Víctor Galíndez: Un guapo a carta cabal
David M. K. Sheinin*, desde Canadá/El Furgón
Víctor Galíndez fue campeón mundial de boxeo casi cuatro años, de 1974 a 1978, volvió a ganar el campeonato otra vez más en 1979, y fue el primer argentino en conquistar un título mundial en Argentina. Eran tiempos arduos para un boxeador exitoso. Pocos lograban mantener el cinturón de campeón del mundo tanto tiempo. Galíndez llegó a disputar nada menos que dieciocho combates del ’74 al ’76. Cuando se retiró del boxeo, en 1980, el periodista Alejandro Guerrero lo describió como “uno de los mejores mediopesados de la historia“. El técnico Juan Carlos Pradeiro dijo que fue “un verdadero grande del ring, un guapo a carta cabal“.
¿Por qué, entonces, los argentinos no lo recuerdan con el mismo afecto y admiración con que recuerdan a Nicolino Locche y a Carlos Monzón, los otros dos grandes boxeadores de aquella época que lograron mantener el título de campeón del mundo durante varios años?
Víctor Galíndez vs. Len Hutchins, en el Luna Park
Hay quienes dicen que Galíndez no se midió con los contrincantes más duros de entonces, algo que también se ha dicho de Omar Narváez durante su larga carrera. Del mismo modo, le pregunté a Sergio Víctor Palma (campeón mundial, WBA, 1980-82) por qué no se enfrentó al boxeador que muchos consideraban como el mejor peso supergallo de la época, Wilfredo “Bazooka” Gómez. Al instante, Palma respondió rotundamente y sin emoción: “Se supone que Zacarías [su entrenador] pensó que yo habría perdido”. Aquel desencuentro, sin embargo, nunca dañó la reputación de Palma.
Fuera de la Argentina los aficionados siempre han considerado a Galíndez mejor boxeador de lo que creían los argentinos. En 1979 perdió el campeonato mundial por última vez ante Marvin Johnson. Años después, Johnson declaró a la revista The Ring que, aunque Michael Spinks era el boxeador más ágil al que se había enfrentado, el que mejor boxeaba era Galíndez, un “contrincante genial y defensivo” que “bloqueaba y se movía constantemente y utilizaba buenas combinaciones”. En 1975 y 1976 Galíndez peleó en cuatro ocasiones en Sudáfrica, donde se lo recuerda como un boxeador poderoso, hábil y valiente, el “guapo” en los recuerdos de Pradeiro.
En mayo del ’76, en el Estadio Rand de Johannesburgo ante de 20 mil personas, Richie Kates le dio a Galíndez un cabezazo en el tercer asalto. Ante el golpe descalificador, Galíndez se puso a gritar de dolor. El árbitro podía haber descalificado a Kates, pero optó por reanudar el combate cuando el argentino le indicó que podía seguir a pesar de una herida arriba de un ojo. Sin embargo, el oriundo de la ciudad bonaerense de Vedia acabó dejando a Kates fuera de combate, y salpicó varias veces al árbitro con la sangre que le brotaba del ojo. A los aficionados les encantó.
Galíndez vs. Kates recordada por Lectoure
Lo que se reprochaba a Galíndez en la Argentina era su supuesta pereza. A diferencia de Locche y Monzón, los medios dudaban constantemente de su futuro. En 1977 y 1978 Galíndez participó en dos combates de quince asaltos contra Álvaro “Yaqui” López, en Italia. De igual modo que “Rocky” Valdés pensaba que tendría que haber ganado sus dos combates contra Carlos Monzón, López creía que había derrotado a Galíndez en las dos ocasiones. Los medios de comunicación italiaknos y de otros países se hicieron eco de los dos magníficos combates. Desde entonces, López recordó a Galíndez como el mejor boxeador defensivo con el que había peleado, amén del más fuerte. Por el contrario, en la Argentina era como si hubiera sido derrotado. Tras el combate de 1977, Galíndez dio una conferencia de prensa con Juan Carlos “Tito” Lectoure, el mítico promotor de boxeo y propietario del Luna Park. Galíndez seguía siendo campeón del mundo, pero se comportó como si fuese un colegial maleducado. “Prometo no pecar más”, declaró cabizbajo a los medios. ¿Qué es lo que había hecho mal?
