España en crisis sanitaria y una Europa desbordada
Por María García Yeregui, desde Madrid/El Furgón
Hace un mes, el pasado 25 de febrero, se informaba en España del primer positivo autóctono por Covid-19. Se conocía así el primer caso no importado: sin conexión de contagio fuera de los límites de la península ibérica. Fue en Sevilla. Aquel hombre era ingresado en un hospital de la capital andaluza mientras en los medios y la comparecencia diaria oficial se confirmaba que no había viajado a las entonces llamadas ‘zonas de riesgo’ o ‘zonas afectadas’. No había pisado ni Italia ni China. No había vuelto de ningún país del lejano oriente, y tampoco había en su círculo personas que lo hubieran hecho.
Hoy, un mes después, España es el cuarto país con más afectados, después de USA, Italia y China, superando las cifras oficiales de fallecidos del epicentro originario de la epidemia. La curva de contagio, con los días de diferencia en la transferencia epidémica que existe respecto a la península itálica, es aún más acentuada que la del vecino país mediterráneo.
Llevamos dos semanas en cuarentena con medidas de confinamiento. El día 11 de marzo las zonas más afectadas entonces –Madrid, la provincia de Vitoria en Euskadi y La Rioja– arrancaban con las primeras medidas restrictivas masivas: el cierre del sistema educativo. El pasado sábado 14 de marzo por la noche, el gobierno decretó el Estado de Alarma en el país, por un máximo de 15 días según la Constitución. Este miércoles, 25 de marzo, ha sido confirmada su primera prórroga, con el necesario aval del Congreso, hasta el día 12 de abril a las 00 hs.
Nos encaminamos hacia el punto álgido de la expansión vírica, “el pico de contagio”. A un mes de aquel primer caso diagnosticado de contagio local, con poco más de dos semanas sin restricciones colectivas, antes de que comenzaran, hay más de 64 mil casos detectados. Seguirán exponencialmente creciendo en los próximos días, en esa curva vertiginosa y ascendente hasta el clímax, que se producirá, dicen las autoridades, esta semana. No obstante, pareciera que, como en otras ocasiones de esta crisis, aplicando algunas de sus propias informaciones en la cuantificación de los datos actualizados -que demoran aproximadamente una semana entre los síntomas y la posibilidad de diagnóstico en caso de agravarse- deberíamos incluir la próxima semana para llegar al punto de inflexión de la curva.
Conferencia de prensa de Pedro Sánchez, ante la expansión del coronavirus
Tras alcanzar el punto máximo en el incremento de contagio, comenzaría el descenso en el índice de la transmisión infecciosa como consecuencia de las medidas restrictivas de limitación de movimiento aplicadas. El lapso de tiempo se calcula teniendo en cuenta los 14 días posibles de incubación asintomática y contagiosa. Esta es la fuerza expansiva del virus contando con el resto de sus características confirmadas como agente colonizador, desplegadas sobre las dinámicas sociales en las que vivimos, de concentración poblacional y movilidad.
Con ese mes de distancia, a través de las cifras de contagios que puede detectar el personal sanitario en las circunstancias actuales, dibujamos parcialmente la expansión del Covid-19. Lo que sí son cifras certeras, sin realidad subterránea, son las 4858 personas fallecidas, en soledad y aislamiento. Sin velatorios. Sus familias son privadas, por las condiciones de pandemia del nuevo coronavirus, de los ritos funerarios.
La semana pasada sabíamos que al menos tres de las personas que han muerto tenían menos de 65 años y no contaban con patologías previas. Un índice pequeño pero existente, como ya se sabíamos, entre otras cosas, por la experiencia china. Consecuencia, según podemos rastrear en información contrastada, de la fuerte carga vírica con la que el nuevo virus impacta en el sistema inmunitario de personas profusamente expuestas.
