El blues de la primera fecha: Un libro redondo que “cuenta la vida”
Por Lilian Garrido/El Furgón
La pelota de marca Invicta es redonda. La cancha es rectangular, pero en el centro está el círculo. Esto de la circularidad, no es menor. Para los pueblos de la Antigüedad, el tiempo era cíclico, es decir, una sucesión de períodos temporales que, al finalizar el ciclo completo, comenzaban de nuevo. Para Ariel Scher tampoco lo es, y el relato que da título al libro habla de eso.
La historia que cuenta a sus nietos el Abuelo Isaac ocurre en un boliche de Manhattan, Nueva York, donde el Abuelo fue ovacionado al estrenar “El blues de la primera fecha” frente a un público blusero y al propio B.B. King. Su composición tiene dos protagonistas: el de Boca confiesa al de River su angustia en la primera fecha del Nacional de 1972, en la que River le ganó a Boca 5 a 4 en el estadio de Vélez; a su turno, el de River le confiesa su amargura en la primera fecha del Metropolitano de 1974, cuando Boca goleó a River por 5 a 2, con 4 goles de García Cambón. Después de compartir esas desdichas -el blues es una música triste-, se revelaban que lo mejor de la primera fecha era que eso implicaba que luego habría una segunda fecha, o sea que la existencia continuaría a la existencia, o sea que a la derrota la sobrevendría algo que quizás no fuera una derrota. La sucesión de fechas completa el ciclo y luego se vuelve a empezar, porque habrá otro Nacional u otro Metropolitano y, por lo tanto, otra primera fecha, o sea, la renovación de la esperanza.
El Abuelo armaba una canchita en la que sus nietos, nietas y otros pibes empezaban una temporada en la felicidad. Y cumplía con esta tarea titánica porque quería a sus nietos más que a su piel y más que al sol. En Scher es recurrente el énfasis en estas relaciones entrañables, en el esfuerzo puesto al servicio de la felicidad del otro, porque al conseguirla se logra la propia.
La estructura del cuento acompaña esta circularidad, y, al final, el círculo se cierra: el narrador, que iba en su auto escuchando blues por alguna ruta de la Argentina, se detiene en un boliche de nombre “Manhattan” a tomar algo fresco. Lo atiende un mozo al que llaman B.B. King por su parecido con el músico. Y es este B.B. King nacional quien le dice que la cosa está difícil en este país, pero ahora, por lo menos, vuelve el fútbol. Se nos viene la primera fecha y, diga la verdad, quién nos quita la esperanza.
Es este mismo Abuelo Isaac quien impuso en el norte santafesino un ritual que se repetía año tras año -nuevamente, el ciclo-, durante las vacaciones de sus nietos: las ceremonias inaugurales (“Las inauguraciones del Abuelo”). El Abuelo armaba una canchita en la que sus nietos, nietas y otros pibes empezaban una temporada en la felicidad. Y cumplía con esta tarea titánica porque quería a sus nietos más que a su piel y más que al sol. En Scher es recurrente el énfasis en estas relaciones entrañables, en el esfuerzo puesto al servicio de la felicidad del otro, porque al conseguirla se logra la propia.
El Abuelo Isaac ocupa, entonces, un espacio mítico, sagrado (para Pier Paolo Pasolini, nos recuerda Scher en otro cuento, “el fútbol es la última representación sagrada de nuestro tiempo”): organiza ceremonias inaugurales, opina que al meter un gol el jugador inicia un vínculo con la eternidad; se habla de la leyenda de un abuelo…; y un espacio real: prepara concretamente la cancha para la diversión de sus nietos. Fluctúa, así, entre “la categoría de leyenda” y el lugar que merece “en las academias de historia”.
Y hay otro tema clave: la memoria como construcción colectiva. La pertenencia a una familia, a un club, a un bar, a un lugar. Volver al pasado, cobijarse en la memoria, porque, en las horas duras, pocas cosas ayudan tanto como saberse parte de una historia.
Por otro lado, la comparación entre las ceremonias inaugurales de los Mundiales de fútbol y las del Abuelo, sirven a Scher para dejar asentada su crítica despiadada a los grandes negociados, que no sólo nada tienen que ver con el fútbol, sino que lo ensucian. En varios cuentos eleva esta crítica; en la dedicatoria de “River, de libro”, por ejemplo, aclara (…) que el fútbol es un juego y bastante más que eso, pero no la colección de violencias y de mafias, de mercaderes y de estafas, de mierdas partidistas y de mierdas culturales que se adueñaron de la final de un torneo. Y en el primer cuento del libro, “Los Mierdas”, es el tío Alfredo, frente a su torta con 80 velitas, quien confiesa que no pudo con Los Mierdas (extensamente definidos), pero que, al igual que el Zeide Berisch, no va a rendirse.