Víctor Galíndez vs. Yaqui López. Segunda pelea.
https://www.youtube.com/watch?v=mL20fWP9th4
Lectoure reveló lo que probablemente había afectado el rendimiento del púgil en Italia, a pesar del gran espectáculo que había dado en el cuadrilátero. “Es público y notorio que yo he conducido a Galíndez en su campaña como campeón, por lo tanto yo solo seguiré cumpliendo esas funciones en el futuro”. Aunque nominalmente el técnico de Galíndez era Juan Carlos Cuello, Lectoure se otorgó el mérito de haber entrenado al púgil y añadió: “No soy el nuevo técnico de Galíndez, simplemente seguiré haciendo lo que hice hasta hoy”. No era el técnico de Galíndez, pero sí lo era. Ése era el meollo del problema. Lectoure era el propietario del Luna Park. Controlaba el boxeo en la Argentina a los más altos niveles, publicitando combates y eligiendo a los contrincantes de los mejores boxeadores. Es casi seguro que él apostara al combate con López, “entrenara” a Galíndez (aunque no fuera entrenador), publicitara el combate y desempeñara un papel primordial en la caracterización del boxeador como un desordenado antes y después del combate.
Cherquis Bialo recuerda el triunfo de Galíndez contra Kates
Con demasiada frecuencia los medios repitieron las críticas de Lectoure al pie de la letra. Cuando Galíndez recuperó el título de campeón mundial en abril del ’79, el periodista Osvaldo Pepe lo calificó como el mejor mediopesado del mundo. Así las cosas, Pepe reafirmó la percepción de Galíndez como un flojo, a pesar de su magistral victoria, y añadió: “Como empresario, Lectoure atiende más a su negocio que Galíndez al suyo como boxeador”. Y eso lo dijo después de que ganase Galíndez.
Teniendo en cuenta que Lectoure era el promotor de los combates de Galíndez, que iba a beneficiarse económicamente de sus victorias y que gestionaba su carrera, ¿por qué desacreditó al púgil en repetidas ocasiones? Hay tres explicaciones que están vinculadas a Lectoure como el poder dominante del boxeo argentino y el papel clave que desempeñó en el cuento sobre Galíndez.
Como le ocurrió también al gran promotor venezolano del boxeo de aquella época, Rafito Cedeño, y a muchos otros que mandaban en la industria del pugilismo, Lectoure amasó una fortuna, a diferencia de los campeones mundiales, como Galíndez, que ganaron relativamente poco. Al mismo tiempo, como Rafito, Lectoure criticó a los boxeadores por su “incapacidad” de administrar el dinero, a pesar de que a Galíndez y otros se les pagó menos de lo que les correspondía por sus victorias y no se los asesoró sobre cómo gestionar sus ingresos.
Víctor Galíndez en “Historias desde el ring”
https://www.youtube.com/watch?v=X0txiPfFGgw
Lectoure achacó el problema a lo que caracterizó como la “inocencia” de Galíndez, con lo que se refería a la supuesta irresponsabilidad del boxeador con el dinero. En aquella época hacía tiempo que los futbolistas se habían sindicalizado. Pero a causa del carácter dispar de su deporte y la hostilidad de los promotores, los boxeadores, por el contrario, no habían logrado formar un gremio fuerte para que velase por sus intereses en contra de la fuerte explotación que imperaba en el mundo del boxeo.
Entrenamiento de Víctor Galíndez
Los aficionados argentinos y de otros países veían a los boxeadores como “negros”, con todo lo que significaba ese prejuicio feo. En especial, los medios retrataron a Galíndez con términos vejatorios y racistas por sus características faciales, su supuesta brutalidad, y el desorden que Lectoure y otros le habían atribuido injustamente. Si bien los aficionados también consideraban “negros” a Monzón y Palma (aunque no a Locche), la categorización racista era de naturaleza distinta en cada caso. A Monzón, por ejemplo, el público lo pintó como un tipo exótico y lo sexualizó junto a dos de sus parejas: Susana Giménez y Alicia Muñiz (por cuyo femicidio fue condenado y encarcelado). En el pie de una foto de Monzón y Muñiz que se publicó en la revista Siete Días en 1980 se decía: “El cutis de Alicia es blanco”.
Por último, puede que Lectoure no tuviese nada que perder por humillar a Galíndez. En 1980 Sergio Palma ganó una prima de 75 mil dólares estadounidenses cuando derrotó a Leo Randolph, pero Palma y otros oyeron a Lectoure alardear de que había ganado 500 mil dólares en apuestas. Aunque no haya pruebas documentales, lo más probable es que las ganancias de Lectoure proviniesen de apuestas inteligentes. Como esas apuestas eran privadas, puede que el empresario mejorara sus expectativas haciendo hincapié en los falsos defectos de Galíndez y, de ese modo, mejorara las probabilidades en contra de Galíndez y sus propias ganancias, cuando el púgil salía victorioso casi siempre.
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*El doctor David M. K. Sheinin es profesor titular de Historia en Trent University (Canadá) y académico correspondiente de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Ha publicado 13 libros. El más reciente es Making Citizens in Argentina (con Benjamin Bryce). Actualmente, está escribiendo una historia del sector atómico argentino durante la Guerra Fría y la política internacional.
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Foto de portada: Revista “El Gráfico”.