Sin embargo, la realidad es que estas informaciones sobre el funcionamiento del nuevo virus que ya se conocían por los estudios médicos realizados durante los primeros meses del año, no se correspondieron con los mensajes mayoritarios que se estuvieron vertiendo en España durante las primeras semanas, por fuera de la posverdad de las fakes y los bulos en redes.
Después de un negacionismo fatalmente retardante de cuño eurocéntrico liberal, con dejo de superioridad indecente y estúpida, cuando el miedo ya lleva tres semanas instalado, los discursos antihumanistas naturalizados en nombre de la eficiencia, son otro signo más de la anomia filosófica contra la que también tenemos que luchar.
Como decíamos, los números oficiales son deficitarios en cuanto al reflejo del cuadro real de la expansión vírica. Los infectados en España son muchos más de lo que se puede diagnosticar. Y es que en las zonas más afectadas, desde hace más de tres semanas, se restringen los test por la necesidad de racionalizarlos: no había suficientes. No hay suficientes hoy para detectar a todos los infectados sintomáticos que no desarrollan problemas ni por supuesto a los asintomáticos contagiosos. Las compras ya efectuadas en el mercado internacional todavía no llegan. Se necesitan, pero lo cierto es que no hay, más allá del acopio por jerarquía en un contexto especulativo o del mercado negro.
La razón por la que no hay suficiente de lo necesario, parece estar escapando por acá a la consciencia adulta masiva del mundo en el que se vive y su funcionamiento -función relevante de la ideología-, pero es palmaria: no hay suficiente producción de material, en este modo de producción capitalista, en la situación actual de pandemia en su estadio expansivo y, por tanto, de fortísima demanda mundial. Lo cierto es que la producción no cubre la necesidad y la adquisición por compra se complica.
Está costando ante el shock entender por estos lares la situación. El modo de producción capitalista, este sistema y su organización global, como ya podíamos saber, como ya debíamos saber, como ya sabíamos, deja a millones de personas en la cuneta. También a la hora de afrontar las epidemias sin los recursos médicos, tal y como las afrontaron nuestros antepasados tantas veces a lo largo de la historia; la diferencia es que hoy la humanidad cuenta con los recursos.
En este embiste, a la población europea -generalizando en un momento crítico de confrontación- se nos recuerda, con las vidas de nuestra gente, el límite que nuestra relación con el centro geopolítico de la acumulación capitalista en fase neoliberal y lo que nos sobrevive de nuestros llamados ‘estados del bienestar’, recortados y ajustados, nos hacen olvidar.
En el caso de España, no ha sido hasta esta semana -una semana después de la aprobación del paquete de medidas económicas del gobierno y el anuncio de liquidez de Lagarde en el Banco Central europeo- cuando se han encargado los llamados test rápidos. Aquellos que usaron sistemáticamente en Corea del Sur sobre toda la población para controlar la expansión vírica. La medida surcoreana fundamentalmente eficaz para limitar el contagio, y no la distopía de control poblacional absoluto e individualizado de control en el confinamiento a través de los dispositivos móviles. Práctica publicitada por estos lares como si nada, aceptadas en el diálogo mediático sin el planteo de cortapisas tan fundamentales como los derechos civiles básicos. Después de un negacionismo fatalmente retardante de cuño eurocéntrico liberal, con dejo de superioridad indecente y estúpida, cuando el miedo ya lleva tres semanas instalado, los discursos antihumanistas naturalizados en nombre de la eficiencia, son otro signo más de la anomia filosófica contra la que también tenemos que luchar.
Aquel viernes 13, se confirmaba inexorablemente el giro de contexto, que hasta el día anterior había sido puesto en duda por autoridades territoriales, y definitivamente el negacionismo epidémido generalizado recibía el impacto de la realidad en la consciencia colectiva y era desterrado.
