsecos e identificados como dignos de atención sostenida por la comunidad de practicantes. Lo estético, central en la postura nietzscheana de lo trágico, fue clave en el orden experimentado por José, para quien la vida y la existencia, en su regreso a la cancha del equipo de sus amores, tuvieron una fulgurante justificación. Es motivo suficiente para regresar con ilusión a la cancha, con los recaudos necesarios que impone la pandemia. Aunque la belleza futbolística no elimina las impiedades de las canchas y de las otras esferas de la vida, la experiencia de José sugiere que, a pesar de ello, ofrece un horizonte, delicado y parvo, de sosiego y de equilibrio.
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César Torres. Doctor en Filosofía e Historia del Deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).