Mariano Soso. Un compromiso con la Memoria, la Verdad y la Justicia
Por Julián Scher/El Furgón –
Mariano Soso clava los ojos en Astor, saca el celular de su bolsillo, filma al hijo de su primo Juan Pablo mezclando el cemento y, con las retinas humedecidas, le manda el video a su mamá.
– Es la muestra –asegura el entrenador de Defensa y Justicia- de que no nos vencieron.
La Avenida de Mayo sacude a quienes persisten en invitar al olvido. La chapa marca 760. Ahora funciona la Procuración General de la Nación. En 1979, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) recibió ahí las denuncias por las desapariciones que se venían produciendo en el país desde mediados de los setenta. “La Comisión nunca había recibido un cúmulo de denuncias de tal magnitud, que prácticamente desbordaba la capacidad de la secretaría”, contó hace un tiempo el abogado dominicano Roberto Álvarez, quien formaba parte del organismo dependiente de la Organización de Estados Americanos (OEA). Adriana Amalia Lesgart estaba en la fila junto a cientos de familiares cuando la secuestraron. Era el 21 de septiembre. Había dejado por la mañana a su hijo Juan Pablo en el jardín de infantes. No lo pudo ir a buscar. Nunca más.
Soso es una de las 50 personas que arman un semicírculo alrededor del 760 de Avenida de Mayo. Lo acompaña Nacho Gorriz, también su primo, también primo de Juan Pablo. La gente de Barrios por Memoria y Justicia de Balvanera tiene todo preparado para un nuevo paso en la batalla cotidiana por la interpretación del pasado reciente de la Argentina. Por la calle van y vienen les miles y miles que le dan calor a la Marcha del Orgullo. Lita Boitano, la presidenta de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, se sienta en una silla sobre la vereda. Juan Pablo, el hijo de Adriana Lesgart y de Héctor Eugenio Talbot Wright, es el que impulsa un homenaje que se demoró cuatro décadas: “Es una manera de cerrar un ciclo marcado por el dolor. No pude encontrar a mi mamá pero sí a la compañera, a la militante. Cada uno de los que estamos acá somos, de algún modo, una parte de ella”.
Hipólito Lesgart, Polito, el abuelo del técnico del Halcón, el que de joven repartía folletos pidiendo la libertad de los obreros italianos y anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, nunca le sacó el cuerpo a la historia. Su hermano Rogelio tuvo cinco hijes: Liliana, Rogelio, Susana, María Amelia y Adriana. Liliana es la única que sobrevivió al genocidio que arrasó estas tierras. Susana fue fusilada el 22 de agosto de 1972 en la Masacre de Trelew. A Rogelio y a María Amelia se los llevaron el 25 de abril de 1976. Adriana logró exiliarse en Europa con Juan Pablo y regresó a Buenos Aires en 1979. Polito siempre se mantuvo al lado de Rogelio y su hija, Alicia, la mamá de Soso, de un estrecho vínculo con sus primes, se transformó en una referente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) en Rosario. “La tristeza funcionó como un motor de lucha para mi familia”, resalta el entrenador de 38 años que, antes de recalar en Florencio Varela, dirigió a Real Garcilaso, a Sporting Cristal, a Gimnasia y Esgrima La Plata y a Emelec.
Teresa interrumpe a Juan Pablo en medio de una conversación, le pone la mano en el hombro y le suelta una confesión que lo descoloca: “Conocí a tu mamá en París. Discutía mucho de política con mi marido. Me acuerdo de lo lindo que era su pelo y del empuje con el que soñaba el futuro”. ¿Hasta cuándo se sigue armando el crucigrama de esos abrazos que se extrañarán hasta el último día? ¿Tiene final el círculo de la incertidumbre que desata la necesidad de responder por qué, por qué y por qué? Juan Pablo se ubica en paralelo a una foto a color pegada en la pared en la que se la ve a Adriana radiante, agarra el micrófono y ratifica, con la sonrisa de sus hijos manteniéndolo de pie, que una baldosa no es sólo una baldosa sino una excusa para honrar la vida.
Adriana nació el 1º de noviembre de 1947 en Córdoba, brilló con el oboe en la orquesta sinfónica de su ciudad y se graduó en ciencias de la educación con medalla de oro. A Soso le contaron que tenía un perfil intelectual que no le hacía perder noción de las injusticias cotidianas y que eso la condujo a elaborar el plan de alfabetización que comenzó a implementarse durante el breve gobierno de Héctor Cámpora. Los relatos militantes agregan que, en 1975, cuando el terror empezaba a expandirse a lo largo y a lo ancho del territorio nacional, armó la comisión de presos peronistas junto a María Antonia Berger, una de les tres sobrevivientes de la Masacre de Trelew. Antes, había perdido a Carlos Capuano Martínez, su primera pareja, asesinado el 16 de agosto de 1972. Después, perdería al papá de Juan Pablo, Héctor Talbot Wright, desaparecido desde el 16 de octubre de 1976. Cuando la secuestraron, seguía intentando enhebrar lazos de solidaridad con los familiares de quienes permanecían presos a manos de la dictadura.
Ni bien la baldosa queda empotrada en la vereda, Soso se acerca a la ronda más íntima, contiene como le sale la emoción que desborda el ambiente y se funde en un abrazo con Juan Pablo. “Volvimos a estar en contacto cuando yo pude encastrar las piezas de mi rompecabezas”, apunta el hijo de Adriana. “Se volvió hincha de su primo: el otro día me escribió contento porque le habíamos ganado a San Lorenzo”, dice el hijo de Alicia.
De repente, la charla se corta. Toca avisar que jamás podrán borrar la identidad de les 30.000.
– Ahora y siempre. Ahora y siempre. Ahora y siempre.
Soso, que aprendió desde chiquito a leer el pasado en clave de presente, pone la garganta al servicio de una historia a la que lleva tatuada en el corazón: “Cada uno de nosotros en lo suyo derrama y pone en juego lo que es. Lo pudimos hacer con el tiempo y es un orgullo”.
La tarde se cierra y la gente se dispersa. Pero queda una victoria que vale mucho más que tres puntos. Y sus ojos, ya sin celular de por medio, enfocan la razón vuelta cartulina que justifica no rendirse: “Siempre abuela te cuida y te quiere. Astor”.