Ante las necesidades sanitarias no cubiertas por carencia se evidencia una fractura en la mentalidad dominante de consumo, o posibilidad de él, en las sociedades occidentales, dominadas hegemónicamente por la razón neoliberal, cuyo límite parcial en Europa engrosa la naturalización del derecho a la salud y, por tanto, significa una segunda fractura respecto al deber de protección depositada en el Estado. Un Estado garante de mínimos, como la salud, mermado y usado en virtud de la acumulación capitalista posfordista desde los años ’80. Frente a estas fracturas, caben diferentes salidas ya en funcionamiento, una engrosa la búsqueda de un culpable dentro de las lógicas de los populismos de derechas. Esos fantasmas, devenidos ya en monstruos con potencia desde hace tiempo, que están actuando sin parar para recoger fuerzas tras la crisis sanitaria.
En el caso español, esa realidad de carencia en el sistema sanitario para afrontar a los afectados por el Covid-19 se vio por primera vez en las noticias del jueves 12 de marzo. Un desborde contrastado que se concretó después dramática y rápidamente en la falta de mascarillas y equipos de protección para los sanitarios, la falta de personal médico -con más de 5 mil profesionales contagiados-, la escasez de respiradores y, finalmente, la falta de espacio en los hospitales públicos de Madrid, así como en el ritmo de trabajo de la funeraria durante esta semana.
Aquellas primeras noticias que evidenciaban el límite en la atención material de los casos por Covid19, aparecieron en aquella segunda semana de marzo en la que la realidad que dibujaban las cifras iba dejando atrás los diferentes tipos de negacionismo, imperantes hasta el brutal lunes negro en las bolsas internacionales, en el que se superó en España la línea de los mil diagnosticados.
Aquel viernes 13, se confirmaba inexorablemente el giro de contexto, que hasta el día anterior había sido puesto en duda por autoridades territoriales, y definitivamente el negacionismo epidémido generalizado recibía el impacto de la realidad en la consciencia colectiva y era desterrado. Tras un paquete de medidas económicas a mitad de semana por parte del gobierno central, el presidente del gobierno anunciaba que el Estado de Alarma iba a ser decretado al día siguiente, tras un consejo de ministros extraordinario, que fue extraordinariamente largo: se trataba, aunque no se evidenció en la opinión pública, de la pugna al interior del Ejecutivo PSOE-Unidas Podemos, respecto a cómo afrontar tanto la crisis sanitaria como la profunda crisis económica que implicará.
Sin embargo, como decimos, en las primeras semanas de marzo, escuchábamos al doctor Fernando Simón -epidemiólogo, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias sanitarias del Ministerio de Sanidad-, en comparecencia diaria, mencionar el trabajo de trazabilidad del virus en cada caso localizado; siempre haciendo alusión a la externalidad de la reproducción de casos y la posibilidad de controlar al virus con el trabajo de, dicho genéricamente, los expertos, sin necesidad de mayores medidas restrictivas generalizadas. Así fue, tanto cuando se declaró estar en la fase de contención como después, con la de contención reforzada, sin dar paso a la de mitigación durante demasiado tiempo, decisión de consenso sin fricciones entre todas las autoridades tanto centrales como regionales.
La concienciación y la disciplina en las sociedades de masas, de concentración poblacional urbana sin precedentes en la historia, eran fundamentales para no perder el control en algunos territorios del país y para evitar su propagación también potencialmente descontrolada por el resto.
Por parte de la comunicación oficial, los términos de ‘trazabilidad’ y ‘exterioridad’ no eran los únicos conceptos sordos y ciegos. De hecho estuvieron acompañados por otros eufemismos porque, se decía entonces, el miedo era peor que el virus, los ancianos no morían de coronavirus sino “con coronavirus”, las personas con síntomas debían quedarse en casa, el cierre de escuelas no era conveniente porque los niños serían transmisores en los parques y a sus abuelos encargados de sus cuidados que son población de riesgo, etc. Esto siguió siendo la clave de discurso y acción durante aquellas dos semanas que corresponden a los contagios que diagnostican hoy, y a la semana de choque con la realidad.