El tío Alfredo, la prima Lydia, el Zeide Berisch, la Bobe Victoria, el primo Arón, las tías Eufrasia, Ofelia, Golde, el Abuelo Isaac, la Abuela Basilia, los tíos Adolfo, Baldomero, Ricardo, Faustino, Naúm, su propio padre (enternecedor el cuento “Una dupla como ninguna”), cada uno y todos en su conjunto, son la gran familia que acompaña a Scher en muchos de sus cuentos. Cada uno y todos le han enseñado algo. Y como la familia de Scher tiene un sentido de la ética y de la justicia fuertemente arraigado y siente al fútbol como una buena escuela, es a través de este juego que se indica el camino a seguir que, por otra parte, es un camino ejemplar. A la Bobe Victoria le gusta patear córners porque, como los córners, hay muchas cosas que valen la pena aunque no estén en el centro de la escena (“La esquina de la Bobe Victoria”). El tío Naúm integraba un equipo que empató setenta partidos seguidos para demostrar que ganar no es lo único que importa y que lo imposible no es imposible si uno lo intenta (“Los Incómodos”). Jugando al fútbol con su padre aprende que la individualidad es sagrada, pero que el individualismo es una porquería (“Una dupla como ninguna”). El tío Baldomero defiende los ataques a las fantasías de su amada esposa afirmando que la única mentira en la vida es vivir sin soñar (“Ella y Aimar”). El tío Ricardo le enseña que los buenos marcadores de punta demuestran que en la vida no había que observar sólo el centro de la escena (“Los ojos abiertos”).
Marcar el camino, guiar, explicar, volver sobre un tema, mostrar el estado de las cosas, criticar lo que está mal e insistir en lo que debería ser (“Julio” y “Los que valen la pena”, por ejemplo). Y un consejo: nunca bajar los brazos; seguir peleando por un mundo ético, justo, solidario, igualitario, dentro y fuera del deporte.
El fútbol, por otro lado, regula la vida de esta familia numerosa. Se cuenta en “Desde el córner” que todos los años se reunían el 2 de octubre a patear corners (otra vez la circularidad, la renovación), para recordar el gol que metió Cesáreo Onzari el 2 de octubre de 1924 y también para leer mejor, ya que hay mucha y buena literatura a propósito de aquel gol olímpico. Cuánto fútbol hay en la literatura y cuánta literatura hay en el fútbol es uno de los temas clave de Scher en sus libros y en sus clases, y muchos de estos relatos persiguen este objetivo.
Y hay otro tema clave: la memoria como construcción colectiva. La pertenencia a una familia, a un club, a un bar, a un lugar. Volver al pasado, cobijarse en la memoria, porque, en las horas duras, pocas cosas ayudan tanto como saberse parte de una historia (“El refugiado”). Si toda familia es una memoria –y aquí entra en juego la tradición, lo atávico y, de nuevo, lo circular-, es el Tío Ricardo el “elegido” para conservarla (“Los ojos abiertos”).
Al igual que el Abuelo Isaac, el Tío Ricardo cumple una función fundacional: es el primero que los lleva a la cancha y el primero que les prohíbe ver un partido de fútbol (el Polonia vs. Argentina, jugado en Chorzow el 24 de marzo de 1976). Y al apagar el televisor -acto ejemplar-, deja una huella en la memoria, para que nunca se les borre que hubo un trágico 24 de marzo de 1976 en la Argentina. Y con el Tío Ricardo van a la marcha todos los 24 de marzo (circularidad, ciclo), porque la llama de la memoria debe mantenerse encendida.
El Scher periodista está muy presente en estos cuentos. Es notable el trabajo de investigación y su interés por informar: hay fechas, nombres, citas bibliográficas, datos precisos. Sin embargo, el Scher docente no se queda atrás. No sólo informar, sino formar; no sólo citas, sino recomendaciones bibliográficas (hay que leer a Dante Panzeri, a Eduardo Galeano, etc.) Marcar el camino, guiar, explicar, volver sobre un tema, mostrar el estado de las cosas, criticar lo que está mal e insistir en lo que debería ser (“Julio” y “Los que valen la pena”, por ejemplo). Y un consejo: nunca bajar los brazos; seguir peleando por un mundo ético, justo, solidario, igualitario, dentro y fuera del deporte. El Scher escritor está al servicio del Scher docente y viceversa. El estilo de su prosa, llano y con ritmo sostenido, se caracteriza por las construcciones paralelas al inicio de los párrafos, las enumeraciones, las reiteraciones. Hay, también, desde el estilo, cierta insistencia que ayuda a volver sobre los temas clave.
Ariel Scher cuenta, forma e informa. Todo al mismo tiempo. Un maestro.
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Ariel Scher. El blues de la primera fecha. Buenos Aires, Grupo Editorial Sur, diciembre 2019.
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Fotos: Facebook “Deporte y Literatura“.