Esas palabras clave -la trazabilidad y las zonas de origen de los brotes existentes, es decir, la referida importación de los casos- se convirtieron en vocablos sordamente reiterativos que iban perdiendo sentido en contraste con las voces de otros epidemiólogos a los que se podía acceder, como por ejemplo Oriol Mitjá. Expertos también que nos recordaban algunas claves víricas del Covid-19 contrastadas a partir de los estudios realizados tras la localización de su reciente afección a humanos en Wuhan. Como es bien sabido, ciudad origen del primer brote donde, al principio, las autoridades chinas tampoco dieron credibilidad a uno de los primeros avisos por “neumonía desconocida” de un oftalmólogo de 34 años, detenido y acusado de difamación por la policía, antes de que el gobierno chino reaccionara frente a la epidemia declarada por este nuevo virus en la región de Hubei. Semanas después de su puesta en libertad, el pasado enero, el doctor Li Wenliang fue internado durante semanas hasta dar positivo en coronavirus, una semana antes de su muerte el 6 de febrero.
Las características víricas de colonización, contrastadas en fuentes fiables, podían y debían ser contextualizadas en el sistema productivo y de movilidad, local y global, en el que vivimos, y aplicarse como variables a las proyecciones matemáticas hipotéticas para ver los posibles escenarios de índices de propagación fácilmente.
Con esta realidad, resultaba difícil a principios de marzo considerar suficiente el sin duda arduo seguimiento de casos pormenorizados que realizaba el centro epidemiológico en España. Esa estrategia no parecería suficiente en boca de algunos otros especialistas según los cuales faltaban medidas de otro tipo para controlar la expansión de un virus con semejantes características. La concienciación y la disciplina en las sociedades de masas, de concentración poblacional urbana sin precedentes en la historia, eran fundamentales para no perder el control en algunos territorios del país y para evitar su propagación también potencialmente descontrolada por el resto.
Sin embargo, nos encontramos con los medios de comunicación visuales que todos conocemos. En las cadenas de televisión se reclamaba calma, chutando reiteración obsesiva, y reproduciendo formas comunicacionales que juegan con el shock y la saturación, oscilantes entre lo alarmante y lo anestésico.
Con las características de colonización del virus en boca de algunos epidemiólogos y la experiencia asiática, estaban sobre la mesa contradicciones que no se vieron ni se nombraron suficientemente, como el gran elefante blanco en la habitación o el rey desnudo a quien nadie señala
Y lo hacían así, no por el discurso general de opinión pública y publicada, más permeadas por la confianza y superioridad omnipotente del un ego liberal que manejaba la otredad, a veces consciente y explícita, otras inconsciente, respecto a Asia -vergonzante aún más en cuestiones víricas-, para terminar oscilando entre los contrapuestos tipos de los ya mencionados negacionismos. Negacionismos, conservadores o progres, que después, en cuestión de un par de días, dejaron paso a cierta paranoia visible en las compras compulsivas, cuando el abastecimiento de supermercados ha estado siempre garantizado.
Todos aquellos planteamientos fabricaban un sentido homogéneo y unilateral sobre la figura de los ‘expertos’ y las autoridades políticas, efectivamente en coordinación. Se trata de una relación con la verdad científica, y sus garantes, encerrada fundamentalmente en su poder -cuya potencia ya nos explicó Foucault-. En función de un simplificado positivismo llega a rozar su contrario, la fe, en su naturalización social, desconociendo por completo los procedimientos de discusión y comprobación del propio positivismo científico. Así, la palabra de ‘los expertos’ parece ser una sola, la única verdad aplicable, tanto en la medicina como en la económica, borrándose de esta manera a sí misma como tal. Opacando para la sociedad la existencia de paradigmas, escuelas, especialidades, disciplinas, discusiones, correcciones por nuevos descubrimientos, mentalidades, etc. Y dando lugar a un juego de hegemonía, de ocupación de espacio de esa verdad emitida según ‘el experto’.
Al mismo tiempo, en esta posmodernidad sobre la que llega este impacto mundial, abunda el contrapunto que reproduce necesariamente esa misma realidad: el ‘cuñao’ se llama por estos lares. Los que saben más que nadie y de todo debido a su narcisismo entrampado. El reino de los ‘opinólogos’ en medios y bares, y de la conspiranoia rampante. Dos caras de la misma moneda. Como lo son también el negacionismo inicial que fue seguido después de una cierta histeria colectiva reflejada en la compra compulsiva de aprovisionamiento; o los comportamientos egoístas e irresponsables individualizantes que son el contrapunto a ls exigencias de más control, por fuera de los límites del derecho a las libertades en tiempos de excepcionalidad. Síntomas de la misma relación obtusa con la palabra, los hechos, los contextos y las narrativas.
Más allá de la cancha miserablemente embarrada, lo cierto es que la clave del caso español –donde no obstante se confinó con cifras menores que las existentes en otros países europeos- fue obviar la necesidad de aplicar la fase de mitigación un par de semanas antes
Estas características sociales, comunicacionales y de imaginarios, pudieron silenciar, incluso escuchándolas, a esas otras voces de los también expertos que discrepaban con sus colegas en cuanto a medidas y tiempos. El hecho es que, con las características de colonización del virus en boca de algunos epidemiólogos y la experiencia asiática, estaban sobre la mesa contradicciones que no se vieron ni se nombraron suficientemente, como el gran elefante blanco en la habitación o el rey desnudo a quien nadie señala.
A partir de la semana del golpe de realidad, esa misma población que avalaba que las mascarillas sólo sirven cuando estás contagiado por razones ajenas a la real -la falta de mascarillas en el mercado para los sanitarios- o que el nuevo virus era como la vieja gripe; los mismos que estaban conforme con las medidas aplicadas -tanto de aquellos vinculados ideológicamente a los gobiernos de derechas de las comunidades autónomas como con el centro que las coordinaba vinculado al ministro de sanidad del gobierno central- al priorizar “un control de los expertos sin impacto social” frente a una crisis económica cierta en caso de tomar medidas más drásticas que afectasen al funcionamiento del día a día; son los que han habilitado bulos que acusan al gobierno progresista de un ocultamiento premeditado de las cifras de afectados que manejaban con el fin de no cancelar las movilizaciones del 8M.
Es decir, desde sectores de las derechas se intenta construir un relato según el cual el gobierno progresista y el movimiento feminista serían los culpables frente al aumento exponencial de casos nacionales a partir del 9 de marzo, cuando se superaron los mil afectados. Comenzaba la escalada exponencial que representaba los contagios de las dos semanas anteriores. Ese lunes negro también para otros países europeos. Todo lo ocurrido sería como consecuencia del ocultamiento de la verdad por parte del gobierno “de comunistas” y “feminazis”, olvidando la dimensión internacional. Ridículo pero como decíamos peligroso de cara al auge de la extrema derecha a medio plazo. Y, de nuevo, la auto-referencialidad nacional y sus pugnas obturando la comprensión del afuera, del adentro, de la interrelación entre ambos y del problema. Esto es, el virus y su propagación desbordando los sistemas públicos de salud, embestidos por políticas privatizadoras, desde los ’90, en el caso español muy especialmente en Madrid. Además de los recortes de la austeridad tras la crisis financiera de 2008, el ajuste.
Más allá de la cancha miserablemente embarrada, lo cierto es que la clave del caso español –donde no obstante se confinó con cifras menores que las existentes en otros países europeos- fue obviar la necesidad de aplicar la fase de mitigación un par de semanas antes. Miopía que fue posible por dos razones fundamentales interrelacionadas: un exceso de autoconfianza, de omnipotencia, en el alcance del control de los expertos a cargo de la crisis, y el impacto de las medidas masivas sobre la economía nacional dependiente, en un sistema que vuelve a evidenciar la contradicción de poder entre las necesidades de las personas, la acumulación de beneficios y su propia reproducción.